Artículos - Robert Adams
La experiencia de Robert
Por Robert AdamsRobert: Pregúntate: "¿Qué estoy haciendo aquí en este satsang?" ¿Por qué has venido? Pregúntate a ti mismo. ¿Has venido a observar al orador, para compararlo con otros oradores, o estás cansado de juegos y quieres ponerte manos a la obra? ¿Cuál es la verdadera razón por la que vienes esta noche? ¿No tienes otro sitio a dónde ir? ¿Has visto todas las películas, todos los programas de televisión? ¿Buscas una nueva cara? Pregúntate a ti mismo.
Tu vida es muy corta. ¿Qué estás haciendo con ella? A menos que despiertes en esta vida, volverás una y otra vez, y seguirás jugando este juego una y otra vez, hasta que llegue el día cuando despiertes. La única libertad que tienes es volverte hacia adentro y no reaccionar a las condiciones.
Por lo general yo no hablo de mí mismo, pero recibí una llamada interesante hoy de una mujer de Santa Cruz que me dijo: "Robert, si no dices algo sobre ti mismo, nadie sabrá de dónde vienes. Ellos pensarán que has sacado esta información de un libro o de otro maestro. No sabrán que viene directamente del Ser". Así que pensé en esto, y durante unos minutos voy a hablar de mi vida hasta la edad de catorce años.
Nací el 21 de enero en Manhattan, Nueva York. Desde el principio, y desde que tengo uso de razón, cuando estaba en mi casa, un pequeño hombrecillo —de unos dos pies de alto— con una barba gris y el pelo blanco solía aparecerse delante de mí en el otro extremo de la cuna, y hablaba algo que era un galimatías para mí. Pensaba que esto era normal y que todo el mundo tenía esta experiencia. Por supuesto, siendo un niño no entendía nada de lo que decía. Fue sólo después de unos años, cuando empecé a leer libros que me di cuenta de que esa persona era Sri Bhagavan Ramana Maharshi. Se estuvo apareciendo ante mí hasta que tuve unos siete años de edad, y luego se detuvo.
Entonces me pasó algo muy interesante. Siempre que quería algo, un caramelo, un juguete, y decía el nombre de Dios tres o cuatro veces, aparecía de alguna parte. Por ejemplo, si quería una barra de chocolate decía: "Dios, Dios, Dios"; alguien me lo traería o vendría de algún lugar. Cuando fui a la escuela no solía estudiar. Cuando teníamos un examen decía, "Dios, Dios, Dios", y las respuestas venían. Una vez quise tocar el violín y mi madre me dijo que sería muy difícil para mí tocarlo, así que no me iba a comprar uno. Entonces dije: "Dios, Dios, Dios", y unas horas más tarde apareció mi tío, que yo no había visto en cinco años, y me trajo un violín. Pensó que necesitaba un violín. Y esto continuó mientras yo iba a la escuela.
Cuando tenía catorce años, ocurrió un fenómeno extraño. Estaba en mi clase de secundaria. Había alrededor de treinta y cinco niños. El nombre de la profesora era la Señora Riley. Ella pesaba trescientas libras, y cuando se enfadaba solía dar saltos arriba y abajo, así que por supuesto solíamos hacerla enojar. Lo que hice una vez fue pedir prestado una horquilla a una niña. Había una bisagra en la parte trasera de su asiento. Metí la horquilla en la bisagra y producía un sonido agudo que la volvía loca. Ella no sabía de dónde venía el ruido y saltaba arriba y abajo, un fenómeno muy interesante.
De todos modos, era el final del trimestre, y estábamos haciendo los exámenes finales. Entonces tenía un examen de matemáticas. Nunca lo estudié, por lo que no sabía nada. Así que dije: "Dios, Dios, Dios". En lugar de venir las respuestas, la habitación se llenó de luz, una luz brillante, mil veces más brillante que el sol. Fue como una bomba atómica, la luz de la bomba, pero no era una luz ardiente. Era un hermoso resplandor, brillante y cálido. Sólo de pensar en eso ahora me hace detener y maravillarme. Toda la habitación estaba inmersa en la luz, todos, todas las cosas. Todos los niños parecían ser miríadas de partículas de luz, y luego me vi a mi mismo fundiéndome en una especie de ser radiante, de consciencia. Me fundí en la consciencia. No fue una experiencia fuera del cuerpo. Una experiencia fuera del cuerpo es cuando el alma abandona tu cuerpo. Esto era completamente diferente. Me di cuenta de que yo no era mi cuerpo. Lo que parecía ser mi cuerpo no era real. Y fui más allá de la luz en la pura consciencia radiante. Me volví omnipresente. Mi individualidad se había fusionado en pura dicha absoluta. Me expandí, me convertí en el universo. La sensación es indescriptible. Era una dicha total, alegría total.
Lo siguiente que recuerdo es que la profesora me sacudía. Todos los estudiantes se habían ido. Yo era el único que quedaba en la clase. La profesora me sacudía, y regresé a la consciencia, la consciencia humana. Ese sentimiento nunca me ha abandonado.
Ahora, ¿qué tiene esto que ver contigo? Todo, porque cuando yo digo: "Tú eres la realidad absoluta, la dicha absoluta", cuando digo "todo esto es el Ser y yo soy eso", yo-soy abarca a todo el mundo, a todas las cosas. "Yo soy eso" abarca a todo el universo. Yo soy eso, la inteligencia pura, la realidad última, sat-chit-ananda, Parabrahman. Estoy hablando desde mi experiencia. La muerte se convierte en una broma, no existe tal cosa. Tu verdadera naturaleza es la inmortalidad. Tu verdadera naturaleza es la pura felicidad, la unidad última. Esto es lo que realmente eres. Despierta a eso y sé libre.
