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Dora Gil

Mi hermano y la no-dualidad

Por Dora Gil 23 de octubre de 2019
Dora Gil

Hoy quiero compartir contigo una comprensión cada vez más viva en mí y que me llena de claridad y de paz. Vivir este instante desde la profundidad, sentir mi unidad con la Vida, requiere algo que tiendo a pasarme por alto: la relación que sostengo contigo. Te llamaré mi hermano. En tu presencia se abre la puerta y la verdadera posibilidad de que eso que anhelamos, vivir en el presente, sea auténtico. Es curioso cómo el pequeño yo deja con frecuencia de lado la relación con los seres humanos que habitan este instante.

Pongamos un ejemplo: mientras me esfuerzo por estar en el presente, quizás mediante todo tipo de prácticas, es posible que tú, el ser humano que me acompañas en este momento, estés sufriendo. Y ello me altera. Tu sufrimiento me toca: no estamos separados. Decirme que "eso es tu asunto" y alejarme no me deja en paz. Y no porque yo tenga que ocuparme del malestar que sientes (esa es tu responsabilidad, al darse en tu experiencia), sino porque quizás con esta actitud intento evitar el mío, congelándome en presencia de tus expresiones, que me incomodan.

Sin embargo, esas reacciones tuyas están apareciendo aquí, en nuestro ahora, el espacio de consciencia que compartimos y me están tocando de diversos modos. Si, por ejemplo, siento pesadez, culpa, angustia, cansancio… ante tu posible actitud de queja, estas emociones me están pidiendo atención y ahora mismo, son realmente mi asunto, pues surgen en la intimidad de mi experiencia. Pero no me detengo a observarlas y puede ser que, eludiendo mi sentir, mi pensamiento se proyecte fuera y se pronuncie sobre ti, juzgándote. No te veo realmente: me creo una historia que mi mente se ha forjado sobre un personaje dolorido o quejumbroso, que no es tu verdadera naturaleza. Estoy percibiendo tu cuerpo, tu apariencia, tus expresiones y estoy confundiendo todo eso con lo que eres. Es posible que tú te quejes de algo, y ello me incomoda, pero quizás yo me queje de ti secretamente, considerándote así "un alguien separado de mí que se queja"… Y esto es lo que me duele, mis propios juicios que me alejan de la unidad que somos.

Como no pongo ahí la atención, al ser tan molesto, es posible que dé un salto y decida ayudarte, para sentirme mejor. Pero mientras siga percibiendo a alguien junto a mí necesitado de mi instrucción, de mis mensajes, de mis consejos, de mis cuidados… te seguiré concibiendo y perpetuando así, como un cuerpo separado del mío al que he de ayudar. Y desde ahí, todas las bellas teorías sobre la unidad, la consciencia presente o la no-dualidad no tendrán sentido ni un apoyo firme en la realidad. La incoherencia seguirá alterándome. Y, menos mal, pues… ¿de qué otro modo, si no, podría darme cuenta de esa contradicción en la que tan frecuentemente vivimos queriendo adherirnos a filosofías no-duales, mientras en nuestra cotidianeidad mantenemos actitudes totalmente dualistas? Lo que comprendo profundamente pide impregnar poco a poco cada detalle de mi existencia.

Mi hermano (mi prójimo) es todo lo que me rodea, todo lo que aparentemente es "otro", y de forma muy concreta y práctica, , este ser humano que tengo ante mí ahora mismo. La no-dualidad vivida desde sus profundas raíces implica dejar de verte como algo aparte de mí. Y dejar de ver tus expresiones como ajenas a mí. O, lo que es lo mismo, dejar de verme como un cuerpo aislado en un mundo poblado de cuerpos aislados unos de otros. Conocerme como la espaciosa amplitud de donde surgen todas las formas que percibo, tanto las que mi mente señala como "mías" como las que considera "tuyas". Tus expresiones, al surgir en mi consciencia, generan experiencias vivas que buscan ser asumidas por mí. Sólo desde esa aceptación pueden emerger, si fuera necesario, las acciones conscientes e inspiradas que la situación evoca. Actuar para contribuir al equilibrio de mi mundo, puede ser una opción natural cuando surge de esa consciencia de unidad que no se pasa nada por alto. Se mueve de dentro hacia afuera, abrazando cada aspecto de la experiencia. Lo que estamos cuestionando no es la acción, sino ese automatismo del yo separado que se lanza a la acción para evitar su propia experiencia presente. Lo que aporta a la situación, entonces, no es lo que ésta necesita, pues no surge de la unidad, sino de la separación.

¿Cómo se hace esto?

