Ruta de Sección: Inicio > Artículos >Extractos > Artículo

Extractos - J. Krishnamurti

Conciencia y comprensión

Por J. Krishnamurti
J. Krishnamurti

Conocernos a nosotros mismos, sin duda significa conocer nuestra relación con el mundo, no sólo con el mundo de las ideas y de las personas, sino también con la naturaleza, con las cosas que poseemos. Eso es nuestra vida; la vida es la relación con todo. ¿Y exige especialización el comprender esa relación? Evidentemente no. Lo que se requiere es una clara conciencia para hacer frente a la vida en su totalidad. ¿Cómo se puede ser consciente? Ese es nuestro problema. ¿Cómo va uno a tener esa clara conciencia, si es que puedo usar ese término sin que signifique especialización? ¿Cómo va uno a ser capaz de enfrentarse a la vida como un todo? Ello implica no sólo relaciones personales con el prójimo sino también con la naturaleza, con las cosas que poseéis, con las ideas, y con las cosas que la mente elabora, tales como ilusiones, deseos, y lo demás. ¿Cómo puede uno tener conciencia de todo ese proceso de relaciones? Eso sin duda es nuestra vida, ¿no es así? No hay vida sin relación; y comprender esa relación no significa aislamiento. Ello requiere, por el contrario, un pleno reconocimiento o comprensión del proceso total de la vida de relación.

¿Cómo va uno a tener esa clara conciencia? ¿Cómo nos damos cuenta de alguna cosa? ¿Cómo os dais cuenta de vuestra relación con una persona? ¿Cómo percibís los árboles, el canto de un pájaro? ¿Cómo os dais cuenta de vuestras reacciones cuando leéis un periódico? ¿Y acaso nos damos cuenta de las respuestas superficiales de la mente, así como de las respuestas intimas? ¿Cómo nos damos cuenta de cualquier cosa? Primero, sin duda, nos darnos cuenta de una respuesta a un estímulo, lo cual es un hecho evidente. ¿No es así? Yo veo los árboles, y hay una respuesta; luego viene la sensación, el contacto, la identificación y el deseo. Ese es el proceso corriente, ¿verdad? Podemos observar lo que de hecho ocurre, sin estudiar ningún libro.

Así que por la identificación, sentís placer y dolor. Y nuestra "capacidad" es ese interés por el placer y por evitar el dolor, ¿no es así? Si algo os interesa, si os brinda placer, inmediatamente surge la "capacidad"; hay inmediata comprensión de ese hecho; y si es doloroso, se desarrolla la "capacidad" para evitarlo. De modo que, mientras dependamos de la "capacidad" para comprendernos a nosotros mismos, creo que fracasaremos, porque la comprensión de nosotros mismos no depende de capacidad alguna. No es una técnica que, a fuerza de pulirla constantemente, desarrolláis, cultiváis y acrecentáis a través del tiempo. Esta comprensión de uno mismo puede ponerse a prueba, seguramente, en la vida de relación. Puede ponerse a prueba en nuestra manera de hablar, en nuestro modo de conducirnos. Observaos simplemente, sin condenar, sin ninguna identificación, sin comparación alguna. Observad simplemente, y veréis que ocurre algo extraordinario. No sólo ponéis término a una actividad que es inconsciente ―porque la mayoría de nuestras actividades son inconscientes―, no solamente le ponéis término, sino que, además, os dais cuenta de los motivos de esa acción, sin tener que investigar nada más.

Cuando tenéis una clara conciencia veis el proceso total de vuestro pensar y de vuestra acción; pero esto puede ocurrir tan sólo cuando no hay condenación alguna. Cuando yo condeno algo, no lo comprendo; y este es un modo de evitar toda comprensión. Creo que la mayoría de nosotros lo hace adrede; condenamos inmediatamente y creemos haber comprendido. Si en vez de condenar algo, lo consideramos, nos damos cuenta de lo que es, entonces el contenido de esa acción, su significado, empieza a revelarse. Experimentad con esto y lo veréis por vosotros mismos. Daos cuenta simplemente, sin sentido alguno de justificación; lo cual podría aparecer más bien negativo, pero no lo es. Por el contrario, tiene la cualidad de la pasividad, que es acción directa. Esto lo descubriréis si lo ponéis a prueba.

Después de todo, si queréis comprender algo debéis estar pasivos, ¿no es así? No podéis continuar pensando en ello, especulando al respecto, poniéndolo en tela de juicio. Tenéis que ser lo bastante sensibles para captar su contenido. Es como si fuerais una placa fotográfica sensible. Si yo deseo comprenderos, tengo que estar perceptivo de un modo pasivo; entonces podéis revelarme lo que sois. Eso, por cierto, no es cuestión de capacidad ni de especialización. En ese proceso empezamos a comprendernos a nosotros mismos; no sólo las capas superficiales de nuestra conciencia, sino las más profundas, lo cual es mucho más importante; porque es allí donde están nuestros motivos e intenciones, nuestros ocultos y confusos deseos, ansiedades, temores, apetitos. Puede que exteriormente tengamos dominio sobre todo eso, pero en nuestro interior todo eso está en ebullición. Mientras no lo hayamos comprendido por completo, mediante una clara conciencia, es evidente que no puede haber libertad, no puede haber felicidad ni inteligencia.

