Artículos - Swami Vivekananda
El hombre aparente y el hombre real
Por Swami VivekanandaDesde que el hombre empezó a pensar, tendió su mirada hacia adelante, deseoso de escrutar el porvenir, con el ansia de saber a dónde va después de la desintegración de su cuerpo mortal. Se han expuesto varias escatologías y sistemas con intento de explicar el enigma de la muerte. Unos se aceptan y otros se rechazan y así se irán aceptando y rechazando mientras el hombre exista sobre la tierra y no se canse de pensar. Sin embargo, algo de verdad contienen todas las escatologías religiosas y filosóficas, y no estará de sobra el intento de armonizar las que más contradictorias parezcan.
El tema capital de la filosofía Vedanta es la indagación de la unidad, pues la mentalidad hindú no cuida de lo particular; siempre busca lo universal. El tema conductor de la filosofía Vedanta está expresado en el siguiente aforismo interrogativo: "¿Qué es aquello que una vez conocido se conocen todas las cosas? Y está explicado en el siguiente símil: "Así como el conocimiento de un pedazo de arcilla nos da a conocer toda la arcilla del universo ¿qué será lo que una vez conocido nos dé el conocimiento de todo el universo?" Según los filósofos hindúes, el universo puede resolverse en la materia primordial a que llaman akasha, de la que son diversas manifestaciones y combinaciones todas las cosas que perciben nuestros sentidos, desde la piedra más dura hasta el gas más sutil, desde el osmio hasta el helio, desde el átomo hasta el sol.
Simultáneamente con la materia primordial existe la energía que la anima. Esta energía es también única y se manifiesta en el universo en las diversas modalidades de energía mental, nerviosa, eléctrica, magnética, lumínica, calorífica y mecánica, según el grado de vibración. A esta única energía se le llama en sánscrito prana. De la actuación de prana en akasha surge el universo. En el principio de un ciclo, la prana y la akasha, la energía y la materia están en reposo; pero en cuanto prana comienza a vibrar se van manifestando por gradual condensación de akasha los sistemas planetarios con sus mundos y los seres que los pueblan.
Toda manifestación de energía es prana y toda manifestación de materia es akasha. Al terminar el ciclo, la materia se va sutilizando en orden inverso al que se condensó, hasta resolverse en la prístina materia primordial o akasha; y todas las energías de la Naturaleza se resuelven en la única y primordial energía pránica. Quedan entonces inactivas la prana y la akasha, la energía y la materia primordiales, y al terminar este período de reposo surge un nuevo universo, y se van repitiendo indefinidamente los ciclos.
Sin embargo, este análisis no es completo, y aunque ya lo reconoce y admite en su mayor parte la ciencia moderna, no puede ir más allá de lo que alcanzan la observación y la experiencia, por lo que necesario es que prosiga la investigación por otros medios hasta encontrar aquello que una vez conocido se conoce todo el universo.
Hasta ahora hemos reducido a dos elementos primordiales, energía y materia, prana y akasha, la infinita variedad de formas materiales y de fuerzas operantes en el universo. Pero si consideráramos la energía y la materia como principios coeternos y absolutos, no resolveríamos el problema, porque nos faltaría indagar la causa de la energía y la materia, que no pueden existir por sí mismas, ya que no es posible concebir dos principios absolutos, dos efectos sin causa, sobre todo cuando vemos que tanto la energía como la materia, se conducen siempre invariablemente de la misma manera, obedientes en su acción a ciertas normas a que llamamos leyes, de suerte que parecen esclavas de estas leyes, sujetas a una suprema voluntad.
De aquí que concibamos algo superior y anterior a la energía y a la materia, y a este algo le llama la filosofía Vedanta Mahat que significa la Mente universal, de cuya condensación resulta la energía y de la condensación de la energía resulta la materia, aunque también cabe concebir que en vez de sucesión de los términos mente, energía y materia, haya simultáneo desdoblamiento de la mente en energía por un lado y de materia por otro.
Ya expusimos en conferencias anteriores y demostramos con adecuados ejemplos; que ni el ojo ve ni el oído oye ni el olfato huele ni la lengua gusta ni las manos tocan por sí mismas, ni tampoco perciben las sensaciones los nervios y el cerebro, pues todos son instrumentos o medios de transmitir las sensaciones que realmente percibe el alma, el ego, el verdadero hombre, que sin remedio ha de ser permanente y fijo, sin esencial variación posible.
