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Evolución No-dual

Evolución No-Dual

José Díez Faixat

Resumen del artículo beyond darwin,
publicado en Science and Nonduality el 14 de mayo de 2019

Introducción

Durante las últimas décadas, la visión aparentemente sólida del mundo mecanicista y materialista ha comenzado a mostrar grietas alarmantes. Los enfoques que hace un siglo fueron tomados como rigurosos y casi irrefutables están comenzando a ser seriamente cuestionados. Estos enfoques postulaban que el universo se movía por el simple juego de azar, en progresiva degradación y orientado inexorablemente hacia la muerte térmica. En contraste con estos oscuros augurios, la nueva ciencia ve con sorpresa una creatividad fascinante en todos los ámbitos de la realidad. La supuesta máquina universal, prácticamente condenada al desguace, ahora se revela como un sorprendente ser vivo animado por una fuerza permanentemente autocreadora. Parece que la naturaleza comienza a revelar los secretos de su íntima tendencia holística, que la impulsa a subir la escalera de la complejidad organizada. Este impulso ascendente ha ido creando, paso a paso, unidades progresivamente diferenciadas, integradas e inclusivas.

La ciencia mecanicista albergaba el sueño reduccionista de explicar el funcionamiento de las estructuras complejas partiendo, exclusivamente, de sus componentes más básicos. La nueva ciencia ha abandonado ese sueño al verificar repetidamente y en diversos niveles de realidad que el todo es mayor que la suma de las partes. Existe así un esquema dinámico y jerárquico del mundo en el que los niveles emergentes se integran con los anteriores, generando así organismos progresivamente complejos, inclusivos y conscientes.

Por otro lado, cada uno de estos niveles de la realidad universal está estructurado por una interacción recíproca infinita entre individuos y colectividades. Unos y muchos se implican mutuamente como reflejos en una malla de espejos enfrentados. No cabe desgajar unidades aisladas en estas redes universales de interrelaciones e interconexiones. Como ha demostrado la física cuántica, el alcance de estas complejas redes de relaciones va más allá de lo que es humanamente concebible, incluso trascendiendo nuestros esquemas de espacio y tiempo. En realidad, no hay "partes" separadas en ningún nivel de la escala evolutiva. Al contrario, como en una placa holográfica, cada "fragmento" del mundo no es más que una expresión concreta de la misma y única totalidad. El universo comienza a revelarse a los ojos de la nueva ciencia como un campo unificado que se refleja dinámicamente en todos y cada uno de sus rincones.

Se pretendía construir el mundo sobre el cimiento sólido y consistente de la materia, pero este mito no ha resistido las pruebas empíricas. El análisis subatómico literalmente ha quitado el suelo debajo de nuestros pies. Nuestra base material supuestamente indestructible se ha disuelto en formas puras, patrones, órdenes y relaciones en un tejido que ya no es sustancial, sino puramente abstracto. Estamos sustentados por formas evanescentes que emergen y desaparecen vertiginosamente en un vacío intangible.

El enfoque materialista de la ciencia clásica aspiraba también a describir el mundo "objetivamente", marginando del panorama al "sujeto" que realizaba la descripción. Sin embargo, la perspectiva postmoderna emergente ha revelado una vez más la completa ingenuidad de este proyecto. La mente observadora es inevitablemente parte del universo observado. No hay objeto sin sujeto, no hay exterior sin interior, no hay realidad sin consciencia. Ambos términos están inextricablemente interrelacionados y, por tanto, cualquier intento de comprender el mundo fenoménico de manera integral debe incluir necesariamente ambas facetas. La dinámica de la evolución se percibe, así, como generadora de entidades, no solo progresivamente más organizadas y complejas en su aspecto externo, sino también, al mismo tiempo, más profundas y conscientes en su ámbito interno.

El universo que, sorprendentemente, comienza a revelarse ante nuestra mirada, tiene poco que ver con ese artefacto ciego e insensible, ese mundo mecánico e inerte en el que el ser humano que lo imaginaba ni siquiera tenía un lugar en él. Los nuevos enfoques ya no nos consideran criaturas aberrantes en un mundo sin sentido, sino más bien como expresiones naturales del flujo creativo de la totalidad, auténticos microcosmos que reflejan, con claridad creciente, la riqueza infinita de un macrocosmos fascinante.