¿Es la inteligencia cuestión de especialización? Entendemos por inteligencia la comprensión total de nuestro proceso. ¿Y ha de cultivarse esa inteligencia mediante alguna forma de especialización? Porque eso es lo que ocurre, ¿verdad? El sacerdote, el médico, el ingeniero, el industrial, el hombre de negocios, el profesor ― todos nosotros tenemos la mente puesta en la especialización.

Creemos que para realizar la más alta forma de inteligencia ―la verdad, Dios, lo indescriptible― tenemos que hacernos especialistas. Estudiamos, buscamos a tientas, investigamos, y con mentalidad de especialistas o acudiendo al especialista, nos estudiamos a nosotros mismos para desarrollar una capacidad que nos ayuda a aclarar nuestros conflictos, nuestros sufrimientos.

Nuestro problema ―si estamos alerta― consiste en saber si los conflictos, los sufrimientos y el dolor de nuestra existencia diaria pueden ser resueltos por otra persona; y si no puede, ¿cómo podremos abordarlo nosotros? Es obvio que, para comprender un problema, se requiere cierta inteligencia; y esa inteligencia no puede derivarse de la especialización ni cultivarse mediante la especialización. Surge tan sólo cuando percibimos de un modo pasivo el funcionamiento total de nuestra conciencia, lo cual consiste en darnos cuenta de nosotros mismos sin opción, sin escoger entre lo bueno y lo malo. Cuando estéis pasivamente alerta veréis que, como consecuencia de esa pasividad ―que no es pereza, que no es somnolencia sino extrema alerta― el problema tiene un sentido completamente distinto; y ello significa que no hay ya identificación con el problema, y, por lo tanto, no hay juicio alguno; y así el problema empieza a revelar su contenido. Si podéis hacer eso constantemente, en forma continua, todo problema puede ser resuelto de manera radical, no superficialmente. Y esa es la dificultad, porque la mayoría de nosotros somos incapaces de estar conscientes de una forma pasiva, dejando que el problema revele su significado sin que lo interpretemos.

No sabemos cómo observar un problema desapasionadamente. Por desgracia, no somos capaces de hacer eso, porque queremos que el problema nos brinde un resultado, deseamos una respuesta, buscamos un fin; o tratamos de interpretar el problema de acuerdo con nuestro placer o dolor; o ya tenemos la respuesta de cómo enfrentarnos con el problema. Por lo tanto abordamos un problema, que siempre es nuevo, con el método viejo. El reto, el estimulo, es siempre lo nuevo, pero nuestra respuesta es siempre el pasado; y nuestra dificultad consiste en enfrentarnos al reto adecuadamente, esto es, plenamente. El problema es siempre un problema de relación: con las cosas, con las personas, con las ideas. No existe otro problema. Y para hacer frente a este problema de relación, con sus exigencias siempre variables, para afrontarlo como es debido, adecuadamente, tiene que estar alerta de un modo pasivo; y esa pasividad no es cuestión de voluntad, de determinación, de disciplina. El darnos cuenta de que no estamos en actitud pasiva es el comienzo. En ser conscientes de que deseamos una respuesta determinada a un problema determinado, está, sin duda, el comienzo; es decir, en conocernos a nosotros mismos en relación con el problema, y cómo lo abordamos. Entonces, según vamos conociéndonos a nosotros mismos en relación con el problema ―cómo respondemos, cuáles son nuestros diversos prejuicios y exigencias, qué perseguimos al hacer frente al problema―, esta comprensión revelará el proceso de nuestro propio pensar, de nuestra propia naturaleza interior; y en ello hay liberación.

Lo importante, sin duda, es darse cuenta sin opción, porque la opción trae conflicto. El que escoge está confuso, y por eso escoge; si no está confuso, no hay elección. Sólo la persona que está confusa escoge lo que hará o no hará. El hombre sencillo que ve con claridad no escoge; lo que es, es. La acción basada en una idea es evidentemente resultado de la opción, y dicha acción no es libertadora; por el contrario, sólo crea más resistencia, más conflicto, de acuerdo con ese pensar condicionado.

Lo importante, en consecuencia, es estar alerta de instante en instante sin acumular la experiencia proveniente de esa comprensión; porque, en cuanto acumuláis, sólo os dais cuenta de acuerdo con esa acumulación, con esa pauta, con esa experiencia. Es decir, vuestra comprensión está condicionada por vuestra acumulación, y, por lo tanto, ya no hay observación sino simplemente interpretación. Donde hay interpretación, hay opción, y la opción genera conflicto; y en el conflicto no puede haber comprensión.

La vida es cuestión de relación; y para entender esa relación, que no es estática, tiene que existir una comprensión que sea flexible, alerta y pasiva, no agresivamente activa. Y, como ya lo he dicho, esa comprensión pasiva no se produce mediante ninguna disciplina o práctica. Consiste simplemente en darse cuenta, de instante en instante, de nuestro pensar y sentir, y no sólo cuando estamos despiertos; porque, a medida que lo investiguemos más a fondo, veremos que empezamos a soñar, que empezamos a proyectar a lo consciente toda clase de símbolos, que interpretamos como sueños. Abrimos, pues, la puerta hacia lo inconsciente, que entonces se convierte en lo conocido; mas para encontrar lo desconocido tenemos que traspasar la puerta; ésta, sin duda, es nuestra dificultad. La mente no puede conocer la realidad, porque la mente es el resultado, la acumulación de lo conocido, de lo pasado. La mente, por lo tanto, tiene que comprenderse a sí misma y su funcionamiento, tiene que comprender su realidad; y sólo entonces lo desconocido podrá ser.