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Extractos - Mónica Cavallé

La corriente única de la Vida

Por Mónica Cavallé
Mónica Cavallé

Ocho son las formas visibles de mi naturaleza: tierra, agua, fuego, aire, éter, mente, razón y conciencia del "yo". / Pero aún mucho más allá de mi naturaleza visible está mi Naturaleza superior, el fundamento de la vida, gracias al cual este universo tiene existencia. / Todas las cosas dotadas de vida obtienen su vida de esta Vida. Yo soy el principio y el final de todas las cosas que existen. / En todo este inmenso universo no hay nada que sea superior a Mí. Soy el soporte de todos los mundos del mismo modo que el hilo mantiene juntas todas las perlas del collar. Soy el sabor de las Aguas Vivas, soy la luz de la Luna y del Sol [...] Soy el sonido del silencio; la fortaleza de los hombres. / Soy la fragancia pura que desprende la tierra. Soy el resplandor del fuego. Soy la vida de todas las criaturas vivas, y la austeridad en aquellos que fortalecen su alma. / Soy, y desde siempre he sido, la semilla eterna de todos los seres. Soy la inteligencia del inteligente. Soy lo bello de la belleza. / Soy la fuerza de los vigorosos [...]. Soy el deseo [...]

Bhagavad Gita VII, 4-11

Las palabras "Dios" y "Ser" han sido tan desvirtuadas en nuestra cultura por una religión y una filosofía alejadas de la sabiduría, que es preciso, de cara a comprender la naturaleza del Tao (1), acudir a términos o metáforas menos contaminadas y más vinculadas a nuestra experiencia directa. A ello nos puede ayudar la palabra "Vida".

No es posible escapar de la Vida. Nadie puede concebirla como algo "Otro", distinto del mundo y de sí mismo. Somos la Vida. O, más propiamente, Ella nos es. No hay que demostrarla; su realidad no precisa ser objeto de sesudas discusiones filosóficas ni de disputas teológicas. Nadie puede negarla, porque es la misma esencia y realidad de quien la niega. Si no puede ser conocida como un objeto, no es por su lejanía o extrañeza, sino por su absoluta cercanía. ¿Cómo puede el pensamiento comprender Aquello que piensa en él? ¿Cómo el ojo puede ver Aquello que ve a través de todos los ojos y que posibilita y sostiene la visión?... No es un Ideal supremo que alcanzar, porque todo está permeado por Ella; y Ella, a su vez, no tiene más fin que Sí misma. No puede ser objeto de un credo, porque lo más evidente y directo no precisa ser objeto de fe. No requiere de ritos que mendiguen su atención, porque nuestro rito y nuestra petición son ya de hecho una manifestación de la Vida. El único ritual que le es acorde es aquel que la celebra y que, al hacerlo, permite comprender Su íntimo sentido, porque la Vida es una constante celebración de Sí misma. La Vida no es lo sagrado frente a lo mundano o lo profano, porque la Vida es todo y es indisociable de sus manifestaciones. El vuelo de un ave es sagrado si se sabe ver en él una expresión de la Vida. Una brizna de hierba también lo es, porque su esencia, el Tao, es inmortal. Y no es más sagrado un templo que la intimidad de nuestro dormitorio, la calle por la que diariamente transitamos o un valle sesteando al Sol, siempre que se comprenda que todos esos espacios son símbolos del único Espacio en el que todo acontece: la Vida.

La corriente única de la Vida

Lo que llamamos "mundo" son las olas del océano del Tao. Nuestra mente ordinaria, en complicidad con los sentidos, solo puede conocer esas olas fugaces y volubles. Pero más allá de ese vaivén, posibilitándolo y sosteniéndolo, la Vida, insondable, ilimitada, inagotable, permanece.

Solo es el Tao, la Vida. Este mundo cambiante propiamente no es: sucede, acontece en el seno de lo único que es, como la onda que surge, espontánea y fugaz, en la quietud de un estanque.

Todo ser corporal es un acontecer, no una sustancia.

Plotino

Cuando contemplamos las ondas que se forman en la superficie del océano del Tao, nos es dado conocer el mundo de las diferencias. Cuando advertimos que esas ondas son la expresión mudable de un único océano, sabemos de la unidad. De nuevo, no hay dilema o conflicto ―como nos ha hecho creer tantas veces la filosofía teórica― entre unidad y diferencia, como veíamos que no lo hay entre ser y devenir, apariencia y realidad.

