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Artículos - Ken Wilber

Philosophia Perennis

(Segunda Parte)
Una entrevista a Ken Wilberpor Treya Killam Wilber
Ken Wilber y Treya Killam
Ken Wilber y Treya Killam Wilber
en la portada de "Gracia y Coraje"

TKW: San Pablo dijo: Vivo. Pero no soy yo, sino Cristo, quien vive en mí. ¿Estás diciendo que San Pablo descubrió su verdadera Identidad, que era uno con Cristo y que éste sustituyó a su antiguo o pequeño yo, su alma o psique individual?

KW: Así es. Tu ruach o fundamento es la Realidad Suprema, no tu nefesh, tu ego. Si crees que tu ego individual es Dios estás, evidentemente, en un gran aprieto. De hecho, estarías padeciendo una psicosis, una esquizofrenia paranoide. No es eso, por cierto, lo que conciben los más grandes filósofos y sabios del mundo.

TKW: Pero entonces, ¿por qué no hay más gente que sea consciente de eso? Si el Espíritu está realmente en nuestro interior, ¿por qué no es evidente para todo el mundo?

KW: Muy bien. Entremos ahora en el tercer punto. Si realmente soy uno con Dios, ¿por qué no me doy cuenta? Algo me está separando del Espíritu. ¿Por qué esta Caída? ¿Cuál ha sido el pecado?

TKW: ¿No es comerse una manzana?

KW: [Risas] No, no creo que haya sido eso. Las diversas tradiciones dan diferentes respuestas a este asunto, pero todas ellas confluyen fundamentalmente en lo siguiente: no puedo percibir mi verdadera identidad, mi unión con el Espíritu, porque mi conciencia está obnubilada y obstruida por alguna actividad en la que estoy implicado ahora mismo. Y esa actividad, aunque recibe muchos nombres diferentes, es simplemente la actividad de contraer y centrar la conciencia en mi yo individual, en mi ego personal. Mi conciencia no se halla abierta, relajada y centrada en Dios, sino cerrada, contraída y centrada en mí mismo. Y es precisamente la identificación con esa contracción en mí mismo y la consiguiente exclusión de todo lo demás lo que me impide encontrar o descubrir mi identidad anterior, mi verdadera identidad con el Todo. Mi naturaleza individual, "el hombre natural", ha caído y vive en el pecado, separado y alienado del Espíritu y del resto del mundo. Estoy separado y aislado del mundo de "ahí fuera", un mundo que percibo como si fuera completamente externo, ajeno y hostil a mi propio ser. En cuanto a mi propio ser en sí, desde luego que no parece ser uno con el Todo, con todo lo que existe, uno con el Espíritu infinito, sino que, por el contrario, permanece encerrado y aprisionado dentro de las paredes limitadoras de este cuerpo de carne mortal.

TKW: Esta situación suele llamarse "dualismo", ¿no es así?

KW: Así es. Me divido a mí mismo en un "sujeto" separado del mundo de los "objetos" ubicados ahí fuera y, a partir de ese dualismo original, sigo dividiendo el mundo en todo tipo de opuestos en conflicto: placer y dolor, bien y mal, verdad y mentira, etcétera. Según la filosofía perenne, la conciencia que se halla contraída sobre sí misma, la conciencia que se halla dominada por el dualismo sujeto/objeto, no puede percibir la realidad tal como es, la realidad en su totalidad, la realidad como Identidad Suprema. En otras palabras: el pecado es la contracción de uno mismo, la sensación de identidad separada, el ego. El pecado no descansa en algo que hace el yo, sino en algo que es.

Y aún más: ese ser contraído, ese sujeto aislado "aquí dentro", al no reconocer su verdadera identidad con el Todo experimenta una aguda sensación de carencia, de privación, de fragmentación. En otras palabras: la sensación de estar separado, de ser un individuo separado, da nacimiento al sufrimiento, da nacimiento a la "caída". El sufrimiento no es algo que ocurre al estar separado, sino que es algo inherente a esa condición. "Pecado", "sufrimiento" y "yo" no son sino diferentes nombres para un mismo proceso que consiste en la contracción y fragmentación de la conciencia. Por eso es imposible rescatar al yo del sufrimiento. Como dijo Gautama el Buda: para poner fin al sufrimiento debes abandonar al yo; ambos nacen y mueren al mismo tiempo.

