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Artículos - José Manuel Jiménez Valentín

El origen del sufrimiento

Por José Manuel Jiménez Valentín 30 de julio de 2021
José Manuel Jiménez

Cuando el ser humano evoluciona y adquiere capacidad mental para tener consciencia de lo que es y hace, va generando al mismo tiempo el ego que ya sabemos que va velando la consciencia de su Verdadera Naturaleza. Al perder esta consciencia de lo que Es, necesita encontrar un sentido para su existencia, y lo consigue erróneamente identificándose con ese “yo egoico”, que carece de naturaleza inherente.

Al desarrollar inicialmente, pues, su mente racional y emocional, el ser humano potencia su capacidad para mejorar su estado de supervivencia. Y esto es bueno. Aún podría estar en consciencia de su Verdadera Naturaleza. El ego todavía no tiene mucho poder sobre él. Y todo lo que podría interpretarse como conductas negativas hacia los demás podrían ser interpretadas, más que por sentimientos egocentristas, por reacciones del instinto de supervivencia.

Pero, a medida que la evolución de su mente racional y emocional se hace más capaz, el ser humano va queriendo mejorar su nivel de supervivencia dirigiendo sus pasos hacia la “vivencia”. El ego se hace más fuerte, oscureciendo la Realidad de lo que el ser humano Es, llenándole de la ignorancia que hace identificarse con las imposiciones del ego.

Así, ese ego se sustenta para mantener su poder de todos los condicionantes mentales y demás condiciones que va adquiriendo la mente del ser humano a lo largo de su vida. Al perder la consciencia de su Naturaleza, el ego tiene campo libre para crear un “personaje” y un “comportamiento” de ese personaje, que, como sabemos, son con los que el ser humano se identifica. El sufrimiento está servido.

El ser humano entonces empieza a necesitar muchas cosas para satisfacer a ese “yo egoico”. Cada vez quiere estar mejor y se da cuenta que necesita cada vez más y más cosas. Y claro, llega un momento en que, para tener más, tiene que quitárselo a los demás. La “separación” se ha producido. El egocentrismo está servido.

Con el ego y el egocentrismo dominando, el ser humano necesita que lo que va consiguiendo se mantenga. No quiere que desaparezca o termine. Tiene miedo de perder todo aquello que ha conseguido y tiene, y necesita que siempre se mantenga, que dure siempre. Rechaza la idea que desaparezca y, por tanto, rechaza la idea de que todo es impermanente y en continuo cambio. La “impermanencia” ha sido rechazada.

El ser humano vive ya una vida irreal condicionada por el ego que, a su vez, carece de naturaleza propia. Y aquel deseo noble de supervivencia que el ser humano mantenía mientras estaba en conciencia del Ser, se convierte en deseo proveniente del ego para llenar los caprichos del mundo egoico que este ha creado. Este deseo solo tiene una finalidad: satisfacer el Vacío que la falta de consciencia Ser ha dejado. Ahora el ser humano desea más objetos con los que simular satisfacción, desea mayor valoración de los demás y desea rechazar todo aquello que le impide avanzar en esa carrera frenética por poseer y ser.

Pero el deseo no es lo malo en sí. No es el sentimiento de deseo lo que nos causa sufrimiento, sino nuestro apego a él. El deseo por sí solo no es malo y, además, es inevitable. Este deseo no nos causa sufrimiento, salvo:

  • Que nos hagamos dependientes de este deseo para evitar el sufrimiento.
  • Que no queramos tenerlo y lo escondamos o eliminemos.

Lo malo es que ese deseo lo queremos perpetuar hasta conseguir cumplirlo. No aferramos a ese deseo y queremos satisfacerlo con todos los medios que tengamos a nuestro alcance y nos podamos permitir en este mundo. Y claro, ya el juego del ego está servido. La satisfacción del deseo crea una relativa y momentánea satisfacción y, para llenar el Vacío que la no consciencia del Ser ha dejado, necesita de un constante fluir de satisfacciones mundanas, y, por tanto, una constante búsqueda de objetos, ideas y pensamientos, creando así una constante necesidad por llenar su vida siguiendo las recomendaciones del ego. El mal, pues, es el aferramiento o apego al deseo. Esa es la causa origen del sufrimiento.

Vivimos una vida desde el miedo a perder lo que creemos nos da satisfacción y la ansiedad por conseguir aquello que creemos nos la pueda producir. Perseguimos poseer cosas y seres, retenerlos para nuestro beneficio y, además, asegurarlo para que nunca cambien. Lo consideramos solo nuestro y nos identificamos con ello. Dependemos neuróticamente en conseguir metas en cuya consecución situamos el objeto de nuestra felicidad. Estamos completamente aferrados al deseo por satisfacer a un “yo egoico” irreal a través de una realidad condicionada irreal creada por él.

Y el problema es que ese aferramiento, ese apego al deseo está emplazado al fracaso, porque todo cambia y es impermanente, incluso la propia vida del ser humano. Por eso este apego al deseo es el origen del sufrimiento. Y, por tanto, la superación del apego es la superación del sufrimiento.

