Juan Ignacio Gilligan
Como en el cuento de Borges
Por Juan Ignacio Gilligan 29 de julio de 2024Hemos sido condicionados a aceptar que estamos a cargo de nuestra propia existencia. Es decir, que somos la piedra fundamental de cada cosa que sucede en nuestra vida.
Por supuesto, hay ciertas excepciones que evitamos investigar, como la respiración, el sueño, procesos orgánicos, naturales y hasta cósmicos, claramente ajenos a nuestra supuesta voluntad personal.
Ahora bien, autores de la no dualidad coinciden en que la experiencia de la vida no incluye un yo personal. Este yo, llamado Juan Ignacio, no es el promotor de la experiencia de escribir, sino una parte más de ella, como lo son la lapicera, el papel y la luz que ahora mismo emana de los reflectores.
En otras palabras, para el no dualismo el acto de escribir, el pensamiento detrás de las palabras, y el sentimiento de autoría son fenómenos que ocurren en la conciencia sin que haya un “yo” separado que los esté dirigiendo activamente.
Contra esto, podemos argumentar que nuestro sistema de vida tiene cosas más importantes de las cuales ocuparse que de estas extrañas ideas filosóficas. Me refiero a conflictos tan serios como interminables, los mismos que suponen el hecho de estar a cargo del rumbo de nuestra vida cotidiana.
Vaya contrapunto.
Mi sentido del yo insiste en demandarme por injurias y calumnias si sigo adelante con el razonamiento de que no hay nadie en el control de mandos. “¿Si no soy yo, quién?”, me parece escucharlo. Por supuesto, hay otras doctrinas más cómodas y menos radicales, pero ante mi insistencia en seguir por esta línea no dualista, es como si el asunto comenzara a preocuparle.
En efecto, que la experiencia de la vida no incluya un yo personal supone un giro radical a nuestra forma de concebirnos y, por ende, de concebir el mundo.
Toda nuestra experiencia de vida se sustenta en afirmar lo contrario. Cuando vamos al cajero automático a retirar dinero, el cajero nos saluda con nuestro nombre, al igual que el vecino. Incluso, cuando nos miramos al espejo, reafirmamos la sensación de estar ahí, motorizando nuestro mundo, haciendo o dejando de hacer.
Supongamos que los no dualistas tienen razón, que no hay un yo individual a cargo de nuestra propia experiencia. Me refiero a que este “yo” que se siente como el escritor de esta nota es una ilusión, y lo que ocurre en el proceso de escritura es simplemente una manifestación de la conciencia en la que el “yo” parece tener un papel, pero en realidad, es solo un aspecto más de la totalidad.
Si este fuera el caso, este fantasma flotante que se atribuye la autoría de los eventos que describe viviría bajo una tensión constante. Su aparente control estaría siendo permanentemente desafiado por eventos que no concuerdan con sus planes.
¿Y no es acaso este el motivo de nuestro sufrimiento?
Nos han enseñado a “vivir la vida” a nuestro modo. Solo que dentro del paradigma no dualista esto sería inaplicable.
La implicancia de este descubrimiento ―quiero decir, que nuestro sentido del yo es falso e imaginario― supone, insisto, un giro tan dramático para nosotros, como lo es para el protagonista del cuento de Borges, Las ruinas circulares (*), donde un hombre sueña a otro hombre con el propósito de darle vida.
El cuento termina con la revelación de que el protagonista también es una apariencia soñada por alguien más. Así que leer a los no dualistas nos hace sentir un poco como el protagonista del cuento de Borges. (“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”)
Ahora bien, al no poder ya “vivir la vida” a nuestro antojo, como la propia sociedad alienta, la única opción disponible es “dejarnos vivir por la vida”.
Lo cual, al final de cuentas, no parece tan grave.