Artículos - J. Krishnamurti
J. Krishnamurti
Por R.E. Mark LeeJ. Krishnamurti (1895-1986) fue un maestro único entre la profusión de maestros, gurús, videntes, yoguis, salvadores y hombres y mujeres espirituales de la historia. No era de Oriente ni de Occidente; no quería seguidores ni adherentes; sus enseñanzas no tenían filosofía; y dejó un legado cuidadosamente grabado de 20 millones de palabras en cintas y en libros que garantizan la exactitud y autenticidad de su visión en los siglos venideros. Escribió y habló en inglés y sus libros se vendieron por millones en más de treinta idiomas. A excepción de China continental, sus enseñanzas impresas y en video han llegado a innumerables personas en Siberia, en toda Europa, Asia, América y Sudáfrica. Si bien su vida de hablar en público abarcó casi setenta años, nunca buscó publicidad, sin embargo, se ha dicho que habló directamente a más personas que nadie en la historia, y fue solo en los últimos veinticinco años de su vida que se hicieron anuncios públicos de sus charlas y diálogos. Casi en silencio, la conciencia de las enseñanzas de Krishnamurti se extendieron por todo el mundo entre personas que no estaban satisfechas con la esperanza vacía de la religión organizada, la insuficiencia de los llamados libros sagrados y el deslumbramiento de los predicadores de púlpito y el fundamentalismo.
El mismo hecho de que no hizo promesas espirituales, incluida la esperanza de la iluminación, sino que en un lenguaje simple describía razonablemente el condicionamiento psicológico de cada hombre, mujer y niño en la tierra sin ser un psiquiatra ni terapeuta, hizo que las personas se detuvieran a reflexionar. Aquellos que siguieron sus escritos y charlas escucharon una voz eterna que reflejaba el anhelo de honestidad e integridad de las personas serias en asuntos de la mente y el espíritu.
Cuando conocí a J. Krishnamurti por primera vez en 1965, apenas un mes después de graduarme en la universidad, me sorprendió su total sobriedad. Mi primera respuesta crítica fue que él era paradójico: flexible pero intransigente; complaciente y firme al mismo tiempo; profundamente afectivo pero no sentimental; y al mismo tiempo tímido y apasionado. Su capacidad de reflexionar sobre la condición humana en sí mismo y para los demás fue impresionante para un joven californiano que era serio cuando tenía que serlo. Lo que me atrajo al instante fue la inteligencia práctica de su mensaje. No había ningún alboroto a su alrededor y no tenía personal. No había una gran cantidad de devotos tratando de complacerlo y crear seguidores alrededor de su enseñanza.
Con el tiempo me di cuenta de que realmente no había paradojas en su vida pública y privada ― ninguna en su estilo de vida exterior y su realización interna. Pública y privadamente vi las dimensiones de la seriedad de Krishnamurti, incluido el humor, su mente perspicaz y su afectuosa indiferencia. Llegué a conocer a un hombre que no tenía miedo, ni mentalidad política o duplicidad. Su vida ha sido narrada con asombrosos detalles, pero ninguna biografía ha capturado adecuadamente el espíritu de su ser.
En esa primera reunión en su hogar, en cuestión de horas, comencé a escuchar sin la interpretación de mi cerebro. En una percepción holística, aprendí sobre mí mismo en un sentido nuevo y diferente, viendo mis respuestas condicionadas a medida que surgían, pero no intelectualmente. Esa primera reunión e impacto hubiera sido suficiente para toda la vida de un joven, pero tuve la buena fortuna de estar a su alrededor y seguir aprendiendo. Lo que decía en sus charlas y escritos era lo que decía en privado; que él no era mi gurú y que él no era el maestro de nadie. "Deja que la escucha sea tu gurú". "¡No sigas a nadie!" La percepción de la verdad de estas declaraciones fue profunda y me cambió fundamentalmente.