Nuestra investigación sobre el ritmo de la evolución se mueve dentro de esta nueva perspectiva de un universo que se crea a sí mismo ―generador de novedades progresivamente más complejas y organizadas―, jerárquico ―en el que cada nuevo nivel trasciende y se integra con todos los niveles anteriores―, holográfico ―en el que cada parte refleja la totalidad―, impermanente ―en una danza continua de creación y destrucción―, lúcido ―capaz de conocerse a sí mismo― y vacío ―sin una sustancia básica que lo soporte.

Más allá de Darwin

Hoy en día el mundo de la ciencia acepta, unánimemente, que la evolución es una característica fundamental del universo. Existe un completo consenso con respecto a las características dinámicas y creativas de la realidad fenoménica en todos los campos del conocimiento humano: astrofísica, biología, psicología, sociología, etcétera. Sin embargo, existen grandes discrepancias en la interpretación de los hechos.

La teoría de la evolución de Darwin se basó principalmente en mutaciones aleatorias y en la "supervivencia de los más aptos". La "teoría sintética" extendió estas formulaciones a finales de la década de 1930 con las contribuciones de la genética mendeliana y la genética de poblaciones, manteniendo como elementos básicos explicativos la mutación aleatoria y la selección natural. Esta teoría sintética tuvo una aceptación casi unánime durante dos o tres décadas, pero a partir de 1970 dio lugar a una gran oleada de controversias. La idea de que la teoría sintética resulta inadecuada en muchos sentidos está empezando a tomar forma entre numerosos paleontólogos, genetistas, embriólogos y taxónomos, que refutan que el factor aleatorio sea el único principio que rige el proceso evolutivo. No están de acuerdo en que la selección natural explique la aparición de nuevas especies. Dicen que los registros fósiles no se ajustan al gradualismo darwiniano y que la teoría no refleja el fenómeno de la complejidad creciente. Las mutaciones espontáneas pueden explicar las variaciones dentro de una determinada especie, pero no las variaciones subsiguientes entre ellas. La macroevolución, la evolución de estas categorías taxonómicas de orden superior, muestra diferencias demasiado pronunciadas entre las divisiones para haberse producido por simples transformaciones graduales.

En los últimos años, se ha visto que los cambios más profundos en la evolución biológica tienen lugar en momentos específicos de la historia de los grupos, que ocurren de manera muy rápida y dan lugar a especies estables que sufren muy pocas variaciones posteriores. La versión darwiniana de un proceso lento, continuo y gradual ha dado paso a la interpretación caracterizada por saltos y cambios discontinuos y repentinos.

En 1972, S. J. Gould y N. Eldredge publicaron un fecundo artículo en el que demostraron que la naturaleza progresa mediante saltos repentinos y transformaciones profundas y no a través de pequeñas adaptaciones. Según la teoría del “equilibrio puntuado”, los saltos evolutivos son procesos relativamente repentinos. La especiación interrumpe bruscamente largos períodos en los que las especies existentes persisten sin apenas variaciones fundamentales. Por eso, algunos investigadores han comenzado a buscar posibles explicaciones para estas repentinas emergencias de nuevas especies.

La ciencia está comenzando a comprender que, simultáneamente con el proceso de crecimiento de la homogeneidad y la entropía positiva percibida en el universo, sucede, con la misma naturalidad, el fenómeno inverso, es decir, el aumento progresivo de la heterogeneidad y la entropía negativa. Contrariamente a la termodinámica clásica, que pretendía reducir los procesos de autoorganización a meros eventos accidentales, a simples anécdotas insignificantes, la actual termodinámica del desequilibrio nos permite entender la evolución progresiva y acelerada de los seres vivos y nuestra propia historia humana como algo más que meros extraños accidentes en la evolución cósmica.

Hasta la década de 1970, las investigaciones tendían a sostener la concepción de que la evolución actúa principalmente debido a factores aleatorios. Sin embargo, en la década de 1980, muchos científicos comenzaron a convencerse de que la evolución no es un accidente, sino que ocurre necesariamente cuando se cumplen ciertas condiciones paramétricas. Está empezando a ser evidente que el despliegue continuo de la complejidad organizada del universo, su intrínseca capacidad de autoorganizarse espontáneamente, constituye una propiedad fundamental y profundamente misteriosa de la realidad.

Las nuevas ciencias de la evolución muestran cómo cualquier sistema dinámico lejos de un estado de equilibrio puede abandonar su estado estable cuando cambian algunos de sus parámetros ambientales. En estas situaciones, los sistemas pueden alcanzar espontáneamente nuevos estados de equilibrio de mayor complejidad tras una fase de indeterminación y caos. El curso general de la evolución se ve, así, como una escalera en las que se alternan tramos horizontales, casi sin cambios, con saltos abruptos en el nivel.

