Extractos - Enrique Martínez Lozano
Cuando decimos "Dios"
Por Enrique Martínez LozanoMe parece que la mejor manera de empezar este apartado puede ser recordando las conocidas palabras de Martin Buber:
«Dios: “Dios” es la más preñada de las palabras de los hombres. Ninguna ha sido tan manchada ni machacada. Precisamente por eso no puedo prescindir de ella. Generaciones de hombres han arrojado sobre esta palabra el peso de su vida angustiada o la han pisoteado contra el suelo; yace en el polvo y lleva el peso de todos ellos. Generaciones de hombres han rasgado la palabra con sus partidismos religiosos; han matado o muerto por ella; lleva las huellas digitales y la sangre de todos ellos. ¿Dónde podría encontrar yo una palabra que se le asemejara para designar lo supremo?... Debemos respetar a los que la prohíben, porque se rebelan contra la injusticia y la sinvergüencería de aquellos que invocan a “Dios” para justificarse. Pero no podemos renunciar a ella... Nosotros no podemos ni purificar ni restaurar la palabra “Dios”. Pero podemos, esté manchada o desgarrada, levantarla del suelo y ponerla de pie sobre una hora de gran preocupación».
“Dios” es una palabra desgastada, porque hemos abusado de ella, usándola como un comodín; porque hemos proyectado en ella lo mejor y lo peor de nosotros mismos, haciéndola a nuestra medida; y, quizás sobre todo, porque tras ella hemos “imaginado” ―y, de nuevo, proyectado― un “Individuo Todopoderoso”.
Sin duda, las dos trampas que acechan permanentemente a la persona religiosa son la proyección y la manipulación de lo divino: hacemos un dios a nuestra imagen y en nuestro beneficio. La perversión (inconsciente) que puede derivarse de aquí salta a la vista. (1)
Parece claro que ambas trampas nacen de una raíz común. Si se me permite un juego de palabras, diría que la mente proyecta a Dios y el yo lo manipula a su gusto. ¡Y todo esto sin darse cuenta..., O incluso desde una autoconciencia “muy religiosa”!
Pero el hecho es que “mente” y “yo” son realidades equivalentes. El yo no es más que la mente “personalizada”, al apropiarse de sus propios contenidos mentales. Por tanto, la raíz, en realidad, es única. Y sólo desenmascarándola lograremos desactivar las trampas a que me refería.
La mente es dualista y no puede no serlo. Porque toda su actividad es posible gracias a la separación inicial sujeto/objeto. Por tanto, para ella, únicamente existen objetos separados, es decir, “individuos”. Aquí está la explicación de los problemas que los humanos tenemos cuando decimos “Dios”.
En efecto, al pensar o decir “Dios”, no podemos sino pensar en “un Ser” separado, es decir, en un individuo, al que luego dotamos de todos los atributos que nuestra mente imagina como “divinos”.
Si es cierto, como parece, que el término “Dios” (Theos, Deus, Dieu, Dio...) proviene del sánscrito “dev”, ahí mismo podemos encontrar una explicación de lo ocurrido. “Dev” significa “luz” o, más exactamente, “luminosidad que atraviesa lo opaco” y que, por tanto, en todo se manifiesta. Así sería como algunos de nuestros antepasados designaron la experiencia inefable que vivieron: una experiencia luminosa, pero también serena, amorosa, plena... La Realidad que captaron en aquella experiencia la llamaron “Dev” (Luminosidad).
Sin embargo, posteriormente, como suele ocurrir, la palabra adquirió vida propia y terminó objetivando aquel Misterio o Realidad inapresable como si de un ser individual se tratara. La Realidad luminosamente plena quedó convertida en un individuo separado. Y nos resulta fácil entenderlo: la mente no podía hacer otra cosa. Si además tenemos en cuenta que el “individuo” es, en el nivel mental, el valor más alto, no es de extrañar que lo aplicáramos a la Divinidad tan rápidamente.
