Álamo
La Vida misma
Mirando nuestra apariencia, conscientes de nuestra esencia
Por Álamo 28 de abril de 2019La hoja y el árbol no están separados. Tampoco la gota y el océano. La gota es una faceta del océano, como la hoja lo es del árbol y, este, del planeta que contiene la tierra desde la que el árbol brota y en la cual se enraíza y puede así existir.
Del mismo modo, tu forma humana y la Vida son la misma cosa, idéntica naturaleza, el mismo Ser. Aceptando la Vida tal como es en todas sus formas y manifestaciones naturales (que sintonizas conforme a tu sentir habitual, en base a tu filtro de creencias), tu faceta humana es así aceptada por la Vida, porque no hay separación entre la Vida y tú.
Pues tú, yo y todos somos la Vida manifiesta en estas formas humanas. Y en todas las formas, animales, vegetales, minerales, en cualquier estado, plano o dimensión. El pequeño yo separado que creíamos ser era solo una figuración, una suposición producto de la ignorancia de nuestra naturaleza auténtica.
El olvido de nuestro Sí, de la Vida o Ser ilimitado que somos, nos llevó a confundirnos con nuestras propias formas cambiantes, que nos parecían separadas debido a una percepción distorsionada, producto de la ignorancia de nuestra identidad incondicionada.
Siendo en verdad como el océano ilimitado, creímos ser la ola, limitada, cambiante y transitoria. Así fue nuestro sueño de separación. Pero ya vamos despertando. Ya la gota vuelve a recordarse como el océano manifiesto en una (y en todas) de sus incontables facetas, de idéntica naturaleza, pues sólo el agua marina allí es lo único constante, independientemente de las formas que manifieste en su espontánea e inherente danza de la apariencia.
Y así también la hoja y el árbol. Tú y la Vida.
La misma vida y la Vida misma
Entonces, no habiendo nada aparte o separado, siendo la Vida y sus formas un solo ser, una misma naturaleza, si estás en paz con la Vida, la Vida lo está contigo. Y amándote, eres amad@.
Sentimos así y recordamos que, habiendo solo lo que siempre es, el Ser, somos necesariamente el Ser, la Vida, la Paz, la Dicha, el Amor. Por siempre.
"Sucedió" que, en la ignorancia de nuestra propia naturaleza incondicionada-absoluta, surgieron la avidez y la aversión, a través de la identificación y apego con las formas y los nombres (palabras, conceptos) de nuestra apariencia fenoménica.
De tal modo que vimos, juzgamos y consideramos a unos deseables y a otros indeseables, viéndolos todos, por tanto, separados y aparte de nuestro ser, que por aquella ignorancia esencial hemos identificado ―desde tiempos inmemoriales― con nuestra forma y personalidad humanas, limitadas.
Sin embargo, desaprendiendo el conocimiento distorsionado, sesgado o limitante ―que una vez creímos y dimos por cierto―, desidentificándonos de la forma y el nombre, al paso que vamos sintiendo y recordando nuestra identidad auténtica, se hace esta evidente; queda patente la presencia constante e inmutable de lo que nunca se perdió, porque siempre ES, independientemente de sus aparentes formas, estados, facetas, tiempos, espacios, planos o dimensiones: nuestro Ser.
Ser infinito
Lo llamamos Ser, usando el verbo en infinitivo, porque ES impersonal, no teniendo límite, ni principio ni fin. Por eso Ser es Ser siempre (eterno). Y, así, es lo único que en verdad hay (absoluto). La Realidad. Esencia inmutable e indiferenciada; apariencia mutable y multifacética. Como el océano y su oleaje. Ambos aspectos de lo mismo, del Sí mismo, de nuestra naturaleza o identidad.
El multiverso es entonces nuestro cuerpo multifacético. El Ser que somos, como un todo, mira impasible (inalterado, siempre idéntico a Sí mismo) a través de los ojos de cada forma o faceta, viéndose a Sí mismo manifestado. Experimentando sin experimentar; sin soñar, soñando; sin gozar, gozando.
Tú y yo,
él, ella
y todo lo que vive
y siente en la existencia
(desde el quark hasta la estrella)
SOMOS la misma Vida,
la Vida misma.
El mismo prisma multifacético,
ilimitado, multiversal,
viéndose a sí mismo,
a través de sus diversas
facetas.