Extractos - Andrew Cohen
El fundamento del Ser
Por Andrew CohenPara poder averiguar por ti mismo de qué se trata el eterno ideal de la iluminación, el primer paso que tienes que dar es un gran paso. Tienes que estar dispuesto, al menos temporalmente, a dejar ir absolutamente todas las cosas. Tienes que emprender un viaje interior para ir más allá de todo lo que eres y todo lo que sabes, más allá del tiempo, la forma, el pensamiento y la memoria, y luego regresar hasta el momento anterior al comienzo, antes de que ocurriera alguna cosa, antes de que naciera el universo.
Antes del comienzo, no había tiempo, ni forma ni espacio: sólo había un vacío absoluto. Antes del comienzo, no había nada... pero tú estabas ahí.
No tienes que creerme: puedes descubrir la verdad de ello en tu propia experiencia ahora mismo, si estás dispuesto a dar ese paso radical y dejar ir: dejar ir los pensamientos y los sentimientos, el tiempo y el mundo, el yo y los demás. Puedes descubrir la respuesta intemporal, eterna, a la pregunta, "¿Quién soy?"; la respuesta que te libera de cualquier sensación de limitación. El viaje que vas a emprender, más allá del tiempo y de la forma, es el mismo que han emprendido los grandes creadores, y la respuesta que hallarás es la misma que los liberó a ellos. Descubrirás la fuente misma de la iluminación.
Para poder responder a la pregunta de "¿Quién soy?", para poder regresar al momento anterior al comienzo dentro de tu propia experiencia, tienes que poner tu atención en el sentido más profundo de lo que se siente al ser tú mismo ahora y al dejar ir, simultáneamente, todo lo demás. Dejar ir significa caer tan profundamente en tu interior que lo único que queda es espacio vacío.
Para descubrir esa profundidad infinita en tu propio ser, debes encontrar una manera de entrar en un estado profundo de meditación; tan profundo que tu conciencia del pensamiento pase al fondo y acabe desapareciendo. Cuando tu conciencia se despega de la corriente de pensamientos, tu identificación con las emociones y la memoria empieza a debilitarse. Cuando la conciencia del pensamiento desaparece, la conciencia del paso del tiempo desaparece con ella. Si continúas penetrando en las profundidades infinitas de tu propio ser, incluso la conciencia de tu propia forma física desaparecerá.
Si profundizas suficientemente, dejando que tu atención se expanda y se desprenda de todos los objetos en la consciencia, descubrirás que todas las estructuras del universo creado comienzan a desmoronarse delante de tus ojos. La conciencia misma (¡limitada, vacía, prístina) se convierte en el único objeto de tu atención.
Cuando tu atención se separa del proceso mental condicional, liberándose de los confines del cuerpo y de las fronteras de la autodefensa personal, la dimensión interior de tu propia experiencia empieza a abrirse en un grado inmensurable. Imagina que has estado profundamente dormido en una habitación pequeña y oscura, y entonces, de repente, despiertas y te encuentras flotando en la extensión infinita de un océano vasto y sereno. Así es como se siente este viaje a las profundidades de tu propio ser. Tomas conciencia de una dimensión ilimitada que ni siquiera sabías que existía. Unos minutos antes, quizás hayas experimentado que estabas atrapado, que eras prisionero de tu cuerpo, tu mente y tus emociones. Pero cuando despiertas a esta nueva dimensión, toda sensación de confinamiento desaparece. Te encuentras descansando en un espacio vacío ilimitado, y tú eres ese espacio.
En ese espacio vacío, la mente está completamente quieta; no hay tiempo, no hay recuerdos, ni si quiera quedan rastros de tu historia personal. Y cuanto más profundamente caigas en ese espacio, más empezarán a desvanecerse todas las cosas, hasta que finalmente lo único que quedará serás tú. Cuando dejes ir absolutamente todo (cuerpo, mente, memoria y tiempo) descubrirás, milagrosamente, que todavía existes. De hecho, al final, ¡descubrirás que lo único que existe eres tú!