Krishnamurti me envió a la India en 1965. Allí, durante un período de ocho años, vi de primera mano las tradiciones religiosas de hace 10.000 años que atraen a incontables occidentales y atrapan a millones de creyentes ortodoxos. Lo que también percibí fue la mente religiosa que trasciende los 10.000 años de tradición y no tiene manifestaciones, personalidades ni organizaciones. Uno se encuentra con esa mentalidad no en los templos, mezquitas e iglesias, sino en las interacciones silenciosas con los aldeanos en los caminos, con los pandits cantando antiguos versos védicos y con ancianos sentados al cálido sol de invierno hablando de la vida. Esta mente religiosa profunda existe paradójicamente en una cultura altamente materialista, violenta y sectaria, pero es más poderosa, penetrante e intacta que esa cultura. Krishnamurti lo describió conmovedoramente en su Diario:
El aldeano se detuvo frente a uno y miró esos asombrosos colores y nos miró. Permanecieron mirándose el uno al otro y, sin pronunciar una palabra, el aldeano reanudó su penosa marcha. En esa comunicación hubo afecto, delicadeza y respeto, no el necio respeto sino el de los hombres religiosos. En ese instante, todo tiempo y pensamiento habían dejado de existir. Esos dos seres eran totalmente religiosos, no contaminados por la creencia, la imagen, las palabras o la pobreza. A menudo pasaron el uno junto al otro en ese camino entre los pedregosos cerros, y cada vez que se miraban, había el júbilo de la percepción, del discernimiento total.
Llegué a ver que Krishnamurti era un auténtico gurú en el sentido original y puro de esa palabra, que significa serio y grave (así como disipador de la oscuridad). Fue un maestro para el mundo, y puedo decir con impunidad, un Instructor del Mundo con un significado que todavía no se ha entendido del todo. Viajó por el mundo y enseñó, pero no tuvo estudiantes ni seguidores con los que se identificara.
He trabajado en dos Fundaciones Krishnamurti desde 1965, y he visto de primera mano su resolución absoluta de que las enseñanzas y el trabajo en torno a las enseñanzas no se vuelvan un culto o religión. Dijo en un momento: "Las Fundaciones no darán lugar a ningún espíritu sectario en sus actividades. Las Fundaciones no crearán ningún tipo o lugar de culto alrededor de las enseñanzas o de la persona". Esto significaba que en su vida diaria estaba particularmente alerta a la mentalidad de seguidor, a la mente que adora y no cuestiona. Cuando la encontraba a su alrededor trabajaba con esa persona. Si respondía, entonces se quedaba en el trabajo. Si no lo hacía, tarde o temprano se marchaba porque no había una respuesta recíproca de líder o de gurú por parte de Krishnamurti. No había darshan, no se ofrecía ningún favor divino. Era una tarea difícil estar cerca de esa simplicidad auto-reflexiva y no romántica. En varias ocasiones dijo: "Asegúrate de no estar hipnotizado (por mí)".
Esta resolución, y su talante, se ilustran en un incidente ocurrido en 1929 cuando Krishnamurti habló en un campamento en Holanda. En el segundo día del campamento, el sábado 3 de agosto, pronunció su famosa charla "La verdad es una tierra sin caminos" ante tres mil personas. La charla terminó con "Mi único interés es hacer que los hombres sean absolutamente, incondicionalmente libres". Pero lo que no se menciona en los libros es que, como se trataba de un gran campamento al aire libre para miles de personas, hubo varias conversaciones antes y después de ese histórico discurso. De hecho, el día antes de esa charla preparó a los ansiosos oyentes con un breve cuento ilustrativo de la seriedad de su talante. Krishnamurti a menudo comenzaba una reunión nocturna con una fogata y el canto de los slokas védicos. Pero en la tarde del 2 de agosto primero dijo:
Había una vez un brahmán en la India que hacía ritos todos los días frente a sus alumnos, y todos los días, mientras los hacía, venía un gato y se frotaba contra él, y se supone que los brahmanes no deben tocar gatos porque son animales impuros, especialmente cuando vas a realizar una ceremonia. Entonces, todos los días solía poner al gato en una habitación y cerrar la habitación con llave. Cuando el brahmán murió, sus alumnos todos los días antes de realizar la ceremonia buscaban un gato y lo encerraban en la habitación, y luego realizaban sus ritos. Entonces esta fogata y el canto se han convertido en una superstición. Me han dicho que, donde sea que me encuentre, para poder hablar por la noche debo tener una fogata y necesariamente debo cantar. Así que puedo prever lo que va a suceder más adelante. No he cantado esto durante un tiempo y si no lo repito del todo, discúlpelo. Lo canto porque tiene un sonido encantador, un significado encantador, y no a causa de algún efecto misterioso.