TKW: Así que este mundo dualista es el mundo de la caída y el pecado original, es la contracción del ser, la auto-contracción en cada uno de nosotros. ¿Y estás diciendo que no son sólo los místicos orientales sino también los occidentales quienes definen el pecado y el Infierno como algo inherente al estado de identidad separada?

KW: Al yo separado y a su codicia, deseo y huida carentes de amor. Sí, desde luego. Es cierto que Oriente ―y en especial el budismo y el hinduismo― hace mucho hincapié en equiparar al Infierno ―o samsara― con el yo separado. Pero en los escritos de los místicos católicos, de los gnósticos, de los cuáqueros, de los cabalistas y de los místicos islámicos también nos encontramos con los mismos tópicos. Al respecto, mi escrito favorito pertenece al extraordinario William Law, un místico cristiano inglés del siglo XVIII. Te lo leeré: He aquí la verdad resumida. Todo pecado, toda muerte, toda condenación y todo infierno no son sino el reino del yo, las diversas actividades del narcisismo, del amor propio y del egoísmo que separan al alma de Dios y abocan a la muerte y al infierno eterno. Recuerda también el famoso dicho del gran místico islámico Jalaluddin Rumi: Si no has visto al diablo mira a tu propio yo, o las palabras del sufí Abi'l-Khayr: No hay Infierno sino individualidad, no hay Paraíso sino altruismo. También encontramos este mismo tipo de declaraciones entre los místicos cristianos, como nos lo demuestra la afirmación de la Theologia germanica de que lo único que arde en el infierno es el yo.

TKW: Sí, entiendo. Así que la trascendencia del "pequeño yo" conduce al descubrimiento del "gran Yo".

KW: En efecto. En sánscrito, este "pequeño yo" o alma individual se denomina ahamkara, que significa "nudo" o "contracción"; y es esta ahamkara, esta contracción dualista o egocéntrica de la conciencia, lo que constituye la raíz misma del estado de caída.

Llegamos así al cuarto gran principio de la filosofía perenne: hay una forma de superar la Caída, una forma de cambiar este estado de cosas, una forma de desatar el nudo de la ilusión.

TKW: Tirar a la cuneta al pequeño yo.

KW: [Risas] Así es, tirar a la cuneta al pequeño yo. Rendirse o morir a esa sensación de ser una identidad separada, al pequeño yo, a la contracción sobre uno mismo. Si queremos descubrir nuestra identidad con el Todo debemos abandonar nuestra identificación errónea con el ego aislado. Pero esta Caída se puede revertir instantáneamente comprendiendo que, en realidad, nunca ha tenido lugar, ya que sólo existe Dios y, por consiguiente, el yo separado nunca ha sido más que una ilusión. Sin embargo, para la mayor parte de nosotros, esa Caída debe ser superada gradualmente, paso a paso.

En otras palabras, el cuarto principio de la filosofía perenne afirma que existe un Camino y que, si lo seguimos hasta el final, terminará conduciéndonos desde el estado de caída hasta el estado de Iluminación, desde el samsara hasta el nirvana, desde el Infierno hasta el Cielo. Como dijo Plotino, es un vuelo desde el único hasta el único; es decir, desde el ser hasta el Ser.

TKW: ¿Es la meditación ese Camino?

KW: Bien. Podríamos decir que hay diversos "caminos" que constituyen lo que estoy llamando genéricamente "el Camino", y nuevamente se trata de diferentes estructuras superficiales que comparten todas ellas la misma estructura profunda. En el hinduismo, por ejemplo, se dice que hay cinco grandes caminos o yogas. "Yoga" significa sencillamente "unión", la unión del alma con la Divinidad. La palabra inglesa yoke, la castellana yugo, la hitita yugan, la latina jugum, la griega zugon, y muchas otras proceden de la misma raíz. En este sentido, cuando Cristo dice: "Mi yugo es leve", está queriendo decir "Mi yoga es fácil".

