Extractos - Anam Thubten
Despertar a nuestra verdadera naturaleza
Por Anam ThubtenUno de los mensajes centrales de la tradición budista es que la naturaleza por excelencia de la mente ya es pura e inmaculada. Ya está iluminada, y reside constantemente en cada uno de nosotros como la dimensión indestructible de lo que somos. A pesar de ello, no hay que confundirla con un objeto sagrado de una especie de entidad grandiosa y mística. La podemos descubrir inmediatamente en cuanto dejamos de albergar conceptos sobre ella. Quizás por eso Buda explicó la verdad empleando el lenguaje de la negación. Por eso también afirmó que la verdad es demasiado sutil para poder enseñarla. Hasta ahora la mente humana tiene tendencia a no captar lo que es sutil y profundo; por el contrario, se siente atraída por lo burdo. Cuando contempla realidades superiores, intenta imaginarlas por medio de pensamientos e imágenes. Sin embargo, esta noción de la mente luminosa es muy sutil. No se podrá comprender nunca teorizando sobre ella o creyendo en ella, pero podemos despertar a ella a cada instante si lo permitimos.
La mayoría de las personas espirituales busca algo, y la mayor parte del tiempo creen que se halla fuera de ellas mismas. Pero en última instancia lo que estamos buscando es esta mente búdica innata, iluminada e ilimitada, que ya está presente en cada uno de nosotros. Esta dimensión pura e inmaculada reside en el flujo de la mente de todos nosotros y la realización espiritual es la comprensión experiencial de esto. Solo existe una mente, pero con dos estados: la mente condicionada ―en la cual vivimos la mayor parte del tiempo― y la mente incondicionada.
La mente es conciencia, nuestro sentido de ser, nuestro sentido de la vida, tiene una extraordinaria capacidad para pensar, analizar, etiquetar, juzgar y experimentar. La palabra tibetana para «mente condicionada» tiene la connotación de que se trata de algo temporal, algo que no pertenece al terreno primigenio del ser, que puede ser disuelto o barrido, como el polvo en un espejo o una nube en el cielo. La condición no es más que un oscurecimiento interior, algo que ensombrece nuestra verdadera naturaleza, pero que nunca es permanente.
La iluminación es posible porque ya está en cada uno de nosotros. Si la iluminación no fuera el estado natural de la mente, sería un resultado, el producto de un largo y arduo proceso. Sin embargo, no es un trofeo espiritual que podamos lograr siendo listos o esforzándonos mucho. No es un premio o una recompensa. Es el estado intrínseco de la mente en este preciso instante, tal como es.
¿Qué estamos esperando para despertar a esta mente luminosa que es nuestra verdadera naturaleza? Sabemos que hay un río divino fluyendo junto a nosotros. Podemos caminar y beber el agua en lugar de estar atormentados por la sed. El único objetivo de todas las prácticas espirituales es despertar a este estado de quién somos. Eso significa que el objetivo de todas las prácticas espirituales no es plural, sino que todas tienen el mismo objetivo, despertar a nuestra verdadera naturaleza. No importa realmente si tardamos un eón, diez años o un instante. Lo único que importa es que lleguemos a ese punto final, que consiste en ver total y completamente nuestra verdadera naturaleza, sin conceptualizarlo o intelectualizarlo, sino simplemente experimentando esa maravillosa realidad.
En el budismo se denomina a la verdadera realización «la gran visión». Es donde podemos ver nuestra auténtica naturaleza del mismo modo en que vemos las caras de nuestros amigos o de la gente que está sentada a nuestro alrededor. Esa realización es algo a lo que nos pueden invitar, no algo que podamos crear. Sin embargo, no podemos crear la iluminación, que solo puede producirse en ese reino de ver nuestra auténtica naturaleza. Una de las claves, el secreto para lograr la liberación, es dejar de buscar y descansar en el estado natural de la mente.
De modo que la liberación ocurre naturalmente en el reino de la visión directa. Cuando vemos nuestra verdadera naturaleza, ese estado primordialmente autoiluminado de aquello que somos, la vemos por completo, no la conceptualizamos sino que la percibimos, la saboreamos, y la liberación ya está ahí.
La liberación ya está bailando en el escenario, en la plataforma de nuestra conciencia. ¿Cómo podemos experimentarla ahora mismo? ¿Existe algún método? En realidad hay muchos. Uno de ellos se expresa en un dicho muy antiguo: «Descansa en el estado natural de la mente». Este método es poderoso, dinámico y transformador. Evidentemente «descansar» tiene muchos sentidos, pero aquí no significa solo el descanso normal. No se refiere a sentarse en el sofá con los pies sobre la mesa, sino un descanso profundo, liberarse de todo esfuerzo mental, incluido el de buscar, meditar, analizar e intentar apegarse a algo. No se trata de liberarse de algo o de conseguir algo. Simplemente abandonamos todo el esfuerzo mental y permanecemos en el estado natural de la mente, sin tener que imaginarnos en qué consiste… Una vez que sabemos cómo dejar que la liberación venga a nosotros limitándonos a descansar, la mente condicionada desaparece sin mucho alboroto.
