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Extractos - Mooji

Bienvenido a satsang

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Mooji

La espiritualidad es la búsqueda de la perfecta comprensión, del descubrimiento del Ser, de la Verdad, y ha de suceder justo en el lugar en el que te encuentras. La Verdad que estás buscando está eternamente presente y, por lo tanto, ya tiene que estar justo aquí.

Pero ¿qué es la Verdad? La Verdad nunca puede ser simplemente un manojo de condicionamientos, de creencias o de conceptos ―por muy sagrados que estos sean―. No es ningún evento ni ningún objeto distinto a ti mismo que se encuentre en alguna cripta sagrada. Para que la Verdad sea Verdad ha de ser inalterable, inmutable, eternamente presente ―aunque en realidad está más allá de toda característica―. No puede ser nada que aparezca o desaparezca, que venga o vaya, pues todo lo que cambia surge de ella y regresa a ella. La Verdad es lo que somos; es nuestra naturaleza fundamental, nuestro Ser esencial. Es el Ser puro, ilimitado, la realidad última. Es la consciencia misma. Pero nos hemos vuelto inconscientes de la magnificencia de nuestra verdadera naturaleza a causa de lo que nos han enseñado, de nuestros condicionamientos y nuestra educación, los cuales presentan una imagen muy distinta de quién somos y de todo lo que creemos.

Si abres tus ojos internos, verás claramente la Verdad que yace justo aquí, dentro de ti, más allá de todo este desplegarse efímero y transitorio de los fenómenos al que llamamos vida. Está más allá de todo cuanto podemos ver o percibir. Cuando digo más allá no me refiero a más allá en términos de distancia, sino más allá en términos de sutileza. La búsqueda de la Verdad no consiste en escapar de las cosas de este mundo sino en comprender claramente su naturaleza efímera. Y ―más que eso― consiste también en descubrir que nuestra verdadera naturaleza es en realidad una quietud inherente, desde la cual percibimos incluso los movimientos y los cambios más sutiles de los fenómenos.

Los que descubren la realidad de su Ser más esencial disfrutan de una sensación de paz, de amor y de sabiduría que constituye su perfume natural. Experimentan su naturaleza esencial como la verdadera libertad. Aquí estás invitado a penetrar en la experiencia directa de esa realidad atemporal a través del método de la autoindagación ―que constituye la esencia de este libro.

Ver desde nuestra verdadera posición, desde nuestro verdadero Ser, conlleva comprender que la aparición de cualquier fenómeno no implica que sea real por y para sí mismo. Para descubrir la Verdad tenemos que buscar a aquel que observa todos los fenómenos. ¿Puede ser visto este último observador?

¡Qué capacidad, qué poder está aquí presente, dentro de nosotros, que nos hace ser capaces de contemplar y de indagar nuestra propia naturaleza esencial con tanta sutileza! A esta forma de investigar la verdad de nuestra naturaleza y nuestro Ser también se la denomina satsang, que significa asociación con la Verdad más elevada. El satsang puede presentarse de muchas formas distintas: sentados ante la presencia física de un maestro, siguiendo las instrucciones de un libro como este, trabajando en el jardín, jugando con nuestros hijos, etc. Cuando tienes los ojos para verlo, cada momento de la vida es en sí mismo un satsang que te llama para que regreses a casa, a tu Ser ilimitado.

Bienvenido a satsang.

El poder de la auto-indagación

En el método de aprendizaje tradicional, de niños, comenzamos siendo sencillos en nuestro conocimiento, y a medida que vamos creciendo, nos volvemos más complejos. Ahora, a medida que buscamos la Verdad y que volvemos el foco de atención hacia nosotros mismos, encontramos mucha complejidad al principio; sin embargo, estamos en el proceso de regresar a nuestra simplicidad original.

Algunos dicen que llegar a la realización del Ser es difícil. Yo estoy aquí para demostraros que es justo lo contrario; se trata de algo exquisitamente natural que no requiere esfuerzo alguno. Podríamos preguntarnos, y con razón: «Si la Auto-indagación es tan directa, entonces ¿por qué no hay más gente que descubra la verdad de quién es realmente?». Como suelo decir, la Verdad es simple, pero aquel que la busca es complejo. Hemos estado pasando por alto lo obvio porque le concedemos demasiada importancia a todo lo que aparece y desaparece en el seno de nuestro Ser. Es como ver tan solo las olas mientras nos perdemos el océano mismo.

La Verdad está aquí, así que vamos a echar un vistazo a lo que la oculta. Este es el poder de la auto-indagación; con ella, lo que estaba oculto queda expuesto rápidamente y lo genuino se revela. Su impacto es tan inmediato que todo lo irreal no tarda en quedar al descubierto en la superficie, haciendo que seamos conscientes de todo aquello a lo que estamos apegados y de si existe en nosotros alguna resistencia al cambio. Destapamos así todos los escondites y los callejones sin salida de la falsa identidad.

