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La paz está aquí, (si tú quieres)
Por Shakti 15 de febrero de 2024El mundo clama por la paz. Cada uno de nosotros busca un lugar seguro ―interior y exteriormente― mientras el tejido de la sociedad se desmorona, mientras tantos puntos de referencia se desintegran rápidamente.
No se trata sólo de la tragedia de las guerras y los conflictos geopolíticos, sino también de las batallas personales que estallan entre las personas y las familias, de modo que el espectro de una dolorosa polarización se invoca en tantos niveles diferentes de la sociedad. Es una herida que parece autoperpetuarse allá donde miremos.
Como en el caso de Tántalo (el héroe mítico de la antigua Grecia, cuya hambre no puede saciarse nunca), una parte del conflicto pide justicia, o igualdad, y la otra estalla de indignación.
Del mismo modo, el dolor de la sensación de separación dentro de estos conflictos sigue surgiendo una y otra vez, de modo que el anhelo de justicia nunca queda satisfecho.
La mente agitada intenta implacablemente crear paz en cada uno de estos conflictos, levantando una manta demasiado corta para cubrirlo todo y a todos todo el tiempo. Los pies o los hombros siempre se quedan fuera.
La lógica que proviene de este sentimiento de separación busca encontrar un compromiso entre dos posiciones diferentes.
Esto significa que alguien siempre tendrá que perder o renunciar a algo para encontrarse a mitad de camino con el otro. Por esta razón, el compromiso rara vez conduce a una paz permanente.
Sin embargo, hay otra solución posible. Podemos renunciar, no a lo que queremos, sino al propio sentido de separación. Si puedo afrontar un conflicto con otro, reconociendo que no somos dos sino parte de un solo Ser, podría darme cuenta de que soy el espacio trascendental que los incluye a ambos. En otras palabras, mi verdadero ser es uno con todo y con todos.
Este es un cambio poderoso, que explica la expresión cristiana de «poner la otra mejilla». Se trata de llegar a ver en el otro ―el que aparentemente está contra nosotros― lo que no hemos reconocido, o asumido en nosotros mismos, como conflictivo.
Si esta toma de conciencia se produce ―no sólo a nivel intelectual, sino como un auténtico reconocimiento― nos permitirá acceder a nuevos recursos: información, puntos de vista que antes no estaban disponibles, niveles de interpretación más inclusivos de todas las polaridades.
Se accederá a un nivel superior de comprensión, ya que empezaremos a ver todas las contradicciones y diferencias como parte del mismo Ser. Desde ese lugar, todas las soluciones vendrán del Amor que nos incluye a todos.
Por supuesto, esto sólo es posible si, en el reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza, nos alejamos del sentido de separación. No es algo que pueda conseguir la mente. De hecho, la mente, a pesar de sus buenas intenciones, no puede superar la dualidad, ya que ella misma pertenece a la dualidad.
En cambio, este es el regalo que ofrece la verdadera meditación, que es ser conscientes de nosotros mismos como Conciencia. Esto es una apertura en la morada de la Consciencia misma. Y en ese santuario, el santuario de nuestro Corazón sagrado, todos los lados y partes diferentes son bienvenidos a que surjan y expresen su preciosa vibración.
Todos nosotros, por mucho que la mente pueda juzgar o negar, somos igualmente preciosos. Todos somos igual de necesarios para que el diamante completo del Ser, en todas sus facetas y aspectos, esté representado.
Tanto la luz como la sombra deben aparecer en la escena de la Vida, si queremos ver claramente dónde nos encontramos en cada momento. El reflejo debe ser completo para expresar la imagen completa.
El despliegue necesario de ciertos acontecimientos para que se manifiesten es la llamada para que despertemos a la ignorancia en la que aún permanecemos, y nos volvamos en su lugar hacia el reconocimiento del Ser. Esta llamada es el impulso más poderoso y verdadero de la Vida misma, más fuerte incluso que el deseo de tener una vida segura o placentera.
A veces, los acontecimientos dramáticos o aparentemente horribles son la única forma de superar el sentimiento de separación del ego y ver a través de las tendencias kármicas que afloran en cada uno de nosotros una y otra vez. Esto representa ―con otro nombre, otra situación― la ignorancia en la que aún nos perdemos. Debemos recordar que la Vida no nos está castigando, sólo está mostrando lo que aún queda en nosotros sin resolver.
Mientras veamos en el otro un adversario, o veamos en un acontecimiento una fuerza de oposición, nos perderemos el precioso reconocimiento de que a través de todo y de todos existe todavía el mismo Ser.
Por eso la Vida es absolutamente el maestro definitivo, el verdadero gurú. Nos muestra en cada momento, si realmente estamos encarnando nuestra comprensión. Puede ser fácil decir «somos uno», hasta que nuestro vecino o nuestro cónyuge hacen algo que no nos gusta o con lo que no estamos de acuerdo.
