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Dora Gil

Dora Gil

"No hacer", el verdadero descanso

Por Dora Gil 14 de octubre de 2023

Anhelamos el descanso. Guiados por la inquietud y el movimiento de la mente condicionada, hemos fabricado un modo de vivir que, siguiendo el ritmo trepidante del pensamiento automático, nos agota: emociones innecesarias como la ansiedad, la preocupación o la impotencia; hábitos compulsivos y evitativos de esa misma emocionalidad, también innecesarios; asuntos y deberes sin fin que sobrecargan nuestro ambiente interior, impidiéndonos respirar...

Desde esta perspectiva, cuando se escucha hablar de «no hacer», la pequeña mente, confundida, se rebela, pues no puede comprender el sentido de estas palabras. Para ella, desde su limitada consciencia, que circunscribe el hacer al ámbito de las cosas visibles, dejar de hacer es dejar de actuar, el cese de la actividad en el mundo. O, en un lenguaje más coloquial, tumbarse en un sofá y, por fin descansar. La invitación, aunque tentadora, es interpretada como una propuesta a entregarnos a una forma indolente de vivir, sin implicarnos en nada, una especie de huida del mundo que esa misma mente considera inaceptable.

¿Y si contemplamos este tema de una forma más amplia? Para mí, en este contexto, «hacer» significa, simplemente, invertir atención, interés y energía en algo a lo que le damos valor. Y esto es, casi siempre, una cuestión mental. Podríamos estar tumbados en un sofá, o supuestamente meditando, aparentemente inactivos y estar alimentando innumerables pensamientos, tratando de resolver cuestiones mentalmente, intentando evitar situaciones que nos ofuscan, bloqueando nuestra temida vulnerabilidad... Todo este hacer es agotador, pues precisa de una constante inversión de nuestra preciosa energía mental y emocional en fines muy personales, de los que no somos ni conscientes, al habernos habituado a vivir así.

En este sentido, una propuesta muy práctica podría ser, detenernos y preguntarnos en cualquier momento: ¿En qué estoy invirtiendo ahora mismo? ¿A qué le estoy dando valor? Y ello... ¿Me aporta paz?

El «hacer» compulsivo es la actividad constante del «pequeño yo» con el que nos solemos confundir. O casi podríamos decir que, en ello consiste ese personaje ficticio con el que queda suplantada nuestra verdadera naturaleza que, al no ser alimentada, pareciera inexistente. Y eso le da mucho miedo, pues su identidad se ha forjado haciendo muchas cosas, pensando mucho, buscando soluciones, tratando de arreglar problemas y situaciones, de mejorarse a sí mismo...
Pero... ¿Y si todo este activismo pudiera ser, simplemente, contemplado y permitido, sin invertir en sus movimientos y demandas?

Eso es, para mí, el verdadero descanso, el que nuestra alma anhela. No se trata necesariamente de suspender la actividad, aunque la quietud, también física, es una extraordinaria aliada en muchos momentos. Dejar de hacer, en este sentido, nos devuelve a nuestra profundidad oceánica en la que descansamos contemplando el ir y venir del oleaje en la superficie. Y descansamos simplemente porque dejamos de invertir y de dar valor a un mundo repleto de cosas que nos agotan. Nos vitalizamos en contacto con nuestro ser, con la fuente de energía de la que todo surge.

Decía Papaji que lo único que necesitamos es aquietarnos. Sí, solo quedarnos quietos, en el sentido de permitir que todo, en el mundo de la forma, se mueva, sin invertir en esos movimientos e impulsos mentales, emocionales, físicos... que sólo sirven para reforzar a un personaje hacedor imaginario.

Sin embargo, esto es imposible para un yo que no conoce nada más que el mundo de la superficie, a la que le ha dado todo el valor de sustentarle. Pedirle algo así es una locura y genera aún más conflicto y confusión. ¿Cómo voy a dejar de actuar en torno a lo que valoro? ¿Cómo voy a dejar de valorar eso que creo que es mi sustento? Imposible... No es por ahí. Podemos dejar al personaje tranquilo. Ya le hemos dado demasiado alimento queriendo, además, espiritualizarlo al imponerle actitudes y formas que no son coherentes con sus intereses: diciéndole que «no haga nada», forzándolo a aquietarse, juzgándolo por su activismo...

Es mucho más simple. Se trata de invertir en un territorio más profundo, el del Ser. De enamorarnos de la respiración, de degustar y familiarizarnos con ese contacto íntimo con el silencio, de aceptar todo ese movimiento de la superficie sin intentar cambiarlo, de comprenderlo y amarlo como el océano ama sus olas, sin confundirse con ellas.

Esta mirada contemplativa requiere deseo, energía, vivencia. Cuando nos dedicamos con ardor a cultivarla, se expande y va cobrando relevancia, en detrimento de todo aquel constructo artificioso separado de la vida, que va disolviéndose naturalmente, al no ser alimentado. Esta simple apertura del corazón nos trae a la intimidad de esta respiración, a la escucha silenciosa de estos sonidos, de estos pensamientos. Descansando aquí, en esta inmediatez, descubrimos la capacidad de sentir estas sensaciones, estas corrientes emocionales, sea cual sea su cualidad. Nos descubrimos, sobre todo, como la espaciosidad que permite que todo ello se mueva. De forma natural, esta mirada sincera y humilde, nos abre las puertas de nuestra verdadera identidad, del Ser que es nuestra esencia.

Cuando realmente ya estamos agotados de sostener lo falso, quizás basta con vivir un atisbo de esta posibilidad para decidirnos a cultivarla como el tesoro más precioso y anhelado de nuestra vida.

La cultivamos cada vez que aceptamos aquietarnos y, priorizando el anhelo de nuestra alma, nos sumergimos en la experiencia de este instante, uniéndonos a la Vida que anima esta inspiración, esta espiración, esta mirada, esta emoción... Volvemos cuando nos abrimos suavemente a la contemplación permisiva de todo, en lugar de quedarnos en la superficie «haciendo» cosas mentalmente para cambiar la experiencia.

Entonces, el descanso está asegurado. Desde ahí, podríamos sentir el impulso de involucrarnos en una poderosa acción inspirada y experimentar un gran aflujo de energía notando, en medio de esa intensidad con la que actuamos, que el descanso sigue reinando. Es totalmente natural ser lo que somos, vida que se deja mover por la inmensidad de la que forma parte. En esa comunión recibimos la energía, el sustento que necesitamos. Y podría ser que, incluso, nuestra necesidad de descanso físico disminuyera al sentirnos cargados de vitalidad espontáneamente.

Te invito y me invito a esta maravillosa exploración silenciosa, a esta comunión con la existencia que es nuestra verdadera fuente de nutrición, el regazo amoroso en el que siempre podemos descansar.

© 2024, Dora Gil