Ahora podemos preguntarnos: ¿A qué estamos aferrados? Según la tradición, hay tres grandes bloques:

  1. El apego al deseo por los objetos de los sentidos. Constituye el deseo por las cosas materiales y el apego al deseo por todo lo que consideramos agradable, y el apego al deseo de rechazar lo que consideramos desagradable. Aquí tiene cabida:
    • Los objetos puramente materiales (dinero, posesiones, personas a nuestro alrededor, comida, pobreza, etc., etc., etc.).
    • Las cosas o situaciones que ocurren (éxito, juventud, salud-enfermedad, sexo, envejecimiento, amor dependiente, estados emocionales, experiencias de satisfacción de los sentidos, etc., etc., etc.).
    • Las características o atributos mentales (inteligencia, disciplina, apariencia física, conocimientos, valoración de los demás, personalidad, etc., etc., etc.).
    Cada uno de estos objetos deseados nos lleva al objeto siguiente en un afán de nueva satisfacción, entrando en un comportamiento neurótico de satisfacción-insatisfacción, sin comprender por ignorancia lo absurdo de nuestro intento. Y esto es causa de sufrimiento.
  2. El apego al deseo de ser más. Como estamos identificados con la personalidad que ha creado el “yo egoico” tratamos de mejorar esa personalidad ficticia imponiéndonos objetivos mundanos buscando continuamente ser más. Y siempre pensamos que, no solo en la meta es donde está la felicidad, sino que una vez alcanzada nos mantendremos en ella permanentemente valorados.
    Indudablemente que la liberación de este sufrimiento consiste en reconocer el engaño del concepto de la personalidad y su supuesta “valía”, y aceptar la implicación del ego en este tipo de deseo a través de los condicionamientos mentales.
  3. El apego al deseo de rechazar lo que nos resulta desagradable. Deseamos que la vida fuese como a nosotros nos gustaría que fuese, y que estuviera en armonía con nuestros condicionantes mentales positivos. Y, claro, cuando la realidad se presenta tal cual es y no coincide con lo que a nuestros condicionantes les gustaría que fuese, pues se manifiesta el rechazo. Y rechazamos todo lo que nos resulta desagradable: nuestro cuerpo, lo que somos, lo que vivimos y no nos gusta, el envejecimiento, la enfermedad, la muerte, ... La no aceptación de la realidad tal cual es causa de sufrimiento.

    Cuando el deseo se ha satisfecho, encontramos que su satisfacción es efímera, y enseguida empezamos a desear otra cosa que vuelva a satisfacer. Pasamos el tiempo buscando algo que apenas dura. Cuando el presente no nos satisface, no lo aceptamos y deseamos cambiarlo en pos de otro presente que creemos que sí nos va a satisfacer definitivamente o nos evitará el sufrimiento presente. Al llegar la desilusión, nos invade el deseo de querer que las cosas no sean así. Y volvemos a desear conseguir algo que cambie la situación.

    La solución a este sufrimiento pasa por ser responsables de nuestros actos y aceptar la realidad tal como es, sin que nuestros condicionamientos mentales nos impongan su rechazo.

Así pues, la liberación de la “jaula del ego” implica la superación de nuestro aferramiento:

  • al deseo por los objetos de los sentidos y nuestra identificación con ese deseo,
  • al deseo de identificarnos con esa “personalidad egoica” que creemos ser y que nos ata al deseo de darle cada vez más para sentirse valorada en el mundo ficticio del ego,
  • al deseo de no aceptar la realidad de lo que somos y de la vida tal cual es, inmersos en el deseo de rechazar lo que no queremos que sea.

Además, al creernos por nuestra conciencia egoica como “seres separados”, todos estos grandes bloques de actuación con aferramiento, que es nuestra forma habitual de comportamiento, nos condicionarán en nuestras relaciones con los demás, por lo que no sólo sufrimos nosotros, sino que hacemos sufrir también a los demás: “Yo necesito algo que tú tienes para ser feliz. Si te lo puedo quitar no me importa, mientras yo esté satisfecho”. Esta es la directriz que gobierna nuestra vida y nos conduce a nuestro propio sufrimiento y al de los demás.

Desde una visión más práctica

Debemos dejar ir al deseo. Pero esto no es fácil ya que estamos encadenados a los “tengo que...” y a los “debo de...”, en relación con querer dejar el deseo. Y esto es otra clase de deseo. Tenemos que reflexionar sobre nuestros deseos, ya que, si los llegamos a reconocer, podremos dejarlos. Reconocer los deseos para poder dejarlos. Algunas veces no es fácil reconocerlos. Al reconocer nuestros deseos, vemos que realmente están condicionados desde la mente. El deseo no es lo que somos, pero reaccionamos de esa manera debido a nuestra ignorancia. Hay que tener también en cuenta que estos condicionamientos mentales son impermanentes.