Entonces, se revela dolorosamente dónde seguimos aferrados a una imagen de nosotros mismos.
Las sombras que aparecen en el muro de la vida son movidas por la Consciencia que somos. Lo que llamamos «malo» o «incorrecto» se muestra junto a lo que percibiríamos como positivo o correcto. Si podemos ser conscientes de la contracción interior que experimentamos cuando ocurren ciertos acontecimientos, los que podríamos considerar «negativos», entonces podríamos dejar de reaccionar con palabras o acciones a esa negatividad. Esto acaba creando más conflicto. En lugar de eso, podemos utilizar esa contracción como un indicador que nos dirija de vuelta a lo que aún no está resuelto.
Ver al otro en nosotros no significa que matemos, robemos o maltratemos (o que aprobemos estas acciones). Pero, ¿podemos estar en paz mientras suceden estos hechos, aunque veamos que están mal? ¿Podemos ofrecer nuestra ayuda para detenerlos, desde un lugar de claridad y compasión, y no desde el juicio y la separación? ¿Podemos dejar de juzgar para evitar lo que se siente como difícil en nosotros?
En realidad, puedo afrontar con claridad y compasión lo que veo como negativo sin reaccionar, pero sólo cuando soy completamente consciente de que lo que estoy presenciando es en el fondo el Ser ―yo mismo― manifestándose de otra manera, en otro aspecto de la Vida.
Si esto no es posible ―si descansar en el Corazón es demasiado doloroso― permaneceré inevitablemente identificado con los contenidos de la mente. Y desde ese lugar, incluso una «buena persona», que quiera hacer «lo correcto», no será capaz de sostener la imagen completa, no será capaz de estar verdaderamente abierta. No será capaz de ofrecer su Corazón como el espacio sagrado en el que el sentimiento de separación ―que está detrás de cualquier acto, incluso malvado― puede sanar.
La Paz debe ser algo que ofrezcamos y no algo que exijamos a un mundo que, en esencia, es nuestra propia creación. Ofrecer Paz significa permanecer presentes como Conciencia, descansando en el Corazón mientras el fuego del conflicto arde en nuestro interior.
Esta llama reduce a cenizas lo que creíamos o sentíamos ser como ego. De esa derrota puede surgir un ave fénix que vuele libre sobre lo que la mente llamaba «imposible».
Disolver y no resolver el conflicto es el poder del Corazón, si vemos que todo sufrimiento proviene del ego.
Entonces, lo que aparezca en la manifestación ―una vez que se haya permitido este proceso alquímico― será un escenario totalmente diferente, en el que todas las formas implicadas se moverán desde un nuevo espacio. A medida que meditemos en el mundo, aceptando y reconociendo realmente que cada parte no está separada de otra, empezarán a aparecer soluciones nuevas y milagrosas.
Todos y cada uno de nosotros ―en esencia un Ser― estamos llamados a tomar parte en esto. Depende de nosotros. No podemos esperar a que el mundo cambie, antes de movernos en una nueva dirección. Debemos soltar el ego y hacer nuestra parte ahora. Si descansamos en el Corazón, el mundo se renovará ya en nosotros. Literal e instantáneamente entraremos en la nueva dimensión que siempre estuvo presente, pero que era invisible porque estábamos demasiado ocupados protegiendo las falsas imágenes de nosotros mismos. Es un salto cuántico realizado no por la persona, sino por la Consciencia misma en nosotros.
No necesitamos esperar a que todos los demás lo hagan para entrar en este nuevo mundo, el que todos estamos tan desesperados por ver y vivir. Esta posibilidad es real ahora. Ya está aquí y disponible. Sólo necesitamos volvernos hacia el reconocimiento de lo que realmente vive en nosotros, de lo que realmente se mueve a través de todas las formas que vemos.
De este modo, por fin podemos comprender la difícil lección que Krishna enseñó a Arjuna en el campo de batalla, según se relata en el Bhagavad Gita. Atormentado por la inminente guerra contra sus parientes, Krishna le dijo: «tanto los que son asesinados como los que matan están bajo una ilusión». No se trata de una afirmación advaita cruel y fría, sino de la clave para comprender que en el juego dual de la vida el dolor es real, pero el sufrimiento no.
La ilusión de separación crea los acontecimientos violentos y divisivos en nuestras vidas. Y cuando volvemos al Corazón y miramos el mundo desde este lugar, cada uno de nosotros puede ser parte del cambio que anhelamos.
El sacrificio ―el «sacrum facere» o sagrado hacer en latín― consiste en renunciar al sentimiento de separación dentro del cual imaginamos que existimos. Superar el miedo a disolver la imagen que tenemos de nosotros mismos es el sacrificio. A partir de ahí, podemos acceder a una nueva humanidad, interior y exterior, individual y colectiva.
La paz está aquí. No en el mundo que vemos, ni en la personalidad que imaginamos ser, sino como Aquel que observa el sueño de la Vida, el sueño de la Consciencia misma.