Un símil esclarecerá esta idea. Cuando queremos fotografiar un objeto, es necesario que este objeto se mantenga quieto si es semoviente, pues los rayos de luz se han de enfocar en algo que no se mueva. De la propia suerte, el receptor de la sensación ha de estar fijo en el punto focal del órgano que la transmite, y decir que ha de estar fijo, equivale a decir que ha de estar atento cuando hablamos del ego, alma o verdadero ser del hombre.
Por lo tanto, entre la continua mudanza de nuestras sensaciones, pensamientos y emociones que varían a cada punto, entre la incesante asimilación y desasimilación de las moléculas constituyentes de nuestro cuerpo físico, la experiencia nos demuestra que hay en nosotros algo permanente, algo que no muda ni cambia, que mantiene la unidad en medio de tanta diversidad, algo individual. Este algo es el alma, el ego, el jiva, el hombre real que trasciende el cuerpo y la mente.
Así como más allá de la mente humana hallamos el alma humana, así también más allá de Mahat, de la Mente cósmica que se desdobla en prana y akasha, hallamos el Alma cósmica, el Alma del universo, en una palabra, Dios. Tenemos en consecuencia que la Mente divina, la Mente de Dios, al bajar su tónica vibratoria se desdobla en prana y akasha.
¿Sucede lo mismo en el hombre individual? ¿Es su mente condensación vibratoria de su alma, y su cuerpo condensación vibratoria de su mente? ¿Son su alma, su mente y su cuerpo tres entidades o existencias diferentes o son distintos estados de existencia de una sola y única entidad?
Procuraremos ir respondiendo sucesivamente a estas preguntas. En primer lugar vemos el cuerpo físico con sus órganos; más allá de los órganos está la mente con su intelecto, y más allá el alma, distinta de la mente y del cuerpo. Sobre este punto están divididas las opiniones religiosas.
Dicen los dualistas que por ser el alma distinta del cuerpo y de la mente, por no estar compuesta de energía y materia, ha de ser inmortal. Mortalidad significa descomposición, y lo simple no puede descomponerse; pero lo único simple en el universo es el espíritu, y si la energía y la materia son condensaciones de la mente, y la mente es una condensación del espíritu, resulta que para que sea el alma humana, ha de ser espiritual, y si es espiritual ha de ser esencialmente idéntica a Dios, que también es espíritu, y no puede haber substancialmente dos clases de espíritus.
Por lo tanto, el alma no puede haber sido creada de la nada ni ser diferente de la esencia de Dios, porque entonces tendríamos que el espíritu humano sería diferente del espíritu de Dios, lo cual es absurdo. Según la filosofía Vedanta, cuando el cuerpo muere, el alma sigue viviendo, y la energía vital se concentra en la mente, que entonces forma el cuerpo, envoltura o vehículo del alma.
En la parte más sutil de este cuerpo mental que subsiste en todas las encarnaciones, permanecen las impresiones recibidas por el alma durante la vida terrena que acaba de pasar. Expliquemos algún tanto este punto. La mente humana, está constituida por una masa de materia mental semejante a la masa de agua que forma un lago. Cada pensamiento puede compararse a una ola levantada en el lago de la materia mental.
Así como en un lago se levantan las olas y después se desvanecen, así en la materia de la mente se están levantando de continuo olas mentales que se abaten, pero no se desvanecen por completo sino que dejan su huella de modo que pueden aparecer y surgir de nuevo en cuanto se reproduzcan las circunstancias que las levantaron. La memoria no es más que la facultad de reavivar estas olas mentales que han permanecido amortiguadas.
Así, todo pensamiento, toda palabra expresiva de un pensamiento y toda obra plasmación de un pensamiento, quedan alojadas, impresas, en la mente, en el cuerpo mental que sirve de envoltura al alma cuando la muerte terrena la despoja del cuerpo físico, y del resultado o suma algebraica de estas impresiones depende el destino ulterior del alma.
