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Extractos - Anam Thubten

La Conciencia Pura

Por Anam Thubten
Anam Thubten

Nos identificamos con el cuerpo, que está hecho de carne, huesos y otros componentes, y por eso creemos que somos materiales, sustanciales y concretos. Esta idea ha arraigado tanto en nuestro sistema de creencias que pocas veces la cuestionamos. El resultado de esto son los embates inevitables de la vejez, la enfermedad y la muerte. Sufrimos estas afecciones por el mero hecho de creer que somos este cuerpo físico. Siempre que creemos en ideas falsas, pagamos un alto precio. No se trata de una idea solo individual; es sostenida fervorosamente por la mente colectiva y ha existido durante muchas generaciones, por eso está tan arraigada en nuestra psique. Nuestra percepción habitual y cotidiana de los demás se rige por esta falsa identidad y después se ve reforzada e impuesta por el lenguaje que utilizamos.

Desde muy pequeños nos adoctrinan en esta idea del yo como equivalente al cuerpo. Por ejemplo, cuando vemos aun niño, decimos: "¡Qué guapo! Me encanta su pelo. Tiene unos ojos preciosos". A través de este tipo de pensamientos y comentarios, estamos sembrando las semillas de esta identidad errónea. Evidentemente, halagar a los demás no es negativo. De hecho, es preferible que criticar. Sin embargo, no deja de ser una forma de errar. La verdad es que, con independencia de las características que tenga, cualquier niño al nacer es inherentemente bello. De modo que todos somos bellos.

Vivimos en una época en la que la persona está desconectada de su verdadera identidad, y esta falsa percepción se ve corroborada desde todos los ángulos. Todo el mundo desea tener un cuerpo perfecto y lo busca en los demás. Cuando vas a una tienda, por ejemplo, ves revistas con fotos de hombres y mujeres con un aspecto perfecto e idealmente joven. Resulta muy difícil resistirse a esos mensajes. Nos llegan por todas partes, de todos los ámbitos sociales, y confirman esta identidad errónea. Corroboran la sensación de que este cuerpo es lo que realmente somos. Dada la tendencia a establecer una norma perfectamente idealizada, muchas personas sufren de orgullo, narcisismo, arrogancia, vergüenza, culpa y odio hacia sí mismas por su cuerpo y por su capacidad o incapacidad de reflejar este estándar.

Todas las mañanas, al levantarnos y mirarnos en el espejo, hay una voz en nuestra mente que no hace más que juzgarnos a nosotros y a los demás de acuerdo con este baremo. ¿No te has fijado nunca en eso? La mente siempre está juzgando: "¡Ay, otra arruga!", "Está muy gorda". "Tiene un aspecto un poco raro". "Es muy guapa". "Es guapísimo"... Estos juicios de valor no solo crean un escollo en nuestro camino espiritual, sino que también forman nubes de negatividad en nuestra conciencia y nos mantienen firmemente encadenados a la prisión de la dualidad.

Sin embargo, no es preciso que nos apeguemos a esto. Podemos transcender esta identificación con nuestro cuerpo en cualquier momento. Solo cuando abandonamos todos estos juicios de valor, reconocemos que todo el mundo es divino en su unicidad. La mente egoica siempre está comparando el yo con los demás porque cree que es una identidad separada y utiliza el cuerpo como línea divisoria entre el yo y los demás.

Somos inmateriales. Somos insustanciales. No somos un tablón que al final se rompe. La propia esencia de lo que somos va más allá de la decadencia y la transitoriedad. Sí, nuestro cuerpo es transitorio, pero nuestra verdadera naturaleza no. Nuestra verdadera naturaleza es inmortal y divina, trasciende todas las imperfecciones. Por eso todos somos iguales, todos somos uno. No hay nadie que sea mejor o peor que los demás. Cuando alguien manifiesta su verdadera naturaleza, vive con amor, amabilidad y alegría. Causa menos dolor a quienes lo rodean. Cuando meditamos, tarde o temprano descubrimos que no se trata solo de una teoría abstracta, sino que se corresponde con la verdad, con la realidad.