Todo queda a la vista en el aquí y ahora. En el campo de energía del satsang se procesa en dos o tres días lo que de otro modo nos hubiese llevado entre siete y diez años. Lo que hacemos aquí es dirigirnos directamente a la raíz, al núcleo de la cuestión. ¿Qué necesidad hay de recomendar prácticas arduas y extenuantes que se prolongan durante años y años cuando lo cierto es que la Verdad está siempre presente como nuestro mismísimo Ser? Lo único que hace falta es que reconozcamos nuestra verdadera posición como el testigo último ―inmutable y carente de forma.

El teatro de la consciencia

La metáfora del despertar resulta muy adecuada cuando hablamos de la realización del Ser, porque todos estamos familiarizados con el hecho de soñar. Si, por ejemplo, soñamos que estamos muertos de sed bajo un sol abrasador en el desierto, ese sol nos parece totalmente real. El miedo, la sed, el deseo de que ocurra un milagro para salvarnos... Todo nos parece real. Sin embargo, en cuanto nos despertamos ¡todo desaparece instantáneamente! Enseguida nos damos cuenta de que ese estado que percibíamos no era más que un sueño.

Diariamente, la consciencia pasa por tres estados: la vigilia, el sueño y el sueño profundo ―cuando estamos dormidos, pero sin soñar―. El estado de vigilia es lo que llamamos normalmente «nuestra vida». Sin embargo, esta vida y todo lo que en ella experimentas, incluyendo el sentido de ser tú mismo, no son más que el contenido y el juego del estado de vigilia.

Si, por ejemplo, te llamas Juan, no puedes ser Juan las veinticuatro horas del día, porque cuando llega el estado de sueño profundo, incluso la sensación «yo soy» desaparece y, con ella, toda consciencia del cuerpo y de la mente. Durante el sueño profundo no eres musulmán, cristiano, judío o hindú, y tampoco eres un hombre o una mujer; en ese estado no hay nada que te acompañe. Pero para que podamos ser conscientes de dicho estado, debe permanecer en él alguna forma sutil de consciencia. Y lo cierto es que todos disfrutamos del sueño profundo. Hasta compramos el mejor colchón que podemos para entrar en este estado en el que nos olvidamos de todo.

¿Qué es lo que nos está diciendo esto? Nos muestra que este hermoso y fascinante estado de presencia ―la consciencia que resplandece en el interior de este cuerpo como el sentido y la sensación «yo soy» y que actúa como el observador imparcial de la manifestación de la vida― no es la realidad última.

Cuando comienzas a reflexionar un poco sobre estas cosas, surge un nuevo entendimiento respecto a lo que denominamos «yo» y respecto a la vida. Empiezas a darte cuenta por ti mismo de que esta consciencia propia del estado de vigilia también es fenoménica ―es decir, también es vista o percibida―. Todas las mañanas nos despertamos de nuestros sueños, pero para estar verdaderamente despiertos debemos despertar también del estado de vigilia.

El estado de vigilia ―nuestra vida diaria― es una especie de teatro de la consciencia en el que aparecemos en el escenario como uno de los actores en esta gran obra teatral llamada Vida. Todo aquello a lo que denominamos «nuestra vida» forma parte de esta función que se representa cada día durante dieciséis horas. A las 6:00 de la mañana suena el despertador. ¡Se encienden las luces y comienza la función! Tan solo un minuto antes, a las 5:59, en el estado de sueño profundo, no te preguntabas en absoluto quién eras. Pero ahora vuelve a surgir el sentido del «yo» y, de algún modo, te adueñas de esa sensación: «Oh, sí; aquí estoy. Soy un ejecutivo y hoy tengo una reunión importante. Todo irá bien». A lo largo del día interactúas con los demás, ríes, lloras, te asustas... Pero, de forma muy similar al público que asiste a la función, tú también eres capaz de verte a ti mismo haciendo aparentemente todas estas cosas.

¿Realmente podemos ser al mismo tiempo actor y público en el despliegue de la vida? Claro que sí, pero para ello previamente tenemos que ser conscientes del verdadero lugar que ocupamos en todo esto como el observador intacto.

Lo que caracteriza al Ser es la pura observación, libre de todo interés propio, y esa es la comprensión a la que han llegado todos aquellos que se han estabilizado en el verdadero conocimiento del Ser. A la luz de la pura consciencia del Ser uno sigue experimentando la vida y el sentido del «tú» y el «yo», pero ahora el impacto de esta sensación de dualidad se hace mucho más superficial en lo que respecta a sus efectos.

El observar neutral de todo lo que surge diariamente en el estado de vigilia es a lo que yo denomino presencia, y la persona misma es también observada en el seno de dicha presencia. Gran parte de la práctica espiritual ―de la satsang― consiste en llevar el ser que se identifica con la persona de vuelta a su estado natural de presencia. El paso final ―que no es un paso en absoluto, sino un reconocimiento no fenoménico― consiste en comprender que en el ver definitivo, la sensación natural «yo soy» o «yo existo» también es fenoménica.

No obstante, excepcional es el que ha ido más allá de este estado sin estado del «yo soy» y ha entrado en ese otro ámbito en el que incluso la presencia «yo soy» es observada. Ahí nos encontramos en el terreno de lo Inefable, la Verdad sin palabras que es nuestra realidad absoluta.

No quiero que creas en nada de todo esto. Quiero que lo seas.