Explícitamente, en el nivel de realidad accesible a nuestra mente ordinaria, somos diferentes. Implícitamente, en nuestra esencia, estamos unidos, somos uno. La Unidad se manifiesta y se celebra como diferencia. La realidad íntima de la diferencia es la Unidad.

En el reconocimiento de esta Unidad que late en las diferencias y que es la realidad íntima de las diferencias, radica, según la sabiduría, la culminación del conocimiento y la llave de la liberación. Descubrir esa Totalidad esencial que nos sostiene, superar la ilusión óptica que nos hace creer que nuestra vida es sustancialmente otra que de la de los demás, que el "yo" es esencialmente diferente del "tú", que nuestra inteligencia particular es distinta de la inteligencia que advertimos en la naturaleza, es el comienzo de la verdadera vida y la puerta de la plenitud. Pues descubrir que somos uno con la totalidad de la Vida es sabernos básicamente plenos, "totales".

Sólo hay Vida. No hay nadie que viva una vida [...] pero en el seno de la Vida misma surge en la mente un pequeño torbellino que se complace en fantasías y se imagina a sí mismo dominando y controlando la Vida.

Nisargadatta

No hay vidas. Hay una única Vida. La totalidad del universo es un gesto único de la Vida. Cada realidad particular es parte de ese gesto; comparte con las demás un mismo sentido, una misma intención gestual. Por eso, el universo en su integridad y cada una de las cosas y de los hechos que lo componen, en una oculta connivencia, están apoyando y sosteniendo nuestra existencia.

No somos nosotros los que vivimos. La única Vida vive en nosotros. El sabio no siente que "viva su vida", pues se sabe vivido por la corriente única de la Vida. No se siente en último término responsable de lo que él es ―¿quién ha elegido ser quien es?― Y descansa en esta certeza, sorprendido y maravillado ante la obra que la Vida realiza a través de él y a través de todo lo existente.

En la medida en que permanecemos absorbidos en la apariencia de la realidad e identificados con nuestra propia apariencia, esa totalidad o plenitud esencial nos parecerá ajena a nuestra experiencia cotidiana; será, efectivamente, algo "Otro" que situaremos en un "más allá". Cuando despertamos a la realidad de esa única Vida, y comprendemos que es Ella nuestro verdadero Yo ―lo que es, piensa, quiere y actúa en nosotros―, ese supuesto "Otro" se nos revela como lo más propio, y corno la verdad y la realidad íntima de todo "aquí" y de todo "ahora".

No estamos arrojados a la vida, a la existencia; esta imagen es muy desacertada y el origen de una ilusoria enajenación. Somos expresiones de la Vida, estamos siendo sostenidos por Ella. Y, por eso, no hay nada distinto de nuestro propio Ser que nos pueda dañar.

Sólo cuando nos sabemos moradores del Tao, estamos en casa. Sólo cuando estamos en el mundo sin ser de él, siendo habitantes del Tao, podemos descansar.

 

Todo lo que sucede es expresión de una única acción, la de la Vida. El mundo natural expresa ineludiblemente ese único obrar. Es el Tao el que hace que el capullo se abra en flor, que el polluelo quiebre el cascarón en el momento justo, que el Sol complete su ciclo cada día; ellos no han de hacer nada por sí mismos para lograr tal cosa. Ahora bien, el ser humano, puesto que es auto-consciente, no se limita a ser cauce de la acción del Tao, sino que puede saber de Este y puede saberse partícipe de esa actividad espontánea de la Vida ―que sucede a través del individuo, pero no en virtud de él―. Puede encauzarla, respetarla, apoyarla, o bien resistirse a ella y distorsionarla, pero no crearla ni originarla.

[...] El yo particular es un colaborador, por ser auto-consciente, pero no un hacedor. Es un cauce, pero no un origen. Es un cocreador, pero no un creador. En la medida en que el individuo no crea, es pasivo; en la medida en que esa creación solo puede expresarse plenamente a través de él si se mantiene vigilante, es máximamente activo.