¿Cuál es nuestra verdadera naturaleza si no es el cuerpo? Hay muchas palabras que podemos utilizar para describirla. En el budismo la expresión más simple que podemos emplear es "naturaleza búdica". La definición de naturaleza búdica es que ya estamos iluminados. Ya somos perfectos tal como somos. Cuando nos damos cuenta de esto, somos perfectos. Cuando no nos damos cuenta, también lo somos. Nuestra verdadera esencia va más allá del nacimiento y de la muerte. No puede enfermar nunca. No puede envejecer nunca. Está más allá de todas las circunstancias. Es como el cielo. No es una teoría. Esa es la verdad que solo se puede comprender en el reino de la conciencia iluminada. Esta conciencia es sorprendentemente accesible para todos nosotros.

Cuando tiene lugar ese despertar, ya no hay ningún deseo de ser alguien distinto a quien somos. Toda idea previa de lo que somos se desvanece y junto con ella desaparecen el dolor, la culpa y el orgullo asociados a nuestro cuerpo. En el budismo, esto se denomina ausencia del yo. Este es el único despertar auténtico. Todo lo demás es una circunvalación espiritual. Este despertar es lo que deberíamos estar buscando desde el momento en que iniciamos el camino. Nos libraría de caer en trampas espirituales innecesarias. [...]

Cuando se han eliminado todas las capas de falsa identidad, ya no queda ninguna versión de ese viejo yo. Lo que queda es conciencia pura. Ese es nuestro ser original. Esa es nuestra verdadera identidad. Nuestra verdadera naturaleza es indestructible. No importa que estemos enfermos o sanos, que seamos pobres o ricos, siempre se muestra divina y perfecta tal como es. Cuando somos conscientes de nuestra verdadera naturaleza, nuestra vida se transforma de un modo que nunca podríamos haber imaginado. Nos damos cuenta del sentido de nuestra vida, y en ese momento finalizamos la búsqueda.

(Extracto de: Sin yo no hay problemas)
 

No hay nada que descubrir como verdad suprema más allá de la pura conciencia. Eso es todo lo que existe. Cualquier otra noción de la verdad no es más que una elaboración de ideas y conceptos. La pura conciencia no es el efecto de ninguna causa. Si lo fuera, no sería más que otro elemento normal con un principio y un fin. Está presente en cada uno de nosotros y no está limitada por el tiempo ni el espacio. Está libre de todo y está presente en todo en este momento. Es el terreno de nuestro ser, lo que somos en su máximo sentido. [...]

La conciencia pura no es un estado meditativo. Si lo fuera, sería algo artificial, algo que no es más que el efecto de una causa. Va más allá de estas experiencias. No podemos describir la conciencia pura en lenguaje ordinario porque está más allá de la terminología limitadora. Reside eternamente en cada uno de nosotros desde el momento en que nacemos. Por eso no es el efecto de ninguna causa. Cuando observamos, nos damos cuenta de que la mayoría de las experiencias que tenemos son producidas por varias causas y condiciones, ya sean externas o internas. Cuando vemos que ocurre eso, podemos estar seguros de que estamos viviendo una experiencia momentánea que no tiene nada que ver con la conciencia pura. Puede que nos sintamos totalmente fantásticos o totalmente perdidos, pero en cualquier caso en realidad allí no hay nada. No hay una gran solidez subyacente en lo que estamos experimentando, y nuestra experiencia no hace más que cambiar a cada momento. [...]

La conciencia pura está presente en cada uno de nosotros ahora mismo, y podemos ser conscientes de ella, pero no practicarla o lograrla. No podemos alcanzarla porque ya se encuentra en nuestro interior y no es el efecto de ninguna causa. No es el resultado de nuestra práctica espiritual porque ya está presente en todos nosotros. Por lo tanto, lo único que podemos hacer es practicar el hecho de ser conscientes de ella en este momento. Cuando decimos que estamos practicando meditación, lo que realmente estamos practicando es el reconocimiento inmediato de la mente búdica. La verdadera meditación es un contacto directo con el terreno iluminado de la propia conciencia. A esto es a lo que se refería Buda cuando aseguraba que la meditación es el camino a la iluminación. Por ese motivo, las profundas escrituras del budismo mahayana arrojaron luz brillantemente a la sutil demarcación entre la meditación terrenal y la supraterrenal. La segunda se denomina meditación de los sugata, es decir, la meditación de aquellos que han pasado a la dicha incondicional.

