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Extractos - Emma Vázquez

Gota

“El Despertar es un darse cuenta de que todo es perfección”

Por Emma Vázquez

O todo es especial o nada lo es porque TODO (todos) es (somos) lo mismo. Nos encanta subir a un pedestal a las personas. A los pensamientos. A las emociones. A los estados de consciencia. A la comida. A las razas. A las naciones. A los géneros. A las profesiones.

Nos fragmentamos en mejores y peores. En niveles. En escalones. Porque nos CREEMOS ser algo separado del resto. Pero somos UNO. No hay partes. La mano no está separada del brazo. Ni el brazo del cuerpo. TODO es «el cuerpo». Sólo le hemos puesto nombres distintos a las formas del cuerpo para poder comunicarnos.

No hay una persona (o lo que sea) mejor que otra. Puedes tener tus preferencias, tus gustos, tus creencias, tus valores, tus principios, pero eso no hace que sean más o menos que el resto.

¿Una ola es de mejor calidad que la otra? ¿Es superior a otra porque tenga más altura? ¡Claro que no! ¡Tienen la misma agua! ¡SON la misma agua!

Es ese creernos separados lo que provoca el racismo, la intolerancia, la xenofobia, el abuso, la idolatría. O miramos por encima del hombro o miramos por debajo. Porque nos creemos especiales o creemos que otros lo son. Unas personas más que otras, unas emociones más que otras, unas profesiones más que otras, una alimentación más que otra, unas aficiones más que otras, una vestimenta más que otra, un tipo de cuerpo más que otro, una religión más que otra, una espiritualidad más que otra, un género musical más que otro. Y así... hasta el infinito y más allá.

¿Te crees que eres especial porque «estás conectado», porque «eres consciente», porque «eres espiritual», porque eres vegano, porque practicas yoga, porque lees libros de Advaita o los escribes, o por todo lo contrario?

Pues NO LO ERES. Eres igual de especial (o de no especial) que el resto. Porque lo que eres es la Vida misma, no el «yo» (o alma) individual y separado del resto que te crees ser y que no es más que una falsa percepción mental.

Y a quien pones en un pedestal por «lo que sea», tampoco es nadie especial. Es igual que tú. Es el mismo Océano que tú. Te puede encantar, te puede enamorar, puede ser buenísimo en «lo que sea», pero eso que sientes no le hace especial. No le hace superior. Y a ti, si eres el idolatrado, tampoco.

Queremos marcar la diferencia, destacar, dejar huella, ser especiales, porque no sabemos QUÉ somos. Porque si lo supiéramos, si lo VIÉSEMOS, esa NECESIDAD de diferenciación, de especialismo, de «me gustas», de «seguidores», de palmaditas en la espalda, se caería por su propio peso. Porque el agua del Océano es igual para todas las olas. Ya es todo lo especial que puede llegar a ser, mida lo que mida. Sea como sea.

Una cosa es que te guste que te halaguen, que te digan cosas bonitas, que tu trabajo lo conozca y reconozca mucha gente, que ganes premios, que tengas muchos seguidores…, y otra muy distinta es que lo NECESITES para sentirte valorada, querida, amada. Para sentir que «mi vida ha valido la pena».

La Vida no es tu vida ni mi vida. Es/somos LA VIDA entera, total, absoluta. Sin partes, sin separaciones, sin exclusividad, sin condiciones.

Y como Vida, TODO vale la pena. Y vale la alegría. Porque todo es Vida. Todo es un viviendo, un sintiendo, un experimentando. Sin un «alguien» que lo haga. Sin un «por qué». Sin un «para qué». Sin una razón. Sin un propósito. Sin una misión.

La Vida ya es especial por ser Vida. No NECESITA ningún complemento, maquillaje, disfraz, añadido, meta especial… para serlo. Y «tú» eres YA esa Vida, esa Totalidad.

No tienes que ser de ninguna otra forma para ser esa Vida que YA es especial por ser Vida. Ya lo eres, aunque no te lo creas. Aunque no lo sientas. Aunque lo percibas de otra manera.

