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Artículos - Rupert Spira

La conciencia y sus objetos aparentes

Por Rupert Spira 6 marzo 2013
Rupert Spira

Pregunta: Usted comenta que la conciencia observa las apariencias como si hubiera dos cosas, una, la conciencia y dos, las apariencias. ¿Acaso esto no admite un elemento de dualidad aunque sea más sutil de lo que es convencionalmente el caso?

Rupert Spira: La insinuación de que hay dos cosas aparentes, una, la conciencia y dos, las apariencias u objetos, se dice a alguien que cree que él o ella es un yo separado, que está localizado en y como el cuerpo, mirando a un mundo de objetos que se consideran separados e independientes de él mismo, la conciencia.

En este caso, a los términos en que se expresa la pregunta (es decir, la creencia en una entidad, objeto o mundo separado que tiene existencia independiente) se les concede credibilidad provisional con el fin de que podamos proceder a partir de lo que parecen ser los hechos de la experiencia. De esta manera se realiza un intento de conectar realmente con la experiencia de quien hace la pregunta en vez de refugiarse en lo que puede parecer a algunos como una torre de marfil de perfeccionismo no-dual.

Así, comenzamos con la formulación convencional de que yo, dentro del cuerpo, estoy mirando a un objetivo e independiente mundo de objetos. Esta es una posición de dualismo, es decir, yo, el cuerpo (el sujeto), estoy experimentando el mundo y a otros (el objeto). A partir de aquí debe señalarse el hecho de que el cuerpo (sensaciones y percepciones) y la mente (pensamientos e imágenes) son, en realidad, experimentados exactamente de la misma forma que el mundo (percepciones). En otras palabras, se ve claramente que el cuerpo/mente no es el sujeto de la experiencia y el mundo el objeto, sino más bien que el cuerpo, la mente y el mundo son todos objetos de la experiencia.

Entonces nos preguntamos qué es eso que conoce o experimenta el cuerpo/mente/mundo. Sea lo que sea, es lo que llamamos "yo" ¿Y qué es este "yo"? Es evidente que no es el cuerpo/mente, porque en este punto se entiende que el cuerpo/mente es lo experimentado y no el experimentador.

Entonces, ¿qué podemos decir acerca de este "yo" que conoce o experimenta? No puede tener ningún tipo de cualidades objetivas porque tales cualidades serían, por definición, apariencias u objetos y, por tanto, algo conocido o experimentado. Sin embargo, este "yo" es/está innegablemente presente y consciente. Por esta razón a veces se le denomina presencia consciente, conciencia o simplemente presencia.

En este punto la conciencia que yo soy se dice que es "nada", "vacío" o "vacuo" porque no tiene cualidades observables. Yo soy presencia transparente, incolora. Yo no soy nada concebible o perceptible. Yo soy/estoy presente y consciente, pero no soy-una-cosa, nada.

Desde este punto de vista la conciencia a veces se describe como el testigo de las apariencias de la mente, el cuerpo y el mundo. Yo, la conciencia, conozco todas las apariencias, pero no estoy hecho de ninguna cosa que aparece. Esta posición sigue siendo dualista ya que todavía hay un sujeto (yo mismo, conciencia) y un objeto (el cuerpo/mente/mundo). Es, por así decirlo, una etapa a mitad de camino. Es un paso más hacia una formulación más verdadera de la naturaleza de la experiencia de lo que era la anterior en la que el cuerpo/mente se consideraba como el sujeto de la experiencia y el mundo era considerado el objeto. Sin embargo, tras una exploración más detallada, esta idea del testigo es también vista como una limitación, superpuesta sobre la conciencia por una mente que todavía cree en la existencia separada de los objetos.

Es valioso hacer esta distinción entre la conciencia (el sujeto que conoce o experimenta) y las apariencias de la mente, el cuerpo y el mundo por dos razones:

Una, es que establece que hay algo en nuestra experiencia que no es un objeto y sin embargo es/está innegablemente presente y consciente. En otras palabras, se establece la presencia de la conciencia y que esto es lo que somos. Y dos, que establece no sólo la presencia, sino la primacía de la conciencia. Es decir, se establece que para que cualquier objeto del cuerpo, la mente o el mundo venga a la existencia aparente, nuestro yo, la conciencia, debe estar primero presente, por así decirlo, como su trasfondo.

