Artículos - Peter Russell
La paradoja del libre albedrío
Por Peter Russell 24 de julio 2012Una de mis primeras aventuras en la filosofía, en la escuela secundaria, se refería a la cuestión del "libre albedrío versus determinismo". Si el mundo se despliega de acuerdo a leyes fijas, entonces todo lo que sucede está determinado por los acontecimientos que han ocurrido antes. Ya que nuestros cerebros son parte de este mundo, su estado también está determinado por acontecimientos anteriores. Por consiguiente, también lo están nuestros pensamientos y experiencias y, sobre todo, las decisiones que tomamos. Por otro lado, todos experimentamos que tomamos decisiones desde las pequeñas cosas como qué comer, a las cuestiones más importantes, como la carrera y el matrimonio. Vivimos nuestras vidas basándonos en la suposición de que verdaderamente tenemos libre albedrío. Los dos puntos de vista parecen incompatibles. De ahí la paradoja. Y la pregunta: ¿Qué es lo correcto?
Sospecho que la mayoría de ustedes ha reflexionado sobre esta cuestión en un momento u otro. Muchos pueden haber aterrizado en el lado del libre albedrío del enigma, creyendo que tomamos decisiones por nuestra propia voluntad. Algunos han aterrizado en el otro lado, en la creencia de que el libre albedrío es una ilusión. Otros, al ver la validez en ambos lados de la paradoja, pueden quedarse desconcertado o dudosos.
Con los años he examinado esta paradoja muchas veces. A mis veinticinco años escribí un artículo en una revista titulado "Y lo contrario también es verdad". Ahí argumentaba que no era una cuestión de si el libre albedrío o el determinismo eran correctos. Postulaba que eran como las dos caras de una misma moneda; dos perspectivas muy diferentes de una misma realidad. Desde una perspectiva el determinismo es verdadero; desde la otra el libre albedrío es verdadero. Pero en cuanto a lo que estas dos perspectivas complementarias podrían ser, no estaba claro.
Luego, el año pasado, en uno de esos momentos de introspección, todo encajó en su lugar. Me di cuenta de que los dos puntos de vista fundamentalmente diferentes provenían de dos estados fundamentalmente diferentes de consciencia.
Pero antes de explicar cómo esto puede resolver la paradoja, primero debemos profundizar un poco más en la evidencia de ambos, el "determinismo" y "libre albedrío".
La evidencia
El determinismo, en su forma original, sostiene que el futuro está determinado por el actual estado de las cosas. Pero esto no implica que el futuro sea completamente predecible. Para empezar, nunca podríamos conocer el estado actual de las cosas con suficiente detalle como para calcular el futuro con precisión. Incluso si pudiéramos, la teoría del caos demuestra que incluso la más mínima incertidumbre en las condiciones actuales puede, en ocasiones, dar lugar a muy diferentes resultados. La teoría cuántica añadió su propio desafío al determinismo estricto, demostrando que los eventos a nivel atómico pueden ser verdaderamente aleatorios. Hoy en día, los científicos y filósofos por igual aceptan que el futuro no es ni predecible ni predeterminado.
Pero a pesar de que el futuro no puede ser fijado en un sentido clásico, esto no necesariamente nos da libre albedrío. La actividad en nuestro cerebro todavía está determinada por eventos anteriores ―algunos al azar, otros no― y también lo están nuestras experiencias, incluyendo nuestra aparente experiencia de libre elección.
En los últimos años, la neurociencia ha encontrado evidencias interesantes para apoyar esta conclusión. En un experimento muy debatido (de Benjamin Libet), se pidió a los sujetos que hicieran un movimiento de su muñeca en un momento de su elección, y observar la posición del segundero de un reloj en el momento de hacer la elección. Sin embargo, las mediciones simultáneas de la actividad cerebral de los sujetos mostraron que los preparativos para el movimiento se producían alrededor de medio segundo antes de la decisión consciente de mover.