¿Cómo despiertas? Bueno, en realidad, ya estás despierto, pero estás soñando y no lo sabes. Es como cuando vas a dormir y sueñas que hay un terremoto. Todo el mundo está muriendo a tu alrededor, y yo vengo y te digo: "Esto no es real. Estás teniendo un sueño, ¿no lo sabes?" Y me dices, "Estás loco, Robert. Esto no es un sueño, esto es real. ¿No puedes ver el terremoto? ¿No ves a la gente morir a tu alrededor?" Pero yo digo: "¡No, es un sueño!" Te niegas a creerme. Entonces, de repente, te despiertas, te encuentras en este mundo. La única diferencia entre este mundo y el mundo del sueño es que este mundo dura un poco más de tiempo, pero es un sueño. El mundo no es real por sí mismo.
La realidad última, la inteligencia pura, el vacío, el espacio —esa es la realidad. Es como una pantalla gigante que ocupa todo el universo. Esa pantalla es la consciencia, y todos los mundos, los planetas, los soles, las personas, son las imágenes de la pantalla. Si la pantalla no existiera, no podría haber ninguna imagen. Por lo tanto, no puedes decir que las imágenes son reales. Ellas sólo son reales mientras persista la pantalla. Pero si se quita la pantalla no hay lugar para mostrar las imágenes. De la misma manera, tu verdadera naturaleza es la consciencia, la consciencia pura. Tu cuerpo se superpone sobre la consciencia. Has cometido el error de identificarte con el cuerpo y la mente. Por lo tanto, el cuerpo y la mente parecen controlar tu vida. Pero tan pronto como cambias de identidad, tan pronto como empiezas a identificarte con la consciencia, todo cambia para ti. Te vuelves feliz, pacífico, alegre, dichoso. Sucede por sí mismo. Todo lo que tienes que hacer es cambiar de identidad, identificarte con la realidad.
¿Cómo haces eso? Cada imagen que viene a tu mente, niégala. Te das cuenta de que no es la verdad, y hazte la pregunta, "¿A quién viene? A mí". Aférrate a ese "mí". Encuentra la fuente del mí. La fuente del mí no es otra que tu Ser. Una vez que realizas la identidad y despiertas a tu Ser, todos tus problemas se han acabado.
Piensa en los problemas que estás pensando en estos momentos. ¡Piensa! ¿Quién tiene un problema? Tu verdadero Ser no puede tener un problema, porque es consciencia y bienaventuranza. El problema viene para el ego. Sólo el ego tiene un problema, nada ni nadie más. Todo lo demás es libre, feliz, sin problemas. Descubre quién eres, descubre tu Ser. Salta dentro de ti mismo. Sé tu Ser. Sé libre.
Nada existe como parece, nada. Todo es consciencia, y todo es una imagen superpuesta en la consciencia. Todos tus pensamientos, todo lo que pasa por tu mente, no tiene ninguna base, ninguna causa, ningún ego. Todo lo que ves es una proyección de tu propia mente. Puedes poner fin a esa situación mediante la búsqueda de la fuente de tus pensamientos. ¿De dónde vienen tus pensamientos? Averígualo. Vete a tu interior. Pregúntate a ti mismo.
Comienza por la mañana en cuanto salgas de la cama. Presta atención a tus pensamientos. Observa lo que estás pensando. Observa lo que estás haciendo. Sea lo que sea que viene a tu mente, hazte la pregunta, "¿A quién viene? Yo pienso esto". Sigue al yo-pensamiento hasta la fuente. Aférrate al yo y espera. No hagas nada. No hagas absolutamente nada. Quédate quieto. Cuando venga otro pensamiento, utiliza el mismo procedimiento. "¿A quién viene esto? ¿A mí? ¿Quién soy yo?" Sigue al yo-pensamiento hasta la fuente. No hagas nada. Permanece en el silencio. No trates de analizar nada. No trates de llegar a ninguna conclusión. Si tu mente se pone a argumentar, pregúntate: "¿Quién está argumentando? Yo soy". Todo pertenece al yo. Todo el universo está unido al yo. Cuando encuentras la fuente del yo, todo lo demás desaparece. Encuentra la fuente del yo y sé libre.
La vida es realmente simple. ¿Por qué hacerla complicada? ¿Por qué permites que todos tus pensamientos te controlen, te controlen, te controlen? ¿Por qué te entregas a tus pensamientos? Si quieres ser libre, tienes que dejar de pensar, completamente, totalmente. Cuando tus pensamientos vienen a ti, no importa lo que te digan, tienes que preguntarte, "¿A quién vienen estos pensamientos? ¿Quién les da nacimiento? ¿Yo lo hago? Bien, ¿quién soy yo?" No permitas que tus pensamientos sean tu Maestro. Lo que tú llamas realización es sólo la mente vacía. Cuando tu mente está vacía todo sucede por sí mismo. La Realidad resplandece. Cuando tu mente está llena de basura, te conviertes en beligerante, arrogante, salvaje, y no tienes paz. Así que obsérvate a ti mismo, vigila tus pensamientos. Mira adonde te llevan. Toma su control, y sé libre.
Yo no soy un orador, no doy discursos, no doy sermones. Sólo estoy aquí a vuestra disposición. Por lo tanto, si hay alguna pregunta, estaré encantado de responder si puedo. Sed libres de hablar de cualquier cosa que queráis sobre la vida espiritual...