Tanto en trabajos teóricos como empíricos, en ciencias duras o blandas, el objetivo es comprender esta tendencia creadora innata de la naturaleza. Oímos hablar de atractores dinámicos, campos morfogenéticos, canales arquetípicos, órdenes implicados, estructuras fractales o estabilidades estratificadas. Ahora ya parece evidente que la creatividad no puede reducirse a un mero producto del azar, sino que resulta necesaria la intervención holística de campos unificados que puedan explicar tanto el carácter de totalidad de los fenómenos creativos, como de su cualidad de instantaneidad. La hipótesis sobre el ritmo de la evolución que vamos a proponer a continuación, aporta características novedades en esta línea de investigación.

Una solución armónica

La declaración más fundamental de los pitagóricos era que los números constituyen el principio inamovible del mundo, la esencia misma de la realidad. Cuando descubrieron que las proporciones entre los armónicos musicales podían expresarse de forma simple y exacta, consideraron que el propio cosmos era un sistema armónico de razones numéricas. Según los pitagóricos, el orden numérico inherente de los sonidos estaba directamente relacionado con la organización misma del universo. Para ellos, la música no era sino la expresión de las relaciones internas del cosmos.

A principios del siglo XX, los físicos se encontraron desconcertados al comprobar cómo la energía emitida o absorbida por los átomos, lejos de presentarse como un flujo continuo, tal como eran sus previsiones, lo hacía de forma cuantificada, en paquetes muy precisos. Durante varias décadas, intentaron explicar este extraño fenómeno buscando una nueva teoría matemática para el átomo que generara estos números cuánticos de forma natural. La solución llegó al proponerse la similitud entre el mundo de los electrones y el de los armónicos musicales ―las ondas estacionarias―, surgiendo, entonces, la feliz ecuación de ondas (Schrödinger), sorprendentemente precisa y pieza fundamental de la revolucionaria física cuántica. Parece, pues, que estamos literalmente hechos de música, que somos puras relaciones abstractas en una realidad insustancial, la apariencia acústica del vacío cuántico.

Las ondas estacionarias son conocidas por cualquiera que haya tocado un instrumento musical. La característica principal de estas ondas es que dividen el elemento vibrante en secciones completamente iguales. Una cuerda de guitarra, por ejemplo, como tiene sus extremos fijos, no puede vibrar de cualquier manera, sino que tiene que hacerlo de tal modo que sus extremos permanezcan inmóviles. La cuerda puede ondular como un todo (ver fig. 1-A), o en dos partes (ver fig. 1-B), o en tres (ver fig. 1-C), o en cuatro, o en algún otro número entero de partes iguales, pero no puede vibrar, por ejemplo, en tres partes y media o en cinco y cuarto.

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En teoría musical, estas sucesivas ondas estacionarias se denominan "sonidos armónicos". Las series ilimitadas de estos armónicos, que parten del "sonido fundamental" de la unidad original completa, definen los grados variables de las vibraciones sonoras con mucha precisión, es decir, la jerarquía completa de los niveles de estabilidad del flujo de la música. Así, vemos que, tanto en el mundo microscópico de la física cuántica como en la realidad macroscópica de los instrumentos musicales, las "energías" no fluyen continuamente, sino de una manera cuantificada de acuerdo con una jerarquía de ondas estacionarias. En cualquier nivel de la realidad, una unidad vibrante ―átomo o cuerda de guitarra― posee intrínsecamente niveles potenciales muy precisos dentro de los cuales se estabilizan los flujos de energía.

Anteriormente dijimos que la nueva ciencia considera el universo de una manera holística. También hemos visto cómo la dinámica evolutiva de este universo unificado muestra sus novedades de manera discontinua y abrupta. Encontramos, una vez más, una unidad vibrante, el universo en evolución, que canaliza su flujo de energía en una serie altamente definida de niveles de estabilidad. Como los átomos. Como los instrumentos musicales.

Tanto en el mundo de la física atómica como en el mundo de la música, el secreto de sus repentinos saltos y discontinuidades se desvela gracias a las ondas estacionarias y los armónicos musicales. ¿No podría ocurrir lo mismo en el campo de la evolución? ¿No parece muy coherente que este universo unificado que estamos empezando a descubrir genere patrones creativos similares en sus diferentes niveles de organización? ¿No resulta atractivo, por tanto, que los cambios evolutivos repentinos en la historia del universo respondan precisamente a estas mismas ondas estacionarias que son la clave explicativa de los mundos subatómico y musical? Esta ha sido la intuición básica que ha dado origen a nuestra hipótesis sobre el ritmo de la evolución, que resumiremos a continuación.