Se establece que primero y ante todo somos la presencia o conciencia transparente sin objeto que ilumina y conoce todas las apariencias del cuerpo, la mente y el mundo. Esa es nuestra experiencia siempre-presente sea reconocida o no.

 

Ahora podemos ir más lejos que esto. Si exploramos esta conciencia que conocemos como nuestro más íntimo ser, es decir, que conoce que es, descubrimos que no hay nada en nuestra experiencia que sugiera que sea limitada, localizada, personal, temporal o espacial, causada por o dependiente de otra cosa que no sea ella misma.

Ahora bien, ¿qué es eso que podría saber que la conciencia no está limitada, localizada, etc? Sólo eso que conoce o es consciente y está al mismo tiempo presente, podría conocer esto o incluso cualquier otra cosa. En otras palabras, sólo eso que es/está consciente y presente podría conocer la conciencia. Por lo tanto, es únicamente la conciencia la que se conoce a sí misma como ilimitada, no-localizada, independiente, sin causa. A este reconocimiento de nuestro propio ser impersonal, ilimitado, siempre-presente a veces se le llama despertar o iluminación. Es el hecho de experiencia más simple, obvio e íntimo, pero por lo general se pasa por alto como resultado de imaginar nuestro ser siendo algo distinto que la conciencia, como un pensamiento, sentimiento o sensación.

Ahora podemos mirar de nuevo la relación entre la conciencia y los aparentes objetos del cuerpo/mente/mundo que aparecen ante ella. ¿A qué distancia están el cuerpo, la mente y el mundo de esta presencia de conciencia que atestigua? ¿A qué distancia está el mundo que es conocido o experimentado? Si miramos de manera sencilla y directa en nuestra experiencia encontramos que, cada vez que aparece un objeto, no hay distancia entre nuestro ser, conciencia, y ese objeto aparente. Están, por así decirlo, tocándose entre sí.

Ahora podemos ir más allá de nuevo. ¿Cuál es nuestra experiencia de la frontera entre ellos, la interfaz donde se juntan o tocan? Si hubiera tal interfaz, sería un lugar donde nuestro ser termina y el objeto comienza. Sin embargo, no encontramos ningún tipo de interfaz en la experiencia. No hay lugar donde terminamos y comienza nuestra experiencia del mundo. No hay ahí ninguna frontera. Por lo tanto, ahora podemos reformular nuestra experiencia de una manera que está más cerca de nuestra experiencia real. Podemos decir que los objetos no sólo se aparecen a esta conciencia, sino más bien que (los objetos) aparecen dentro de ella.

En este punto la conciencia se concibe más como un vasto espacio en el que todos los objetos del cuerpo, la mente y el mundo aparecen y desaparecen. Anteriormente hemos considerado que nuestro ser era testigo de todas las apariencias desde una distancia, pero ahora esta distancia ha colapsado y todo se experimenta como íntimo. Ya no son sólo nuestros pensamientos y sentimientos los que son experimentados dentro de nuestro ser, sino también las sensaciones y percepciones. Sin embargo, esto sigue siendo una posición de dualismo, una posición en la que este vasto espacio consciente es el sujeto y el cuerpo, la mente y el mundo son los objetos que aparecen dentro de él, algo así como los objetos que aparecen en una habitación, en términos relativos.

Así que, una vez más profundizamos en la experiencia de los objetos del cuerpo, la mente y el mundo y vemos si podemos encontrar en ellos una sustancia que sea distinta de la conciencia que los conoce o en la que aparecen. Es una exploración en la que llegamos a ver claramente que el cuerpo, la mente y el mundo están hechos de pensamientos, sensaciones y percepciones. Los pensamientos, sensaciones y percepciones se entiende que son producidos por el pensar, el sentir y el percibir y la única sustancia presente en el pensar, sentir y percibir se entiende que es nuestro ser, la conciencia.

