José Miguel Ruiz Valls
El sabor de la vida
Por José Miguel Ruiz Valls 17 de diciembre de 2016Ayer vi un vídeo que mostraba a cientos de seres humanos, muchos de ellos niños, regresando, contentos, a su destruida ciudad, Alepo, después de que los soldados del legítimo gobierno sirio acabaran con la resistencia de los golpistas.
En un momento dado, me di cuenta de que... ¡Estaba llorando!... No recuerdo la última vez que lloré. Mi memoria me decía que llorar denota sufrimiento... ¡Pero yo no estaba sufriendo!
Abracé aquel llanto y me dispuse a sentirlo tan intensamente como me fuera posible, a fin de poder "entenderlo". Entonces me di cuenta de que lloraba de tristeza, al ver lo que fue una floreciente ciudad ―una de las más antiguas del mundo― convertida en ruinas, y comprender que todas nuestras ciudades están destinadas a la ruina... Lloraba también de felicidad, al ver las caras felices de aquella pobre gente, que se ha quedado sin nada, y comprender que el destino de todos nosotros es quedarse sin nada... Lloraba de vergüenza, al ver la evidencia de que mi gobierno me miente sistemáticamente, a través de los medios de propaganda, principalmente las televisiones ―Si el ejército sirio es, como dicen, el "bando malo" y el otro bando es el de los fundamentalistas del estado islámico ¿Pueden ser los fundamentalistas el "bando bueno"?―... Lloré apesadumbrado, al ser consciente de tanta falsedad... Pero también lloré de alivio, al ver como la verdad se va abriendo camino ―Esta vez van a tener muy difícil taparla―... Lloré tiernamente, al comprender lo duros que son nuestros corazones y el trabajo que tiene que hacer la Verdad para ablandarlos.
¡Entonces me di cuenta!... ¡De que la vida es todo y de que todo es vida!... Me di cuenta de que, al abrazar todas las emociones, todos los sentimientos, todos los pensamientos, tal como son, tal como "vienen"; al permitir que todo se exprese, a través nuestro, tal como es; sin elegir "esto me gusta vivirlo, esto no me gusta vivirlo", la mezcla de todo, la suma de todo, siempre es gozo.
Me di cuenta de que, cada vez que elegimos lo que nos gusta sentir y lo que no, es como si separásemos los ingredientes de un plato perfecto, lo cual nos obliga a probarlos por separado... Y es entonces cuando probamos el ajo y nos parece demasiado intenso, y nos disgusta, y pensamos en eliminar el ajo, sin percatarnos de que, fundido con los demás ingredientes, en su justa proporción, mejora la receta.
Me di cuenta de que, cuando probamos la tristeza, por separado, la sentimos muy intensamente, y nos disgusta, y entonces tememos volver a sentir tristeza, e intentamos eliminarla... Y eso es porque, al probarla por separado, perdemos la consciencia de su proporción, de su función, en la receta de la vida... Perdemos la consciencia de que, la tristeza es como el ajo, o como la sal.
Me di cuenta de que nuestro estado natural, es un estado de armonía, de equilibrio entre todos los ingredientes... ¡De que la receta siempre está bien!... De que, cuando sucede "algo" que pudiera parecer excesivamente triste, por ejemplo, siempre se equilibra con otro "algo" muy alegre... ¡Y lo mismo sucede al revés!... Me di cuenta de que, cuando no nos sabe bien la vida es porque hemos pretendido eliminar algún ingrediente y hemos desequilibrado su sabor... Me di cuenta de que, a medida que vamos queriendo eliminar ingredientes de la receta ―por la sencilla razón de que nos disgustó probarlos por separado―, vamos falseando la receta, vamos perjudicando el sabor de nuestra vida... ¡Me di cuenta de que, si no tiras nada, ya tienes la receta perfecta!