¿Por qué es significativa esta experiencia? Porque el espacio infinito en el que despiertas no sólo es un lugar tranquilo dentro de tu propia cabeza: es una dimensión más profunda de la realidad misma.
La realidad en su totalidad (lo visible y lo invisible, lo conocido y lo desconocido, todo lo que alguna vez ha existido y que podría llegar a existir) está hecha de dos dimensiones. Se las podría llamar lo manifestado y lo no manifestado. La mayor parte del tiempo, sólo somos conscientes de la dimensión manifestada, el dominio del tiempo y el espacio y el devenir. Pero como un iceberg que flota en el océano, sólo visible por encima de la superficie pero que se extiende mucho por debajo, la realidad que vemos está descansando sobre una dimensión invisible, desconocida, insondable. No podemos ver o tocar o comprender esta dimensión porque, por su propia naturaleza, es no manifestada. Pero puedes descubrir experiencialmente ese dominio no manifestado cuando dejas ir el pensamiento, el sentimiento, el tiempo y el mundo; esa dimensión estática e inalterable, sin principio y sin final, sin tiempo y sin forma, que es el fundamento de todo lo que existe.
No puedes entrar más profundamente en tu interior que la dimensión no manifestada. No hay ningún otro lugar al que ir. Todo empieza y finaliza en ese vacío primordial, y ése es el motivo por el cual los místicos lo llaman el fundamento del Ser. Cuando dejas de identificarte con objetos, ese no-lugar sin tiempo, sin espacio, infinito, surge como la naturaleza misma de tu propio yo no nacido. Toda sensación de fronteras, cualquier sensación de limitación, incluyendo todo recuerdo y deseo, se disuelve en un mar radiante de totalidad que ya ha existido siempre.
Cuando te sumerges por debajo de la superficie del mundo manifiesto y despiertas en la profundidad atemporal de esa base vacía, te encuentras contemplando la consciencia en su estado primordial, libre de todo contenido, antes de entrar en la corriente del tiempo. En esta dimensión, nunca ha ocurrido nada. El universo todavía no ha emergido; tú no has nacido; incluso el tiempo mismo todavía no ha comenzado.
Los científicos nos dicen que cuando comenzó el tiempo, hace 14.000 millones de años, algo surgió de la nada. Cuando despiertas al fundamento del Ser, te das cuenta de que cuando algo surgió de la nada, la nada no desapareció. Esa dimensión no manifestada, no nacida, es el fundamento siempre presente del que todavía está surgiendo todo en cada momento. Es lo que Buda llamaba "lo imperecedero" y lo que otros llaman "la consciencia de la eternidad". Cuando despiertes a esta dimensión en tu propia conciencia, descubrirás que ya estabas descansando siempre en el momento eterno antes de que el tiempo comenzara. Éste es el reconocimiento que libera: antes de todas las cosas, yo ya existo.
La experiencia de este reconocimiento no es la de llegar a ser liberado. Es la de estar liberado. Es la de ya estar liberado. Cuando despiertas en ese terreno, te das cuenta de que hay una parte de cada uno de nosotros que ya es libre de todas las cosas. Esa parte de ti, que es el fundamento del Ser, nunca ha estado atada, atrapada o limitada en modo ninguno. Ésa es la parte de ti que quiero que descubras. No es la parte de ti que necesita llegar a ser libre. Ya es libre, ahora mismo.
El fundamento del Ser está vacío. Es un vacío en el que no hay objetos, ni tiempo, ni espacio, ni pensamientos. Y, sin embargo, hay algo milagrosa y misteriosamente cautivador acerca de este no-lugar vacío. Cuando emprendas el viaje que he estado describiendo, lo descubrirás por ti mismo: más allá del tiempo, más allá del pensamiento, más allá del yo, más allá del otro, más allá del mundo. Cuando todos estos objetos se desvanecen, lo que queda es ese fundamento. El fundamento del Ser no es un objeto, y por ese motivo a veces se lo describe como cero. [...]