En otras palabras, no hay nada presente en nuestra experiencia de un objeto, otro o el mundo, que no sea el conocer de ella y el conocer está hecho sólo de conciencia, nuestro ser. De hecho, no conocemos nuestro conocer de un objeto; sólo conocemos conocer.

Sin embargo, incluso en esta formulación todavía hay una referencia a un cuerpo, mente y mundo aunque sea simultáneamente conocido por y hecho de conciencia. Todavía es una posición en la que el cuerpo, la mente y el mundo no sólo aparecen dentro de la conciencia, sino como conciencia. Es decir, que se sabe que son creados o producidos por eso que los conoce. Son experimentados como creados por nuestro ser, la conciencia.

Sin embargo, en esta formulación todavía estamos comenzando con objetos, incluso si admitimos que están hechos de conciencia. Pero si nos fijamos bien encontramos que la conciencia, y no los objetos, es nuestra primera experiencia. Así que ahora, si partimos desde la experiencia real, es decir, desde la conciencia, nos encontramos con que es la conciencia la que toma la forma, por así decirlo, de la mente, el cuerpo y el mundo. La conciencia toma la forma del pensar y aparece como la mente. Toma la forma del sentir y aparece como el cuerpo. Toma la forma del percibir y aparece como el mundo, pero nunca ni por un momento se convierte realmente en otra cosa que no sea ella misma.

En este punto no sólo conocemos, sino que sentimos que la presencia o conciencia es todo lo que hay. Es decir, se conoce a sí misma como la totalidad de la experiencia. Esto podría ser formulado como: "Yo, la conciencia, soy todo", o simplemente "La conciencia es todo". Al mismo tiempo, reconocemos que en realidad este ha sido siempre el caso, aunque pareciera no conocerse previamente.

Así que hemos pasado de una posición en la que pensamos y sentimos que yo soy algo (una mente y cuerpo) a una posición en la que reconocemos nuestra verdadera naturaleza como presencia consciente y que expresamos como "yo no soy nada, ninguna-cosa". Entonces llegamos a la comprensión experiencial de que yo no soy más que el testigo, el conocedor o experimentador de todas las cosas, pero también soy al mismo tiempo su sustancia. En otras palabras, llegamos a sentir que yo soy todo.

Sin embargo, incluso esto no es del todo correcto, aunque puede ser una formulación más verdadera de nuestra experiencia actual de las sugeridas anteriormente, porque ¿a qué se refiere este "todo"? Nos hemos dado cuenta, en este punto, que no hay objetos, otros, yoes, entidades o mundo que sean en realidad experimentados como tales. Así que ahora no tiene sentido decir que la conciencia es la totalidad de todas las cosas inexistentes. Simplemente no hay cosas de las cuales la conciencia sea testigo, sustancia o totalidad.

¿Cómo podríamos expresar esto? ¡No podemos! El lenguaje se colapsa aquí porque el entendimiento ha desbordado literalmente el marco conceptual que está diseñado para contener. ¡Sin embargo todavía es legítimo intentarlo! En lugar de decir que la conciencia es todo, podríamos decir simplemente que la conciencia es. Pero incluso entonces, ¿qué es esta conciencia que es conceptualizada como estando presente? Para conceptualizar la conciencia como tal, es preciso hacer referencia implícita a otra cosa que no es la conciencia. Es atribuir a la conciencia un nombre o forma, en contraste con otros nombres y formas y, como tal, sugerir una limitación. Así que, podríamos decir, "es" o "soy". Sin embargo, esta palabra por sí misma no tiene sentido. Las palabras no pueden ir más allá. Nos quedamos en silencio.

Si estuviéramos ahora en un encuentro en lugar de escribir y leer, probablemente habría un largo período de silencio. De hecho, mientras el encuentro continuara podríamos observar un cambio sutil de experimentar periodos de silencio que marcan la conversación, a experimentar períodos de conversación que marcan el silencio. Y con el tiempo se puede ver claramente que las palabras, ya sean habladas o escritas, en realidad no marcan o interrumpen el silencio, sino más bien que este silencio es siempre-presente y las palabras son simplemente una modulación del mismo.

