Artículos - Dilgo Khyentse Rinpoché
La práctica del dzogchen en la vida diaria
Por Dilgo Khyentse Rinpoché 28 de julio de 2006La práctica cotidiana del dzogchen consiste simplemente en desarrollar una aceptación total, libre de preocupaciones; una apertura a todas las situaciones sin ningún límite.
Debemos entender esta apertura como el campo de juego de nuestras emociones y relacionarnos con las personas sin artificialidad, manipulación o estrategia alguna.
Debemos experimentar todo plenamente, nunca encerrándonos en nosotros mismos como una marmota se esconde en su madriguera. Esta práctica libera una poderosa energía que por lo general se ve constreñida por el proceso de mantener puntos de referencia fijos. Establecer puntos de referencia es el proceso mediante el cual huimos de la experiencia directa de la vida diaria.
Estar presente en el momento es algo que en un principio puede ocasionar miedo, pero si damos la bienvenida a la sensación de temor con total apertura, destruiremos las barreras creadas por nuestros patrones emocionales habituales.
Cuando nos involucramos en la práctica de descubrir el espacio debemos desarrollar el sentimiento de abrirnos completamente a todo el universo, abrirnos con total simplicidad y desnudez mental. Esta es la poderosa y ordinaria práctica de dejar caer la máscara de protección del yo.
Durante nuestra meditación no debemos establecer una división entre la percepción y el campo de percepción. No ser como un gato que observa a un ratón. Es necesario que entendamos que el propósito de la meditación no es "sumergirnos en nosotros mismos" o retirarnos del mundo. La práctica debe ser libre y no conceptual, no limitada por la introspección o la concentración.
El vasto espacio de la sabiduría sin origen, luminoso por sí mismo, es la base de ser; el principio y fin de la confusión. La consciencia en su estado primordial no muestra ninguna preferencia por la iluminación o la no iluminación. Esta base de ser que se conoce como la mente pura u original es la fuente de la que surgen todos los fenómenos. Se la conoce como la gran madre, la matriz de la potencialidad en la que todo surge y se disuelve en auto-perfección natural y absoluta espontaneidad.
Todos los aspectos de los fenómenos son claros y lúcidos. El universo entero está abierto, libre de obstrucciones. Todo es mutuamente interpenetrante.
Al ver todo como desnudo, claro y libre de oscurecimientos, no hay ya nada que lograr ni entender. La naturaleza de los fenómenos se muestra en forma natural y está presente naturalmente en la consciencia que trasciende el tiempo. Todo es perfecto tal como es. Todos los fenómenos aparecen en su singularidad como parte de patrones en continuo cambio que vibran con significado a cada instante y sin embargo, no hay significado alguno que pueda darse a tales significados que vaya más allá del momento en el que surgen.
Esta es la danza de los cinco elementos en la que la materia es un símbolo de la energía, y la energía, un símbolo del vacío. Somos un símbolo de nuestra propia iluminación. Sin ningún esfuerzo ni práctica, la liberación o iluminación ya está aquí. La práctica cotidiana del Dzogchen es simplemente la vida diaria misma.
En virtud de que no existe un estado no desarrollado, no hay necesidad de comportarse de ninguna manera especial, ni intentar lograr nada por encima o más allá de lo que somos en realidad. No debemos tener un sentimiento de luchar por alcanzar una "meta extraordinaria" o un "estado avanzado". Luchar por alcanzar tal estado es una neurosis que sólo nos condiciona y sirve para obstruir el libre flujo de la Mente. Asimismo, debemos evitar vernos como personas carentes de valor. Somos libres y no condicionados por naturaleza. Estamos iluminados intrínsecamente y no nos hace falta nada.
Al involucrarnos en la práctica de la meditación, debemos experimentarla como algo tan natural como es el comer, respirar y defecar. No debe ser un suceso especial, ni formal, lleno de seriedad y solemnidad. Debemos darnos cuenta que la meditación trasciende el esfuerzo, la práctica, las metas, los objetivos y la dualidad de la liberación y la no liberación. La meditación es siempre ideal; no hay necesidad de corregir nada. Ya que todo lo que surge es simplemente un juego de la mente como tal, no existe meditación insatisfactoria ni hay necesidad de juzgar los pensamientos como buenos o malos. Por lo tanto, debemos simplemente sentarnos. Descansa en tu propio lugar, en tu propio estado, tal como es. Al olvidarnos de los sentimientos de preocupación por nosotros mismos, no tenemos que pensar "estoy meditando". Nuestra práctica debe ser libre de todo esfuerzo y tensión, sin intentos por controlarla o forzarla y sin tratar de estar "en paz".
Si descubrimos que nos estamos perturbando a nosotros mismos en cualquiera de estas formas, simplemente descansamos o nos relajamos por un momento. Luego proseguimos con nuestra meditación. Si tenemos "experiencias interesantes" ya sea durante o después de la meditación, debemos evitar hacer de ellas algo especial. Pasar tiempo pensando acerca de estas experiencias no es más que una distracción y un intento por volverse no natural. Estas experiencias únicamente son señales de la práctica y debemos verlas como eventos transitorios. No hemos de intentar volver a experimentarlas, ya que esto sólo sirve para distorsionar la espontaneidad natural de la mente.
Todos los fenómenos son totalmente nuevos y frescos, absolutamente únicos y enteramente libres de todos los conceptos de pasado, presente y futuro. Se experimentan en la atemporalidad. La corriente continua de nuevos descubrimientos, revelaciones e inspiración que surge a cada instante, es la manifestación de nuestra claridad. Debemos de aprender a ver la vida diaria como un mandala ― las franjas luminosas de la experiencia que irradian espontáneamente de la naturaleza vacía de nuestro ser. Los aspectos de nuestro mándala son los objetos cotidianos de nuestra experiencia vital, moviéndose en una danza o juego del universo. Mediante este simbolismo nuestro maestro interno revela el significado profundo y último del ser.
Por lo tanto, debemos ser naturales y espontáneos, aceptando y aprendiendo de todo. Ello nos permite mirar el lado irónico y divertido de los hechos que normalmente nos irritan.
Durante la meditación podemos traspasar la ilusión de pasado, presente y futuro; nuestra experiencia se vuelve la continuidad del ahora. El pasado es sólo una memoria poco confiable que tenemos en el presente. El futuro es una proyección de nuestros conceptos actuales. El presente mismo se desvanece tan pronto como intentamos asirlo. Así que ¿por qué molestarnos en tratar de establecer la ilusión de un fundamento sólido?
Debemos liberarnos de nuestras memorias y conceptos previos sobre la meditación. Cada momento de meditación es totalmente único y lleno de potencialidad. En esos momentos, no seremos capaces de juzgar nuestra meditación en términos de experiencias pasadas, teoría estéril, ni retórica hueca. Simplemente sumergirnos directamente en la meditación en el instante presente, con todo nuestro ser, libres de duda, aburrimiento o excitación, esto es la iluminación.