No se hace nada. Ya hemos hecho bastante reduciendo a algo tan nimio como un ente corporal la inmensidad del ser. Simplemente descansamos en el silencio, mientras aprendemos a ofrecer a todo una atención muy delicada. Nos entregamos silenciosamente a contemplar y sentir, en lugar de seguir identificándonos con las cosas y los sucesos que parecen invitarnos hipnóticamente a confundirnos con sus formas. Lo que los demás dicen, sus gestos, sus acciones, todo lo que expresan sus cuerpos… no son su realidad. Lo que experimentamos ante ellos, nuestras reacciones mentales, emocionales o sensoriales, no nos definen, son sólo formas que aparecen y desaparecen y que pueden ser observadas.

Relacionarnos con las formas (objetos, personas, emociones, pensamientos…) no es, en sí, algo erróneo, ya que cada una es una expresión de la profundidad, tan sagrada como ella, henchida de su misma vida. Cada ola es una modulación del océano del que surge. Nuestros cuerpos no son algo a evitar o eliminar de nuestro foco de atención. No, no es por ahí.

Lo que genera sufrimiento, pues está en contradicción con la unidad que somos, es considerar esas formas desligadas de la totalidad a la que pertenecen y de la que surgen.

Puedo mirarte a ti como una persona aislada, aferrándome a tu apariencia, tus gestos, recordando la historia que tengo de ti o las expectativas o temores que mi mente alimenta en tu presencia… O puedo también contemplarte integrado en el fondo, en la totalidad de la que surge tu imagen, sosteniendo mi intención de ver tu esencia, tu realidad profunda, una con la espaciosidad que nos envuelve y nos constituye. Y abrirme, en esa misma espaciosidad, a todo lo que experimento en tu presencia. Estás siendo el detonante de todo un arsenal de vivencias que me tocan directamente y a las que, distraída con mi historia sobre ti, he dejado de atender. Y es tan rico, tan directo… Sin ti, sería imposible acceder a todo ello, conocerlo, sentirlo, permitirlo, abrazarlo… La vida me invita, a través de tus expresiones, a moverme hacia el Corazón, en lugar de seguir escapándome a resolverte para no sufrir o a apegarme a lo que me gusta de ti para sentirme bien. Me ofrece conocerme como Consciencia que abraza todo lo que experimento, a enamorarme de mi resplandor.

Poco a poco, asumiendo la experiencia que nuestro encuentro me ofrece, puedo abrirme a lo lumínico, a lo sutil, a lo ilimitado, a esa intuición que me habita y me susurra que lo que tú eres no tiene nada que ver con lo que mi percepción sesgada me dicta. Y decidirme a desoír las voces de esas historias pasadas que creen saber algo sobre un supuesto personaje separado de mí. Sólo así puedo verte en tu realidad profunda. Dejar de percibir un mundo de cuerpos separados es la transformación más radical que necesitamos para que el sufrimiento innecesario cese.

Todo esto podría ser igualmente aplicado a otras áreas de la experiencia, como el activismo social. ¡Cuántas veces he querido lanzarme ciegamente a arreglar el mundo llamado "externo", pasándome por alto el estado de este, mi espacio interno, más inmediato e íntimo, que seguramente necesitaba presencia y atención! Resultado: mi supuesta ayuda no podía actuar en profundidad, pues surgía de la separación. Separada de mi experiencia inmediata, considerando lo de ahí fuera un mundo aparte, lo juzgo, experimento malestar y me precipito a querer "arreglarlo", erigiéndome en su salvadora, para así sentirme mejor. Lo que experimento entonces es más separación, agotamiento y frustración.

No, la ayuda verdadera surge del Corazón, que no se siente separado de nada de lo que acontece y que sabe que todo lo que le conmueve está tocando ciertas fibras que han de ser abrazadas, en primer lugar, donde se experimentan, en la intimidad de la experiencia. Quizás entonces descubramos que lo que veíamos ahí fuera era el reflejo de ciertas heridas que requerían un acercamiento prioritario, por estar presentándose en nuestra experiencia directa. Sólo entonces, estamos libres para comprender con lucidez a través de qué acciones o no-acciones quiere la vida expresarse en mí abrazando eso que llamamos mundo externo.

No soy una teórica de la no-dualidad y es posible que lo que expreso no encaje en sus presupuestos, pero desde donde alcanzo a ver, lo que voy integrando en profundidad pide extenderse a cada detalle de mi existencia, por muy ilusoria que ésta pueda considerarse.

Dejemos que poco a poco, se integren en nuestra experiencia presente nuestras más elevadas comprensiones, abrámonos a la coherencia profunda con la Vida que somos.

© 2019, Dora Gil