El descanso profundo es el punto en el que ya no estamos buscando nada. Mientras exista la acción de buscar a Dios, a la verdad o al yo eterno, no solo no lo encontraremos sino que nos estaremos alejando a gran velocidad. En ese profundo descanso surge una quietud maravillosa, una posición estratégica desde la que podemos vislumbrar la mente luminosa y fundirnos finalmente con ella. En Oriente muchas personas se han convertido en renunciantes y viven lejos de las distracciones mundanas para estar en esa quietud. Sin embargo, no tenemos que convertirnos en renunciantes para profundizar nuestra relación con esa quietud. A medida que crezca en nosotros el amor por ella, encontraremos muchos momentos al día para sumergirnos en ella. Al poco tiempo no habrá nada externo que tenga el poder de distraernos. De hecho, todo sirve como una puerta para entrar en ella.
Vamos a despertar a la fragilidad de la existencia humana. No tenemos la certeza de que vayamos a estar aquí mañana. ¿Qué sentido tiene prolongar nuestro sufrimiento? ¿Podemos vivir con más amor y alegría? La respuesta no consiste en emplear la mejor técnica o poseer el mejor conocimiento, sino en nuestra habilidad innata para despertar a nuestra verdadera naturaleza, la mente luminosa de nuestro interior.
Hay innumerables descripciones de lo que es la iluminación. Algunas de ellas pueden resultar incluso cómicas si se toman al pie de la letra. Nos pueden hacer sentir que nunca la conseguiremos. Además, muchas tradiciones religiosas afirman que son las únicas que tienen la clave para lograrla. Hay muchas personas que se han resignado al hecho de que no van a lograr la iluminación en esta vida, sino en algún momento en un futuro muy vago y lejano. Sin embargo, mientras se posponga no podrá ayudar a nadie a salir de su infelicidad. Es como una persona que se estuviera muriendo de hambre sentada frente a una comida deliciosa.
No obstante, la iluminación realmente es posible, aquí y ahora. Es algo extraordinario de lo que puede ser testigo cualquier individuo. Todo el mundo, hombres, mujeres, niños, personas educadas o no educadas, todo el mundo puede ser testigo de ella porque no es más que despertar de una realidad parecida al sueño a lo que es verdad. En ese momento de despertar florece el amor y la alegría porque se disuelve el fundamento del miedo y la contracción. Nos proporciona la confianza final que supera todo tipo de inseguridad. Pero esta confianza es extraña porque solo se puede descubrir abandonando toda seguridad. Esta verdad es bella y perturbadora.
Una buena descripción de la iluminación sería el estado de no tener nada que perder o que ganar en este mundo ni en el otro. Es el fundamento sin fundamento, el lugar en el que ya no hay ningún refugio. Es el refugio sin refugio, el punto de paz, carente de toda dualidad. Puede que no suene muy tentador, pero sería el milagro más increíble del que el ser humano puede ser testigo. Para la mente egoica, la iluminación no es más que ver lo desconocido. Una de las principales ocupaciones del ego es convertir lo desconocido en conocido. En el supremo despertar espiritual ya no existe dualidad entre lo conocido y lo desconocido, ambos son dominios de la mente. La iluminación no es más que ver directamente la verdad sin la distorsión de la mente, clara como la palma de tu mano. La verdad de la que estoy hablando no es la verdad en sentido convencional, sino la verdad inmutable que existe antes que la mente. Es el paramartha satya, la verdad suprema.
Existen muchas definiciones de iluminación. A veces se describe como eterna liberación, la naturaleza divina de todo, y otras como una visión directa de la verdad. Parece que la forma más simple y clara de definirla consiste en llamarla despertar espiritual. Así es como Buda expone lo que es la iluminación. Una vez dicho esto, el despertar espiritual no se produce porque seamos espirituales o porque hayamos estado involucrados en varias disciplinas espirituales. Cuando se realizan con la intención correcta, las disciplinas espirituales que ofrecen las tradiciones religiosas aportan un inmenso beneficio. Por eso Buda dijo: «La mente es la precursora de todas las cosas». Cuando se llevan a cabo con la intención errónea, incluso esas maravillosas prácticas espirituales solo se convierten en una fuerza conductora para enmarañarnos más en el mundo de los conceptos y de los rígidos sistemas de creencias. Querer algún tipo de seguridad y solaz divinos puede ser una intención errónea porque en ese caso también estamos buscando mantener nuestras ilusiones.
El verdadero despertar espiritual le puede ocurrir a cualquier persona en cualquier momento porque no está ligado a una cultura o a una religión. Está disponible potencialmente como un derecho universal de nacimiento. Buda vio su potencial en todo el mundo. Atravesó el rígido sistema de castas hindú para demostrar esa verdad. Invitó a hombres y mujeres de todas las castas a su sangha, o comunidad, y a lo largo de su vida muchas personas despertaron a la verdad. Algunos maestros budistas predicaron que ahora va a despertar mucha más gente que nunca en la historia. Eso significa que la iluminación puede ser como las flores silvestres que se ven por todas partes en primavera: brota en la conciencia de cientos y miles de personas cuando existe una disposición colectiva y una rendición pura.
De modo que la iluminación es todo lo que anhela nuestro corazón: amor, libertad, alegría, paz y descubrimiento de nuestra verdadera naturaleza. La iluminación satisface todo aquello que estamos buscando. Pero recuerda, no se trata de un fenómeno religioso. Solo consiste en reclamar nuestra cordura básica al no mantener el gran sueño de la dualidad. Cuando nos libramos del gran sueño, nos liberamos de todo sufrimiento. De eso es de lo que nos libramos. No es que hayamos dejado de sufrir temporalmente sino que empezamos a cortar la raíz de todo sufrimiento.