Al realizar las prácticas espirituales, meditación en posición sentada, movimientos sagrados, danza, yoga, técnicas tántricas, etc., obtenemos un gran beneficio. El objetivo de todas estas disciplinas es limpiar la mente para llegar a la posición estratégica interior desde la cual podamos ver quién somos realmente. Allí comprobaremos que somos la propia conciencia pura. De modo que, si las practicamos con la intención adecuada, todas ellas son beneficiosas a la hora de prepararnos para alcanzar ese punto. Pero ninguna de esas técnicas puede producir por sí sola conciencia pura, dado que esta ya se encuentra ahí. Está siempre ahí, eternamente, sin ninguna causa. No hay siquiera un instante en el que la pura conciencia esté ausente. Incluso en los momentos en que nos hallamos totalmente perdidos en el mundo de los conceptos y las ideas, está completamente presente en nuestro interior. Eso es bastante irónico, ¿no crees? [...]

La conciencia no tiene cualidades. Es una paradoja muy profunda, y al mismo tiempo muy simple. No se puede describir porque no tiene características, cualidades, forma ni limitación. Se puede nombrar, pero en realidad no se puede hablar de ella. En ocasiones sale a la superficie de forma natural cuando estamos totalmente en el momento presente, cuando ya no estamos perdidos en el pensamiento y en proyecciones mentales. La conciencia pura no es ni superior ni inferior, ni agradable ni desagradable, ni buena ni mala. El contacto directo con ese terreno de conciencia no está restringido al éxtasis místico. Puede producirse del modo más normal, mientras estamos en el momento presente, oyendo, oliendo, saboreando, etc. [...]

La iluminación inmediata es una noción bastante antigua en la tradición budista. Es la idea de que podemos tropezarnos con el nivel superior de liberación en un instante, sin causa alguna, sin proceso alguno, sin advertencia alguna. En ese instante, vemos la verdadera naturaleza de las cosas claramente, ya que todas las cargas mentales se han desvanecido, todas las falsas ilusiones han desaparecido. La liberación repentina, o la iluminación, se produce porque la conciencia pura ya está totalmente desarrollada en cada uno de nosotros.

Cuando contemplamos desde una perspectiva normal, todo logro o consecución requiere algún tipo de trabajo, siempre es el resultado de nuestro esfuerzo. Por lo tanto, es fácil pensar que despertar a esa pura conciencia debería requerir un proceso y que ese proceso debería llevar toda una vida o incluso más. Sin embargo, la experiencia de la iluminación ocurre en un instante. Y ocurre en un instante porque no es más que despertar a lo que ya está ahí. Una vez que residimos ahí, ya no hay nada más que hacer. No hay nada más que lograr, ni siquiera la iluminación. [...]

La conciencia pura es un reino no manchado por los conceptos y los credos. No pertenece a ninguna doctrina religiosa ni a ninguna escuela de pensamiento. Es completamente pacífica y también perspicaz, de modo que ve a través de todas las ilusiones. Buda enseñó una técnica muy sencilla que utiliza la respiración y el movimiento para entrar en ella en cualquier momento. Cuando nos paramos y nos relajamos, encontramos un espacio entre los pensamientos. Cuando residimos en ese lugar, hallamos justo lo que habíamos estado buscando desde hacía tanto tiempo. Para aquellos que están buscando la liberación espiritual, este es el nirvana. La señal del auténtico despertar espiritual es que no deseamos nada más. Es entonces cuando vemos finalmente que esta vida humana puede ser muy divertida. ¿Cómo se puede resistir alguien realmente cuerdo a ese despertar espiritual? El secreto no está en la adhesión a ningún "ismo", sino en rendirse a nuestra natural veta mística.