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¿Has encontrado a Dios?

Por Osho
Osho

He oído contar que un hombre renunció a todo y llegó a la puerta de lo divino. Había renunciado a su riqueza, a su esposa, a su casa, a sus hijos, a la sociedad, a todo; y, después de haber renunciado a todo, se acercó a la puerta de lo divino. Pero el portero lo detuvo y le dijo:

―Todavía no puedes entrar. Primero, ve y déjalo todo atrás.

―Pero ¡lo he dejado todo! ―adujo el hombre.

―Es evidente que te has traído a tu yo ―le explicó el portero―. No nos interesa lo demás; solo nos interesa tu yo. No nos importa lo demás: solo nos interesa tu yo. No nos importa lo que dices que has dejado atrás: lo que nos interesa es tu yo. Vete, suéltalo y vuelve.

―No tengo nada ―dijo el hombre―. Tengo la bolsa vacía: no tengo dinero, ni esposa, ni hijos. No poseo nada.

―Todavía tienes a tu yo en tu bolsa ―dijo el portero―. Vete y suéltalo. Estas puertas están cerradas para los que se traen a su yo: las puertas han estado cerradas siempre para ellos.

Pero ¿cómo soltar el yo? Nunca soltaremos el yo a base de intentar dejarlo. ¿Cómo puedo soltar el mismo yo? Esto es imposible. Sería como si alguien intentase levantarse a si mismo tirándose de los cordones de los zapatos. ¿Cómo puedo soltar el yo? Aun después de soltarlo todo, todavía quedaré yo. Como mucho, alguien podría decirse: "He soltado el ego"; pero eso demostraría que todavía lleva encima su yo. Uno se vuelve egocéntrico incluso en lo que se refiere a soltar su ego. Entonces, ¿qué debe hacer uno? Es una situación bastante difícil.

Yo os digo que esta situación no tiene nada de difícil, porque no os pido que soltéis nada. En realidad, no os pido que hagáis nada. El yo, el ego, se refuerza con todo lo que se hace. Lo único que os pido es que paséis dentro y que busquéis el yo. Si lo encontráis, no podéis soltarlo de ninguna manera. Si siempre existe allí, ¿qué es lo que queda que podáis soltar? Y si no lo encontráis, entonces tampoco hay manera de soltarlo. ¿Cómo podéis soltar algo que no existe?

Así pues, pasad dentro y ved si el yo está allí o no. Lo único que os digo es que el que mira dentro de si mismo se ríe a carcajadas, porque no es capaz de encontrar a su yo en ninguna parte dentro de si mismo. Por tanto, ¿qué queda? Lo que queda entonces es Dios. Lo que queda después de desaparecer el yo, ¿puede estar separado de vosotros? Cuando deja de existir el mismo yo, ¿quién va a establecer esa separación? Solo el yo me separa a mí de ti y a ti de mí.

He aquí la pared de esta casa. Las paredes producen la ilusión de que dividen en dos el espacio, aunque el espacio nunca se parte por la mitad: el espacio es indivisible. Por muy gruesa que sea la pared que levantéis, el espacio interior de la casa y el espacio exterior no son dos espacios diferentes: son uno solo. Por muy alta que sea la pared que levantéis, el espacio interior de la casa y el exterior no se separan nunca. Pero el hombre que vive dentro de la casa tiene la impresión de que ha dividido en dos el espacio: un espacio en el interior de su casa y otro en el exterior. Pero si se derrumbara la pared, ¿cómo diferenciaría el hombre el espacio interior de la casa del espacio exterior? ¿Cómo lo determinaría? Solo quedaría espacio.

Del mismo modo, hemos dividido la conciencia en fragmentos levantando las paredes del yo. No se trata de que, cuando se derrumbe esta pared del yo, yo empezaré a ver a Dios en ti. No: entonces no te veré a ti; solo veré a Dios. Os ruego que entendáis con cuidado esta distinción tan sutil.

Sería erróneo decir que yo empezaré a ver a Dios en ti: yo no te veré más a ti; solo veré lo divino. No se trata de que yo veré a Dios en un árbol: ya no veré el árbol, solo veré lo divino. Cuando alguien dice que Dios existe en todos y cada uno de los átomos, se equivoca totalmente, porque está viendo al mismo tiempo al átomo y a Dios. No es posible ver a los dos a la vez. La verdad de la cuestión es que todos y cada uno de los átomos son Dios, y no es que Dios exista en todos y cada uno de los átomos. No es que haya algún Dios dentro de cada átomo: todo lo que es, es Dios.

Dios es el nombre que damos, por amor, a "lo que es". "Lo que es" es verdadero; lo llamamos Dios por amor. Pero el nombre que le asignemos no tiene importancia. No os pido, por lo tanto, que empecéis a ver a Dios en todas las personas. Lo que os digo es que empecéis a mirar dentro. En cuanto miréis dentro, desapareceréis. Y, al desaparecer, lo que veréis será Dios.

