Extractos - Antonio Blay
La evolución de la conciencia humana
Por Antonio Blay1. El hombre
El hombre, para mí, es un foco diferenciado de todo lo que existe. Es foco diferenciado en lo horizontal, dentro de todo lo fenoménico y, luego, como punto de expresión dentro del Ser en Sí; es decir, tiene su vinculación horizontal y su vinculación vertical.
En primer lugar, en su dimensión horizontal, el hombre no está aparte de la naturaleza, no está aparte de lo que le rodea; el hombre es naturaleza, el hombre es Universo. Y toda su personalidad no es nada más que un modo particular de Universo en constante interrelación, intercambio, con el resto del Universo. Todo mi cuerpo es cuerpo, es materia. Toda mi afectividad es afectividad dentro de la afectividad del Universo. Toda mi mente individual no es nada más que un foco dentro de un océano de mente. En este sentido, el hombre es, solamente un aspecto fenoménico, relativo, que se está constantemente rehaciendo, reestructurando, en esa corriente que circula por todo.
Pero, a la vez, el hombre tiene su vinculación vertical en virtud de la cual posee una identidad individual, dentro de lo que podemos llamar la Mente Divina. Es decir, hay algo que hace que el hombre se mantenga como identidad propia a pesar de que toda su personalidad no es otra cosa que un intercambio constante con todo lo que le rodea. Hay algo que le mantiene como tal forma de funcionar, y no sólo eso, sino como tal forma autoconsciente de funcionar. Entonces, lo que hace que eso se mantenga en esa forma, y no en otra, esto, para mí, es algo que depende de los planos más elevados, de lo que podemos llamar la Mente Divina, para darle un nombre, el Arquetipo Superior, algo que hace que el individuo sea él (aunque, en el fondo, el único sujeto es el Ser en Sí que se expresa a través de formas individuales que mantiene en sí; y ésta es, diríamos, la verdadera razón de la individualidad del hombre).
O sea que, a mi entender, el hombre no se explica sólo horizontalmente, aunque, de hecho es una realidad dinámica horizontal en todos los niveles, sino que, al mismo tiempo, tiene una axialidad, un eje, que lo vincula con lo Supremo, con lo Central, con lo que está más allá de lo horizontal. Ahora bien, la vinculación del hombre con lo horizontal tiene dos aspectos. En realidad, se trata de una sola vinculación, pero el hombre la vive, de hecho, en dos aspectos: Por una parte, el aspecto objetivo, que es su modo de ser. Entonces, es un conjunto de actividades, de interacciones. Pero, por otra parte, también como realidad subjetiva, el hombre tiene un constante intercambio con todo lo que le rodea, con todo el aspecto subjetivo de lo que le rodea. Subjetivamente hablando, el hombre es su conciencia, es la suma de todo lo que vive, de todo lo que conoce. Existencialmente hablando, es todos sus contenidos; y sus contenidos no son más que los contenidos de su conciencia. Lo que sucede es que el hombre vive sus contenidos, y no los reconoce como a tales, pues vive una conciencia fraccionada, y a una parte de esa conciencia le llama Yo, a otra parte le llama lo mío, a otra parte le llama la gente, la sociedad, y a otra parte le llama Dios, o lo Superior, o lo Trascendente. Pero todo eso no son nada más que zonas de su conciencia, pues el hombre, subjetivamente, no es nada más que su conciencia. Pero, al no reconocerlo, el hombre le confiere una atribución objetiva, le supone una existencia real objetiva, a lo que no reconoce como sí mismo. Sin embargo, nosotros solamente conocemos a las personas, solamente conocemos las cosas, solamente podemos conocerlas en tanto que fenómeno interno de conciencia.
Yo no digo si existe, o no, objetivamente, una realidad externa al individuo. No es esto lo que digo. Lo que estoy afirmando es que el hombre vive sólo en tanto que fenómeno de conciencia, y que su conciencia es todo lo que él conoce, todo lo que ha experimentado, todo lo que puede llegar a experimentar, pero que él no lo reconoce como la propia conciencia, sino que lo vive como un fragmento de sí mismo en relación con otras cosas, que a su vez no son nada más que otros fragmentos de su conciencia.
