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Artículos - Adyashanti

La Revolución Interior

Por Adyashanti
Adyashanti

La iluminación de la que hablo no es simplemente una realización, no es simplemente el descubrimiento de nuestra verdadera naturaleza. Este descubrimiento es sólo el comienzo — el punto de entrada a una revolución interior. La realización no garantiza esta revolución; sino que simplemente hace que sea posible.

¿Qué es esta revolución interior? Para empezar, la revolución no es estática; sino que está viva, en curso, y continua. No puede ser apresada o hacer que se adapte a cualquier modelo conceptual. Tampoco hay ningún camino a esta revolución interior, ya que no es ni predecible ni controlable y tiene vida propia. Esta revolución es una ruptura con las viejas estructuras de pensamiento y percepción muertas, repetitivas en que la humanidad se encuentra atrapada. La Realización de la última realidad es un repentino y directo despertar existencial a nuestra verdadera naturaleza que abre la puerta a la posibilidad de una revolución interior. Tal revolución requiere un vaciado continuo de las viejas estructuras de la consciencia y el nacimiento de una inteligencia viva y fluida. Esta inteligencia reestructura todo tu ser — cuerpo, mente y percepción. Esta inteligencia hace que la mente se libere de sus viejas estructuras que tienen su origen dentro de la totalidad de la consciencia humana. Si uno no puede liberarse de las viejas estructuras condicionadas de la consciencia humana, entonces uno se encuentra todavía en una prisión.

Tener un despertar a nuestra verdadera naturaleza no significa necesariamente que habrá una revolución en la forma en que uno percibe, actúa, y responde a la vida. El momento del despertar nos muestra lo que es en última instancia, verdadero y real, así como revela una posibilidad más profunda en la forma en que la vida puede ser vivida desde un estado indivisible e incondicionado del ser. Pero el momento del despertar no garantiza esta posibilidad más profunda, como lo atestiguan muchos de los que han experimentado un despertar espiritual. El despertar abre una puerta hacia una revolución interna profunda, pero de ninguna manera garantiza que va a tener lugar. El que tenga lugar o no depende de muchos factores, pero ninguno más importante y vital que una intención sincera e inequívoca por la verdad por encima de todo lo demás. Esta intención sincera hacia la verdad es de lo que en última instancia depende todo crecimiento espiritual, sobre todo cuando se trascienden todas las preferencias, programas y metas personales.

Esta revolución interior es el despertar de una inteligencia que no nace de la mente, sino de un silencio interior de la mente, que por sí sola tiene la capacidad de arrancar de raíz todas las viejas estructuras de la propia consciencia. A menos que estas estructuras sean desarraigadas, no habrá un pensamiento, acción o respuesta creativos. A menos que haya una revolución interna, nada nuevo y fresco puede florecer. Sólo lo viejo, lo repetitivo, lo condicionado florecerá en ausencia de esta revolución. Pero nuestro potencial está más allá de lo conocido, más allá de las estructuras del pasado, más allá de lo que la humanidad ha establecido. Nuestro potencial es algo que sólo puede florecer cuando ya no estamos atrapados dentro de la influencia y las limitaciones de lo conocido. Más allá del reino de la mente, más allá de las limitaciones de la consciencia condicionada de la humanidad, se halla lo que se puede llamar lo sagrado. Y es de lo sagrado que nace una consciencia nueva y fluida que limpia lo viejo y trae a la vida el florecimiento de una expresión viva e indivisible del ser. Tal expresión no es ni personal ni impersonal, ni espiritual ni terrenal, sino más bien el fluir y el florecimiento de la existencia más allá de todas las nociones del yo.

Así que vamos a comprender que la realidad trasciende todas nuestras nociones sobre la realidad. La realidad no es ni cristiana, ni hindú, ni judía, ni advaita vedanta, ni budista. No es ni dualista ni no-dualista, ni espiritual ni no espiritual. Tenemos que llegar a saber que hay más realidad y sacralidad en una brizna de hierba que en todos nuestros pensamientos e ideas acerca de la realidad. Cuando percibimos desde una consciencia indivisa, encontraremos lo sagrado en todas las expresiones de la vida. Lo encontraremos en nuestra taza de té, en la brisa de otoño, en el cepillado de los dientes, en cada momento de la vida y la muerte. Por lo tanto debemos dejar atrás toda la acumulación de pensamiento condicionado y dejémonos llevar por el hilo interior de silencio hacia lo desconocido, más allá de donde terminan todos los caminos, a ese lugar donde vamos inocentemente o no — no una vez, sino continuamente.

Uno debe estar dispuesto a estar solo — en lo desconocido, sin ninguna referencia a lo conocido o al pasado o a cualquiera de nuestros condicionamientos. Hay que estar donde nadie ha estado antes en completa desnudez, inocencia y humildad. Hay que estar en esa luz oscura, en ese abrazo sin fundamento, firme y fiel a la realidad más allá de todo ser — no sólo por un momento, sino siempre, sin fin. Porque entonces eso que es sagrado, indiviso, y completo nace en la consciencia y comienza a expresarse.