Según los dualistas, las almas de los que durante su vida terrena fueron muy espirituales, al morir el cuerpo pasan sucesivamente a la esfera solar, a la lunar y a la ígnea en donde encuentran otra alma ya bienaventurada que conduce a la recién venida a la esfera superior llamada Brahmaloka o esfera de Brahma, donde alcanzan un poder y una sabiduría casi omnímodos y en aquella esfera moran eternamente; pero según los no-dualistas, al fin del ciclo de evolución, se identifican las almas con Dios de cuyo seno emanaron.
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Así encontramos por una parte la opinión de que más allá del cuerpo y de la mente hay una inmutable e inmóvil substancia; y por otra parte, la contraria opinión de que nada hay inmutable ni inmóvil en el universo, que todo cambia.
El no-dualismo armoniza entre ambas opiniones, diciendo que tienen razón los dualistas al suponer algo inmutable subyacente en lo mudable, pues no es posible concebir un cambio sin referirlo a algo inmutable. Sólo podemos concebir algo mudable, relacionándolo con otro algo que no lo sea tanto, y este otro aparecerá mudable si lo comparamos con algo que lo sea menos y así sucesivamente hasta llegar a lo que de por sí sea inmutable.
El conjunto del universo manifestado debió en un principio hallarse en estado de inmanifestación, tranquilo y silencioso, con las fuerzas en perfecto equilibrio, y precisamente el universo se esfuerza en retornar a su prístino equilibrio. Aciertan los dualistas al decir que hay algo inmutable, pero yerran al añadir que es un algo diferente de la mente y del cuerpo que subyace en ambos. Aciertan los budistas al decir que el universo es una masa mudable en que se operan incesantes cambios, pues así parecerá mientras haya observador y cosa observada, sujeto y objeto; pero yerran al creer que estos cambios y distinciones son esenciales del universo.
El alma, la mente y el cuerpo no son tres separadas existencias, sino una sola esencia en tres modalidades de manifestación. Quien ve el cuerpo no ve la mente; quien ve la mente no ve el alma; y quien ve el alma, prescinde de la mente y del cuerpo. Quien sólo ve el movimiento, no ve la absoluta quietud, y quien ve la absoluta quietud no tiene noción del movimiento.
Cuando se confunde una cuerda enroscada con una serpiente, se ve la serpiente y no la cuerda; pero en cuanto se desvanece la ilusión, se ve la cuerda y no la serpiente. Por lo tanto, no hay más que una sola Existencia que todo lo abarca y se nos aparece múltiple.
A esta única Existencia, única Realidad, única substancia, se le llama en sánscrito Brahman, en Occidente se le llama Dios, en terminología filosófica el Absoluto y los Upanishads le llaman Aquello, porque no le cuadra nombre alguno. Brahman aparece múltiple por la interposición de nombre y forma.
En el mar no son las olas esencialmente diferentes de la masa total de agua, pues de su seno se levantan. Lo que las distingue es su forma a que le damos el nombre de ola. Al desvanecerse la ola pierde su forma y con ella el nombre inseparable de la forma; pero la esencia de la ola, el agua, retorna a la masa del mar de la que en realidad jamás se separó, puesto que es inseparable en esencia.
Así el universo es la sola y única Existencia en que el nombre y la forma han establecido estas variadas diferencias. Cuando el sol se refleja en millones de gotas de agua, en cada una de ellas vemos la imagen del sol, y de la propia suerte la única Realidad aparece múltiple al reflejarse en la infinidad de formas del universo.
Por lo tanto, no hay más que un Atman, un Ser, eternamente puro, eternamente perfecto, inmutable, permanente, y todos los cambios del universo son aparentes manifestaciones del único Ser.
Por la forma se distingue del mar la ola. Al desvanecerse la ola, se desvanece la forma. La existencia de la ola depende de la existencia del mar; pero la existencia del mar no depende de la existencia de la ola. El nombre y la forma son el resultado de Maya, de lo que sin tener existencia propia establece la distinción entre las cosas. No puede decirse que la forma exista de por sí, porque depende de la existencia de la cosa formada, y tampoco puede decirse que no exista, pues establece la diferencia entre las cosas.
La forma y el nombre están relacionados con el tiempo, el espacio y la causalidad. La ciencia moderna ha demostrado la unidad material del universo y que el cuerpo del hombre es un microcosmos, es decir, que está constituido por elementos que también están en el universo.