Diríamos entonces que la evolución del hombre, desde este ángulo subjetivo, consiste en ir desarrollando más y más su conciencia en el sentido de expandir, de ahondar y de elevar, integrando más y más sus contenidos, unificando esa multiplicidad, descubriendo la unidad de base que hay dentro de la multiplicidad. (No obstante, ese desarrollo de la conciencia tiene un ritmo que parece operarse con mucha lentitud. Por lo tanto, o bien hemos de considerar que la evolución del hombre sólo tiene sentido como evolución de la especie hombre, o bien, si ha de existir una culminación individual, su evolución forzosamente ha de efectuarse a través de una serie de aprendizajes sucesivos de esto que tan lentamente se va expandiendo. Entonces entraríamos dentro de un orden rítmico de encarnación.)
Pero lo que ahora se trata de ver aquí es la tendencia del hombre, por un lado, a vivir más, y, por otro, a unir más todo lo que vive, esa tendencia a vivir multiplicidad de formas desde unos criterios de unidad. Esto es lo que yo considero una característica del sentido evolutivo. Y esto se manifiesta en su control progresivo del mundo exterior, pero también en la necesidad de organizar ese conocimiento del mundo dentro de sí, de organizar toda la multiplicidad de valores que se descubren en función de unos valores primordiales; es decir, pasar de lo múltiple a lo simple, de lo múltiple a lo Uno. Pues el hombre, en el fondo, está buscando la unidad. Ahora bien, este desarrollo de la conciencia tiende a proyectarse más y más en todo. Por lo tanto, diríamos que la conciencia del hombre tiende al Todo, tiende al Todo para llegar al Uno. Así los esfuerzos de la ciencia son conocer el modo de ser y funcionar de las cosas para descubrir la unidad que hay tras la multiplicidad de apariencias y funcionamientos. Subjetivamente, el hombre está buscando una realidad en sí, está buscando una conciencia de felicidad, de plenitud, de Ser; subjetivamente, está buscando también la unidad primordial, a través de sus formas secundarias de libertad, justicia, satisfacción, bienestar, etc.
O sea que, tanto exterior como interiormente, el hombre está dirigiéndose siempre hacia una expansión o hacia una contracción; pero ambas tienen por objetivo último, lejano, el Uno, el Uno en forma de Todo, el Todo que existe, o el Uno en tanto que Sujeto Real detrás de toda la Multiplicidad.
Diríamos, así pues, que la conciencia se desarrolla a través de un ritmo. Por un lado, hay un movimiento centrífugo, en virtud del cual la conciencia tiende a expandirse, a salir de sí, a comprender, a incluir más, tanto en el aspecto afectivo, como en el de conocimiento, como en el aspecto de acción. Y así vamos viendo cómo se va extendiendo más y más este sentimiento social, esta conciencia social, que irá abarcando un mayor campo a medida que los medios de comunicación y los conocimientos correspondientes lo vayan permitiendo. Y paralelamente, o mejor dicho, rítmicamente, con esa expansión hacia el Todo, hay una retracción hacia el Centro. Yo considero la existencia humana como una verdadera respiración, sometida a un ritmo, a un ritmo de exhalación, y la retracción al de inspiración: es el ir hacia el centro, el buscar lo auténtico dentro de uno, el querer ser uno mismo.
Por esto hay esta lucha en el hombre: Por un lado necesita ser él mismo. Por otro, necesita sentirse en todo lo que es.
Forma parte también de este ritmo de expansión-retracción el no-movimiento, aquellos instantes en que no voy hacia fuera, ni hacia dentro. Estos instantes que siguen al movimiento hacia dentro, cuando éste ha terminado y no ha comenzado todavía el movimiento expansivo, o cuando ya ha terminado éste y no se ha iniciado aún el movimiento de retracción. Esos movimientos naturales de descanso, de silencio, son, para mí, las grandes oportunidades de intuir la Conciencia en Sí de Ser que está más allá de todo lo fenoménico. Cuando el hombre puede ser consciente en el momento en que no va, ni viene, es cuando puede descubrir ese algo que hay detrás del movimiento; es el momento óptimo. Pero si la persona no vive conscientemente estos momentos, y, como suele ocurrir, cae en la inconsciencia, en el sueño, entonces se frustra esa toma de conciencia de una realidad que trasciende todo el movimiento de la manifestación.
