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Extractos - Enrique Martínez Lozano

Nacimiento del yo

El nacimiento del "yo"

Por Enrique Martínez Lozano

¿Qué es el yo?

De entrada, lo que llamamos yo es la suma de un cuerpo, una mente y un psiquismo, constituyendo un todo más o menos integrado que denominamos personalidad. Pero justamente aquí nos encontramos con la primera sospecha: ese yo es percibido como un objeto delimitado, es decir, como un contenido. Y, sin embargo, en cada uno de nosotros hay una consciencia inequívoca de ser sujeto.

¿Qué significa decir que nos sabemos sujeto?

Sujeto es quien, a diferencia de los objetos, tiene consciencia de ser. Dicho de un modo más sencillo: sujeto solo puede ser Eso que es consciente. Todo lo demás no serán sino objetos (1).

Si te entiendo bien, aquí se abre un camino interesante de indagación.

Completamente de acuerdo. Más aún, desde mi experiencia, considero que nuestra indagación debería centrarse en esta distinción entre sujeto y objeto, para dar razón adecuada de nuestra experiencia. Y aquí me parece que puede jugar un papel importante aquella práctica a la que he hecho alusión con anterioridad, en la que invitaba a pasar la atención de los objetos (externos o internos) donde la solemos depositar habitualmente, a Eso que es consciente de los objetos... Y aprender de lo que ahí se nos regala descubrir. En realidad, hablando con rigor, se trata de no quedarme en lo que percibo, sino de aprender a descansar en «Eso» que percibe (la Consciencia-Testigo).

Continuemos con la distinción entre sujeto y objeto. ¿Qué aporta, en concreto?

Tal distinción permite reconocer en nosotros dos instancias: un objeto que podemos observar y esa «otra» realidad que observa. Si prefieres, podemos hablar de dos lugares: uno es la mente que piensa y otro es Eso que es consciente del pensamiento y, por tanto, de la mente y del yo. Este otro lugar que observa, atiende o atestigua, suele ser nombrado como Testigo. Y, dada la tendencia apropiadora de la mente, tal vez sea necesario insistir en el hecho de que no se trata de que el yo adopte la función del observador o se sitúe en ese otro lugar. Lo que se produce ahí es la emergencia de una nueva identidad, a la que solemos designar como Testigo (o Consciencia-Testigo). Por decirlo de una forma concisa y tajante: donde hay yo, no hay Testigo, y donde hay Testigo, el yo ha desaparecido.

¿Eso significa que el yo es solo un objeto, al que, por el motivo que fuere, le hemos terminado otorgando un estatus de sujeto?

Así es: nos hemos reducido a nuestra personalidad ―al yo―, haciendo de ella nada menos que nuestra identidad. Damos por supuesto que el yo es un sujeto auto-consistente y libre, pero ahí radica justamente el engaño. Lo que llamamos yo es un objeto: todo lo complejo que quieras, pero solo objeto. El hecho de considerarlo como sujeto es fruto del propio funcionamiento de la mente.

¿Y cómo se ha llegado hasta ahí? O de otro modo, ¿cuál es la génesis del yo?

La explicación es sencilla: creer que el yo es sujeto se debe a la naturaleza apropiadora de la mente. Pero me parece oportuno que, para tratar de entenderlo, nos centremos en lo que nombras como génesis del yo. Si entendemos cómo ha nacido, podremos desnudar el engaño. Con ese objetivo, podríamos replantear tu pregunta de este modo: ¿cómo el ser humano ha llegado ―llega―a identificarse completamente con el yo, hasta el punto de no ver que ―hablando con propiedad y rigor― tal yo es solo una creencia o suposición?

Me parece bien. ¿Cómo se ha producido ―y se sigue produciendo― ese proceso? ¿Cuáles son sus etapas más notables?

Parece evidente que, al principio de la existencia, no existe un yo; no existe la persona que más tarde creemos ser. En el inicio hay solo un cuerpo con sus necesidades, un cerebro con un elemental instinto de supervivencia y una capacidad para sentir placer o displacer. No hay ideas acerca de lo que ocurre; simplemente ocurre. Tampoco se eligen las necesidades: estas surgen por sí mismas. Todo fluye, sin nadie que se lo apropie, sin nadie que sea sujeto de ello. O por decirlo de una manera más contundente: un bebé es la vida expresándose de un modo particular y concreto. Esta constatación me parece importante, porque contiene la clave que puede conducirnos a la verdad que andamos buscando.

¿En qué momento empezamos a verlo de un modo diferente y por qué motivo?

Todo cambia cuando emerge la mente y, con ella, la memoria. Poco a poco, el cerebro del niño empieza a recopilar y almacenar información y experiencias, gracias a la memoria. Es esta la que jugará un papel decisivo en la génesis y el mantenimiento de la sensación del yo. Hasta el punto de que, si se entiende bien, lo que llamamos nuestro yo se sostiene gracias a ella. Cuando la memoria desaparece ―piénsese en la enfermedad de Alzheimer―, la sensación del yo cae con ella.

