Artículos - Francis Lucille
Tu Luminosa Presencia
Un diálogo con Francis Lucille¿Qué nos puedes decir acerca de la inteligencia?
La inteligencia ordinaria es una función cerebral. Aparece como la facultad de adaptación y organización. Permite que los problemas complejos sean gestionados poniendo en juego una gran cantidad de datos conocidos. Al estar vinculada a la herencia y al condicionamiento adquirido del cerebro, funciona de forma secuencial, en el tiempo. Este tipo de inteligencia es responsable de realizar cálculos matemáticos, formular argumentos lógicos, o jugar al tenis. Funcionando como un súper-ordenador, sobresale en el cumplimiento de las tareas repetitivas y puede un día ser superada por las máquinas. Su fuente es la memoria, lo conocido.
La inteligencia intuitiva aparece como comprensión y claridad. Es responsable de ver la simplicidad en la complejidad aparente. Actúa directamente, en el momento. Siempre creativa, libre de lo conocido, se encuentra en el centro de todo descubrimiento científico y de las grandes obras de arte. Su fuente es la inteligencia suprema de la conciencia intemporal.
Cuando la inteligencia intuitiva se vuelve sobre sí misma, tratando de comprender su origen, se pierde en la apercepción instantánea de la inteligencia suprema. El reconocimiento de esa inteligencia superior es una implosión que destruye la ilusión de que somos una entidad personal.
¿Se produce este reconocimiento independientemente del nivel de inteligencia general de una persona?
Sí. La presencia de un intenso deseo de despertar es un signo seguro de que este reconocimiento ha tenido lugar.
¿Es inducida la destrucción del ego por un despertar gradual o repentino?
El primer momento del reconocimiento ya contiene en sí mismo el germen de su realización, de la misma manera que la semilla ya contiene la flor, el árbol, y el fruto. Por un tiempo, el ego, impactado por la visión aún parcial de esta inteligencia, mantiene una apariencia de vida. En esta etapa, el hábito todavía mantiene sus viejas identificaciones, pero ya una brecha irreparable se ha deslizado dentro de la creencia en nuestra existencia separada. Podría decirse que nuestro corazón ya no está ahí, en todos los sentidos de la palabra.
Recurrencias intermitentes de este reconocimiento amplían esta brecha aún más hasta el momento en que el ego, que es un objeto percibido, se vuelve completamente objetivo, antes de disolverse ante nuestros ojos, para dar paso a la invasión de lo inefable.
Después de este despertar, nos encontramos libres del miedo y del deseo. Libres del miedo, porque, después de haber reintegrado nuestro ser inmortal, el espectro de la muerte nos deja para siempre. Libres del deseo, porque, conociendo la absoluta plenitud del ser, la atracción que manteníamos por los antiguos objetos cesa espontáneamente. Los antiguos hábitos físicos y mentales que derivan de la antigua creencia en una existencia personal pueden manifestarse durante un tiempo, pero de aquí en adelante toda identificación con los objetos percibidos o el pensamiento es imposible.
Cuando son contemplados en la increíble neutralidad de la conciencia, estos hábitos mueren, uno por uno, sin su recurrencia ocasional que desencadene un retorno de la ilusión del ego.
¿Cuáles son los signos por los cuales podemos reconocer la inteligencia superior?
Los pensamientos, sentimientos y acciones que se derivan de la inteligencia superior se refieren a su fuente, el ser. A medida que se desvanecen de nuevo dentro de su fuente, nos dejan en a la orilla de lo absoluto, como la espuma de una ola que se deposita sobre la arena. El pensamiento que piensa que la verdad procede de la verdad, y nos lleva de nuevo a la verdad. Este pensamiento tiene muchas facetas diferentes. Plantea aparentemente diversas preguntas como: ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es Dios? ¿Quién soy yo? Todas estas preguntas se originan de una fuente común: de la alegría eterna, de la divinidad, de nuestro ser.
Cuando estas preguntas, impregnadas del perfume de la verdad, te invitan, dales espacio, dales tiempo, ríndete a ellas, déjate llevar por ellas. Estos pensamientos son como la huella de Dios en tu alma. Deja que procedan como quieran. Aquel en quien estos pensamientos han despertado es muy afortunado. Ningún obstáculo puede impedirte el acceso a la verdad. Una vez que el deseo por lo último se ha apoderado de ti, el universo entero colabora en la realización de este deseo.
¿Estás en este estado de realización en este momento?
No hay nadie en ese estado. Este no-estado es la ausencia de la persona.
¿Entras y sales?
No es un estado.
¿Estás despierto en ese estado?
Este no-estado está despierto a sí mismo. Es conciencia. Yo soy conciencia, tú eres conciencia.
En ese caso, ¿eres consciente de que todo está en su lugar?
Desde el punto de vista de la conciencia, todo es conciencia, por lo tanto todo está en su lugar. Nada es trágico. Todo es luz, todo es presencia.
Dado que somos luz y que las cosas que nos rodean son también esa luz, ¿ves las cosas de manera diferente que nosotros?
No. Yo veo todo exactamente de la misma forma que tú, pero hay cosas que crees que tú ves y que yo no veo. No veo a una entidad personal en la situación. Incluso si aparece un viejo hábito que surge de la memoria, es totalmente objetivado. Es simplemente parte de la situación. No es lo que soy. Yo no me veo a mí mismo como algo pensado o percibido. Eso es todo. Tú puedes hacer lo mismo. Eres libre. Es suficiente con probar. ¡Hazlo! ¡Ahora mismo!
¿Cómo puedo hacerlo?
Cada vez que te ves a ti mismo como un objeto, por ejemplo, un cuerpo o un hombre con una determinada profesión, sé consciente de ello.
Así que hay un ser en un nivel superior que observa la situación. ¿Es esa la perspectiva?
Esa es la comprensión intelectual de la perspectiva, no su realidad. La realidad es tu atención acogedora, no el concepto de la atención acogedora, o el concepto de ti mismo como atención acogedora. Es simplemente tu luminosa presencia, sin tensión o resistencia, dando la bienvenida en cada momento al pensamiento o la sensación que está surgiendo, dejando que se desarrolle libremente, y dejando que se reabsorba en sí mismo, sin dejar ningún rastro. Esta luz original no es una ausencia, sino una plenitud. Entrégate a ella. Déjate invadir por ella.