Extractos - Swami Krishnananda
La Realidad existe por sí misma y es no-dual
La mística trascendente de las Upanishad
Por Swami KrishnanandaIntegralidad y aspiración
El logro de la perfección es la integración consciente del Ser ― este es el tema central de las Upanishad. Las Upanishad son revelaciones intuitivas, y la intuición es la experiencia integral. Entre sus afirmaciones no pueden faltar las que exponen el fin absoluto de los diversos métodos de estudio de la Realidad única, porque la integralidad no excluye nada. No hay dos individuos que piensen igual ya que el pensamiento, que es el movimiento objetivo de la Fuerza Espiritual, difiere en su modo y su ímpetu en los diferentes puntos de tensión de la existencia integral; pero, a pesar de esta distinción entre los seres basada en la diversidad de sus mentalidades, todos los individuos tienen que aspirar al logro de una meta común, a la realización de un propósito común, pues la verdad de todos ellos es la misma y todos sus caminos deben encontrarse en la Perfección Una. La perfección o verdad no puede ser doble, y es imposible que haya dos absolutos. Por tanto, todos los métodos de acercamiento a la Realidad deben heredar cierta naturaleza o cualidad fundamental que pertenece a la naturaleza eterna de la Existencia pura. Este hecho innegable demuestra la coherencia lógica que debe haber y que hay entre los diversos métodos empleados por los individuos relativos para experimentar la Verdad tal como esta es realmente.
El punto único y más importante que hay que recordar en todos los procesos de determinación racional de la naturaleza de la Existencia es que, si somos fieles a la razón, no podemos establecer en la Existencia distinciones como lo subjetivo y lo objetivo, ya que dichas diferencias de naturaleza se basan en la mera arbitrariedad de la concepción y la percepción. Separamos en el puro Ser el sujeto y el objeto solo como concesión a una creencia en la interioridad y la exterioridad que se basa en la experiencia empírica inmediata, carente de inteligibilidad. Tanto el mundo objetivo como el cuerpo subjetivo se hallan en relación con la entidad cognoscente, y la existencia es una masa indivisa de conocimiento, lo que se demuestra por la inexplicabilidad de la experiencia objetiva si no presuponemos una entidad consciente que abarque el sujeto y el objeto. La realidad del Universo, en sus aspectos objetivo y subjetivo, consiste en su existencia, que no puede conocerse si no se convierte en un contenido de conciencia. Además, si ese contenido es diferente de la conciencia, carecerá de relación con esta y no podrá ser conocido. Para que la existencia pueda ser conocida, debe ser lo mismo que la conciencia. Si no se la conoce, no es. La existencia es en realidad la existencia de la conciencia. El órgano cognoscitivo que modifica la conciencia básica es posterior a la existencia. Y, como la conciencia es indivisible, esa distinción en la existencia queda reducida a una identidad de naturaleza, pues la existencia es una indiferenciación inseparable que carece de interior y exterior.
Nada que esté relacionado con otra cosa es real. La relación siempre significa interdependencia y no autoexistencia. La existencia siempre es absoluta; no puede no serlo. Y la comunidad de percepción no es el criterio de la verdad. El Sol no deja de existir aunque ninguna persona o animal tenga ojos para verlo. Ni se convierte en un ente eterno solo porque lo percibamos. Una inquietud inconsciente sentida por todas las personalidades individualizadas y la imposibilidad de permanecer eternamente en la conciencia separativa apuntan al Ser del Estado Supremo de Perfección Absoluta. El deseo, que se suele entender como la fuerza que atrae al individuo hacia la existencia relacional, solo es una clara prueba de la incapacidad del ser individualizado para seguir con su finitud, y de su exigencia de tener más experiencias en el campo de la conciencia. No hay satisfacción en la existencia en un estado relativo de conciencia, por muy superior que sea en extensión a los estados inferiores.
En todos los individuos hay un anhelo inherente de experimentar otros estados de conciencia y de poseer otras clases de objetos del Universo. Ese anhelo no halla reposo hasta que se experimentan Infinitos estados de conciencia y se poseen Infinitos objetos. Eso, sin embargo, no implica que haya multiplicidad en lo Infinito, porque lo que es Infinito es la Existencia Indivisa. Ni siquiera el imperio sobre todo el Universo puede proporcionar plena satisfacción, ya que no llega a lo Infinito. La soberanía sobre el cielo y la tierra solo es una existencia relativa, aunque de un orden más elevado; pero la satisfacción no alcanza su plenitud ni siquiera en la individualidad absoluta. La satisfacción perfecta no puede hallarse nunca en un estado de vida dual ―aunque se trate de una dualidad absoluta― sino en la «experiencia» infinita y el «ser» infinito.