Una hipótesis simple y osada

Jacob Bronowski planteó una teoría sobre un proceso único que explicaba sin reduccionismo la diversidad jerárquicamente ordenada. Esta teoría sugiere, como principio cosmológico general, el concepto de "estabilidad estratificada de niveles potenciales" como la clave para entender la evolución de los sistemas en desequilibrio. Básicamente, sugiere la existencia de niveles específicos de estabilidad alrededor de los cuales se acumulan y se organizan los flujos de energía, lo que permite los saltos ascendentes y repentinos hacia nuevas capas o niveles de progresiva complejidad. Nuestra hipótesis constituye una especificación muy precisa en este atractivo enfoque. Examinémoslo con mayor detalle.

Tomando el ejemplo, una vez más, de la cuerda de guitarra, imaginemos que está sintonizada en do, el sonido fundamental. Si ponemos en vibración la mitad de su longitud ―primer armónico― obtendremos la misma nota original una octava más alta. Si hacemos vibrar la tercera parte de la cuerda ―segundo armónico― obtendremos una nota diferente, que en este caso será sol. Esto significa que una novedad tonal emerge con el segundo armónico. Tomando la nueva nota como sonido fundamental, podemos repetir la experiencia tantas veces como deseemos y siempre obtendremos con cada segundo armónico sucesivas novedades sonoras escalonadas. O sea, al hacer vibrar un tercio de la longitud de la cuerda aparecerá un salto creativo, y con el tercio del tercio otro, y con el tercio del tercio del tercio otro más, etcétera.

Este simple hecho proporciona la clave de nuestra hipótesis. La propuesta es muy simple: considerando la totalidad del tiempo como una unidad vibrante, los sucesivos segundos armónicos encadenados, es decir, los sucesivos tercios de la duración, jalonarán la emergencia de las novedades evolutivas. En otras palabras, los segundos armónicos definirán los "niveles potenciales de estabilidad estratificada" a través de los cuales se canaliza la creatividad de la naturaleza, que impulsa los grandes avances en la escala de la evolución. Las figs. 2 muestran el proceso global. Tomando la trayectoria temporal completa ―desde el "origen" hasta el "final"― como sonido fundamental, hemos dibujado los sucesivos saltos de nivel en ambos sentidos: en la fig. 2-B el trecho que va desde el origen hasta el segundo nodo "P" de exteriorización ―lo que se denomina el tramo de "salida" o "hacia afuera"―, y en la fig. 2-A el trecho desde ese mismo segundo nodo hasta el final ―el tramo de "retorno" o "hacia adentro"―. La figura 2-C muestra la trayectoria conjunta, la escalera global de la evolución.

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Para resumir nuestra propuesta podríamos decir que, al igual que cuando se emite una nota determinada en un instrumento musical suenan simultáneamente una amplia gama de sus armónicos, el universo en su conjunto también posee, desde el mismo instante de su vibración original, toda una jerarquía potencial de ondas estacionarias, a través de las cuales pueden ascender sus flujos creativos. Según nuestro esquema, partiendo de la vibración puntual del origen, el proceso universal comienza con una explosión vertiginosa de creatividad y saltos de nivel, desacelerando gradualmente su ritmo en el camino ascendente hacia un determinado estrato del espectro, hacia el “sonido fundamental". A partir de ahí, comienza de nuevo a acelerar progresivamente el ritmo de sus saltos novedosos a lo largo del camino ascendente hacia un momento final de creatividad infinita. Más adelante, consideraremos el significado profundo de estos polos sorprendentes ―origen y fin, Alfa y Omega―, ya que será precisamente ahí donde podremos encontrar las respuestas a muchas de nuestras preguntas.

Toda nuestra hipótesis de ritmos evolutivos puede reducirse a lo que acabamos de plantear. Tan simple como esto: aparece un "salto de ciclo" con cada tercio de la duración, y tras siete saltos de ciclo aparece un "salto de serie". Es realmente fascinante que un esquema tan sencillo como éste se adapte de forma tan precisa a todos los saltos clave de la evolución, tanto en el macrocosmos global (paleontológico, antropológico e histórico) como en el microcosmos humano (embrionario y psicológico). Por eso, resulta verdaderamente sorprendente que casi nadie hasta ahora haya reparado en este clamoroso y evidente ritmo pautado de los grandes eventos evolutivos. Los árboles no han dejado ver el bosque.