Necesitamos no seguir sufriendo o, al menos, disminuir nuestro sufrimiento. Por ello, debemos permitir al deseo ser de la forma que es y entonces empezar a dejarlo ir. El deseo tiene poder sobre nosotros y nos engaña solo mientras nos aferremos a él, creamos en él y reaccionemos ante él.

Hay que investigar el deseo y conocer el motivo por el que lo tenemos. Tenemos que conocer lo que es natural y necesario de lo que no lo es, huyendo de los extremos y de la estupidez. No hay que condenar nada. Una vez que hay claridad y visión de forma adecuada, entonces no hay sufrimiento.

Cuando ves y comprendes el origen del sufrimiento nos damos cuenta de forma clara de que el problema es el aferramiento al deseo, no el deseo en sí mismo. El aferramiento significa no ser capaz de soltar ese deseo, creyendo que satisfaciéndolo conseguimos acabar con nuestro sufrimiento. Y así creemos que el deseo somos nosotros y no algo producido por los condicionantes de nuestra mente, de algo que creamos para llenar el vacío existencial. Así que, hay que conocer y reconocer el deseo con atención, sin emitir juicio sobre él, simplemente reconociéndolo por lo que es.

Al contemplar lo que es el deseo y reconociéndolo, ya no estamos apegados a él; sólo estamos permitiéndole ser del modo que es. Y ahora llegamos al entendimiento de lo que realmente es: un pensamiento condicionado que se ha instalado en nuestra mente. Y así podemos observarlo y apartarlo de nuestra mente y dejarlo ir. “Dejar ir las cosas” significa dejarlas tal como son. No significa esconderlas, deshacerse de ellas o aniquilarlas. “Dejar las cosas” es algo parecido a identificarlas, conocerlas, ponerles nombre y dejarlas como quieran ser. Al dejar ir al deseo nos damos cuenta de que ya no hay ningún apego a ese deseo.

Pero, ¡cuidado! Podemos pensar que deshacernos de algo es lo mismo que deshacernos del apego. Y esto no es verdad. Ese algo no es el problema, sino el aferramiento, el apego que le tenemos. La fórmula puede ser la siguiente:

“Si lo tengo, está bien y lo disfruto. Y, si no lo tengo y lo pierdo, también está igualmente bien”.

Debemos practicar el dejar ir al deseo. Pero, al darnos cuenta de que estamos deseando algo, debemos pensar ¿qué es lo que quiero dejar en ese momento determinado? Tenemos que contemplar la experiencia que estamos viviendo de dejar ir e investigar qué es lo que de verdad queremos dejar ir: ¿es el deseo en ese momento o para siempre? ¿Es el condicionamiento mental que antecede al deseo? ¿Qué es lo que quieres dejar ir en realidad?

Cuando esto se comprende realmente y lo has hecho con plena atención consciente, entonces se produce un entendimiento intuitivo llamado “comprensión profunda”. Y no hay que preocuparse de profundizar en demasía los orígenes del deseo o sus circunstancias y condicionamientos. Sólo reconocer y dejar ir, sin más. Si intentas analizar el dejar ir al detalle, quedas atrapado haciéndolo excesivamente complicado, implicando en demasía a la mente, y esto puede resultar pernicioso para la intuición, para la comprensión profunda. Lo importante es practicar el “dejar ir”. Cuanto más empiezas a ver cómo hacerlo, más eres capaz de sostener el estado de no-apego.

Otro ¡cuidado! No se trata de pensar que tenemos muchos deseos de los que tenemos que deshacernos para no sufrir. No es eso. No se trata de ninguna manera sobre nuestra identificación con los deseos, sino solo de reconocer el deseo.

Es importante saber cuándo has dejado ir el deseo: cuando no juzgas o intentas deshacerte de él; cuando reconoces que es exactamente de la manera que es. Cuando estás verdaderamente calmado y tranquilo, encontrarás que no hay apego a nada. No te quedas atrapado, intentando conseguir algo o intentando deshacerte de algo. El bienestar sólo es reconocer las cosas como son sin sentir la necesidad de hacer un juicio sobre ellas.

Cuanto más contemplamos e investigamos el aferramiento, más surge la comprensión intuitiva: “El deseo debe dejarse ir”. Entonces, por medio de la práctica real y el entendimiento de lo que “dejar ir” es realmente, aprendemos una grata Verdad: “El deseo se ha dejado ir”. De hecho, sabemos dejar ir. No es un dejar ir teórico, sino una intuición directa. Sabemos que el “dejar ir al deseo ha sido logrado”. El deseo ha sido abandonado. Sobre esto trata toda la práctica.

Así pues, ¿cómo superar el apego al deseo para superar el sufrimiento? A través de recuperar la consciencia de la realidad de nuestra Verdadera Naturaleza, que nos permitirá vivir con la visión de la Unidad y la Impermanencia, y así extinguir el deseo, el aferramiento y la confusión. Entonces, la pregunta práctica es ahora: ¿Cómo superar el apego al deseo?

© José Manuel Jiménez Valentín. Nodualidad.info, 2021