Artículos - Wolter Keers
El conocimiento puede ser conocido
Por Wolter Keers Tomado de: Yoga Advaita - Junio 1978Si nos fijamos sobre todo lo que se ha tratado durante nuestras reuniones en el último año de trabajo, se puede resumir en una frase: se nos ha demostrado de muchas maneras que estar en cautiverio es una ilusión.
Muy pocas veces nos preguntamos realmente quién busca cuando buscamos amor, libertad, felicidad o lo que sea que decidamos llamarlo. Nos cuestionamos todo tipo de pensamientos y sentimientos que surgen en nosotros, pero unas pocas cosas fundamentales parecen tan evidentes para nosotros, como esos bienes comunes en nuestra cultura occidental, que nunca, o casi nunca, se nos ocurre cuestionarlas.
Sea lo que fuere que somos, fácilmente admitimos que no nos conocemos por completo, nunca dudamos de que hemos nacido una vez, que tenemos un cierto papel en la sociedad, y que algún día tendremos que desaparecer de esta tierra. Casi todo el mundo que comienza la búsqueda, comienza con la convicción de que es un cuerpo, una mente, más tal vez un "alma", o lo que sea que pudiera ser lo último. Basamos nuestras vidas en esta convicción - en este profundo sentimiento de que: "Yo soy un cuerpo, más esto y aquello."
Al mismo tiempo, estamos descontentos; rara vez somos felices, y cuando lo somos por lo general es sólo por un corto tiempo. A veces sí conocemos momentos ―por ejemplo, cuando estamos enamorados (que literalmente significa desaparecer en el amor)― de algo así como de una grandeza cósmica. Pero son mucho más frecuentes las horas y días en que sentimos una vaga nostalgia por un todo-ilimitado-ser-yo llamado amor o felicidad.
Rara vez hacemos una conexión entre nuestra convicción fundamental de que somos un cuerpo más, y el anhelo de un "paraíso perdido". Durante nuestra búsqueda en el advaita yoga, todas las patas de nuestras sillas han sido poco a poco aserradas. Ha quedado muy claro para nosotros que no somos un cuerpo; ni el cuerpo del estado de vigilia ni el cuerpo en estado de sueño. Tampoco somos una personalidad, que no es otra cosa que una presentación que hacemos de nosotros mismos en ciertos momentos. Se ha demostrado que no somos seres que están aprisionados o limitados por el tiempo, el espacio o los orígenes; todo lo cual no son más que formas de pensamiento. Vemos también, por ejemplo, que el tiempo es una manera que tenemos de ver, en lugar de que somos un fenómeno en el tiempo.
Y finalmente, después de haber comprobado una serie de argumentos, sólo podemos llegar a la conclusión de que todo lo que sabemos o podemos saber, aparece en la consciencia que somos (no que tenemos). Las impresiones de los sentidos (lo que llamamos "el mundo"), incluyendo el cuerpo, existen para cada uno de nosotros sólo cuando aparecen en la consciencia, y eso es todo lo que nosotros, no importa dónde, no importa cuándo, podemos saber. Lo mismo puede decirse de nuestros pensamientos y sentimientos, y para los estados de vigilia y sueño. Todo lo que conocemos es sólo lo que se percibe cuando aparece en nuestra consciencia. Podríamos decir que sólo conocemos los movimientos de la consciencia. Estamos así ante el simple hecho de que tenemos que estar presentes primero como consciencia, como claridad, antes de que un movimiento puede tener lugar en nosotros.
Mediante el examen de este hecho, se hace cada vez más claro que somos el elemento consciente en cada movimiento, el rayo de luz en cada pensamiento, en cada sentimiento, en cada percepción sensorial ―en pocas palabras, el significado de la expresión "Yo soy la luz del mundo" de pronto se hace claro. Esto es cierto para todos los seres, no sólo para los que dan crédito a esta verdad. Tan pronto como penetra en nosotros la idea de que somos el material básico del que todos los "movimientos" están hechos, entonces la percepción de lo que llamamos el mundo también depende de nuestra Clara Presencia para que su apariencia emerja en nosotros, al igual que las olas sólo pueden existir cuando hay mar, y el viento sólo puede soplar cuando hay aire.
