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Libros - José Luis San Miguel de Pablos

Consciencia
El hilo conductor del universo

Consciencia

En tiempos de inteligencia artificial y postverdad se cuestiona sin cesar qué es real y cómo podemos distinguirlo con certeza. Las respuestas basadas en creencias, incluidas algunas que propone el cientifismo hegemónico, son engañosas e incapaces de disipar nuestro creciente desconcierto.

Con una prosa asequible e inteligente, el autor sugiere tomar seriamente en consideración el mensaje esencial de la antigua sabiduría védica que apunta a una certeza inmediata e indudable: la realidad de la luz de tu consciencia. «Eso eres tú» proclaman las Upanishads. Y sugiere un sencillo ejercicio capaz de facilitar la experiencia fundamental de ese pleno reconocimiento. Solo así podremos apoyarnos en una evidencia inmune a todo relativismo.

Consciencia nos sumerge en las corrientes más avanzadas de la cosmología actual y de la filosofía de la naturaleza y de la mente, para mostrar que la raíz, el origen y el trasfondo del Universo es... Consciencia.

José Luis San Miguel de Pablos
José Luis San Miguel de Pablos

Es doctor en Filosofía y licenciado en Geología. Ha sido profesor de materias situadas en la interfaz ciencia filosofía de la Universidad Pontificia Comillas, en Madrid.

Es autor, entre otros libros, de Filosofía de la Naturaleza, la otra mirada; La rebelión de la consciencia, y Oikoi: Mundos sagrados. En la última década se ha centrado en la cuestión del carácter fundamental de la consciencia y su presencia ubicua en la Naturaleza.

Más información

Detalles del libro:
  • Nº de páginas: 184
  • Encuadernación: Rústica con solapas
  • Formato: 13 x 20
  • ISBN: 978-8411211802

De la Introducción

Un adolescente camina por la calle un día soleado. De pronto, observando algo trivial le asalta un pensamiento insólito que se le impone y a la vez lo sorprende y lo perturba. ¿Qué es esta luz que ve, oye, siente…? En ese momento su propia mente le parece a ese chico algo muy extraño, y piensa que está loco.

Ese adolescente (lo habrán adivinado) era yo. Tendría unos trece años, y la profunda extrañeza que sentí en aquel momento no desapareció sino que se quedó conmigo como un pesado telón de fondo que me hacía sentir muy raro. No se lo comuniqué a nadie, aunque me acompañó durante largos años y lo seguí interpretando como un síntoma gravemente patológico. No lo podía entender, verbalizar ni asimilar. No era exactamente una «extrañeza del yo», como me diagnosticó un psiquiatra unos diez años después. Aquel profesional acertó en parte, porque algo de eso había también, pero no era lo principal. Mucho tiempo después pude por fin nombrar lo que había sentido: asombro de ser.

¿Aquella vivencia a mis trece años fue realmente algo tan singular? Eso he creído durante décadas, pero parece que estaba equivocado. Me llegan noticias de vivencias similares y he llegado a darme cuenta de que no son tan raras. En la adolescencia e incluso en la infancia, muchas personas experimentan ráfagas de iluminación fallidas, y si esas experiencias no se las cuentan a nadie es porque normalmente les parecen excepcionales. Ahora pienso que, cuando más tarde se recuerdan y se intentan racionalizar, se abren varias posibilidades. Si la persona ha adoptado entretanto una visión materialista del mundo, el sentimiento de rechazo hacia ese recuerdo ha podido hacer nacer en ella la idea de que la luz de la consciencia en el fondo es una ilusión, que tan absurda e incomprensible nos resulta a quienes constatamos que es simplemente la realidad inmediata y evidente y cierta. Esto podría ser una explicación psicológica de esa peregrina teoría. Por el contrario, quienes se han orientado a buscar la máxima comprensión y sentido, sin aferrarse a prejuicios ideológicos, pueden reconocer lo que fue una vislumbre de su sustrato más profundo, que en su momento no fueron capaces de entender ni asimilar. El recuerdo de aquel relámpago de lucidez puede suponer entonces la apertura de un camino para transitar hacia la plenitud (ya sí) del reconocimiento de la pura Consciencia (o el Espíritu), que es nuestro fondo y el de cualquier ser. Y que, inmutable y ajeno al tiempo, no nació ni morirá con nosotros.

Hoy creemos que la raíz física de la realidad natural es la energía, estrechamente relacionada con el espacio y el tiempo que forman una unidad indivisible; y que la vida en todas sus formas también tiene en ella su fundamento. Pues bien, sin más circunloquios, he aquí el fondo de la tesis que serpentea a lo largo de estas páginas: la otra cara, tanto de la energía como de la vida, es la consciencia, como ya lo defendieron los filósofos naturales del Romanticismo y que en relación con la energía y la vida, es una idea central del pensamiento metafísico hindú.

No surgió la consciencia durante o como culminación del proceso evolutivo de la vida biológica, sino que indisociable del ser, ya estaba al comienzo del universo e incluso antes de ese comienzo. Desde siempre. Las formas surgen y devienen por y para ella, que las asume y abandona. Todas las formas vivas son inteligentes, a la vez que instrumentos y caminos de la consciencia. La inteligencia encierra infinidad de variedades, desde las bacterias y los virus hasta el ser humano, el delfín, el ecosistema amazónico y Gaia. ¿Pero acaso la inteligencia no surgió, en un momento dado, para sobrevivir? Más bien existe para vivir, ya que es el principal medio (multiforme) gracias al que cada foco de vida y de consciencia puede desenvolverse eficazmente en su entorno, preservando su autonomía experiencial y actuante, capacitado para evitar todo lo posible el sufrimiento y para disfrutar de su existencia...