2. Lo espiritual es causa
Otro principio básico dentro de esto que enunciamos es: lo espiritual, el Ser en Sí, la Mente Divina, es la causa, la base, el fundamento, de todo lo que aparece como realidad fenoménica en el mundo de los sentidos; es la base de todo lo que nosotros vivimos como realidad anímica o psicológica, y como realidad materia. Es la base, el fundamento.
Así pues, las cosas se inician desde arriba, y se alimentan desde arriba, se sostienen desde arriba. Ese es el verdadero orden de funcionamiento de las cosas. Lo de arriba es causa de lo de abajo. Y por eso insisto yo tanto que, si queremos funcionar de acuerdo con el ritmo genuino de las cosas, hemos de sintonizarnos con esta jerarquía de valores, en lugar de hacerlo, como hasta ahora, al revés. Nosotros, normalmente, nos apoyamos en lo material, y, a partir de lo material, construimos esquemas, valores y teorías sobre lo anímico y lo espiritual. Pues bien, yo digo que el orden es distinto, y que, cuando se consigue funcionar de esa otra manera, todas las cosas se ven con claridad, encajan, se ponen en su sitio, y la persona misma funciona, en su orden interno y externo, mucho mejor.
Así pues, lo de arriba es causa de lo de abajo. Pero también lo de dentro es causa de lo de fuera. Esto quiere decir que aquello que el hombre tiene en su interior es lo que llega a plasmarse en su exterior.
No obstante, esto no ocurre así siempre. Esto es así sólo en un momento determinado de su ciclo evolutivo. Aunque el principio de su evolución está siempre presente en el hombre, es decir, está siempre dentro de lo que evoluciona, parece que esta evolución es más bien el resultado de una atracción, o de una impresión o impacto exterior, que de una auto-generación interior. Y así, el hombre suele ser durante años (cuando lo consideramos dentro de su minúsculo ciclo de vida individual) un producto pasivo, al menos en apariencia, de las circunstancias: De la herencia por un lado; del ambiente, por otro. Parece entonces que el hombre sufre, vive pasivamente, su ambiente y su herencia. Cuando el ambiente se le muestra hostil, vive mal. Cuando se le hace fácil, vive mejor. Su interior es un simple reflejo de lo exterior. Y así, por desgracia, suele ser la vida de la mayor parte de las personas.
Pero, en este ciclo, en esta fase del desarrollo, llega un momento en que la persona es capaz de despertar una autoconciencia, a un darse cuenta de que él es alguien a quien le están ocurriendo cosas. En el momento en que se da cuenta de que, de algún modo, él como sujeto está aparte de lo que ocurre, entonces puede empezar a tomar una iniciativa, entonces puede empezar, desde dentro, a determinar su estado interior. Y en el momento en que es capaz, a partir de esa autoconciencia de sujeto, de determinar su propio estado interior, comprueba cómo lo exterior empieza a adaptarse pasivamente a ese ritmo, a esa tónica impuesta desde su interior. Y, si bien es cierto que lo interior se expresará mejor o peor según las facilidades que tenga en el ambiente, según que las estructuras o las circunstancias sean favorables, sean idóneas o no, a expresar su naturaleza, también lo es que, en la medida en que la persona se mantiene, se afirma, en esa tónica, en ese tono autoconsciente determinado, el que sea, positivo, esto producirá un cambio de ritmo en el funcionamiento de lo que lo rodea —primero, de un modo muy próximo, y muy tímido; pero, a medida que sea capaz de mantenerlo más y más, se irá imponiendo en un radio de acción cada vez más amplio.
Y, de hecho, eso es lo que vemos en la vida de los hombres realmente excepcionales, de aquellas personas que, con su acción han marcado su época, que han sido principio de acción en relación con su modo personal de ser interno, no sólo el externo, no es un mero producto de las circunstancias, o una reacción mecánica a las circunstancias, sino que tiene una base, que este modo personal de ser de alguna manera es independiente de las circunstancias, marca un giro, un cambio decisivo, en el desenvolvimiento de la situación externa.