Pero, si es verdad que todas las cosas dependen de nosotros para su existencia, se deduce que: Nada puede esclavizarnos. Si no hay nada en el "exterior", el lado donde las cosas son percibidas, que pueda esclavizarme, entonces ¿no puede posiblemente estar en el "interior", el lado del percibidor, un "yo" limitado que me tiraniza? ¡Es después de todo sólo para este tipo de "yo" que buscamos la felicidad, el amor o la libertad! Nuestra investigación hace que sea cada vez más claro que todo lo que hemos tomado como el "yo" es nada más y nada menos que un espectáculo siempre cambiante. Si hablamos de un "yo" tirano, limitado y temeroso, no son más que diferentes espectáculos, pero en repetidas ocasiones saltamos dentro del espectáculo con los dos pies y lo vivimos como si fuera lo que somos. Pero con una mirada crítica nos permite ver claramente que no podemos ser un espectáculo que sólo aparece de vez en cuando, y que no podemos ser un reflejo de lo que sucede de vez en cuando, como sucede después de un pensamiento o un movimiento del cuerpo cuando automáticamente afirmamos que existe un "yo" que creía que pensaba o hacía el movimiento. Quien ve a este "yo" es en sí mismo un tipo de pensamiento, que no tiene ningún problema en entender que el pensamiento número dos no podría haber pensado el pensamiento número uno; y que en realidad el pensamiento número uno sólo puede suceder cuando el pensamiento número dos no es visto en ninguna parte.
Por lo tanto, se hace cada vez más claro que todas las apariencias, espectáculos o reflejos, que hemos llamado "yo", son de hecho, al igual que las sillas y mesas, cosas que son percibidas por nosotros. Estos "yoes" no son más que espectáculos de fantasía ―un continuo bordado de lo que nuestros padres nos dijeron hace mucho tiempo cuando decían que éramos un niño o una niña, bueno o malo, inteligente o tonto, etc. Sin embargo, un bordado es una cosa, un movimiento en la consciencia, y una cosa no es ni libre ni esclava, la libertad y la esclavitud no son aplicables a las cosas, sino a las circunstancias. Una silla no es libre cuando está fuera en el bosque, ni esclava cuando está en el armario.
Este espectáculo que llamamos "yo" en determinados momentos tampoco es ni libre ni esclavo, aparece por unas cuantas pulsaciones y luego desaparece. Sólo un tintineo del teléfono y cada "yo" espectáculo desaparece. ¿Qué queda entonces de la esclavitud? Sólo el espectáculo de un "yo" en determinadas circunstancias. Sólo si nos imaginamos a nosotros mismos como un "yo" con las manos esposadas hay esclavitud, pero sólo en la imaginación. Porque en realidad no somos un espectáculo, y cada "yo esclavizado" es un espectáculo. En otras palabras: nuestro único problema es nuestra creencia en el espectáculo de un "yo" en esclavitud. "En verdad, una persona es lo que piensa." Dijo el viejo gurú Ashtavakra. "Si piensas que estás en esclavitud te experimentas a ti mismo como esclavo; y si piensas que eres libre, te experimentas como libre." El que ve que todo en el "exterior como en el interior" (para citar a Lin Tsi) depende de nuestra conciencia no puede evitar la revelación que ilumina todo como un rayo, de que en ninguna parte excepto en la fantasía hay un lugar para la esclavitud; que nosotros somos la libertad misma, incluso si creemos en una esclavitud fantaseada. Somos libres ya sea que lo sepamos o no, lo queramos o no, no hay nada que cambiar.
Por lo tanto no hay nada que encontrar y nada que alcanzar. Al final del camino descubrimos que ningún camino fue necesario, o incluso que pudiera ser recorrido. Las gafas que buscábamos estaban en el puente de nuestra nariz desde el primer momento. El collar de perlas que imaginamos que estaba perdido colgaba del cuello todo el tiempo.