Instaba a las personas que entendían algo de lo que él estaba hablando, que tenían una idea de sí mismos y las enseñanzas, a que hablaran con otras personas. Dijo en algunas ocasiones: "Gritadlo desde los tejados". Sin embargo, vio el peligro del proselitismo, el trabajo misionero, el testimonio y los apasionados fundamentalistas de Krishnamurti que estaban surgiendo en todo el mundo. No podía hacer nada con personas que no conocía, pero dentro de las Fundaciones habló del futuro y dijo:
Las Fundaciones no tienen autoridad en el tema de las enseñanzas. La verdad yace en las enseñanzas mismas. Las Fundaciones se encargarán de que estas enseñanzas se mantengan completas y no se distorsionen ni se corrompan. Las Fundaciones no tienen autoridad para enviar propagandistas o intérpretes de las enseñanzas. Cuando ha sido necesario, a menudo he señalado que no tengo ningún representante que continúe con estas enseñanzas en mi nombre ahora o en cualquier momento en el futuro.
No habría sacerdotes, ni organización o instrumento entre el oyente y las propias enseñanzas. Cuando se le preguntó por qué esto era tan importante, señaló el hecho de que todas las religiones organizadas históricamente han creado violencia y división y que su trabajo era "hacer que el hombre sea absolutamente, incondicionalmente libre" y no fundar organizaciones o perpetuar mitos sobre sí mismo. La autenticidad de la visión y percepción de uno, y en última instancia la calidad de la vida de uno era lo que importaba ― no la membresía en un grupo, o las creencias e ideas que uno tenía. Era un enfoque austero y simple de la antigua lucha de la humanidad por la verdad, la inteligencia, el amor y la paz.
Si bien se ha dicho que había una aparente paradoja (contradicción) entre el estilo de vida exterior de Krishnamurti y su realización interna, nunca la vi, pero sí la imaginé. Esperaba que se comportara de cierta manera según mis ideas que tenía sobre él. Cuanto más reconocía que mis ideas sobre él afectaban a lo que percibía como el fenómeno de J. Krishnamurti, más veía que no había discrepancia entre el hombre y el mensaje. La paradoja estaba en mi pensamiento, no en las enseñanzas. Las declaraciones aparentemente contradictorias en sus libros y charlas en contexto eran independientes y ciertas. "Piensa en esto, esfuérzate" no es contradictorio con "El pensamiento es la raíz del dolor..." Cuando cada declaración se ve en contexto.
Un día, en el jardín donde trabajaba llevando unos guantes suaves, vaqueros azules, un sombrero de paja y Reeboks (marca de zapatillas), dijo: "Acabamos de poner algunas trampas para ardillas". Dijo que había que tomar la decisión entre tener plagas y bichos o cultivar flores y vegetales. Nunca mataría a un animal para comer ni comería algo matado por otro, pero no se llamaba a sí mismo vegetariano. Él dijo: "Simplemente no como carne, pero no hay lugar para ningún ismo, de ningún tipo". No hay paradoja aquí.
Un día, en la escuela Oak Grove, cuando estábamos teniendo problemas con algunos estudiantes, Krishnamurti dijo: "Son tan irrespetuosos. ¿Por qué no lo llaman señor?" Esto precipitó una discusión de dos años con Krishnamurti, el personal, los padres y otros sobre el respeto, las relaciones estudiante-maestro y el declive de la cultura estadounidense. Reconoció la necesidad de la autoridad temporal, pero era la autoridad religiosa y psicológica lo que era anatema. No hay paradoja aquí.
Un día, en una caminata, Krishnamurti me dijo: "Puedo romper un hábito en tres días. Es lo que tardo en verlo totalmente, cortarlo por completo". Ante su advertencia de que el tiempo es enemigo de la percepción y el cambio, me quedé perplejo. ¿Por qué tres días? Continuó diciendo que tenía que vigilar el hábito cada vez que surgía; y para verlo por completo, para observarlo en cada entorno y relación, podría llevar algún tiempo. Fue mi mente limitada y literal la que creó una paradoja donde en realidad no existía.