En otras palabras, podemos descubrir que el verdadero silencio no es simplemente la ausencia de sonido y pensamiento, sino la presencia de conciencia que impregna y sin embargo es anterior a ambos, sonido o pensamiento, y su ausencia. Incluso eso no es del todo correcto porque en la experiencia no hay nada anterior. "Anterior" requiere tiempo y el tiempo está sólo en el pensamiento. La experiencia es eternamente ahora.

Sin embargo, tales son las limitaciones del lenguaje y si vamos a hablar de estos temas tenemos que estar dispuestos a adaptarlos. Así que nos encontramos de nuevo con los mismos términos que se han desarrollado para describir las convenciones abstractas y conceptuales del pensamiento dualista. Nos encontramos de nuevo hablando o escribiendo acerca de lo que no puede ser verdaderamente hablado y que, al mismo tiempo, es la única cosa que realmente merece nuestras palabras, porque es todo lo que realmente es.

Así que, para resumir, nos movemos de la formulación "yo soy algo" a "yo no soy nada", de "yo no soy nada" a "yo soy todo", de "yo soy todo" a "yo soy" o "la conciencia es", de ahí a simplemente "yo" y desde "yo" a... aquí nos quedamos realmente en silencio.

 

Lo que se acaba de describir arriba podría ser visto como una serie de puntos o etapas en el desarrollo progresivo de la comprensión desde la creencia de que la experiencia consiste en una sucesión de objetos ―el cuerpo, la mente y el mundo― a la comprensión de que la experiencia es sólo la conciencia eternamente conociéndose y siendo únicamente ella misma. Sin embargo, sería un error pensar que una entidad pasa por estas aparentes etapas o incluso que la experiencia en sí sufriera una serie de transformaciones. Tal posición sólo ocurriría en el caso de que fuera verdad nuestra hipótesis inicial de la realidad separada e independiente de entidades, objetos, otros y el mundo.

Más bien, después de haber llegado a la comprensión de que sólo hay conciencia o presencia, simultáneamente se ve con claridad que en realidad este ha sido siempre el caso, incluso si no se hubiera advertido. Así que, mirando ahora desde esta nueva perspectiva de la presencia, vemos que lo que era un aparente despliegue de comprensión desde el punto de vista del yo separado era, en realidad, una aparente disolución de la ignorancia desde el punto de vista de la mente.

En otras palabras, en lugar de comenzar con la aparente realidad de entidades, objetos, yoes, otros y el mundo, y mirar hacia la conciencia, ahora tomamos nuestra posición conscientemente como conciencia y vemos cómo la mente, que surge dentro de la conciencia, ha construido una serie de creencias abstractas y conceptuales que confieren realidad aparente, solidez e independencia sobre los objetos, otros, el mundo, etc.

Mientras permanecemos deliberadamente como consciencia, es decir, tal como es consciente de sí misma, no velada aparentemente por los conceptos abstractos de la mente dualizadora, descubrimos que no es un vacío. No es "nada". Se refiere como "nada" sólo a veces, en contraste con la creencia en la realidad de las "cosas". A partir de ese punto de vista no es nada, ninguna-cosa, a diferencia de "algo".

Sin embargo, desde el punto de vista de la experiencia, es plenitud en sí ― llena sólo de sí misma. Esta plenitud se conoce como amor por que no hay espacio allí para ningún otro. En otras palabras, podríamos decir que el amor es la sustancia de todas las cosas aparentes y, una vez que ha quedado claro que no hay cosas reales, como tales, podríamos simplemente decir que el amor es.

El movimiento en la comprensión desde "yo soy algo" a "yo no soy nada" podría ser llamado el camino de la sabiduría o del discernimiento. El movimiento en la comprensión desde "yo no soy nada" pasando por "yo soy todo" a simplemente "yo", podría llamarse el camino del amor.