3. Cómo se vive el hombre: El yo-idea.
Podemos mirar también cómo vive el hombre su propia conciencia de ser. Antes dije que el hombre es un punto, una idea o una voluntad individualizada en la Mente Divina. Pero el hombre está muy lejos de vivir eso. El hombre, cuando es un niño pequeño se vive como una suma de impresiones e impulsos bastante difusos, según parece. Está viviendo, sí, a partir de la dinámica real de la vida, pero de una manera bastante informe. A medida que va creciendo, a medida que va viviendo más y más sus energías y va estructurando su sistema nervioso, toma una conciencia más clara, más diferenciada, de sí mismo y de lo que le rodea. Podríamos decir que el hombre pasa un período de su vida en que está viviendo esencialmente a nivel de su capacidad de experimentar —aunque esto es algo que ocurre durante toda la vida, podríamos señalar que hay un período en que la cosa aparece en estado puro, que es cuando el niño aprende a hacer las cosas; entonces se vive como impulso, se vive de una manera directa, pura—. Pero, poco a poco, a esto se sobrepone la idea que él se va formando de sí mismo. Los demás se refieren a él, le enuncian conceptos, valores, opiniones, le comparan, le contrastan, le juzgan, y todo esto hace que el niño vaya adquiriendo una idea de sí mismo basada no sólo en su experiencia, sino en los juicios y valores que el exterior manifiesta respecto de él.
Entonces ocurre que el niño pasa un tiempo de su vida viviéndose como su capacidad de vivir, como su energía, sus funciones, su placer, su dolor, su conocer, su querer, su luchar, su dormir, su todo. Pero otros momentos, cada vez más numerosos, se los pasa pensando en sí mismo a partir de la idea de sí mismo. Pensándose. Y pensándose partiendo del concepto es ya algo distinto, es una base distinta de su experiencia real. Nosotros podemos ver que, en nuestra vida, está ocurriendo exactamente eso: De un lado, vivimos las cosas según lo que hemos desarrollado, según lo que hemos ejercitado hasta ahora. Yo solamente amo en la medida que he desarrollado, en que he ejercitado mi capacidad de amar. Yo comprendo en la medida que he ejercitado mi capacidad de comprender. Es decir, soy un resultado de lo que he ido desarrollando hasta ahora. Y ésta es mi realidad objetiva, hasta ahora. Esta es mi experiencia, que utilizo en cada momento. Pero, luego, me desconecto de toda esta experiencia viva para pensar en mí, y pensarme en mí viviendo (en mi mente) otras cosas. Paso a imaginarme realizando cosas, consiguiendo objetivos defendiéndome de enemigos o triunfando sobre dificultades. Entonces, en ese momento yo me vivo ya en tanto que idea, me identifico con un concepto de mí, concepto que va asociado a unas cualidades, a unos modos de ver, a unos deseos de ser de un modo, a unos miedos a no llegar a ser de ese modo. (En esa identificación interior, hay toda una serie de peripecias, que no podemos ahora exponer aquí, y sólo señalar.) Pero esta idea de sí mismo que el hombre adquiere, y que se convierte en su base de pensar, y, por lo tanto, en su base de comparar, de juzgar, y de decir, trastorna fundamentalmente las cosas... Pues la idea de él no es él. Y esta idea de él está entonces fracasada, disminuida, la idea que tiene de sí mismo, queda disminuida. Y automáticamente tiende a utilizar esta idea de sí mismo para imaginarse a su vez triunfante, victorioso o vengativo. Y siempre es la idea lo que tomará como punto de partida, como si fuera él mismo.
