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Sarada Devi (Jayrambati, 22 diciembre 1853 - Calcuta, 20 julio 1920), de nombre de nacimiento Saradamani Mukhopadhyaya, fue una importante líder espiritual hindú. Abrió el camino para que futuras generaciones de mujeres hinduistas pudieran asumir la vida monástica como medio y finalidad de vida.

Esposa del también líder místico Ramakrish-na de la región de Bengala, participó activamente en el desarrollo del movimiento Ramakrishna, por lo cual es conocida y reverenciada por sus seguidores como Santa Madre, al considerarla como la viva reencarnación de la Madre Divina.

De acuerdo con la costumbre que prevalecía en la India en aquellos tiempos, Sarada fue comprometida en casamiento con Ramakrishna cuando era una niña. A la edad de 18 años, ella salió de su hogar paterno para reunirse con su esposo, que estaba viviendo en Dakshineswar, cerca de Kolkata. Para entonces Ramakrishna ya había dedicado su cuerpo y mente a la búsqueda espiritual y vivía la vida de un monje; sin embargo recibió a Sarada con afecto, sintiendo que la Divina Providencia la había enviado.

Luego de brindarle las atenciones necesarias para que ella se recobrara de una enfermedad que había contraído durante el viaje, un día  Ramakrishna le preguntó qué la había traído hasta él. Ella contestó que había venido sólo para ayudarlo en su sendero elegido, que, como ella sabía bien, significaba la completa renunciación de toda atadura terrena para lograr la realización de Dios. Es así como, en lugar de pretender la felicidad de una vida conyugal, ella se convirtió en su primera discípula.

Aunque Sarada Devi era una dínamo espiritual en sí misma, sirvió a Ramakrishna y los discípulos que fueron llegando, en su simple y humilde manera durante varios años. Fue recién cuando Ramakrishna dejó el cuerpo que ella llevó adelante su ministerio espiritual, sirviendo como guía e inspiración del nuevo movimiento espiritual.

Dentro de su natural simplicidad y modestia Sarada Devi estableció un ejemplo único de discípula, esposa, y maestra ideal, así como verdadera madre de sus innumerables hijos espirituales.

Los que conocieron a la Santa Madre quedaron impresionados por su amor incondicional y servicio constante sin el más mínimo trazo de egoísmo. Para ella todos eran sus hijos, sin importar sus nacionalidades, religiones, posición social, ni lo que hubieran hecho en sus vidas. Nadie era rechazado. Ella aceptaba a todos.