¿Así que todo empieza con la memoria?

Es el comienzo, pero pronto entrará en acción el mecanismo de apropiación característico de la mente. En cuanto el cerebro empieza a almacenar información, el niño dispone ya de un lugar ―una especie de base de datos― adonde dirigir sus consultas posteriores. Y ―esto es decisivo― la memoria hace de hilo conductor que unifica todas sus experiencias del pasado con el presente. Es decir, la memoria le está otorgando una sensación aparentemente inequívoca de continuidad, que le lleva a pensar que es el mismo que era años atrás. Y eso a pesar de que todo en él haya cambiado: su cuerpo, su modo de pensar, de sentir, de reaccionar…

En ese proceso, ¿qué aporta el mecanismo de apropiación, al que te has referido?

Ese mecanismo, característico de la mente, no solo confirma aquella sensación de continuidad de que he hablado, sino que añade algo definitivo: al apropiarse de todo lo que va experimentando, se atribuye la autoría de lo que siente, de lo que percibe, de lo que hace... Esa atribución constituye el nacimiento del yo. Por decirlo de otro modo: gracias al papel de la memoria ―de nuevo, el almacenaje de informaciones en el cerebro―, es inevitable que surja la idea de que todas las experiencias que vivo me están sucediendo a mí. A pesar de que en realidad yo no elegí nada, todo lo que ocurre empieza a tener en la mente aquel punto de referencia: ha nacido la idea acerca de quién soy, ha nacido la persona (o personaje). Donde en un principio había solo sensaciones de distinto tipo, ideas que aparecían por sí mismas, ahora ha surgido un yo aparente que se considera a sí mismo como el experimentador y el hacedor. El cambio ha sido completo: si antes nadie elegía nada, ahora parece que hay un yo que elige lo que sentir y lo que hacer. Con la idea del yo, ha nacido también la idea del libre albedrío.

¿El yo, por tanto, es hijo del pensamiento?

Así es: el yo es creado por la mente. Por lo que, cuando captamos el proceso, caemos en la cuenta de que no es el yo quien crea los pensamientos, sino que son los pensamientos los que ―con el soporte de la memoria― dan lugar al yo.

Todo ha sido únicamente fruto de un proceso auto-referencial, por el que la mente vinculó a ella misma todo lo que sucedía, es decir, se lo apropió. De esa apropiación (vinculación, identificación) nace el concepto «soy yo». Pero es solo un pensamiento creado por la mente. Más tarde, la misma mente que lo creó confirmará ―y terminaremos creyendo― que aquel pensamiento es algo real. Precisamente porque hemos puesto en él nada menos que nuestra identidad, nos resultará muy fácil creerlo y, apelando a su carácter de «evidencia», nos sublevaremos airados cuando alguien se atreva a ponerlo en cuestión.

Sospecho que, si el yo es hijo del pensamiento, eso explica también que tendamos a absolutizar la mente.

Tendemos a absolutizarla y a confundirnos por completo con ella. Porque, de pronto, lo que realmente eres se ha convertido en aquello que piensas que eres. Y dado que la mente cambia a cada momento, debido a la identificación con ella ―con la idea sobre quién eres―, te ves sometido a sus incesantes vaivenes y altibajos. Al mismo tiempo, te ves separado de todo y de todos, y de la misma vida, a la que tu mente ha convertido en algo que tienes. En síntesis: tu mente ha sustituido tu identidad real ―la consciencia una― por una supuesta ―e incuestionada― identidad pensada: es el yo pensado, el yo idea o, simplemente, el yo o la persona.

Por ahí iba, precisamente, lo que necesitaba proponerte. De toda la explicación que vienes desarrollando parece deducirse que el yo es un objeto. Pero, ¿no es indudable que tenemos consciencia... y que sería precisamente este dato el que daría consistencia e incluso identidad real al yo? Un yo consciente, bien entendido, no puede ser solo una idea o una creación mental, ¿no te parece?

Ahí tocamos algo nuclear: la cuestión de la consciencia, donde reside la clave de comprensión. La consciencia ―Eso que es consciente― es lo único de lo que podemos estar absolutamente seguros, hasta el punto de constituir nuestra primera certeza: soy consciente. De hecho, sabemos que algo existe gracias a la consciencia que nos permite experimentarlo. Fuera de la consciencia, sin ella, ¿qué podría decirse sobre la realidad? En este sentido, parece obvio que la consciencia constituye la realidad primera, la que, no solo hace posible todo este mundo de las formas, sino que lo constituye. Dicho con otras palabras: fuera de lo que podríamos denominar el campo de consciencia no existe absolutamente nada. Todo es consciencia.

Notas:
  1. La etimología del término apunta en una dirección convergente: el latín subjectus hace referencia a lo que está «puesto debajo» (subjicere = poner debajo de algo), es decir, a lo que sirve de base y sostiene. En este sentido, el sujeto es el fondo que sostiene y constituye todas las formas que percibimos a través de los sentidos; es lo realmente real en contraste con las formas, que son apariencia.