Artículos - Alireza Nurbakhsh
El significado de la sumisión
Discurso del maestro Alireza Nurbakhsh
en el círculo de los darwish
Publicado en la Revista Sufí Original PDF
Descansa tu cabeza en el umbral de la sumisión,
pues si luchas, el mundo lucha contra ti.
—Hāfez
El primer paso en la Senda sufí es la sumisión (taslim) a Dios. La verdadera sumisión no es una decisión consciente a la cual se llega como consecuencia de una serie de deliberaciones y razonamientos. Normalmente, acontece tras años de frustración por encontrar la manera «adecuada» de regir nuestras vidas, la forma correcta de tratar con los demás o de controlar nuestro comportamiento autodestructivo. Eventualmente, algunos buscadores se dan finalmente por vencidos y se someten, pues descubren que no hay otro camino que volverse sumiso a Dios y, al mismo tiempo, comprenden en el fondo de sus corazones que éste es el único camino válido.
Pero, ¿qué significa la sumisión a Dios? A pesar de que, tal como hemos dicho, el acto de someterse no es fundamentalmente el resultado de un proceso de razonamiento y que no nos sometemos a Dios porque existan argumentos convincentes para ello, podemos indagar sobre el significado de semejante acto. Y así, bien podemos hacer preguntas como, por ejemplo, ¿qué significa someterse a Dios? o ¿cuándo la sumisión puede verdaderamente consumarse? Desde un punto de vista lingüístico, la sumisión completa su verdadero significado dentro de un contexto de resistencia y de lucha. Si previamente no hemos estado luchando contra alguien o algo, no tiene mucho sentido someterse. En una lucha ordinaria, cuando llegamos a comprender que luchar es inútil, nos sometemos. Este mismo argumento es también válido en el reino de lo espiritual. Pero, ¿contra quién estamos luchando antes de que lleguemos a la conclusión de que debemos someternos a Dios?
Una respuesta tentadora sería echar la culpa a los demás. Los demás son normalmente quienes se inmiscuyen en nuestros planes, entorpeciendo la consecución de nuestros deseos y quereres. Y así, emplearemos incontables horas, ya sea en nuestras mentes, de forma verbal e incluso físicamente, luchando contra los demás. Algunas personas son lo suficientemente afortunadas al comprender que esto es simplemente la punta del iceberg, que nuestra animosidad hacia los demás es simplemente sintomática de nuestras propias cualidades negativas. Estas personas llegan a comprender que el verdadero enemigo está dentro de ellos, y que para vivir en armonía con los demás, debemos primero conquistarnos a nosotros mismos. Este enemigo, en otras palabras, es lo que los sufíes denominan nafs o ego. Así pues, el obstáculo que se interpone entre nosotros y una vida en verdadera armonía con el resto de la humanidad, no es otra cosa que el sí-mismo, el propio «yo».
Un ejemplo que ilustra este punto es la cualidad de la codicia. La gente codiciosa nunca se encuentra satisfecha con aquello que ya tiene, y siempre está deseando algo más. Esta cualidad les llevará, de manera inevitable, a entrar en conflicto con los demás. La gente codiciosa que es afortunada, eventualmente llegará a comprender que en realidad son ellos mismos la fuente del problema, y en ningún caso lo son los demás. Se dan cuenta de que es su propia codicia la fuente de todos sus conflictos con los demás, y así, intentarán controlar su codicia, en vez de acusar a los otros.
Una vez que hemos comprendido que el verdadero enemigo es nuestro propio ego, podremos concluir que la solución pasa por controlarlo, o hasta aniquilarlo. En algunos casos, incluso comenzaremos una entusiasta lucha contra los deseos y apetitos de nuestro ego. Pero si somos honestos con nosotros mismos, pronto comprenderemos que nuestra batalla contra el ego es una batalla perdida, y que es inútil pensar que somos capaces de ganar esta batalla por nuestros propios medios.