Pero quizá podamos simplificar todo esto diciendo que todos esos caminos, ya sean hinduistas o provenientes de cualquier otra tradición de sabiduría, se dividen en dos grandes caminos. A este respecto se me ocurre otra cita para ilustrar este punto. Es de Swami Ramdas: Hay dos caminos, uno de ellos consiste en expandir tu ego hasta el infinito y el segundo en reducirlo a la nada; el primero es una vía de conocimiento mientras que el segundo, por el contrario, es una vía devocional. El Jnani [sabio] dice: "Yo soy Dios, la Verdad Universal". El devoto, por su parte, dice: "Yo no soy nada. ¡Oh Dios! Tú lo eres todo". En ambos casos desaparece la sensación de identidad.

La clave del asunto es que en cualquiera de estos dos casos el individuo que recorre el Camino trasciende o muere al pequeño yo y redescubre, o resucita, a su Identidad Suprema con el Espíritu universal. Y eso nos lleva al quinto gran principio de la filosofía perenne, es decir, el del Renacimiento, la Resurrección o la Iluminación. El pequeño yo debe morir para que dentro de nuestro ser pueda resucitar el gran Yo.

Las distintas tradiciones describen esa muerte y nuevo renacimiento con nombres muy diversos. Así, por ejemplo, en el cristianismo recibe los nombres de Adán ―a quien los místicos llaman el "Hombre Viejo" u "Hombre Externo" y del que se dice que abrió las puertas del Infierno― y de Jesús ―el "Hombre Nuevo" u "Hombre Interno" que abre las puertas del Paraíso―. En opinión de los místicos, la muerte y resurrección de Jesús constituye el arquetipo de la muerte del yo separado y la resurrección a un destino nuevo y eterno dentro de la corriente de la conciencia, a saber, el Ser Divino o Crístico y su Ascensión. Como dijo San Agustín: Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera hacerse Dios. En el cristianismo, este proceso de retorno desde la condición "humana" a la condición "Divina", de la persona externa a la persona interna, del yo al Yo, se denomina metanoia, una palabra que significa tanto "arrepentimiento" como "transformación". En tal caso, nos arrepentimos del yo (o pecado) y nos transformamos en el Yo (o Cristo), de modo que, como afirmaba San Pablo, no soy yo sino Cristo quien vive en mí. De manera similar, el islam denomina tawbah (que significa "arrepentimiento") y también galb (que significa "transformación") a esa muerte y resurrección que Al-Bistami resume del siguiente modo: Olvidarse de sí es recordar a Dios.

Tanto en el hinduismo como en el budismo se describen esta muerte y resurrección siempre como la muerte del alma individual (jivatman) y el despertar a esa verdadera naturaleza de la persona que los hindúes describen metafóricamente como Totalidad del Ser (Brahman) y los budistas como Apertura Pura (shunyata). El momento en que tiene lugar esa ruptura o renacimiento se denomina iluminación o liberación (moksha o bodhi). El Lankavatara Sutra describe la experiencia de la iluminación como "una transformación completa en la misma esencia de la conciencia". Esta "transformación" consiste simplemente en desactivar la tendencia habitual a crear un yo separado y substancial donde, de hecho, sólo existe una conciencia clara, abierta y amplia. El zen denomina satori o kensho a esta transformación o metanoia. "Ken" significa verdadera naturaleza y "sho" significa "ver directamente". Ver directamente nuestra verdadera naturaleza es convertirse en Buda. Y como dijo el Maestro Eckhart: En esta transformación he descubierto que Dios y yo somos lo mismo.

TKW: ¿La iluminación se experimenta realmente como una muerte real o esto no es más que una metáfora?

