Libros - Mónica Cavallé
El coraje de ser
La aventura del autoconocimiento filosófico
Todos experimentamos momentos de plenitud vinculados a la expresión directa y auténtica de nosotros mismos: momentos de contemplación de la belleza del mundo en que nuestros sentidos se abren como si lo vieran por primera vez, de intimidad y comunión con otro ser humano, de fluidez creativa, de expresión confiada y libre… Estos momentos permiten intuir lo que puede ser una vida en la que no meramente se existe, sino en la que se vive en todo el sentido de esta palabra.
Esta vida solo es posible cuando sabemos quiénes somos, cuando nos conocemos a nosotros mismos de modo experiencial: no cuando nos llenamos de ideas sobre nosotros, sino cuando nos asentamos en nuestro ser real, más allá de nuestras defensas, máscaras y falsos yoes.
Este libro es una invitación a adentrarnos de forma práctica en el camino del autoconocimiento sapiencial y, más ampliamente, en la vida filosófica. Busca inspirar y acompañar en la apasionante aventura de desnudarnos, reconocer nuestra vulnerabilidad, para poder vernos y ser llenados. Solo esta desnudez lúcida da paso a una vida creativa y verdadera; una vida que no solo es una bendición para nosotros mismos, sino también para los demás y para el mundo.
Mónica Cavallé es doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y máster en Ciencias de las Religiones. Ha sido profesora de Filosofía Práctica y durante varios años ha coordinado en la Universidad Complutense de Madrid los seminarios de Introducción Filosófica al Hinduismo y al Budismo. Trabaja como filósofa asesora y dirige la Escuela de Filosofía Sapiencial. Entre sus obras destacan La sabiduría recobrada, El arte de ser y La sabiduría de la no-dualidad.
Detalles del libro:
- Título: EL CORAJE DE SER
- Subtítulo: La aventura del autoconocimiento filosófico
- Autor: Mónica Cavallé
- Editorial: Kairós
- Año de edición: Febrero 2024
De la Introducción:
Vivir frente a existir
Escribía Oscar Wilde que «vivir es la cosa menos frecuente en el mundo. La mayoría de la gente simplemente existe». Todos experimentamos momentos de plenitud vinculados a la expresión directa y auténtica de nosotros mismos: momentos de contemplación de la belleza del mundo en que nuestros sentidos se abren como si lo vieran por primera vez, de intimidad y comunión con otro ser humano, de fluidez creativa, de comprensión, de expresión confiada y libre..., llenos de frescura, sinceridad y significado, en los que, sin pretenderlo, nos sentimos totalmente coincidentes con nosotros mismos y unidos a los demás y a la realidad. Estos momentos permiten intuir, incluso a la persona más cínica y desencantada, lo que puede ser una vida en la que no meramente se existe, sino en la que se vive en todo el sentido de esta palabra; una vida que conocen bien el artista genuino y el sabio, quienes experimentan una segunda inocencia, pues han sabido conservar en la madurez el tesoro de la pureza infantil.
Esta vida solo es posible cuando sabemos quiénes somos, cuando nos conocemos a nosotros mismos de modo experiencial: no cuando nos llenamos de ideas sobre nosotros, sino cuando nos asentamos en nuestro ser real, en la fuente de nuestras respuestas originarias y siempre nuevas, más allá de nuestras defensas, máscaras y falsos yoes, que se repiten hasta el hastío, que nos desconectan, aíslan e inhiben y dan lugar a respuestas reactivas, inauténticas y estereotipadas.
El autoconocimiento filosófico
Desde hace muchos años acompaño procesos de autoconocimiento filosófico que intentan favorecer esta conexión con nuestro centro originario, con el misterio creador que nos sostiene y atraviesa y que es la fuente de una vida verdadera.
«Pero ¿qué tiene que ver el autoconocimiento y la filosofía?», me preguntan a menudo. Esta pregunta pasa por alto que, si bien hoy en día el autoconocimiento se suele asociar de forma exclusiva a una disciplina moderna, la psicología, originariamente era una tarea específicamente filosófica, y «¿quién soy yo?», una de las preguntas existenciales básicas, junto a preguntas como: ¿qué es la realidad?, ¿qué es todo esto?, ¿qué me es posible conocer?, ¿cuál es la naturaleza del bien y del mal?, ¿cuál es la raíz del sufrimiento?, ¿cuál es el sentido de mi vida?, ¿cuál es mi fin último?, ¿qué es lo que anhelo realmente?, ¿qué valores han de guiar mi vivir?, ¿cuál es el fundamento de una vida significativa y valiosa?...
«Conócete a ti mismo». De este aforismo inscrito en la entrada del Templo de Apolo en Delfos ―dios del Sol, la razón y la luz de la verdad―, Sócrates hizo el eje de su filosofía: el autoconocimiento es la entrada al templo de la sabiduría, la vía de salida de la cueva de la ilusión, lo que nos adentra en el misterio del Ser que anida en cada uno de nosotros.
Más ampliamente, ese lema fue central para buena parte de los filósofos y escuelas filosóficas de la Antigüedad occidental. Heráclito, Parménides, Pitágoras, Platón, Plotino, los filósofos estoicos, cínicos, epicúreos, neoplatónicos, etcétera, proponían un modo de vida que entrañaba el cuidado del alma, el examen de conciencia y de las propias representaciones, la vigilancia atenta a uno mismo, la presencia de ánimo, la purificación de la mirada, el conocimiento de nuestro ser real, el recuerdo de Sí... Pues «si el ojo se acerca a la contemplación legañoso y no purificado [...] no verá nada, aunque le muestren lo que puede ser visto. El vidente puede aplicarse a la contemplación solo si antes se ha hecho semejante al objeto de visión [...] No puede un alma ver la Belleza sin haberse hecho bella» (Plotino, Enéadas).
Este énfasis en la importancia de la transformación y el conocimiento propios como condiciones indispensables para el retorno al verdadero yo y para la apertura de la mirada interior hermanaba las antiguas escuelas filosóficas de Occidente con las grandes sabidurías de Oriente, que siempre han volcado toda su penetración y pasión en la exploración interna: «Descubre quién eres y encontrarás todas las respuestas» (Nisargadatta, Yo soy Eso).
A lo largo de la historia del pensamiento occidental, la convicción de que el conocimiento y el cuidado de sí son requisitos indispensables para abrirnos a las grandes verdades existenciales y filosóficas y para cimentar una vida plena, en ocasiones, parecerá eclipsarse ―sobre todo, con la deriva academicista de la filosofía―, pero siempre retornará, como ejemplifican estas palabras de Immanuel Kant, para quien el conocimiento propio es «el primer mandato de todos los deberes hacia sí mismo» y la base de la tarea filosófica:
Este mandato es: conócete a ti mismo, examínate, sondéate, no según tu perfección física, sino según la perfección moral [...] examina si tu corazón es bueno o malo, si la fuente de tus acciones es pura o impura [...). El autoconocimiento, que exige penetrar hasta las profundidades del corazón más difíciles de sondear, es el comienzo de toda sabiduría humana. Porque esta última, que consiste en la concordancia de nuestra voluntad con el último fin, exige de nosotros, ante todo, apartar los obstáculos internos y desarrollar después la disposición originaria e inalienable de una buena voluntad. Solo descender a los infiernos del autoconocimiento abre el camino a la deificación. (La metafísica de las costumbres).
Pero ¿dónde radica, más exactamente, la relevancia filosófica del autoconocimiento?
El conocimiento de sí tiene un interés vital radical y un profundo alcance filosófico.