La partícula de materia que hoy está en el cuerpo de un hombre puede estar mañana en un animal, en un vegetal o en un mineral y viceversa. La materia constituyente del universo es una masa continua en la que se levantan centros, focos o grupos que asumen forma y reciben nombre.
El mismo universo, desde otro punto de vista, es un océano de materia mental cuyos torbellinos son las mentes individuales y su oleaje los pensamientos. Cuando esto se comprende, no queda nada de las escatologías hindúes en su sentido literal, pues no pueden ser las esferas y los ciclos y las regiones lugares dimensionales, sino símbolos de estados de conciencia.
Al leer un libro vuelve el lector las hojas una tras otra. No cambia el lector. Cambia la hoja del libro. Así el universo es un libro abierto ante los ojos del alma, que lee capítulo tras capítulo y se le presentan nuevas escenas en cada uno; pero el alma siempre es la misma. Nunca cambia. El nacimiento y la muerte son propios de la materia, no del alma.
Pero las apariencias engañan y alucinan al que desconoce la realidad, como se alucina y engaña quien por ignorancia cree que el sol se mueve y la tierra permanece inmóvil. Desde el plano mental en que actúa la mente humana en su concreta modalidad se ve el universo en su aspecto material, y desde el punto de mira de la malicia se ve este mundo terrestre como un lugar de aflicción y castigo, mientras que les parece un paraíso a quienes lo miran bajo el espejismo de su bienestar personal.
Quienes durante su vida terrena soñaron y anhelaron ver a Dios sentado en su trono, rodeado de los coros angélicos y de la corte de bienaventurados, tal como describen el cielo los libros pietistas y las pinturas imaginarias, verán al morir su cuerpo todo cuanto en vida alimentaron y se representaron en su mente. El grave error de la mayoría de las gentes es creer que esta vida terrena es la única verdadera, y en consecuencia se identifican con su cuerpo, cuando en realidad, en esencia, el alma del hombre es idéntica al Dios del universo.
Cuando así se conoce el hombre a sí mismo, cuando distingue el hombre aparente del hombre real, se rasga el velo que impedía la clara visión, se desvanecen los sueños que le habían torturado en toda una serie de vidas, y reconoce que en su interior está el reino de los cielos, que su cuerpo es el templo del espíritu de Dios, y por tanto su verdadero ser se enaltece más allá de los poéticos y mitológicos cielos, de los simbólicos dioses, porque es infinito y perfecto como el mismo Dios. Sólo así se libra el hombre de todo temor, cesa la ilusión y entra en el sempiterno reino de la realidad.
Sin embargo, se preguntará si es posible practicar tan abstrusas y al parecer incomprensibles enseñanzas en la vida ordinaria, y respondemos que si bien no todos los hombres están en el grado de evolución necesario para practicarlas, hay quienes viven en el mundo y han vencido la ilusión.
Filosofías, doctrinas, argumentos, libros, teorías, iglesias y sectas son necesarias mientras el hombre recorre el sendero de perfeccionamiento en que gradualmente va manifestando por actualización las potencias de su verdadero ser; pero son inútiles una vez logrado el conocimiento de sí mismo.
Por otra parte, hay quienes suponen que cuando lleguen a reconocer la unidad esencial de todos los seres y todas las cosas, se agotarán las fuentes del amor; pero no tienen en cuenta que, precisamente los mayores bienhechores de la humanidad renunciaron por abnegación a todo lo personal.
Únicamente ama de veras el hombre cuando no cifra su amor en lo mortal y perecedero, cuando el objeto de su amor es el mismo Dios residente en todos los seres, y por esto el amor al prójimo ha de tener por fundamento el amor de Dios.
La mujer amará más intensamente a su marido cuando en él vea a Dios; el marido amará con mayor abnegación y sacrificio a la esposa cuando en ella vea a Dios; la madre amará más tiernamente a los hijos si ve a Dios en ellos; y también amará a su más enconado enemigo quien vea en él a Dios.
Tal será el bien que allegue la humanidad del reconocimiento de la unidad esencial de todos los seres. En vez de luchas, guerras, porfías, contiendas y enemistades, reinará la paz entre todos los hombres porque todos tendrán por prenda de paz la buena voluntad.