Verificación de la hipótesis en la filogenia y la ontogenia humanas

Al ajustar nuestra “tabla periódica” de ritmos a la fecha de aparición de la materia ―Big Bang― y de la vida orgánica, vemos que cada instante de aparición de los sucesivos grados taxonómicos de la filogenia humana está marcado con gran precisión: ¡Reino: animal, Filum: cordado, Clase: mamífero, Orden: primate, Superfamilia: hominoide, Familia: homínido y Género: homo! Lo mismo ocurre con todas las etapas de maduración de nuestros primitivos ancestros: H. habilis, H. erectus, arcaico H. sapiens, H. sapiens y H. sapiens sapiens (hombre moderno). Una vez más, la precisión de nuestra hipótesis se repite en las sucesivas transformaciones que la humanidad ha experimentado en su historia más reciente: ¡Neolítico, Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y la emergente Edad Postmoderna! Si, tal como vemos, todas estas etapas se ajustan de forma rotunda a las previsiones de la "tabla periódica" de ritmos que hemos planteado, es más que probable que nuestra hipótesis también proporcione la clave para vislumbrar las sucesivas fases que se desplegarán en los próximos años, en un proceso progresivamente acelerado que habrá de conducir, finalmente, hacia un instante de creatividad infinita ―Omega― dentro de un par de siglos, alrededor del año 2217.

Todo esto es, de hecho, inesperado y sorprendente, pero es aún más impactante cuando verificamos que la misma hipótesis que se comporta con gran precisión cuando se aplica al proceso de evolución global, también lo hace cuando se coteja con el proceso de desarrollo del ser humano individual: en la misma trama temporal, con idéntica pauta de despliegue y repliegue, y atravesando las mismas etapas, nuestra hipótesis de ritmos va marcando, puntualmente, paso a paso, las sucesivas fases de las que hablan los embriólogos, los psicólogos del desarrollo y los maestros espirituales, confirmando así la antigua idea del paralelismo filogenético-ontogenético, y apuntando muy específicamente a un sorprendente universo fractal y holográfico.

Hay, pues, una clara sintonía con esa idea clásica, presente en culturas muy diferentes, de que el organismo humano constituye una concentración individual del mundo, una unidad que refleja, como en un espejo, la totalidad del universo. De acuerdo con este enfoque, el desarrollo humano es una rápida recapitulación e integración de todos los niveles desplegados gradualmente dentro del proceso evolutivo del universo a lo largo de su desarrollo paleontológico lento y prolongado. Pero, además, en nuestra investigación se revela que no sólo se recapitula la trayectoria evolutiva completa de nuestros antepasados, sino que, además, se realiza según una pauta global idéntica.

(Como no podemos exponer aquí detalladamente las comprobaciones de estas aseveraciones, invitamos a los lectores interesados en esta investigación a consultar nuestro artículo Beyond Darwin: el ritmo oculto de la evolución, que se puede encontrar en:
http://byebyedarwin.blogspot.com, con versiones en español e inglés).

De acuerdo con nuestra hipótesis, tanto el proceso filogenético, histórico o macrocósmico, como el proceso ontogenético, individual o microcósmico, son expresiones, globales o puntuales, del mismo y único arquetipo rítmico, que define la dinámica de salida y retorno de la manifestación temporal de este fascinante universo fractal y holográfico.

En las figs. 3-A y 3-B se representan, respectivamente, las trayectorias globales de la filogenia y la ontogenia humanas, tal como se desprende de los datos proporcionados por la paleontología, la antropología y la historia en un caso, y por la embriología y la psicología del desarrollo en el otro. El paralelismo entre ambos gráficos es evidente, tanto en su estructura como en la naturaleza de las etapas recorridas. Si comparamos también la fig. 2-C ―nuestra hipótesis armónica― con las figuras 3-A y 3-B ―obtenidas de los datos empíricos―, la similitud entre todos ellas es obvia. ¿Cómo es posible tal acumulación de coincidencias?

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La clave no dual

Después de haber comprobado nuestra hipótesis con los datos proporcionados por los investigadores de la evolución y el desarrollo, y después de verificar su sorprendente precisión en todas las áreas, parece claro que ya no es posible atribuir al mero "azar" esa multitud de coincidencias encadenadas que se han ido revelando.