Pero ¿por qué la sensación de ser el hacedor último, no un cocreador, sino un creador, es algo tan arraigado en el yo superficial? El ser humano, como acabamos de señalar, frente a las demás realidades naturales, tiene la peculiaridad de ser auto-consciente, de poder saber de sí y reflexionar sobre sí. Por eso, cuando surge un pensamiento (emoción, impulso, etcétera) en el ámbito de su conciencia, sabe que ese pensamiento ha surgido. Este movimiento circular de la reflexión es la "grieta" por la que se cuela el yo superficial para apropiarse de lo que ha sucedido espontáneamente. El yo superficial, a posteriori, dice: yo pienso, yo siento, yo quiero...; se apropia de cada acción, pensamiento, sentimiento, deseo... Pero no es él el agente, autor o responsable último de todo ello, aunque así lo crea.

Estamos tocando una cuestión esquiva en la que profundizaremos en capítulos posteriores. Basta, de momento, con que comencemos a vislumbrar qué quiere expresar la sabiduría cuando afirma que hay una única Vida, una única Inteligencia, una única Voluntad, un único Yo, que se manifiesta en todo y a través de todo, también en lo que tendemos a concebir como nuestro pensamiento particular y nuestra voluntad independiente y autónoma.

Todo es la expresión inequívoca de esa Inteligencia. El ser humano, a diferencia de otras manifestaciones de la vida ―mineral, animal, vegetal...―, no se limita a ser una expresión de la Razón única. Tiene la capacidad, además, de ser conscientemente uno con Ella. Puede saberse partícipe en la danza de la Vida. Pero no puede disociarse de Esta, aunque así lo crea.

Común a todos es la inteligencia.

Hráclito, fragmento 113

Hay una inteligencia común a todos los individuos humanos. Cada hombre es una entrada a esa inteligencia y a cuanto en ella existe.

R.W. Emerson

Pero, como lamenta Heráclito:

... aun siendo el Logos general a todos, la mayoría vive como si tuviera una inteligencia propia particular.

(Fragmento 2)

Todo está vivo. Todo es Mente

Hay una única Inteligencia ―nos enseña la sabiduría―, de la cual nuestra inteligencia particular es expresión. El Tao, el Logos, no es una energía o fuerza ciega, es Vida y es Inteligencia. En otras palabras, no hay nada inconsciente o muerto. Todo está vivo; todo es inteligente.

La Inteligencia o Conciencia única se manifiesta en las realidades no humanas ―en el mundo animal, vegetal, mineral, etc.― de una forma inferior, jerárquicamente, al modo en que se manifiesta en el ser humano, pues, como acabamos de señalar, solo el hombre es auto-consciente. Es esta diferencia jerárquica la que nos lleva a calificar el mundo natural ―muy en particular, el mundo vegetal y mineral― de no inteligente o de inconsciente. Pero, en realidad, la Inteligencia y la Conciencia no son una manifestación particular dentro del cosmos cuya "sede" sea el hombre, sino el entramado y la sustancia misma del universo. No son un producto tardío de la evolución del cosmos ―aunque sí lo sean la inteligencia y auto-conciencia específicas del homo sapiens―, sino su mismo origen, naturaleza y sustrato, Pues...

Nada puede elevarse más alto que su origen; nada se desenvuelve a no ser que esté envuelto; nada se manifiesta en el efecto a no ser que esté en la causa.

El Kybalion

El Tao es Inteligencia y Vida. Es Logos o Razón, afirmaba la Grecia antigua. Es Mente viviente, sostiene la enseñanza hermética. Es Conciencia, nos dice el pensamiento de la India.

[...] el cosmos no es engendrado según el tiempo, sino según el Pensamiento.

Heráclito, A 10

Brahman es Conciencia.

Aitareya Upanishad III, 5, 3

De aquí la metáfora unánimemente presente en todas estas tradiciones: lo que llamamos mundo es algo así como un pensamiento del Todo, un sueño de Brahman, una ideación de la Mente universal. Sin esa Mente, sin la Conciencia única, ese "pensamiento ―el mundo― no sería. La sustancia de ese "pensamiento" que llamamos "mundo" es la Mente única que lo piensa.

El universo es mental, sostenido en la Mente del Todo.

El Kybalion

El universo, por ser una serie ininterrumpida de percepciones de Brahman, no es otra cosa que Brahman.

Shamkara
Notas:
  1. Este principio único, fue denominado por el pensamiento griego antiguo Logos. El pensamiento índico lo denominó Brahman. El pensamiento extremo-oriental, Tao. La sabiduría hermética, a su vez, lo ha designado frecuentemente como el Todo. (Mónica Cavallé, La Sabiduría Recobrada, pág. 88)
Fuente: Mónica Cavallé, La sabiduría recobrada - Filosofía como terapia (Kairós, 2012)