El Ser Trascendente
Las enseñanzas de las Upanishad no están expresadas en la lengua del intelecto sino en la del Sí Mismo, y por eso no penetran profundamente con facilidad en todas las almas, sino solo en las que ansían activa y ardientemente la Experiencia Absoluta. Al alma le cuesta oír la voz del Silencio por culpa de su apartamiento de la Verdad y su vagabundeo entre las sombras. Las Upanishad señalan que hasta el logro más elevado en el plano relativo ―incluso el ser el creador o el destructor del Universo― se halla, desde el punto de vista último, entre las sombras fugaces de la existencia fenoménica (1) . Las delicadas tendencias que se manifiestan en el proceso de florecimiento de la individualidad hacia lo Infinito intentan ocultar la presencia de la Verdad en lo más recóndito de nuestro ser. Por muy brillantes que sean, esos estratos psíquicos no son, después de todo, más que estratos de no ser y no hay que confundirlos con lo Real. Hasta el estrato más sutil no es más que un velo sobre la verdad, una «vasija dorada» que oculta la Esencia y que hay que trascender antes de llegar al núcleo del Ser.
El deleite de existir sin cadenas está más allá de todos los estados de gozo relacional, por muy extremo que sea este. La Dicha de la Conciencia ilimitada es el cenit de la Existencia, y hay que condenar como falso todo lo que sea distinto de ella. El deleite del Sí Mismo es el deleite de Ser. Es la Dicha de la Conciencia Absoluta. El Ser de la Conciencia es el Ser de la Dicha Eterna. No consiste en «lograr» sino en «caer en la cuenta» y «experimentar». No es una invención sino un descubrimiento. La Conciencia es más intensa cuando la existencia objetiva se presenta cerca del sujeto, aún más completa cuando los seres subjetivo y objetivo se relacionan más íntimamente, y plenamente perfecta y ampliada hasta la Absolutez en la identificación del sujeto con el objeto. Esta Conciencia Pura es lo mismo que la Dicha Pura, la fuente del Poder y la culminación de la Libertad. Es el Silencio supremo de la espléndida Plenitud de lo Real, en la que el individuo se ahoga en el océano del Ser.
La Verdad y su Búsqueda
Las Upanishad no dicen que la Verdad sea un estado de cambio dinámico y acción, síntomas ambos de limitación e imperfección, sino de calma perenne, gozo ilimitado y satisfacción permanente. El cambio es «otrificación», alteración, movimiento, que es actividad: un esfuerzo realizado para alcanzar un fin inalcanzado, que es la característica del ser imperfecto e insatisfecho. Esta no puede ser la Naturaleza de la Verdad, porque la Verdad dura siempre y no necesita transformarse.
El cambio es la cualidad de lo falso y las Upanishad aseguran que la Realidad está satisfecha consigo misma, existe por sí misma y es Adual, Tranquila y completamente Perfecta. El estribillo de la canción de las Upanishad es una invitación a ampliar hasta lo ilimitado la interioridad de la conciencia. En este sentido las Upanishad son extremadamente místicas, si el término «mística» no implica una idea de irracionalismo o de locura de espíritu. La mística trascendente de las Upanishad no es consecuencia de un estallido emocional sino una serena trascendencia del intelecto y la razón mediante una transformación hacia la conciencia integral.
La Verdad «conociendo la cual se conoce todo» es el tema de investigación y el objeto de la búsqueda de las Upanishad. Los sabios se sumergieron en las verdaderas profundidades de la Existencia y saborearon la naturaleza de la Vida Ilimitada. Entraron en la Raíz del Universo: el ser interior de las ramas de este podía entenderse fácilmente investigando el funcionamiento esencial de la Gran Raíz de la Vida. Cuando se riega la raíz las ramas quedan regadas automáticamente; cuando se conoce el oro también se conocen todos los adornos hechos de ese metal; cuando se descubre la Verdad, se comprende todo; porque la Verdad es Una. Sea cual sea el sistema filosófico que extraigamos de las Upanishad, no es necesario decir que, evidentemente, estas proponen una teoría según la cual la Realidad es indivisible, inobjetiva y trascendente. Afirman que creer en la diversidad es ignorar la conciencia, y que la Verdad es esencialmente una Unidad ilimitada. Nos guían de la errónea fe en la realidad objetiva del Universo a la búsqueda interior del verdadero Sí Mismo que existe como la esencia más fina de nuestro ser. Y lo que es aún más llamativo es su inagotable insistencia en la necesidad de lograr la Perfección. Lo que les confiere un honor inmortal es que comprendieron el hecho eterno de que el conocimiento del Sí Mismo es en todos los casos el fin supremo de la vida, su único significado y finalidad, y que los seres solo existen para esa gran Obtención de la Luz, la Libertad y la Inmortalidad. El que alcanza esa dicha imperecedera en esta misma vida es bienaventurado y su vida ha tenido verdaderamente un propósito; pero el que no ha logrado descubrir la Verdad aquí es un gran perdedor y ha vivido la vida en vano (véase Kena Up. II.5).
