Libros - Alan Watts
el arte de ser dios
más allá de la teología
Todas nuestras angustias, depresiones y miserias arrancan del hecho de vivir en la ilusión de creernos individuos aislados y cerrados, separados del prójimo, de la naturaleza y del cosmos, cuando la verdad es que somos manifestaciones de lo divino dentro de un contexto ecológico universal.
En El arte de ser Dios, Alan Watts aplica este diagnóstico y nos propone una nueva visión de las religiones ―«un Dios más allá de la teología»― y una nueva aproximación entre mística y ciencia.
Escrito con inspiración, humor y entusiasmo, El arte de ser Dios es, indiscutiblemente, uno de los libros más importantes de Alan Watts.
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Alan Watts (1915-1973) es una de las figuras más asombrosas y controvertidas de la contracultura. De gran influencia en los convulsos Estados Unidos de los años sesenta, Alan Watts también era un eminente especialista en filosofía oriental. Fue uno de los primeros en traducir la sabiduría oriental al lenguaje de nuestro tiempo, a través de una crítica de la vida cotidiana que cobra cada vez más actualidad.
Místico, poeta y ferviente ecologista, Alan Watts era un filósofo para quien la existencia y el sentido del humor nunca podían separarse. Prueba de su capacidad para tomarse con humor los asuntos más trescendentes fue su respuesta cuando le preguntaron por qué era vegetariano: "Porque las vacas gritan más que las zanahorias". / más info
Detalles del libro:
- Título: EL ARTE DE SER DIOS
- Subtítulo: Más allá de la teología
- Título Original: Beyond Theology: The Art of Godmanship
- Autor: Alan Watts
- Traducción de: David González Raga y Fernando Mora
- Editorial: Kairós
- Año de edición: 2016
Del Prefacio
Este libro bien pudiera haberse titulado La teología desde dentro o El cielo desde dentro, si tales títulos no hubieran sido utilizados ya por John Gunther. Esta obra, por otra parte, tampoco pretende ser un libro académico y por ello he preferido eludir el uso de helenismos como metateología o parateología, aunque lo cierto es que Más allá de la teología resulta una traducción apropiada del primero, en el mismo sentido en que se habla, por ejemplo, de un "metalenguaje" (es decir, de un lenguaje concebido para hablar acerca del lenguaje desde un nivel superior de abstracción o desde un marco de referencia más amplio). En cualquiera de los casos, el título El arte de ser Dios despierta ciertas resonancias no sólo de Stephen Potter sino también de "ser la Divinidad" de la que hablan Soloviev y Berdiaev.
Hasta el momento he publicado otros tres libros sobre teología: Ver el Espíritu, en 1947, La suprema identidad, en 1950, y Mito y ritual en el cristianismo, en 1953, diferentes intentos, todos ellos, de sintetizar el cristianismo tradicional y el misticismo no dual propio del hinduismo y del budismo. En este sentido. La suprema identidad ―probablemente el más logrado de ellos― asume, de hecho, una perspectiva bastante afín a la obra de Ananda Coomaraswamy, René Guénon, Frithjof Schuon, Marco Pallis y Alain Daniélou, integrantes de la llamada "escuela tradicionalista", según la cual toda tradición espiritual ortodoxa constituye una adaptación ―más o menos deliberada― de la philosophia perennis a las necesidades de las diferentes culturas y que la manifestación más pura de esta sabiduría perenne se halla representada por el vedanta no-dualista (advaita) que constituye la Visión (darshan) fundamental del hinduismo.
Pero, en la medida en que he ido profundizando en este particular, esa opinión ha dejado de resultarme satisfactoria. No existe la más mínima constancia de que la jerarquía cristiana haya tenido la menor conciencia de formar parte de ninguna de las diferentes líneas de transmisión de esa tradición universal. Los cristianos ―ya pertenezcan al ala derecha de los católicos o al ala izquierda de los protestantes― no suelen recibir con agrado las ideas que se atreven a cuestionar la posición exclusiva y privilegiada de la figura histórica de Jesucristo. Es por ello que cualquier tentativa de acercar el vedanta al cristianismo no puede soslayar el hecho de que este último mantiene una actitud sumamente celosa que exige una adhesión incondicional al dogma de que Jesucristo constituye la única encarnación del Hijo de Dios. Ni los cristianos más "progresistas" y liberales dudan de la divinidad literal de Jesucristo y, en consecuencia, son incapaces de considerar siquiera la posibilidad de que Jesucristo no fuera "Dios", es decir, una entidad muy superior al mejor y más dotado de los seres humanos.
Las reflexiones que he recogido en mis libros anteriores no prestaban la suficiente atención a la intransigencia, autoritarismo, proselitismo, rigidez y arrogancia moral de que suele hacer gala el cristianismo y tampoco concedían la debida importancia a la obstinación con que la Iglesia sostiene la distinción irreductible entre el Creador y sus criaturas, la condenación eterna y la existencia del mal personificada en la figura del diablo. Y no podemos despachar de un plumazo todas esas cuestiones tan espinosas y controvertidas como si se tratara de extravagancias o errores menores, ya que desempeñan un papel fundamental en el estilo de vida cristiano, si bien, como trataré de demostrar en las páginas siguientes, de un modo que resulta sorprendente e insospechado. Sólo una religión tan "imposible" podía convertirse en el catalizador de los extraordinarios avances realizados por la razón y el conocimiento humano que, desde el siglo XVI, han caracterizado a la cultura occidental. Pero este desarrollo está arribando actualmente a un punto crítico que se pone prácticamente de manifiesto en todas las facetas de la existencia humana, una crisis que no podrá ser adecuadamente afrontada a menos que reconozcamos, entre otras cosas, el papel que en ella ha desempeñado el cristianismo.
Y, puesto que se trata de un tema que no requiere de un tratamiento excesivamente académico, he intentado reducir al mínimo las referencias bibliográficas y las citas de autores. Salvo, pues, que indique explícitamente lo contrario, las traducciones de las escrituras y de los textos litúrgicos son mías.
Alan WattsSausalito, California
Primavera de 1964