Experimentos posteriores han confirmado estos hallazgos. Los científicos han sido capaces de detectar actividad cerebral asociada que ocurre tanto como un segundo o más antes de la experiencia consciente de hacer una elección. Llegaron a la conclusión de que nuestras decisiones son impulsadas por la actividad cerebral inconsciente, no por la elección consciente. Pero cuando la decisión alcanza la consciencia, experimentamos que (nosotros) hemos hecho una elección.
Desde esta perspectiva, la aparente libertad de elección reside en nuestro no conocimiento de cuál será el resultado. Tomemos, por ejemplo, el proceso común de elegir qué comer en un restaurante. En primer lugar elimino platos que no me gustan, o los que comí hace poco, reduciéndose a algunos que me atraen. Entonces me decido por uno de ellos de acuerdo con varios otros factores ― valor nutricional, gustos favoritos, lo que siento que mi cuerpo necesita, etc. Siento que estoy haciendo una libre elección, pero la decisión a la que llego está predeterminada por las circunstancias actuales y la experiencia pasada. Sin embargo, debido a que no conozco el resultado del proceso de toma de decisiones hasta que aparece en mi mente, siento que he hecho una libre elección.
Sin embargo, el otro lado del enigma persiste. La experiencia de tomar decisiones por nuestra propia voluntad es muy real. Y vivimos nuestras vidas en el supuesto de que estamos tomando decisiones por nuestra propia voluntad, y dirigiendo nuestro propio futuro. Es prácticamente imposible no hacerlo.
¿Un yo que elige?
Implícito en la noción de elegir está la existencia de un "elegidor o elector" ― un yo independiente que es un agente activo en el proceso. Esto también encaja con nuestra experiencia. Parece que hay un "yo" que está percibiendo el mundo, haciendo valoraciones y decisiones, y haciendo sus propias elecciones. Este "yo" siente que ha elegido el plato en el menú.
La experiencia de un yo individual es tan intrínseca a nuestras vidas que rara vez dudamos de su veracidad. Pero, ¿realmente existe por derecho propio? Dos líneas de investigación sugieren que no.
Los neurocientíficos no encuentran ninguna evidencia de un yo individual situado en algún lugar en el cerebro. En su lugar, proponen que lo que llamamos "yo" no es sino una construcción mental derivada de la experiencia corporal. Establecemos una distinción entre "yo" y "no yo" y creamos un sentido de sí mismo para la parte "yo". Desde un punto de vista biológico, esta distinción es más valiosa. Cuidar de las necesidades de este yo, es cuidar de nuestras necesidades físicas. Buscamos cualquier cosa que promueva nuestro bienestar y evitamos las que lo amenazan.
La segunda, muy diferente, línea de investigación consiste en la exploración de la experiencia subjetiva. Las personas que han profundizado en la naturaleza de la experiencia actual del yo han descubierto que cuanto más cerca examinan este sentido del "yo", más parece disolverse. Una y otra vez no han encontrado que haya un yo independiente. Hay pensamientos del "yo", pero no un "yo" que los piense.
Se dan cuenta de que lo que tomamos por un sentido de un "yo" omnipresente es simplemente la propia consciencia. No hay un experimentador separado; hay simplemente una cualidad de ser, un sentido de presencia, una conciencia que está siempre ahí en cualquier experiencia. Llegan a la conclusión de que lo que experimentamos como un yo independiente es una construcción de la mente ― muy real en su apariencia, pero de ninguna sustancia intrínseca. Es, al igual que las opciones que aparece elegir, una consecuencia de los procesos en el cerebro. No tiene ninguna voluntad propia.
Perspectivas complementarias
Sin embargo ―y esto es fundamental para resolver la paradoja― en nuestro estado cotidiano de consciencia, el sentido del yo es muy real. Es lo que somos. Aunque este "yo" puede ser parte del modelo de la realidad del cerebro, sin embargo, está íntimamente implicado en la toma de decisiones, en sopesar los pros y los contras, en llegar a conclusiones, en elegir qué hacer y cuándo hacerlo. Así que en el estado en el que el yo es real, nos experimentamos a nosotros mismos tomando decisiones. Y esas decisiones son experimentadas como producto de nuestra propia voluntad. Aquí, el libre albedrío es real.