Krishnamurti tenía un gran sentido del lugar y era sensible al paisaje y la belleza natural. Estos elementos figuran profundamente en sus libros y charlas. Comentaba sobre los árboles, el juego de luces sobre las hojas y los colores de las flores, al mismo tiempo que apuntaba a los peligros de etiquetar y nombrar cosas.
¿Qué sucede cuando le damos un nombre a una flor, a algo? Al darle un nombre a algo, simplemente lo hemos puesto en una categoría, y creemos que lo hemos comprendido; no lo miramos más de cerca. Pero, si no le damos un nombre, nos vemos obligados a mirarlo. Es decir, nos acercamos a la flor, o lo que sea, con una novedad, con una nueva cualidad de examen; lo vemos como si nunca antes lo hubiéramos visto.
He intentado ilustrar mi argumento de que había seriedad en su talante y ninguna paradoja real en Krishnamurti, el hombre o las enseñanzas. Pero estos breves ejemplos son quizás simplistas. Ahora, se podría decir que si Krishnamurti era un filósofo, la paradoja no es inapropiada. Con su simple uso de las palabras y las salvedades científicas de que en realidad estaba hablando de lo innombrable, algo tiene que decirse sobre el uso del lenguaje de Krishnamurti. El Prof. David Bohm escribió sobre esto y, como él y Krishnamurti eran amigos y cercanos en su exploración mutua de los límites de la mente y el pensamiento para capturar lo sagrado, me gustaría usar las palabras de Bohm para señalar un tipo diferente de paradoja.
Las palabras y sus significados no son más que abstracciones, no pueden sustituir a aquello a lo que se refieren… Además, las palabras no pueden resumir todo lo que se debe saber sobre cualquier cosa dada. De hecho, ni siquiera abstraen todo lo que es esencial para la función de esa cosa… Entonces, es necesario reconocer que todo lenguaje tiene una relación esencialmente negativa y parcial con aquello a lo que se refiere. Korzybski ha expresado esta relación muy sucintamente en la afirmación: "Lo que digamos que es, no es". Esta afirmación no es una afirmación metafísica sobre la naturaleza básica de lo que es. Más bien, es un desafío muy profundo para toda la estructura de nuestras comunicaciones, tanto externas como internas (que luego llamamos 'pensamiento'). Para entender este desafío, comencemos con el hecho. "Siempre estamos hablando de 'eso'." ('Eso' no se refiere a nada en absoluto). Cuando leemos la declaración de Korzybski, nuestra primera respuesta es ver que ya hemos empezado a decir algo sobre "eso" (sea "eso" lo que sea). Y luego, al darnos cuenta que "eso" no es lo que decimos, y que lo que decimos es a lo sumo una abstracción incompleta incluso de lo que se conoce, suponemos que "eso" debe ser algo más. Pero "algo más" es también lo que decimos que "eso" es. Mientras hacemos esto por un tiempo, comenzamos a sorprendernos por lo absurdo de todo el procedimiento. Porque lo que sea que digamos que es, no es. ¿Cuál es la respuesta apropiada a tal situación? Evidentemente, uno tiene que dejar de decir nada, no solo exteriormente, sino también interiormente. Aquí se sugiere que si todo el "parloteo" del pensamiento puede detenerse, entonces algo nuevo puede suceder. Pero incluso decir esto puede ser ir demasiado lejos. Porque si esto significa que "esovserá algo nuevo, entonces la novedad que decimos que "eso" es será lo que "eso" no es. La paradoja con la que se debe dejar al lector es "¿qué pasa cuando no se dice nada, ni exterior ni interiormente?".
Krishnamurti ha evitado la paradoja al no describir "eso". El silencio que él sugiere para entrar en ese mundo de lo innombrable está en el corazón de sus enseñanzas. Y dejó que el lector descubriera esa tierra sin caminos donde no hay nada que decir, ni exterior ni interiormente.
Animaría a los lectores a investigar las obras de Krishnamurti por sí mismos. Las enseñanzas tienen un peso y autoridad intrínsecos, no son derivadas. La historia probablemente mostrará que la intemporalidad de la intuición de Krishnamurti y el énfasis en vivir una vida sin autoridad psicológica ni religiosa le dan al maestro y sus enseñanzas un lugar estelar adecuado durante la comprensión de la consciencia y el cuestionamiento de la evolución humana tradicional.