Con todo esto, quiero dar a entender una sola cosa: en el modelo dual (mental) de conocer, Dios no puede ser considerado sino como un “Individuo separado”, con diferente modalidad según los niveles de conciencia. En el nivel mágico, Dios será percibido como el gran Mago, cuya voluntad podemos atraer a nuestro servicio; en el mítico, como un ser distante e intervencionista, al que apelar en aquellas circunstancias donde aparece nuestra impotencia; en el racional, como un “Tú” personalizado e incluso íntimo, con quien dialogar... Pero el modelo mental (dual) no puede dar más de sí.
En el modelo no-dual, por el contrario, todo queda modificado..., porque se modifica el propio perceptor. En este modelo, la mente queda “detenida”, acallada ―algo que siempre han experimentado los místicos, de todas las épocas y todas las latitudes―, y emerge el Silencio, con una percepción radicalmente distinta: nada está separado de nada. Todo es un “juego” de formas en las que se expresa constantemente el Misterio de Lo que es.
¿Significa esto que hemos “perdido” a Dios? Al Dios que pensaba nuestra mente, sin ninguna duda; era sólo una proyección suya. Y es ahora cuando podemos percibir que Dios no puede ser considerado nunca como un individuo, es decir, un Ser separado, “al margen” del cual pudiera existir algo. Si Dios es Lo que es y hace ser, ¿cómo podría ser Algo/Alguien “al lado” de lo que es?
Lejos de aparecer como un “ser separado”, empezamos a percibir a Dios como la Mismidad de todo lo que es, el núcleo último constituyente de todo lo real; lo Real mismo manifestándose y expresándose de infinitas y admirables formas y maneras..., sin que pueda haber nada al margen de él.
Lo característico de esta nueva percepción no-dual ―transpersonal o mística― es precisamente la no-separación. Esto no niega que la persona, en tanto en cuanto se percibe como “yo”, pueda dirigirse al Misterio de lo Real llamándolo “Tú”; conscientes de donde venimos y donde estamos, esa actitud me parece, no sólo legítima, sino valiosa..., a condición de no caer en la trampa de pensarlo separado.
Por decirlo de un modo más tajante: si en el modelo mental, Dios es el Señor “separado”, en el no-dual, Dios y nosotros (Dios y todo lo real) somos no-dos.
Entre el dualismo insostenible, inevitablemente característico del modelo mental, y el panteísmo (o monismo) simplista, que no da razón de la variedad evidente, la no-dualidad, no sólo aparece como la percepción más ajustada, sino ―esto es más importante― al alcance de cualquier persona que aprende a silenciar la mente.
La mente es una herramienta admirable, así como uno de los logros más altos de toda la evolución; sin embargo, la identificación con ella (eso es el yo) constituye un velo opaco que deforma y desfigura la realidad. Al silenciarla, descorremos ese velo, y aparece la comprensión. (2)
Es fácil reconocer que, con el cambio del modelo mental por el no-dual, cae por tierra cualquier imagen antropomórfica de Dios; esas imágenes que han sido (son) objeto del rechazo de tanta gente que se niega a ver a Dios como un Individuo, por todopoderoso que se le designe; imágenes que, por esa misma razón, han generado tanto ateísmo.
Pero después de un cambio de tal envergadura ―puede preguntarse la persona religiosa―, ¿se sigue “creyendo” en “Dios”? Los entrecomillados hablan por sí solos. Porque se ha modificado lo que entendemos por “creer” y por “Dios”.
Personalmente, diría que el “creer” se ha traducido en un reconocer, estar, vivir («en Él somos, nos movemos y existimos»: Hech 17,28)..., porque, como ha escrito Ken Wilber, al acallar la mente y experimentar «la simple sensación de Ser..., la omnipresente conciencia Divina plenamente iluminada no es difícil de alcanzar, sino imposible de evitar».
