Libros - Yolande Durán Serrano
el silencio sana
Una tarde cualquiera en su casa a las afueras de la ciudad, una francesa llamada Yolande Duran-Serrano, que jamás se había interesado por la espiritualidad, se sintió transformada por un silencio abrumador.
Con este libro, la periodista y escritora, Laurence Vidal, nos relata las experiencias de Yolande desde la espontaneidad de aquel primer día, hasta la profunda comprensión actual de su despertar, al tiempo que nos ofrece un fascinante relato de sus propias experiencias.
Siempre es un placer poder leer un libro sobre un despertar espontáneo, sobre todo cuando rezuma tanta claridad y frescor como este y cuando la protagonista lo vive con tal claridad y profundidad: esa paz que se apoderó de Yolande y que le transformó la vida está a la disposición de todos nosotros. Es nuestro estado natural de ser, al que tenemos derecho por el hecho de estar vivos. "El silencio sana" aporta una visión directa de lo que realmente somos.
Stephan Bodian, auntor de Wake Up Now: A Guide to the Journey of Spiritual Awakening.
Yolande Duran-Serrano era una mujer materialista e independiente que tenía un hijo al que adoraba. Un día se sintió sobrecogida por lo que ella denomina "esta cosa" o "silencio". Cómo no sería de profunda su absorción en esa presencia tan fuerte, a la par que infinitamente delicada, que ni siquiera la repentina muerte de su hijo la sacó de ese estado.
Actualmente, Yolande prefiere sentarse en silencio con los buscadores que vienen a conocerla porque, tal y como ella dice: "He conocido a unas cuantas personas y fue muy bonito... ¡Pero el silencio es muchísimo más potente!".
Detalles del libro:
- Título: EL SILENCIO SANA
- Título Original: Le Silence Guérit
- Autor: Yolande Durán Serrano - Laurence Vidal
- Editorial: Trompa de Elefante
- Año de edición: Febrero 2015
Del prólogo, por Laurence Vidal
Laurence Vidal, escritora y periodista, conoció a Yolande en 2008 después de muchos años de búsqueda espiritual, meditación y prácticas de Yoga. Actualmente reside en Suiza con su marido.
Era todo un reto: escribir un artículo sobre algo inefable que se manifiesta a través del silencio y, sobre todo, después de que los buscadores occidentales, en su confuso anhelo de salvación, casi hayan desprovisto de valor términos tales como "despertar", "liberación" e "iluminación". ¿Qué podría yo escribir sobre el silencio?
Así que aquella tarde, al coger el coche para ir a ver a Yolande, le empecé a seguir el rastro al silencio, un silencio repleto de presencia, tal y como ella lo describiría un rato más tarde: una plenitud vacía, repentina y sobrecogedora.
Hacía cinco años que Yolande había desaparecido ―un día de verano― como si se la hubiera tragado... Algo, aunque, visto desde fuera, nada había cambiado. Seguía siendo la misma mujer: joven, entregada a las cosas que hacía en su piso y manteniendo intactos su cuerpo, sus gestos, sus percepciones y pensamientos. Sin embargo, su identidad, su identificación con ese cuerpo, sus percepciones y sus pensamientos habían quedado disueltos en el silencio. Un silencio imponente ―rebosando vida― se había apoderado de ella.
Pasaron semanas. Pasaron meses; pero ni tan siquiera las desgracias de la vida consiguieron sacarla de ese silencio: y la sensación de identidad nunca volvió a hacer acto de presencia, pues fue reemplazada por un darse cuenta ―con creciente claridad― de que no había nada que diferenciara a Yolande del mundo que se manifestaba momento a momento. Yolande se había diluido y no quedaba más que el momento presente, todo un mundo que emergía sin cesar, momento tras momento, desde la realidad pura, desde "lo inexpresable", que es como ella llamaba a "esto" para no distorsionarlo.
Después de pasar meses observando esta metamorfosis, llegó a la conclusión de que: "Estoy más viva que nunca, pero también muerta al mismo tiempo".
¡Yolande se había esfumado! Había sido confiscada, borrada del mapa. Se había evaporado. Y, sin embargo, ¡estaba tan presente! ―Me susurraba la memoria―. Completa e intensamente presente para todo y para todos los que aparecían. Me habían invitado, a mí, esa eterna buscadora harta de tanta espiritualidad fingida y aparente; me habían invitado a acercarme a la presencia, al silencio, al misterio, a... Esta "cosa".
Todo eso fue lo que me llevó a coger el coche y salir hacia Annecy aquel día de primavera ―una estación que reflejaba mi propia esperanza de crecimiento renovado―, para reencontrarme con Yolande, rumbo a lo desconocido, hacia un encuentro que se convertiría en una amistad en la que, durante todo un año, las palabras fluirían con intermitencia, alternándose con el silencio.
Encuentros, palabras y silencio: todo plasmado en este libro.