KW: No se trata de una metáfora sino de una verdadera muerte del ego. Los relatos de esa experiencia, que pueden ser muy dramáticos pero también muy sencillos y nada espectaculares, afirman claramente que de repente te despiertas y descubres que, entre otras cosas, y por más extraño que pueda parecer, tu verdadero ser es todo lo que has estado mirando hasta ese momento, que literalmente eres uno con todo lo manifestado, uno con el universo y que, en realidad, no te vuelves uno con Dios y el Todo, sino que entonces tomas conciencia de que eternamente has sido esa unidad sin percatarte de ello.

Pero junto a ese sentimiento, junto al descubrimiento del Ser que todo lo impregna, se experimenta también la sensación muy concreta de que tu pequeño yo ha muerto, que ha muerto de verdad. El zen llama al satori "la Gran Muerte". Eckhart era igual de categórico. El alma ―dijo― debe darse muerte a sí misma. Coomaraswamy dice: Sólo cuando nuestro yo muere comprendemos finalmente que no hay nada con lo que podamos identificamos y entonces podemos transformarnos realmente en lo que ya somos. O Eckhart nuevamente: El reino de Dios no es sino para los que han muerto completamente.

TKW: ¿Al morir el pequeño yo se descubre la eternidad?

KW: [Larga pausa] Sí, siempre que no consideremos que la eternidad es un tiempo que no acaba nunca sino un momento sin tiempo, el presente eterno, el ahora atemporal. El Yo no mora para siempre en el tiempo sino en el presente atemporal previo al tiempo, previo a la historia, al cambio, a la sucesión. El Yo, el Ser, está presente en el sentido de Ser Pura Presencia, no en el de estar en un ahora interminable que es una noción más bien espantosa.

En cualquiera de los casos, el sexto gran principio fundamental de la filosofía perenne afirma que la iluminación o liberación pone fin al sufrimiento. Gautama el Buda, por ejemplo, decía que él sólo enseñaba dos cosas: la causa del sufrimiento y cómo ponerle fin. Lo que causa el sufrimiento es el apego y el deseo de nuestra identidad separada; y lo que pone fin al sufrimiento es el camino meditativo que trasciende al pequeño yo y al deseo. El sufrimiento es inherente a ese nudo o contracción llamado ego y la única forma de acabar con el sufrimiento es acabar con el ego. No se trata de que después de la iluminación, o después de la práctica espiritual en general, ya no sientas dolor, angustia, miedo o daño. Todavía sientes todo eso, sí. Lo que simplemente ocurre es que esos sentimientos ya no amenazan tu existencia y, por tanto, dejan de constituir un problema. Ya no te identificas con ellos, ya no los dramatizas, ya no les das energía, ya no resultan amenazadores. Por una parte, ya no hay ningún ego fragmentado que pueda sentirse amenazado y, por otra, nada puede amenazar a ese gran Yo, puesto que, siendo el Todo, no hay nada ajeno a él que pueda hacerle daño. Esta situación produce una profunda relajación y distensión del corazón. Por más sufrimiento que experimente ahora el individuo, su verdadero Yo no se siente ya amenazado. El sufrimiento puede presentarse y puede desaparecer, pero ahora la persona está firmemente asentada y segura en "la paz que sobrepasa todo entendimiento". El sabio experimenta el sufrimiento, pero éste no le hace "daño". Y como es consciente del sufrimiento, se siente motivado por la compasión y el deseo de ayudar a quienes sufren y creen en la realidad del sufrimiento.

TKW: Lo cual nos lleva al séptimo punto, la motivación del iluminado.

KW: Sí. Se dice que la verdadera iluminación deriva en una acción social inspirada por la misericordia y la compasión, en un intento de ayudar a todos los seres humanos a alcanzar la liberación suprema. La actividad iluminada no es más que un servicio desinteresado. Como todos somos uno en el mismo Yo, en el mismo cuerpo místico de Cristo, en el Dharmakaya, entonces, al servir a los demás también estoy sirviendo a mi propio Ser. Creo que cuando Cristo dijo: "Ama a tu prójimo como a ti mismo", quería decir: "Ama a tu prójimo como al Ser Mismo".

TKW: Gracias.