 

Otro amigo ha preguntado: ¿Has encontrado a Dios?

A mi me gustaría preguntar a este amigo: "¿Has perdido alguna vez a Dios?". Pues si digo que he encontrado a Dios, eso significa que lo había dado por perdido. Ya está encontrado. Aun cuando nos parece que lo hemos perdido, él sigue todavía con nosotros. Lo único que sucede es que estamos hipnotizados y que, por ello, nos parece que lo hemos perdido. Por consiguiente, si alguien dice:

"Sí, he encontrado a Dios", se equivoca. Sigue sin comprender que nunca ha llegado a perderlo. Por lo tanto, los que llegan a conocer a Dios nunca dicen que han encontrado a Dios. Dicen: "Nunca lo perdí".

El día en que el Buda quedó iluminado, la gente se reunió a su alrededor y le preguntó:

―¿Qué has alcanzado?

El Buda respondió:

―No he alcanzado nada. Sencillamente, he llegado a ver lo que no había perdido nunca. He encontrado lo que ya tenía.

Los lugareños que oyeron esto se apiadaron de él y le dijeron:

―¡Qué lástima! Has trabajado en vano.

―Sí ―dijo el Buda―, en ese sentido es cierto que he trabajado en vano. Pero ahora ya no tengo necesidad de trabajar: esa ventaja he ganado. Ahora no iré a buscar nada, ahora no vagaré para alcanzar nada, ahora no emprenderé ningún viaje: eso he ganado. Ahora sé que estoy donde ya estaba.

Solo nos vamos en nuestros sueños. Nunca llegamos realmente a los lugares donde nos parece que hemos llegado. Por eso, en cierto sentido, todas las religiones son falsas; todos los sadhanas o prácticas espirituales son falsos; todos los yogas son falsos. Son falsos en el sentido de que todos son métodos para regresar. Pero, con todo, son muy útiles. [...]

No preguntéis nunca: "¿Has encontrado a Dios, o no?". Todo eso es un error. ¿Quién va a encontrarlo? ¿Qué hay que encontrar? Lo que es, es. El día que lleguéis a saber esto, veréis que no habéis perdido nada nunca, que no habéis ido nunca a ninguna parte. Nada se ha destruido nunca, nada ha muerto nunca. Lo que es, es. Ese día terminarán todos los viajes, todo lo que es ir a alguna parte.

 

Y ahora esta pregunta: ¿Qué significa "la liberación del ciclo del nacimiento y de la muerte"?

La liberación del ciclo del nacimiento y de la muerte no significa que no vayáis a volver a nacer aquí otra vez. Significa que ya no hay ni que ir a ninguna parte ni venir de ninguna parte, en ningún plano. Entonces os quedáis arraigados allí donde estáis. El día que sucede esto, brotan por todas partes los manantiales de la alegría. No podemos conocer la alegría si estamos en un plano imaginario; solo podemos encontrar la alegría si estamos donde estamos de verdad. Solo podemos ser felices siendo lo que somos; nunca podemos ser felices siendo lo que no somos. Así pues, seguir el ciclo del nacimiento y de la muerte significa que estamos vagando por lugares ilusorios: estamos perdidos en alguna parte donde no hemos estado nunca, jamás. Estamos vagando por alguna parte donde no debemos estar nunca, jamás, mientras que hemos perdido de vista el lugar donde estamos en realidad. De modo que la liberación del nacimiento y de la muerte significa volver a donde estamos, volver a casa.

Entrar en Dios significa estar exactamente donde estamos en realidad. No se trata de que algún día vayáis a encontraros con Dios en alguna parte y le vayáis a saludar diciendo: "¡Gracias al cielo que te he encontrado!". No existe un Dios como este, y si por casualidad os encontráis con uno, sabed bien que todo es hipnotismo. Un Dios así será una creación vuestra, y encontraros con él será tan falso como lo fue el perderlo. No es así como encontraréis algún día a Dios.

Nuestra lengua suele resultar engañosa, pues la expresión "encontrar a Dios" o "alcanzar a Dios" da la impresión de que seremos capaces de ver a Dios cara a cara. Estas palabras son muy engañosas. Al escucharlas, tenemos la impresión de que alguien se va a manifestar, de que mantendremos un contacto visual con él, de que podremos abrazarlo. Esto es erróneo. Si alguna vez os encontráis con un Dios así, ¡cuidado! Un Dios así habrá sido creado totalmente por vuestra mente: será fruto de la hipnosis.

Todos tenemos que salir de la hipnosis, de todos los condicionamientos, y volver sobre nuestros propios pasos hasta el punto en que no hay sueño, en que no hay hipnosis, en que estamos completamente conscientes, arraigados en nuestro propio ser. El conocimiento que tendremos entonces será el conocimiento de que la existencia es una, indivisible. El nombre de ese conocimiento es Dios.