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Extractos - Eva Ledesma

Meditacion

La meditación

Por Eva Ledesma

El tema de la meditación es algo controvertido dentro del mundo de la espiritualidad. Es una herramienta utilizada por la mayoría de las tradiciones de sabiduría y considerada como indispensable para el conocimiento de uno mismo y para ayudar a aquietar la mente, pero cada tradición, usa determinadas técnicas y también existen diferencias en cuanto al tiempo que se ha de dedicar a la práctica. En un extremo, hay tradiciones en las que la práctica de la meditación es muy rigurosa, como en el zen, y en el otro, las hay que no la ven necesaria como requisito para que se produzca un despertar. Es importante, por eso, dar con aquel tipo de práctica que resuene con nosotros. Algunas veces sentiremos que nos atraen más unas que otras y es importante saber escucharnos y elegir aquello que nos conviene en cada momento.

Qué entendemos por meditación

La mayoría de las ocasiones se asocia la meditación con la concentración. Eso es debido a que gran número de técnicas de meditación se basan en centrar la atención hacia un objeto, como puede ser la respiración, un sonido, una visualización, etc. Estas técnicas pueden resultar efectivas para traer la atención al momento presente cuando la mente está muy agitada y dispersa, por ejemplo.

Lo que aquí proponemos es otra manera de entender la meditación no focalizada en la concentración, sino en la atención consciente. No nos interesa tanto hacer un esfuerzo para parar la mente, sino atender a lo que ocurre en el momento presente, ser capaces de abrirnos a la experiencia en el aquí y ahora. Nos paramos, y dejamos que cualquier contenido mental o emocional emerja. Podemos percibir el cuerpo y el mundo sin etiquetar nada, sin enjuiciar nada, limitándonos a los hechos del mundo, del cuerpo, de la mente, tal como surgen, tal como son. Observaremos cómo la mente pone su foco de atención en algún pensamiento, emoción, dolor o ruido externo. Puede ser que el mero hecho de observar todo esto nos provoque más agitación o una sensación de carencia o compulsión. No trataremos de eliminar nada, ni de interferir, ni manipular la experiencia. Puede ser que lo único que observemos es que la mente está constantemente en lucha o resistiéndose. No pasa nada. Debemos estar dispuestos a que todas esas energías mentales se expresen para que todo su contenido se vaya agotando, pero para eso hay que concederles un espacio desde el que puedan brotar y desvanecerse.

Pacientemente comenzamos a ver cómo funciona nuestra mente y la dinámica de las emociones. Comenzamos a crear un espacio y los condicionamientos inconscientes se irán haciendo conscientes. Y en este aprender a observarnos, sin rechazar nada, también empezamos a darnos cuenta de que somos testigos de todo aquello que acontece en nuestro interior y en el exterior. Dejamos poco a poco de identificarnos e involucrarnos con nuestras películas mentales y emocionales y nuestra identidad pasará de estar apegada a ellos, a reposar en esa consciencia que atestigua todo aquello que está aconteciendo. Cuando ocurra algo que nos molesta (por ejemplo alguien dice algo y me siento agredido), en vez de reaccionar según lo programado habitualmente, podremos comenzar a observar lo que está pasando, así nuestras reacciones dejarán de ser las habituales y podrán estar más ajustadas a la situación vivida.

En este proceso natural de dejar que los contenidos mentales y emocionales surjan, se va abriendo un espacio en el que el Silencio, nuestra verdadera naturaleza, se va descubriendo. Como un día de tormenta en que los nubarrones no dejan divisar el cielo, a medida que se dispersan, podremos ir apreciando el brillante y sereno azul del cielo. Así, el Silencio, que no es silencio del pensamiento, ni del ruido, sino la fuente de donde todo emana, se irá revelando. Y todo esto ocurre de una manera natural, sin forzar nada, solo dejando que nuestra atención repose en todo lo que acontece, sin juicio, sin control, sin lucha. Sea lo que sea que podamos estar viviendo, los sentimientos o los pensamientos más espeluznantes, dolorosos o miserables pueden ser acogidos en esa presencia amorosa.

La mente pensante no para

Cuando comencemos a meditar, o a mirar la Vida, desde esta presencia consciente, porque no se trata solo de sentarnos a meditar unos minutos al día, sino de comenzar a vivir toda nuestra vida desde esa otra mirada, nos resultará a menudo muy frustrante comprobar que nuestra mente no para. La “mente pensante” está en constante funcionamiento o parloteo. La llaman “mente de mono” porque va saltando de un sitio a otro, sin parar, y muchas veces sin sentido. Esto se puede ver claramente cuando acudes a un retiro de silencio de varios días. La mirada se amplía y al ser tan consciente de tus pensamientos puedes observar la absurdidad de la mente. A veces se acuerda de cosas del pasado, otras, está proyectando el futuro, preocupándose por tonterías, o de repente notas una canción que obsesivamente está repitiéndose por horas, como en un segundo plano. Muchas veces estos pensamientos pueden actuar a un nivel muy inconsciente y sutil y provocarnos estados de ánimo negativos. Todo esto puede resultar muy cansado, por eso nos resulta tan complicado pararnos y relajarnos, y preferimos distraernos con cualquier cosa. Pero todo aquello a lo que no ponemos la Luz de la Consciencia se hace presente en nuestra Vida, aunque sea de una manera inconsciente, y después se puede transformar en algún tipo de enfermedad, bloqueo energético en forma de cansancio, dolor, contracción, o simplemente en una sensación de vago malestar e insatisfacción con la Vida. Por eso la meditación es tan valiosa, porque nos permite conocernos. Nisargadatta decía que la meditación no conduce a la iluminación, pero ayuda a reducir los obstáculos que impiden la misma.