Y “Dios” es lo Real mismo, que todo lo alienta y en todo se muestra, en una no-dualidad, que no es confusión panteísta, pero tampoco personalismo individualista. Dios es Lo Que Es, Presencia atemporal, Plenitud y Vida, Ser... del que nada está separado. Por eso, lo vemos ―aunque no lo reconozcamos― en todo aquello con lo que nos encontramos, en todo aquello que vivimos, sin excepción.
Tiene razón Willigis Jäger cuando dice que Dios no quiere ser adorado, sino vivido. El “dios mental”, “Señor todopoderoso”, reclamaba atención y exigía sumisión. Al quitar el velo de la mente, empezamos a percibir que Dios no es sino el Darse mismo permanente que, dándose, se está viviendo en cada una de las formas: cada uno de nosotros somos formas en las que Dios quiere vivirse.
Como dice Javier Melloni, «nuestra existencia [podríamos añadir: cada forma] es el éxtasis de Dios, la joya infinita de Dios. ¿Qué me priva de gozar de lo mismo que Dios goza y es para él joya?».
¿Significa esto que Dios no es “persona”? He aquí un ejemplo de pregunta falsa, en cuanto sólo tiene sentido en el modelo mental de conocer, pero no en éste. Porque, aun sin entrar en la discusión sobre el concepto mismo de “persona”, es fácil percibir que Dios trasciende cualquier categoría. Si hubiera que emplear un término ―mental, también, al fin y al cabo; no tenemos otros, todavía―, no sería el de “personal” o “impersonal”, sino el de “transpersonal”. Cuando el místico afirma que Dios “no es persona”, no está abogando por una idea “impersonal” de Dios ―inferior a lo personal―; lo que está diciendo es que transciende infinitamente ese concepto y lo que con él se quiere expresar.
Con todo esto, ¿qué significa “creer en Dios”, en esta nueva perspectiva? Para empezar, reconocernos en la Identidad ilimitada y compartida. Trascender la identidad egoica, dejar de confundir el “papel” (yo) con el “actor” (la Identidad ilimitada), para reconocer y experimentar, superando esa confusión, que nuestra auténtica identidad no se expresa como “yo soy esto...”, sino sencillamente como “Yo Soy”. Dicho de otro modo: lo Totalmente Otro es, al mismo tiempo, la Mismidad de lo que siempre ha sido y somos sin saberlo, en la No-dualidad.
Así se expresa la espiritualidad... Y de esta búsqueda creciente somos testigos. Lo que parece imposible es que personas que van atisbando el modelo no-dual ―aunque ni siquiera sean conscientes de ello― puedan decir “Creo en Dios”, si piensan en él como un Ser-Individuo separado. Es su propio nivel de conciencia el que no se lo permite. Y ésta es, en mi opinión, una clave importante para entender el masivo ateísmo moderno, particularmente entre los jóvenes, en nuestro medio sociocultural. De hecho, soy testigo de que personas que no pueden creer en ese Dios-Individuo separado, conectan fácilmente con propuestas de genuina búsqueda espiritual, que encuentran profundo eco en su interior.
- He analizado estas trampas en E. MARTÍNEZ LOZANO, ¿Dios hoy? Creyentes y no creyentes ante un nuevo paradigma, Narcea, Madrid 2005, pp.65ss.
- Se entiende bien la sabiduría que encierra la expresión de san Juan de la Cruz: «Y no supe», con frecuencia repetida en sus escritos. El místico ha experimentado, simultáneamente, el Descanso y la Sabiduría que se encierran en el No-saber: sólo cuando se renuncia a “saber con la mente”, aparece la comprensión, porque mientras se permanece en la mente no es posible superar el erróneo dualismo. Quien lo ha experimentado ya no necesita “saber”; y comparte la afirmación sanjuanista: «Entreme donde no supe, y quedeme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo». Ahora bien, para acceder a ello se requiere “aguantar” la frustración que supone para la mente reconocer que hay otro saber más alto (o más profundo), al que ella no puede acceder. Es lo que se aprende a vivir en la práctica de la meditación.