Pero ocurre que la conciencia se identifica entonces con una idea, con otra idea, y con otra, a partir de la idea base “yo”. En el momento que la persona se desconecta de la realidad viva para pasar al concepto de sí mismo, en ese momento puede confundirse con cualquiera de sus conceptos. Y así vemos que la persona se confunde con todas las cosas que le rodean y que, de algún modo, son suyas. Se identifica el hombre con su coche, de tal manera que al menor roce que se le hace al vehículo lo vive como si se lo hicieran a él personalmente; se siente herido, lesionado. El día que se pone un traje nuevo, parece que sea más “yo” que antes. En su trabajo, no consiente que nadie le invada el propio espacio vital, pues parece que se le invade su propio “yo”. La persona se va identificando con sus cosas. Cuando habla comparándose con los demás, siempre se está refiriendo a sí mismo en tanto que cuerpo: Yo, mi cuerpo; y los demás, los demás cuerpos. Pero cuando, por ejemplo, está practicando relajación, resulta que él quiere relajar su cuerpo, y trata de estar atento al cuerpo: Le han dicho que respire, que se suelte, que haga unas cosa. Y entonces él está mirando si el cuerpo se relaja, o no. Pues bien, ese cuerpo ya no es el “yo”, en este caso. El “yo” es el que mira, y el cuerpo se ha convertido en el objeto, objeto que hay que conseguir que esté relajado. Es decir, aquello que en un momento dado el hombre vivía como si fuera él mismo, al instante siguiente lo vive como objeto de un “yo”, que en este caso es la mente y la voluntad de relajarse. Siguiendo con este ejemplo, cuando la persona está aprendiendo a hacer concentración mental, y a estar atento al tema que está leyendo, entonces el objeto es su propia mente, y el sujeto es otra zona de su mente y su voluntad. Vemos que, aquí, el hombre se vive enteramente distinto de cuando está haciendo relajación, de cuando está viviendo la vida diaria, o de cuando está en cualquier otra situación. Así pues, su noción de yo varía, es mutable. ¿Por qué? Porque no la está viviendo de un modo directo, inmediato, sino desde su identificación primordial con la idea, con el concepto de yo.
Pero, a pesar de todo esto, a pesar de esas variaciones, de esas fluctuaciones, hay siempre un fondo idéntico en ese yo. Siempre la persona está señalando, apuntando, a una cosa íntima, muy importante, muy profunda, algo que intuye, algo que es la realidad de ser, de ser él, de ser la verdad. Así pues, esta intuición parece que está apuntando siempre a lo mismo, aunque la forma con la que se asocia varía constantemente.
4. Conciencia de sí
En la evolución de la conciencia, el hombre, después de haberse dejado apresar dentro de esa identificación del yo-concepto, ha de pasar por la fase de descubrir que este yo-idea es una pura entelequia, que este yo-idea existe, pero existe sólo como nombre, existe como representación, no como sustancia o realidad de sí mismo. Lo que es sustancia y realidad es su vida, sus funciones en movimiento, no su concepto de. El concepto es una representación de la cosa; y la persona toma esa representación como presentación, tiende a juzgar y a valorar todo lo demás. Esta idea, que le ha venido en la confrontación de sus impulsos con la sociedad en que vive, esta idea el hombre tendrá que superarla, tendrá que trascenderla y descubrir su falsedad relativa. El verdadero hombre es el que señala la idea: El pronombre. Quiere decir que es algo que está en lugar del nombre. El nombre es el nombre de algo. Yo es pronombre, en nombre de algo. ¿Qué es ese algo? Es el Yo, el Ser. Se trata, pues, de que la persona aprenda a descubrir más, en directo, este Ser, y no que trate de comprenderlo a través de nuevas representaciones. Esa toma de conciencia inmediata, directa, de sí mismo, este desprenderse de la identificación mental, es un paso fundamental dentro del desarrollo de la conciencia del individuo.
El hombre descubre que él no es sus ideas, no es sus juicios, no es sus valores mentales, buenos o malos, grandes o bajos. Las ideas pueden ser correctas o incorrectas, pero, refiriéndose a sí mismo, nunca serán su realidad. Son sólo la representación de una realidad, pero no la realidad.
Este paso de la idea a la vivencia inmediata es un trabajo arduo, porque todo el modo de vivir, todo el modo que se nos ha enseñado, funciona como si esa representación fuera la verdad, fuera la realidad. Todo el mundo se enfada cuando le dicen cosas desagradables, ofensivas. Y no sólo se enfada, sino que se considera que es una obligación enfadarse. Es decir, si no se reacciona a las ideas de valor como si fueran el valor mismo, no se tiene dignidad. Se está viviendo en esta convención constante.