Todos nos preguntamos al principio qué tenemos que hacer para ponernos a meditar. Buscamos recetas que nos permitan poder parar nuestra mente y sentirnos mejor y más calmados. Esto es legítimo pues todos queremos sentirnos mejor, pero también sería bueno emprender este camino de auto-descubrimiento con una actitud de curiosidad y de interés por comprender quiénes somos, pues es quizá solo esta actitud la que nos dará la motivación y fuerza necesarias para soportar algunas de las frustraciones y sinsabores que este camino puede provocar en ocasiones, sobre todo al principio. Más adelante, no podremos estar más profundamente agradecidos por haberlo emprendido.

Para sumergirnos en el momento presente, uno ha de adentrarse con apertura y disponibilidad. Si acogemos este momento, descubriremos que en él no hay ningún problema, que todo era producto de nuestra mente. Solo el ahora es real. El pasado no existe y el futuro tampoco. Solo hay esto, el sonido de la lluvia, el olor del café, un ligero dolor en mi rodilla o la sensación del roce de una mano en la mía, o una ligera sensación de tristeza, o un pensamiento que pasa... Pero no nos basta con la simplicidad de este momento. Queremos que sea diferente y por eso nos inventamos o recreamos uno diferente en nuestra imaginación, con la esperanza de que un hipotético momento futuro nos traerá la felicidad anhelada.

Algunas recomendaciones

Normalmente, sobre todo en las primeras meditaciones, la mente va muy deprisa, un tropel de pensamientos en cascada van apareciendo. Esto nos hace sentirnos inquietos, y con la sensación de que no sabemos meditar. Es la primera queja de la mayoría de los meditadores. Pero eso le ocurre a todo el mundo, incluso a los meditadores experimentados. La mente nunca para, es su naturaleza. Además hemos adquirido a lo largo de nuestra vida muchos hábitos mentales que son muy difíciles de erradicar. Nuestra actitud no debe ser la de intentar controlar la mente, nunca. Como dice Adyashanti: «¿Es que acaso podríamos alcanzar nuestro estado natural mediante la manipulación y el control?»

La actitud con la que abordamos la meditación es la clave y la hemos de revisar continuamente. Estamos acostumbrados a que con nuestro esfuerzo y voluntad personal vayamos a conseguir todo lo que nos proponemos. Pero la meditación no sigue estas reglas. Todo lo contrario. Al manipular nuestras experiencias, al controlar lo que va surgiendo, al intentar conseguir algo, más frustrados se ven nuestros intentos de ponernos a meditar. Sé que esto va en contra de la mayoría de las creencias de la gente, ya que vivimos en una cultura donde priman eslóganes del tipo «si tú quieres, tú puedes», «querer es poder». Pues esta actitud debemos tener muy claro que no nos ayudará. Hemos de permitir que se manifieste todo aquello que llevamos dentro, pensamientos, emociones, miedos, etc, y con amor acoger todo aquello que en el presente va surgiendo. Y entonces uno se preguntará: «Si no he de hacer nada y permito que todo salga a la luz, ¿qué voy a conseguir con esto de la meditación?» «Quedaré a la merced de mis pensamientos y emociones, y eso puede ser un desastre». «Yo lo que quiero es controlar mi mente, que no me domine». Pero estaría bien poder tener un rato al día denominado «El momento en el que no va a ocurrir nada y solo he de relajarme y Ser».

Tranquilidad. Porque cuando uno medita, es verdad que al comienzo, al no estar acostumbrados a mirar las fluctuaciones de nuestro mundo interior, podemos ser muy conscientes de que nuestra mente está todo el día parloteando y eso puede ser un poco o bastante molesto. Pero si conseguimos pasar esa barrera de incomodidad, iremos descubriendo que poco a poco, cuando reposamos nuestra mente en su estado natural, sin intentar detener lo que va ocurriendo, un espacio de paz se va abriendo en nuestro interior. Como dice Adyashanti: «Acogemos toda nuestra experiencia, tanto la que tiene lugar en el interior como en el exterior. Cuando acoges en tu consciencia toda la experiencia, empieza a surgir orgánicamente un cierto tipo de quietud. Es una quietud que está relacionada directamente con esta capacidad de abrirse a todas las experiencias, no solo a las que son cómodas y agradables. Aunque tengas la mente muy agitada, si dejas de juzgar tu mente por estar agitada, aun en la agitación misma, estará la quietud».