Desde el paradigma materialista, todo esto resulta inconcebible. Sin embargo, los hechos están ahí y no es posible ignorar la evidencia. Desde esta plataforma invitamos a todos los lectores a tratar de encontrar una explicación a toda esta trama de eventos inesperados. Por nuestra parte, resumiremos a continuación, telegráficamente, una propuesta "filosófica" que puede revelar el significado último de todo lo que hemos discutido hasta ahora.

Toda la realidad manifestada aparece, inexorablemente, en forma de dualidades. Ninguna forma de expresión es posible fuera de este juego de los opuestos. No podemos encontrar sonido sin silencio, sujeto sin objeto, dentro sin fuera. Todos los opuestos son mutuamente dependientes y, por tanto, podemos entenderlos como manifestaciones polares de una realidad que los trasciende y que es "previa" a esa dualidad aparente.

En las figs. 3-A y 3-B, podemos ver cómo el curso de la evolución comienza en un polo de energía máxima (y prácticamente consciencia nula) y termina en otro polo de consciencia máxima (y energía prácticamente nula). Los físicos hablan de una energía potencial infinita en el vacío cuántico original, mientras que los sabios hablan de una diáfana consciencia infinita en el vacío místico final. Proponemos que estos dos vacíos son, en realidad, el mismo y único Vacío, percibido por los físicos objetivamente y por los contemplativos subjetivamente, pero que en sí mismo no es objetivo ni subjetivo, sino "previo" a esa doble perspectiva. Y lo más fascinante de todo es que este Vacío no es una realidad metafísica lejana, sino la pura y simple Autoevidencia siempre presente.

Como no hay separación entre sujeto y objeto en esta Autoevidencia, no es posible verla, porque no hay "algo" que pueda ser visto por "alguien". Pero tampoco es "nada", porque todas las cosas en el universo ―tanto objetivas como subjetivas― son meras formas parciales y relativas de esta Autoevidencia.

Para poder "verse" a sí misma, esta Autoevidencia debe polarizarse, al menos aparentemente, en sujeto y objeto, lo mismo que el 0 puede dualizarse en +1 y -1, sin cambiar, más que formalmente, su valor absoluto. Decimos esto porque nuestra propuesta final es que la Autoevidencia, para contemplarse a sí misma, se desdobla aparentemente como los polos original (básicamente de energía) y final (básicamente de consciencia), generando, así, una distancia ilusoria entre ellos, que al vibrar, como la cuerda de guitarra de nuestra hipótesis, origina toda una escala de armónicos, que son precisamente los niveles de estabilidad que dan lugar a los ciclos evolutivos que hemos estudiado, que van recorriendo toda la gama, desde los más básicos ―de enorme energía y poca consciencia―, hasta lo más elevados ―de poca energía y enorme consciencia―, y que canalizan de forma armoniosa el llamado juego de azar.

Si vemos las cosas desde esta perspectiva, toda la avalancha de "coincidencias" que hemos revelado, que son totalmente inaceptables desde la cosmovisión materialista, se muestran como manifestaciones naturales de Lo-Que-Es. O el carácter teleológico de la evolución, tan denostado por la ciencia oficial, se entiende aquí como la expresión lógica de la estructura fundamental de lo Real. O la aparición progresiva de la consciencia, que a menudo se olvida por completo en muchas ramas de la ciencia, se presenta en nuestro enfoque no-dualista como una simple manifestación de la lucidez infinita de la Autoevidencia siempre presente. ¿No es hora de cambiar el paradigma?

 

José Díez Faixat, nace en Gijón (España) en 1952. Estudia arquitectura en la ETSA en Madrid. Se declara objetor de conciencia al servicio militar y es encarcelado en Figueres. Participa en la creación de la comunidad rural de Mas Roger, en la que se plantea una forma de vida alternativa, no violenta, ecológica, simple y espiritual. Más tarde, como “ermitaño urbano”, investiga la realidad fundamental tanto de forma vivencial ―espiritualidad no dual― como teórica ―estudio de las grandes tradiciones de sabiduría y las ciencias del nuevo paradigma―. Como resultado de todo esto, escribe dos libros en español: Entre la evolución y la eternidad (Barcelona, 1996), y Siendo nada, soy todo (Madrid, 2007). Acaba de terminar su primer manuscrito en inglés, Evolución no-dual, en el que completa y actualiza su larga investigación. / Más información