Retornemos ahora al ejemplo de la codicia. Podemos imaginar que una vez que el codicioso se ha percatado de su codicia, podrá diseñar distintas estrategias que la frenen. Por ejemplo, en el momento en que le acose la codicia, podrá ir a darse un paseo o sentarse a meditar, o comenzar a hacer algo para desentenderse de este ánimo durante un tiempo. Pero incluso así, descubrirá que el sentimiento de codicia no le va a abandonar, pues sólo podrá haberlo vencido cuando ya no habite más dentro de él. Esto, en cambio, no es algo que podamos realizar mediante el puro esfuerzo de nuestra voluntad. Aún cuando fuéramos capaces de frenar, con una voluntad fuerte, los actos codiciosos, no podríamos acabar definitivamente con el impulso de la codicia. La aceptación de que no somos capaces de modificar la estructura básica de nuestra naturaleza y de que debemos aceptarnos tal como somos, es el comienzo del camino hacia la sumisión.
Una vez que hemos llegado a comprender que luchar contra nuestro propio ego no nos lleva muy lejos, aceptamos que la manera de avanzar es someterse a nuestra condición. Pero, ¿qué es lo que sometemos y a quién se lo sometemos? La sumisión se consuma en el momento en que abandonamos la lucha contra nosotros mismos y contra los demás. Aceptamos entonces la manera de ser de los otros y nuestra propia manera de ser. No nos trastornan ya ni las cualidades negativas de otras personas ni nuestros propios defectos. Y así, una vez que hemos aceptado al mundo tal como es, es decir, como una manifestación de la Verdad omniabarcante, nos hemos sometido a Dios. Al habernos sometido a Dios nos damos cuenta de que no podemos vencer a nuestros defectos por nuestros propios medios, y comprendemos que debemos buscar ayuda y fuerza fuera de nosotros mismos, bien sea en Dios bien en un guía espiritual.
La esencia de la sumisión a Dios es nuestra aceptación del mundo tal como es. El Bhagavad Gita contiene una historia que ejemplifica esta aceptación con una sabiduría profunda. «Una vez un sabio salvaba de manera repetida a un escorpión de ahogarse en el Ganges, siendo aguijoneado cada vez como recompensa a su esfuerzo. Cuando le preguntaron por qué continuaba salvando a la criatura venenosa, el sabio replicó que la naturaleza (dharma) del escorpión era herir con su aguijón, pero que la naturaleza (dharma) del ser humano era salvar».
En nuestra cultura contemporánea, la sumisión está considerada como una cualidad negativa y una acción pasiva. En cambio, nos apremian a transformarnos a nosotros mismos y a nuestro medio ambiente, a no darnos por vencidos frente a las dificultades y a no someternos nunca a nuestra condición. Da la sensación de que nuestra cultura entra en conflicto con la idea de la sumisión espiritual, tal como antes la hemos contemplado. Mientras que nuestra cultura nos exige un cambio continuo en nosotros mismos y en nuestro entorno, y tal deseo origina conflictos en nosotros y en los que nos rodean, dicha imposición y normas culturales son en verdad incompatibles con la aceptación del mundo tal cual es. Por poner unos ejemplos, una cosa es aceptar nuestra codicia, y otra es ser animado a ser codicioso a costa del menoscabo de nuestro medio ambiente; una cosa es desear tener un trabajo con un salario digno, y otra cambiar constantemente de trabajo en busca de más dinero y estatus social; una cosa es destacar en aquello que hacemos, y otra es hacerlo a costa de pisotear a otras personas.
Con todo, en un sentido profundo, la sumisión espiritual no tiene porqué entrar en conflicto con el esfuerzo por mejorarnos a nosotros mismos o a nuestro entorno. Aceptar el mundo tal y como es no significa que no podamos o no debamos contribuir a su belleza y armonía.
Una de las cualidades de la persona sumisa a Dios es que sus actos y comportamientos ya no son motivados ni gobernados por el interés propio, ya que sabe con certeza que es precisamente este interés propio lo que le conduce al conflicto con los demás, convirtiéndose en un obstáculo en su camino de la sumisión. Queda sobreentendido que sólo cuando no estamos en guerra ni con nosotros mismos ni con los demás, nos tornamos creativos y compasivos con ellos. Después de todo, nuestra esencia es salvar.
El Dr. Alireza Nurbakhsh es el actual Maestro de la Orden Nimatullahi.
Con el fallecimiento de su padre, el Dr. Javad Nurbakhsh, asumió el cargo de líder de la Orden Nimatullahi el 10 de octubre de 2008, de acuerdo con los deseos y la solicitud por escrito de su padre. Su apodo sufí es Reza Ali Shah.