Esa percepción, esa emoción que no te gusta, ese sentirte vacía, sola, insegura, cobarde, frustrada, perdida, fea, tonta, gorda, adicta, rara, loca, herida, traumatizada, mediocre, carente, sola, inútil, rechazada, excluida, abandonada…, es esa Vida especial también. No hay condiciones. No hay requisitos. No hay reglas. No hay mandamientos. TODO es especial por ser Vida. O nada lo es por el mismo motivo.

El «mundillo espiritual, trascendente, místico» no es especial. Y el no espiritual, tampoco lo es. Sólo son nombres que se le han dado a unas inquietudes. A unos «gustos». A unas preferencias. A una forma en que LA VIDA se expresa. Ni mejor ni peor. Ni más divina ni menos divina.

Todo es «espiritual» porque todo es UN ÚNICO ESPÍRITU. No hay nada ni nadie que esté fuera de Él. Que sea otra cosa que no sea Él.

Es como decir que el pie es más especial que la mano. ¡Es absurdo! Sólo son nombres que se le han dado a formas distintas que tiene el cuerpo.

O como creer que las morenas son mejores que las rubias. O las blancas que las negras. O las españolas que las francesas. O las delgadas que las obesas. O las vegetarianas que las carnívoras. O las doctoras que las camareras.

TODAS son la misma Vida con aspectos diferentes. Pero en lugar de poner el hincapié, la atención, el foco en «la misma Vida», lo ponemos en el «aspecto diferente». Y le damos más importancia al aspecto, a la forma, que a la Esencia, que a LO que somos, que a la igualdad.

Y así es cómo buscamos de manera consciente o inconsciente ese especialismo en cualquier «cosa» que nos diferencie de los otros. Con el dolor interno que eso implica porque SOMOS LO MISMO, por mucho que queramos separarnos de los demás de la manera que sea.

Evidentemente, tenemos aspectos diferentes y así es perfecto. No tenemos que ser todos iguales. Ni creer igual. Ni sentir igual. Ni seguir un mismo camino. Hablo de CREER que esa diferencia de aspecto (en lo que sea) te hace diferente: superior o interior, especial u ordinario.

Yo vivo en Barcelona. Y me encanta porque es multicultural y multidetodo. Pero cuando miro esas diferencias, no veo «diferencias». Veo notas musicales que suenan distinto, pero TODAS SIENDO notas musicales. Ni de mayor importancia ni de menor importancia. Todas IGUAL de especiales.

La lluvia es igual de especial que el sol. Y el invierno que la primavera. Y el Ser Humano que el animal. Y el agua que el fuego. Y el hombre que la mujer. Y el ateo que el devoto. Y el espiritual que el agnóstico. Y la tierra que el mar. Y la carne que la verdura. Y el yoga que el fútbol. Y el rap que la ópera. Y el barrendero que el presidente del gobierno. Y el que tiene un seguidor que el que tiene un millón. Y el discípulo que el maestro. Y el que gana que el que pierde. Y el ángel que el demonio. Y Jesús o Buda que un dictador. Porque por muchos juicios (pensamientos) que surjan, TODO es lo mismo. Nada está separado. Nunca lo ha estado. Y nunca podrá estarlo.

Sólo es Vida experimentándose, SIÉNDOSE en diferentes formas, aspectos, características, opuestos. Sólo es el Océano disfrazándose de olas. Olas que no tienen que regresar a ningún lugar porque YA están en el lugar al que se CREE que tienen que regresar: el Océano. Que es lo que SON. Unas más altas. Otras más bajas. Unas más oscuras. Otras más luminosas. TODAS moviéndose a la vez. Todas SIENDO la misma agua.

Es como realizar una coreografía grupal. Cada uno tiene una forma distinta de moverse, de bailar. Pueden realizar pasos diferentes, pera la coreografía es UNA que incluye la de TODOS.

La Vida, la Totalidad, el Absoluto, «lo que es», «lo que somos», es ese UNO moviéndose, viviéndose, siéndose como muchos, pero sin estar separados entre sí, aunque así se perciba.

No hay un «yo» que pueda iluminarse. No hay un estado permanente de iluminación. Y no hay un estado de consciencia especial que lograr porque TODO lo que sientes y eres YA es especial AHORA, tal y como es. Te guste menos o te guste más. Te resulte cómodo o incómodo. Lo juzgues como bien o lo juzgues como mal.

Ya estás en casa.

Fuente: Emma Vázquez. De su libro Las trampas de la iluminación