Extractos - Enrique Martínez Lozano
Hacia una nueva conciencia
Por Enrique Martínez LozanoAnte un mundo injusto y fracturado, ante realidades cotidianas que afectan a millones de seres humanos, víctimas de la avaricia y la prepotencia de otros, podríamos empezar por una primera toma de conciencia: ¿cuál es nuestra "sensibilidad humana" frente a la injusticia y al sufrimiento? Ante los hechos recientes de la avalancha de inmigrantes subsaharianos a la valla de Ceuta y Melilla, escuchaba dos respuestas diametralmente opuestas. Una de ellas argüía: "Nos van a invadir; ¿por qué no acaban con eso?"; la otra: "Cuánto dolor habrá dejado atrás esta gente para poner toda su esperanza en una valla en la que pueden dejarse la vida".
Pero no es suficiente con despertar la propia sensibilidad; necesitamos desarrollar un espíritu crítico frente a nuestro propio sistema, desde una comprensión lúcida del ser humano. Sin la sabiduría de la auto-limitación, no quedaremos satisfechos ni siquiera cuando todos los recursos de la biosfera se hayan agotado. Debemos reconocer que el capitalismo (el neoliberalismo) no es ni natural ni inevitable. La comprensión económica neoliberal de lo que es la felicidad y cómo lograrla no es más que una visión entre muchas. ¿No es una forma de imperialismo cultural presuponer que el mundo "desarrollado", que asume la cultura del dinero, sabe más acerca del bienestar humano que las sociedades "no-desarrolladas"? ¿Quién tiene necesidad de convertirse en "consumidor compulsivo" antes de que nadie le despierte esa "necesidad" por imperativos del mercado y con los engaños de la publicidad, que sabe "enganchar" con la sed sin fondo que todo ser humano es? Si las sociedades tradicionales tienen sus propios criterios de carencia y bien-estar, imponer criterios ajenos es una forma de imperialismo intelectual.
No hace mucho, un amigo chileno me contaba que, cuando fue a visitar a algunos parientes aymaras, de los pocos indios que quedan en el norte de Chile, se apresuraron a decirle: "Por favor, no nos impongas tu idea europea de felicidad".
Frente a una sociedad tan desigual, fruto y origen de injusticia; frente a una sociedad consumista, que genera toda una mentalidad de "usar y tirar", y que tiende a reducir a las personas a meros consumidores, vemos la urgencia de avanzar hacia una nueva conciencia. No es suficiente, aunque sea necesaria, la insistencia ética en vivir una austeridad solidaria.
Tampoco es suficiente, aunque sea también igualmente necesaria, la toma de conciencia del engaño psicológico que supone la identificación de la posesión con la seguridad afectiva o el intento de compensar el vacío afectivo con la acumulación de bienes materiales. Sin esa lucidez, convertimos nuestro vacío en voracidad, pulsión de apropiación, y quedamos estancados en la fase oral, como una inmensa boca que percibe toda la realidad como objeto de succión. Pero, como digo, no es suficiente. Necesitamos pasar de vivir ―en el mejor de los casos― la solidaridad, discreta y momentánea, a vivir en solidaridad.
Necesitamos ir más allá, favorecer el paso hacia una nueva conciencia (transpersonal, transegoica, integral), gracias a la cual nos aproximemos a nuestra verdad radical, aquella verdad que siempre han percibido los que se han adentrado en aquel estado de conciencia. En él se descubre, como escribía en el siglo IV, el monje pseudo Basilio, que "todos somos órganos de un mismo cuerpo".
Incluso desde el ángulo de la ciencia, se afirma que "estamos inventando una nueva forma de vida: un macroorganismo planetario que engloba el mundo viviente y los productos humanos, que también evoluciona y cuyas células seríamos nosotros". (1)
En ese nuevo estado de conciencia, al que accedemos por la meditación, el Todo predomina sobre las partes y el otro, cualquier otro, es percibido como lo que es en realidad: no-diferente de mí. Sólo esta nueva conciencia hará posible una nueva ética. Nuestro problema básico no es técnico ni económico, sino espiritual.
Porque la solidaridad no es, en primer lugar, un imperativo moral que haya de conseguirse a golpe de puños. Requiere, ciertamente, voluntad, esfuerzo y capacidad de renuncia. Pero requiere, sobre todo, crecer en una nueva conciencia, la conciencia de la Unidad, en la que la fraternidad se experimenta espontáneamente. Ni el niño, ni el adolescente, ni el adulto que permanece anclado en una conciencia mágica, mítica o racional, pueden vivir la solidaridad. Como mucho, reducirán el amor y la fraternidad a un "mandamiento" que cumplir, en lugar de descubrirlo como la realidad que es. Pues, tal como ha escrito Ana Mª González Garza, el amor no es un sentimiento, sino un atributo en sí de la conciencia, que solamente puede ser experimentado con madurez y esencia cuando se ha despertado a la unidad. Volvamos a la imagen del organismo: los dedos pueden verse a sí mismos como dedos o pueden verse como cuerpo. Del mismo modo, la persona puede percibirse como un ser separado ―con las secuelas de egocentrismo, soledad, miedo, ansiedad― o como Conciencia unitaria, en una percepción no-dual de Lo Que Es.
Tiene toda la razón Jesús cuando dice que cualquier cosa que hagamos a los demás se la hacemos a él (Mt 25, 40). Y se la hacemos a Dios y nos la hacemos a nosotros mismos. Jesús hablaba desde esa nueva conciencia donde "El Padre y yo somos uno" (Jn 10, 30). Porque cuando no hay "yo", se es la realidad entera. Sin duda, Jesús vio a todas las personas como a sí mismo, a todos los seres humanos como parte de él. Y de este mismo modo lo han vivido y lo han visto los místicos de todos los tiempos.
Es esta nueva conciencia la que nos desvela la fraternidad fundamental, la que no tenemos que construir, sino la que ya es. Nos queda poner los medios para avanzar en esa nueva conciencia, en nuestra "otra" Identidad y, desde ella, consentir a vivir, de un modo sostenido, en la fraternidad que somos.