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Artículos - Wei Wu Wei

Sin lágrimas

Por Wei Wu Wei
Wei Wu Wei

Aunque confundimos el centro funcional de la faceta fenoménica de nuestra dimensión nouménica con el "yo", éste no tiene más autonomía, más capacidad volitiva ni más auto-conciencia que un órgano físico como el corazón, por ejemplo. A pesar de ello, sin embargo, le atribuimos la cualidad de la conciencia, la cual representa lo que nouménicamente somos.

Dado que el psicosoma es de naturaleza fenoménica, debe contar con un centro funcional, en cuya ausencia no podría ser considerado un "ser consciente". Y, del mismo modo que el corazón es de naturaleza somática, ese centro debe ser de naturaleza psicológica. Nuestros cinco sentidos ―interpretados por el sexto que es la mente― dependen de él para su manifestación como percepción y como cognición puesto que es desde ahí que se dirige cualquier función instintiva o racional. Parece lógico, por tanto, que dicho centro acabe siendo considerado como el elemento subjetivo del fenómeno objetivizado. Así pues, aunque se manifiesta fenoménicamente, este "sujeto" es, en sí mismo, un "objeto", de modo que nunca puede ser lo que somos, sino tan sólo parte de la estructura fenoménica del fenómeno discriminado y separado que creemos ser. Por esa razón, ese fragmento nunca puede gozar de autonomía, nunca puede ejercer su voluntad y nunca puede ser aquello que concebimos como "nosotros".

Además, aunque nuestra conciencia es esencialmente nouménica, confundimos el interruptor con la central eléctrica, el depósito con la fuente y el ordenador con la mente, pero el centro funcional del ser consciente es estrictamente cibernético.

La identificación que da origen a la emergencia de la supuesta "entidad" ―que, a partir de entonces y consecuentemente, se cree esclavizada― es la identificación del noúmeno que somos, es decir, de nuestra dimensión nouménica natural, con el "órgano" funcional del psicosoma, que acaba asumiendo el papel de un "ego" o de un "yo" hipotético dotado de una relativa ―cuando no plena― autonomía y volición. De poco sirve entonces recordar que sólo una pequeña fracción de nuestros movimientos físicos y de nuestras reacciones orgánicas funcionales responde, de algún modo, a la iniciativa de nuestros deseos personales.

¿Pero cómo se origina esta situación? Surge como resultado de la escisión mental denominada "dualidad", mediante la cual, el componente fenoménico del noúmeno ―es decir, la dimensión fenoménica puramente impersonal― se escinde en negativo y en positivo, dando lugar así a los "objetos" que requieren de un "sujeto" y a "los demás" que también necesitan de un "yo". De ese modo, la existencia aparente de cada uno de ellos depende enteramente de su opuesto.

Pero aunque, en este proceso de fenomenización, la mente parezca dividirse, su naturaleza nouménica sigue siendo una totalidad y, sólo en su devenir aparente o en el acto de tornarse evidente, se ve obligada a escindirse en un aparente veedor y en un objeto visto aparente que, no obstante, jamás pueden ser dos ni distintos entre sí pues, aunque funcionalmente divididos, su totalidad sigue intacta.

Cualquier fenómeno, por tanto, es objetivo, es decir, una apariencia mental que depende de su división en el veedor y lo visto, en el conocedor y lo conocido, es decir, es lo que se torna evidente a un observador cuya existencia se presupone para que la apariencia pueda manifestarse. De ello se deduce que los fenómenos carecen completamente de "entidad", puesto que ni el conocedor aparente ni lo aparentemente conocido son entidades por derecho propio, es decir, carecen de naturaleza propia y tampoco poseen ninguna autonomía o volición.

De ello también se deduce que el potencial de la "conciencia" que nos permite conocer todas estas manifestaciones ―y que, en sánscrito, se conoce como prajna― es la manifestación inmediata de nuestra esencia nouménica. Aunque "eso" es completamente impersonal y está despojado de toda "entidad" fenoménica, también es necesariamente, no obstante, lo mismo que somos y todo lo que somos. Además, cuando lo conceptualizamos como prajna, está conceptualizándose "a sí mismo" mediante el habitual proceso dualista de escindir al sujeto que conceptualiza del concepto o al conocedor de lo conocido de modo que, al buscar lo que somos, lo que estamos buscando es el buscador, puesto que el buscador es lo buscado y lo buscado es el buscador y eso ―como dice Padmasambhava en palabras muy sencillas― es lo que somos.

No hay, en todo esto, ninguna entidad implicada y el espacio-tiempo tan sólo sirve de marco conceptual de referencia que acompaña a los eventos de manera que éstos dispongan de la extensión necesaria para que parezcan ocurrir.

La negación absoluta es imprescindible, porque sólo la Vía Negativa elimina la aparente verosimilitud de los fenómenos y la existencia de las entidades como tales. Pero, si se nos pide una representación positiva, éstos son los elementos de los que la imagen debería estar compuesta.