Ruta de Sección: Inicio > Colaboraciones > Artículo

Maite Salvador

Child

De sueño hipnótico, a sueño lúcido

Por Maite Salvador Martorell 3 de mayo de 2023

«La mejor manera de guardarse un secreto, es olvidarlo»

El legado testimonial de Lao-Tsé, Buda, Platón o Jesucristo coincide en que el mundo es la manifestación de un principio divino. El amor es su impulso creador, por amor (se)sueña en lo creado y se pierde en su creación, prendido del amor que lo impulsa a vivir(se) dentro del sueño. Pero, sobre todo ¡ese creador desea ser encontrado!

En realidad, lo divino sabe que es nada, se conoce como la luz eternamente resplandeciente y vacía, viviéndose serenamente, en silencio y calma, como eterna portadora de todos los potenciales de la vida. Se conoce y se sabe potencialmente, vibrando con tantísimas ganas de vivirse, que finalmente implosiona en sí mismo.

Así comienza este sueño. Un «big bang» implosivo de substancia divina, dentro de sí misma (dónde explotar, si no hay nada más), perdidamente enamorada de la vida y auto propulsada a experimentar ser todas sus versiones. Se sabe única, pero anhela creerse separada de sí, saliendo disparada en todas direcciones. Obviamente, separarse de lo único que existe es imposible, el resultado sigue siendo lo único que existe. Así que, en su divino saber, la divinidad se autoengaña, se hechiza para caer en un profundo sueño, guardándose a sí misma su único secreto.

La divinidad, olvidado el secreto que se guarda, sueña a buscarse, porque cree que existe separada de sí. Mientras, se auto explora entre los contrastes y se bucea en la ignorancia de su voluntad absoluta, soñando entre luces y sombras.

El secreto que guarda es ser nada, vacío resplandeciente, eternidad silente y en calma, sin principio, ni fin. Después, su olvido le permite creer(se) lo aparente, para experimentar la opacidad, siendo resplandor; voz y sonido, en completo silencio; movimiento, en la quietud; sufrimiento y dolor, desde el amor incondicional; libre albedrío, en la plena libertad; inconsciencia, en la consciencia total, fingiendo no saberse sin forma, dentro de su círculo eterno, mientras esté identificada con sus formas, en el espacio y el tiempo. Su divino sueño hipnótico.

Ahora, la voluntad divina, amorosamente impulsada a constatar la vida, está llegando a una inflexión largamente anunciada y su sueño hipnótico, saturado de apariencias e inconsciencia, se torna un sueño lúcido. Exploradora voluntaria de sus potenciales más oscuros, inconscientes y divergentes de su naturaleza innata, la divinidad se torna hacia su luz y su consciencia, para soñar con lucidez.

Porque su voluntad divina no es despertar del sueño y volver a la nada conocida, a la quietud y soledad que ya es. Su voluntad es seguir soñando, pero con la responsabilidad y el gozo de saberse en el sueño por su propia voluntad de soñar. Su divino sueño lúcido.

La consciencia divina identificada con la forma, se vuelve inconsciente de ser ella misma. Es la evolución divina como universo, como materia, después como seres vivos que dieron paso al ser vivo consciente de ser humano, con despertares momentáneos llegada la muerte física, para después acontecer otra identificación con la forma, individual y colectiva. Todos son pasos en la evolución de la conciencia divina. El siguiente paso es el ser humano consciente de su divinidad.

La consciencia divina, cuando se libera en el sueño hipnótico de su identificación con las formas soñadas, se convierte en consciencia divina pura o iluminada dentro del sueño. Esto, que antaño acontecía a través de unos pocos individuos, ahora está ocurriendo en un porcentaje de la humanidad que crece rápidamente, experimentando la caída de las falsas creencias y la emergencia de la consciencia divina.

La divinidad trasciende su vacío, trasciende su sueño hipnótico, valiéndose de los seres humanos que se saben. Materializa su voluntad de soñar una vida consciente, una manifestación evolutiva hacia su luminosa presencia, integradora de toda causa y efecto, pues todo es por su gracia divina.

El ser humano despierto y consciente de ser divinidad, es una suerte de «muerto en vida», un renacimiento de la consciencia divina saltándose sus viejos patrones y creando nuevos guiones, boicoteándose su propio sueño inconsciente, consciente de asumir la responsabilidad suprema que conlleva saberse y seguir soñando.

Mediante la forma humana que despierta, la voluntad divina se materializa en este mundo. La evolución divina es recordar, en todo lo manifestado, que realmente es nada.

Veo la divinidad redescubriéndose a sí misma, como un niño jugando sólo en un parque tras la lluvia, que de pronto quedó desierto, sin padres, ni jolgorios, ni otros niños, pero siempre dispuesto a seguir disfrutando su juego solitario, mientras se contempla feliz, reflejado en los charcos.