Juan Ignacio Gilligan
Las puertas giratorias
Por Juan Ignacio Gilligan 15 de julio de 2024Hasta hoy, las preguntas siguen siendo las mismas. Con distintos matices, buscamos resolver el dilema. Es como si la propia existencia nos empujara a buscar una comprensión cada vez mayor sobre nosotros mismos y, por ende, a indagarnos una y otra vez sobre el cómo y el porqué estamos aquí.
La sensación de existir es, al mismo tiempo, la sensación de estar separados. Por lo tanto, en el mismo momento en que comenzaron las preguntas, comenzaron las búsquedas. Lo que buscamos es resolver esta carencia estructural. ¿Cómo? Buscando sentirnos plenos, unidos a todo lo que es.
Solo en la unidad se acaban las carencias, la necesidad de control, la sensación de pérdida, de soledad y de nostalgia por lo que tuvimos y hoy no está. En la unidad hay plenitud, y en la plenitud no hay ausencias. ¿A quién vas a extrañar? No hay nadie ni nada fuera de ti.
Todos estamos buscando la felicidad, y para que ese estado sea perfecto, no debe haber ninguna sensación de pérdida ni de carencia. La plenitud es total o no es plenitud. Es la completa comprensión y experiencia de que no hay nada que perder ni nada que ganar, porque ya estás unido a todo lo que hay, a todo lo que es. Esta experiencia está más allá del tiempo y de la comprensión de la mente dual.
En esencia, solo hay dos estados: la sensación de estar separado y la sensación de estar unido. No hay estados intermedios.
Cada ser humano está siendo impulsado a sentirse pleno. Torpemente al principio, más refinadamente después, hace su esfuerzo por resolver este dilema.
Antes eran los bienes materiales, el prestigio, la sensación de logro o las propias relaciones humanas.
Más tarde, la montaña, los gurúes, la meditación y los mantras.
Nuestros criterios de búsqueda se van refinando y, a medida que se van refinando, de a poco, como en un amanecer, vamos descubriendo que la búsqueda no está en el mundo externo. Tampoco agregando o sacando cosas de la mente.
Unirnos a todo lo que es no depende de incorporar ningún objeto ni ninguna relación. Tampoco de eliminar nada.
Nunca dejamos de estar unidos a la existencia. Somos uno con ella y siempre lo seremos. ¿A dónde podríamos ir? No hay un lugar fuera de todo lo que es. Por tanto, lo que agregamos, ¿a dónde lo agregamos? Y lo que sacamos, ¿a dónde lo llevamos?
Sin embargo, el cuerpo y la mente nos imprimen esa sensación de separación, de que hay lugares y tiempos fuera de la propia existencia, de la propia totalidad.
Por eso, lo más difícil de soltar no son los objetos, sino la búsqueda de resolver este dilema. Y, por ende, al buscador (a ese que ahora mismo lee estas palabras).
Nos hemos identificado tanto con el personaje que busca, que sentimos que no podemos abandonarlo. Está cansado, sí, pero no quiere desaparecer. Así que seguirá caminando, abriendo y cerrando puertas. Dichas puertas son como las puertas giratorias de los bancos. Te dejan siempre en el mismo lugar.
Si lo consideras un instante, te darás cuenta de que estamos en el mismo punto de partida. Estando en la plenitud, nos hicimos la pregunta: ¿qué pasaría si dejáramos de ser totales?
Ahora estamos en el mismo lugar, en el mismo instante, y la pregunta que tenemos frente a nosotros es: ¿qué pasaría si dejáramos de ser parciales?