Por otro lado, en lo que se denomina el estado "liberado" o "totalmente despierto" de la consciencia, en el que uno ya no se identifica con el sentido del yo construido, el pensamiento "yo" es visto como otra experiencia que surge en la mente. Y así es la experiencia de elegir. Todo es presenciado como un todo sin fisuras que se despliega ante uno.
Cuando he apreciado la naturaleza complementaria de estos dos estados de consciencia, la paradoja se ha disuelto para mí. Si experimentamos libre albedrío o no depende del estado desde el que estamos experimentando el mundo. En un estado de consciencia hay libre albedrío. En el otro, no tiene realidad.
El libre albedrío y el determinismo ya no son paradójicos en el sentido de que son mutuamente excluyentes. Ambos son correctos, dependiendo del estado de consciencia desde el que se consideran. La paradoja sólo aparece cuando consideramos ambos lados desde el mismo estado de consciencia, es decir, el estado de vigilia cotidiano.
Me gusta ilustrar esto con Hamlet reflexionando en la cuestión de "¿Ser o no ser?". El personaje de la obra está tomando una decisión. Y si no hemos visto la obra antes, podemos preguntarnos qué camino elegirá. Esta es la emoción de la obra, participar en ella, conmoverse con ella, absorberse en su realidad con todos sus giros y vueltas. Sin embargo, también sabemos que la manera en que se desarrolla la obra fue determinada hace mucho tiempo por William Shakespeare. Así que tenemos dos maneras complementarias de ver la obra. A veces podemos elegir vivir plenamente en el drama. Otras veces podemos dar un paso atrás para admirar su genio creativo.
Así es en la vida. Podemos estar inmersos en el drama, experimentando el libre albedrío, tomando decisiones que afectan nuestro futuro. O podemos dar un paso atrás y ser testigos de este increíble juego (obra) de la vida que se despliega ante nosotros. Ambas cosas son ciertas en sus respectivos marcos.
Una voluntad libre del ego
Aunque, en el estado liberado de la mente, no puede haber libre albedrío en el sentido en que normalmente pensamos en él, hay en cambio una nueva libertad mucho más satisfactoria y enriquecedora que la libertad de elección a la que nos aferramos.
La voluntad del yo individual se centra en la supervivencia. Su fundamento es la supervivencia del organismo, la satisfacción de nuestras necesidades corporales, evitar el peligro o algo que amenaza nuestro bienestar. En otras palabras, que nos mantiene vivos y saludables, defendiéndonos de la inevitabilidad de la muerte el mayor tiempo posible. Además de esto hay diversas necesidades psicológicas y sociales. Queremos sentirnos seguros y a salvo, para sentirnos estimulados y satisfechos, para ser respetados y apreciados. Creemos que si podemos conseguir que el mundo sea de la manera que queremos ―y aquí el mundo incluye a otras personas― entonces seremos felices.
En el estado liberado, el ego ya no dirige nuestro pensamiento y comportamiento. Cuando se deja de lado (al ego) descubrimos que la facilidad y la seguridad que habíamos estado buscando ya están ahí; son cualidades de nuestra verdadera naturaleza. Pero es la naturaleza del ego planificar y preocuparse, buscar las cosas que quiere, evitar las que no quiere. De este modo se crea tensión y resistencia, que vela nuestra verdadera naturaleza, escondiéndose de nosotros la misma paz mental que estamos buscando.
El descubrimiento que cambia la vida de la mente liberada es que ya está en paz. No se necesita hacer nada, nada tiene que suceder, nada tiene que cambiar con el fin de experimentar la paz. Todavía puede haber mucho que hacer en el mundo; ayudar a los demás, la resolución de las injusticias, el cuidado de nuestro medio ambiente, etc. Pero somos libres de los dictados del ego; somos libres para responder de acuerdo a las necesidades de la situación que se nos presente, en lugar de lo que quiere el ego. Aquí nuestra voluntad es verdaderamente libre.
© Peter Russell - Spirit of Now