Pues bien, la persona que tiene exigencia de vivir su realidad ha de aprender a tomar conciencia inmediata de su acción, de su vida, de su sentir, de su conocer, de su teorizar (y, si teoriza, que se dé cuenta de que está teorizando), de su capacidad de vivir activamente y receptivamente. Cuando hablo con una persona, que no trate de juzgarla en función de otros valores, de otras ideas, sino que aprenda a estar abierto al otro que está aquí presente. Tengo que aprender a que mi corazón sienta el corazón del otro, aprender a que mi mente esté receptiva y atenta a las ideas y perspectivas del otro, aprender a que mi cuerpo esté viviendo abierto a la naturaleza de todo lo que le rodea. Es este vivir en presente, abierto, sintónico con cada momento. Es este vivir al contado.
Y cuando la persona se conecta de nuevo con su propio yo-experiencia, entonces es cuando puede empezar a vivir de veras, sin plantearse falsos problemas, que le conducen a falsas soluciones. Entonces su conciencia se desarrolla en profundidad, profundidad de sí, que es a la vez profundidad del vivir, profundidad de sí que es profundidad de lo otro; pues sólo hay una profundidad. Y detrás de esa profundidad va descubriendo cada vez más una potencia, una fuerza, una inmensidad que, a medida que la descubre en sí, la va descubriendo también en el sí de los otros. El hombre va descubriendo que la profundidad es una dimensión de todo lo que existe. Una dimensión; no varias dimensiones, no varias profundidades; una sola dimensión. Descubre que el contacto sensorial que hasta entonces había tenido con las cosas es el contacto más lejano, más remoto, que podía tener. Es cuando está mirando desde su profundidad, cuando está viviéndose a sí mismo y al mundo que le rodea desde esa profundidad, que se conecta con la proximidad interior del interior de todas las cosas. Y esto la va conduciendo a un desprenderse de las cosas que hasta entonces tomaba por su propio yo. Va objetivando más y más sus contenidos de conciencia. Lo que antes creía ser él su dolor, su alegría, su circunstancia, su reacción personal, va apareciendo ahora como lo que es: una inercia que funciona, unos mecanismos que se están autorregulando y que hacen funcionar las cosas y a las personas. Ahora, él se da cuenta de que es capaz de sentirse vivir, muy vivo, detrás de todo esto, de todas estas cosas, que son expresión de esa vida, pero que no son el sujeto auténtico que vive. Va descubriéndose a sí mismo detrás de todo, cada vez más. Cada vez más él es el sujeto.
Este crecimiento de vivir las cosas más y más desde su profundidad es, en sí, algo maravilloso. Se trata de un descubrimiento permanente de la existencia como algo nuevo. Pero esto, la persona ha de vivirlo no sólo a este nivel horizontal, sino que de la misma manera ha de vivirlo en su dimensión vertical —y este creo que es el gran error de la mayor parte de las personas que hoy en día son representativas de la espiritualidad, en sus varias vertientes. Es con esa profundidad que yo me he de poder elevar a la noción que voy teniendo del Ser en Sí, del Ser que está más allá de las cosas que se manifiestan, de una Realidad Trascendente que es antes, durante y después, de algo que es inmutable, de algo que persiste, de algo que, por ser simple, está más allá de todo cambio, de toda afectación. Es este poder abrir mi personalidad, mi mente, mi afectividad, mi intuición, y, del mismo modo que la dirijo hacia cada persona y hacia cada piedra y animal, aprender a dirigirla hacia esa zona superior donde intuyo unos valores trascendentes, que son cualitativamente distintos de los valores horizontales. Y por eso digo que son valores diferentes; porque hay un orden cualitativamente distinto.
Y a medida que la persona eleva su conciencia en esa sinceridad, en esa profundidad, de estar atento, de captar, de descubrir, de entregarse y de recibir lo que le venga de esas dimensiones superiores, entonces la persona va adquiriendo una conciencia de realidad. Y es entonces cuando todo es cada vez más objeto y cada vez más él es menos todo y es más sujeto. Pero, al mismo tiempo, él se da cada vez más cuenta de que todo lo que vive es parte integrante de su conciencia, que, de algún modo, es él mismo; es él mismo la montaña, la persona, Dios, el diablo; todo, es su conciencia; se trata sólo de dimensiones de su realidad existencial. Y, simultáneamente, El está aparte de todo.
Es ese doble movimiento, por un lado, el de expresión total, en el que se abarca todo, se reconoce todo, se es en todo, y luego, a la vez, ese otro movimiento en donde se suelta todo, y se ES simplemente.