Extractos - Richard Lang
El centro inmóvil
Por Richard LangEn sus talleres, el filósofo y maestro espiritual Douglas Harding invita a los participantes a poner en práctica algunos ejercicios ―o experimentos, como él los denomina― relacionados con la conciencia. El objetivo de esos ejercicios o experimentos es hacernos despertar a lo que realmente somos y, en algunos de ellos, también interviene el movimiento. Para comenzar, ¿qué podemos ver cuando permanecemos de pie señalando a nuestra cara? Por supuesto, no podemos ver nuestra cara porque nuestro dedo no señala hacia nada, sino al Vacío (que simultáneamente, está lleno de todo). Entonces, comenzamos a dar vueltas, (a girar sobre nuestro cuerpo) en el mismo lugar. ¿Qué se mueve en ese caso? Se mueven las imágenes que están más allá del dedo pero, a este lado del dedo, nada se mueve. Dicho de otro modo, mientras nosotros estamos quietos, es el mundo el que se mueve. ¿Nos parece demasiado simplista, infantil e ingenuo? Sí, es posible, pero también es real y profundo.
El pasado otoño tuve que viajar a Nueva York. Antes de abandonar Londres dediqué un tiempo a reflexionar sobre el viaje que iba a emprender. Observando la quietud de la Vacuidad de mi verdadera naturaleza, en mi tranquila sala de estar, era consciente de que muy pronto estaría contemplando la ajetreada y animada ciudad de Nueva York desde esa misma Vacuidad. Pero, si bien el escenario iba a cambiar radicalmente, sin embargo, yo no iba a ir a ningún sitio. Entonces, decidí comprobar si era capaz de mantener esa experiencia: "Siempre que pueda, durante este viaje, trataré de ver si me desplazo realmente a algún lugar".
De ese modo, cuando el taxi llegó a recogerme a las seis de la mañana y me condujo a toda velocidad al aeropuerto atravesando las calles desiertas de Londres, seguía viendo que no era yo quien se movía, sino las calles y las farolas. Y, al llegar a Heathrow, seguía teniendo la misma certeza. Yo no había ido a ningún lugar, sino que el aeropuerto había venido a mí. A continuación, el avión y el resto de los pasajeros también aparecieron en mí hasta que, por último, la ciudad de Nueva York y el amigo en cuya casa iba quedarme también florecieron en mi inmovilidad.
La razón que me llevaba a Nueva York era asistir al primero de una serie de tres módulos que formaban parte de un curso de danza-terapia que iba a desarrollarse en los Estados Unidos. El primer módulo de diez días de duración tenía lugar en Broadway, así que tuve que ingeniármelas para llegar allí a la mañana siguiente. Tras una hora en el curso, estaba bailando con sesenta personas, algunas de las cuales ya conocía de otros talleres de danza. En medio de ese océano de cuerpos, me di cuenta de que seguía sin haberme trasladado a ningún lugar. Aquellos sesenta cuerpos habían llegado a mí flotando, girando, zapateando y jadeando, y danzaban en mi inmovilidad, en mi sala de estar, en la Sala de Estar o el Espacio de mi verdadera naturaleza. ¡Me parecía que mi casa albergaba una gran fiesta!
Mientras me encontraba en Nueva York, también visité a un amigo llamado Joel que vivía en Brooklyn. En realidad, antes de aquel encuentro, sólo había mantenido correspondencia con él a través de Internet. Sin embargo, había asistido a un taller con Douglas Harding teniendo la oportunidad de apreciar la visión interior de la claridad y la quietud de su verdadera naturaleza. De modo que sentía que, de algún modo, ya éramos amigos. Después de llegar a su apartamento, Joel, su esposa y yo nos sentamos a cenar y les hablé del experimento que estaba llevando a cabo para tratar de ver si me movía o no durante mi viaje a Nueva York. "Aunque, desde vuestra perspectiva, pueda parecer que he venido desde Londres a esta mesa para cenar y que soy vuestro invitado, mi propia experiencia es que no me he desplazado a ningún lugar y que sois vosotros los que habéis llegado a mí. ¡Vosotros sois mis invitados!"
Eso me recuerda una historia que escuché hace poco sobre Einstein, aunque ignoro la veracidad de la misma. Cierta noche Einstein estaba de visita en casa de unos amigos y, tras la cena, la conversación prosiguió en el salón hasta muy tarde. En un determinado momento, Einstein bostezó y dijo a sus amigos que había llegado el momento de irse a dormir y ¡sí no les importaba marcharse a casa!
El hecho es que nosotros permanecemos en la inmovilidad mientras que el mundo se mueve a través nuestro. También parece muy relajante y bueno para la salud. En la actualidad [2003], Douglas Harding tiene más de noventa años de edad y sigue llevando a cabo talleres por todo el mundo. Hace cosa de unos diez años un amigo mío le pregunto:
―¿Como es que no pareces cansado, Douglas, con todo lo que viajas?
―Bueno, ¿sabes?, de hecho no voy a ningún sitio ―respondió Douglas.
En este momento, mi viaje a Nueva York ha concluido y ya estoy de vuelta en el recibidor de mi casa, observando todavía desde la Vacuidad. Y es cierto, aunque no me he movido ni un milímetro, muchos lugares han aparecido y desaparecido en mí.