El vacío e insustancial fundamento del Ser no necesita ninguna afirmación externa; ya es siempre perfecto, realizado y completo. Pero quiere conocerse a sí mismo. Está perpetuamente buscándose a sí mismo, y cuando se encuentra, se afirma en su propio autodescubrimiento. Lo único que el Ser quiere hacer es deleitarse en sí mismo, para siempre, infinitamente absorto en su propia naturaleza infinita. Parece ser que la esencia misma de la consciencia en el nivel más profundo es este deleite de sí misma.
Si prestas atención al fundamento vacío de tu propia experiencia de la consciencia, verás que el deleite de sí mismo es su naturaleza. Una vez más, la consciencia no es un objeto. La consciencia es el sujeto. Y el sujeto está perpetuamente meditando sobre sí mismo. Cuando hayas localizado esa subjetividad pura, y cultivado la suficiente concentración como para tomar conciencia de sus cualidades, descubrirás que, ciertamente, hay algo misterioso e infinitamente cautivador en el nivel de consciencia más profundo. Ésa es su naturaleza absoluta. Tanto si te toma cinco minutos como si te toma cinco años, cuando redescubres ese fundamento insustancial, descubrirás milagrosamente que es siempre nuevo.
Por eso, cuando despiertes a esa consciencia, quizás sientas que "podría quedarme aquí para siempre". No hay ningún ímpetu, ningún deseo de hacer nada. Y, sin embargo, hay algo más que eso. Si simplemente no hubiera ningún deseo, eso sería la ausencia de una cierta cualidad. Pero la consciencia tiene una presencia innegable. ¿Cómo podemos describir esta cualidad paradójica de la consciencia? Dado que la consciencia no es un objeto, no se puede decir que es alguna cosa. Y, sin embargo, tampoco es nada. Nada es el vacío; no tiene atributos, ni cualidades. La consciencia está vacía de cualquier cosa y, sin embargo, hay algo infinitamente cautivador acerca de ese vacío. Cuando contemplas sus profundidades inmóviles, tomas conciencia de una presencia que es tan inmensa que su naturaleza parece ser todas las cosas: abundancia, plenitud, perfección. El vacío está lleno. Por eso el vacío es cautivador, porque está lleno del conocimiento de este todo misterioso que no es ninguna cosa. Es todas las cosas; no es nada ―y podrías seguir eternamente: todo... nada... nada... todo, siempre queriendo decir lo mismo―. Si pudieras decir todo y nada en una respiración, quizás eso capturaría la naturaleza paradójica de la consciencia.
De manera que, la falta de deseo de la consciencia está conectada a este vacío y esta plenitud paradójicos, a esta presencia abrumadora que es todo y nada a la vez. Esta presencia es tan profunda que podríamos usar la palabra Dios como una metáfora de su naturaleza absoluta: que ya está llena, que ya está completa, que ya es perfecta.
Cuando meditas sobre las profundidades de la consciencia, y te sientes cautivado por su absoluta falta de deseo, su plenitud y su paz indescriptible, puedes tener la experiencia de ser consciente de Dios, o de estar en contacto con Dios. Cuando experimentas directamente la paz absoluta del fundamento no manifestado, no tienes ningún deseo por las cosas de este mundo. Al conocer ese fundamento, no quieres nada, excepto ser: no tener nada, no saber nada, no ser nadie, durante la eternidad. Más allá del tiempo, dos horas o doscientos mil años no cambian nada. Estás despierto; despierto y en paz, pensando intensamente en el misterio del Ser puro no manifestado. En una indiferencia dichosa, extática, no te importaría si el universo entero desapareciera.
Por este motivo tienes la sensación de que "podría quedarme aquí para siempre". Cuando te encuentres sintiéndote así, comprenderás por qué hombres y mujeres a lo largo de la historia han pasado años, e incluso vidas enteras, meditando en cuevas. Cuando experimentes directamente el fundamento de tu propio Ser, comprenderás ese misterioso anhelo de estar a solas con Dios, eternamente.