Las Upanishad afirman de diferentes maneras que no tiene sentido tomar la diversidad fenoménica por una realidad permanente, y que la Verdad es infinita. El impulso común de expresar, desarrollar y descubrir el propio Sí Mismo está presente en todos los seres en diferentes grados de intensidad. Todo el proceso del esfuerzo consciente por descubrir la Verdad consiste en la manifestación de este impulso, el más profundo del ser humano, y en fluir con él para expandirse hasta lo Infinito. La base de todas las luchas de la vida es este deseo de instalarse en la Conciencia inmutable. Hasta cuando se lucha ciegamente y con apego a la vida personal para obtener ganancias exteriores, se mueve uno, aunque inconsciente y equivocadamente, impulsado por este deseo de expandirse hasta la Perfección.
Grados de la realidad empírica
La capacidad de realizar esa expansión de conciencia se da en distintas medidas en los diferentes seres, según el grado en que la Realidad se manifieste a través de ellos. Los seres son más elevados o más bajos según la cantidad de Inteligencia que ilumina su naturaleza. Las entidades de la naturaleza se distinguen por sus formas mentales, que dependen de la intensidad de la Verdad que revelan. La Naturaleza se muestra como Espíritu distorsionado de múltiples maneras y expresado en diversos grados de manifestación. Los individuos acotados en sí mismos, limitados por el espacio y el tiempo, mantienen una relación variable entre ellos, proporcional a la profundidad de la Conciencia que perciben. Cuanto más profunda es la Conciencia percibida por el individuo más cerca se encuentra este de lo Eterno. La fuerza separativa es el poder de la individualización y del arraigo del sentido del ego. Cuanto más se reduce hasta la nada o se amplía hasta lo Infinito este sentido separativo, más amplios y profundos son la luz y el gozo percibidos y experimentados. De aquí se desprende claramente que, excepto en ese método grandioso y apasionado de lograr la Autoexperiencia Inmediata, el proceso de Autodescubrimiento debe ser progresivo, y que nadie puede ascender a un estado de conciencia superior sin cumplir las condiciones de los estados inferiores, menores y más toscos. Hay que satisfacer las exigencias de los estados de manifestación más limitados antes de poder alcanzar el Ser Metafísico más elevado. Un discernimiento más riguroso puede rechazar la idea de un proceso progresivo en la Realidad; pero en todos los estados relativos hay proceso, y este es válido mientras persista la dualidad. Sin embargo, para aquel cuyo corazón le lleva a actuar según la ley inmortal de la Vida Infinita, todo está bien. Ninguna enfermedad, física o mental, podrá atacarle nunca.
El camino hacia la beatitud
El ser humano moderno, por muy culto que sea, olvida este importante factor. Se ha negado a caminar libremente, según la Naturaleza Espiritual, y ha hecho todo lo posible por centrarse en el estado de naturaleza individualizada. El sufrimiento del mundo actual puede atribuirse a esta tendencia constrictiva del ser humano, que siempre está intentando bloquear el sendero de la expansión de la conciencia espiritual. El caso de la ciencia material y la psicología, todavía inmaduras, puede mencionarse aquí en particular como una de las fuerzas que obstruyen el feliz proceso del descubrimiento de la Verdad. Los males causados por los métodos educativos equivocados, las luchas políticas y sociales, la maldad individual y la degeneración del mundo se deben todos al único y terrible hecho de que la humanidad se ha vuelto en contra de la ley de la Realidad Espiritual. Mientras no se aplaque esta tendencia autodestructiva de la mente humana y no se le muestre al ser humano el modo correcto de proceder, el infeliz mundo deberá resignarse a su suerte. El remedio consiste en recurrir con seriedad al método directo de realizar ese Descubrimiento aquí y ahora.
La humanidad tiene que ser cien por cien espiritual. Por supuesto, hay que considerar que los que crean que en su acto de Autodescubrimiento están siendo injustos con el mundo no han superado la credulidad de la infancia. Porque han olvidado que el Sí Mismo que es lo Absoluto incluye todo el Universo y lo trasciende ampliamente. Es la obtención de todo, no la pérdida de nada. El bienestar de la sociedad radica en su espiritualidad. La sociedad es una formación de cuerpos realizada por el vínculo espiritual inconsciente que existe entre los seres que pertenecen al mismo género o especie. El vínculo es más fuerte entre los que piensan igual y practican la misma conducta. El vínculo más fuerte es el que se produce entre los que se encuentran en el mismo nivel de profundidad de conciencia. Todo esto es un débil reflejo de la naturaleza esencial indivisible de la Existencia, que es Una. Los seres humanos tienen que conocer y actuar según esta ley espiritual, y su aceptación no debe ser solo un asunto de investigación académica sino la base de la vida diaria de todos. La unidad del mundo precisa un sentimiento de unidad de corazón entre sus habitantes. Esta es la exigencia de nuestra época. Esta es la tarea de nuestros jefes políticos y religiosos. Esto es lo que va a preparar el terreno para la bienaventuranza del Universo entero.
Las Upanishad son los faros que nos guían en esta búsqueda suprema. Entendámoslas y sigámoslas con sinceridad, fe, calma, seguridad y constancia.