Extractos - Juan Bautista Gracia
Advaita, lo Único
Por Juan Bautista GraciaHacia el 1500 antes de Cristo, tribus indo-europeas se desplazaron hacia zonas de Europa que después conoceríamos como Grecia, Italia, Alemania, Rusia, Francia y España y hacia la India. La primera época de la historia de India está asociada a los Veda. En ellos se recoge lo que ha sido oído mediante comunicación oral, constituyendo la Tradición, en términos occidentales la Revelación, conformándose así la literatura sagrada de India.
En el más antiguo de los textos, el Rig Veda, y en el himno X, 129, se define a Ekam, lo Uno, como el origen de todo. Ahora bien, no debemos olvidar que antes de la invasión indoeuropea imperaba en esa vasta región que va desde las costas occidentales de Europa, hasta el Ganges una cultura unificada, que tenía en el monte Kailash su lugar axial. Nos estamos refiriendo a una doctrina no-dualista omniabarcante, según la cual, ningún fenómeno existe de manera sustancial independiente de un continuum de Ser-Conciencia o Energía universal. Todo parece indicar que siempre ha existido un hilo conductor que desde nuestros antepasados nos enlaza con una percepción unitaria de la existencia. Esta percepción se fue ocultando, que no perdiendo, con la acentuación de la identidad individual como real, olvidando la visión unitaria o global.
Las doctrinas tántricas, el primitivo Taoísmo de Lao-tse, la inmemorial tradición tibetana del bón, las enseñanza del Vedanta y el Budismo, expresan sin duda alguna que la verdadera naturaleza de la existencia es algo no originado, que no puede ser concebido por la mente ni entendido conceptualmente. Para comprenderlo es necesario superar el engaño del ilusorio sujeto individual que cree ser el origen autónomo y sustancial de su propia existencia. Solamente yendo más allá del Ego, podemos encontrar lo que está más acá. Nuestro permanente presente, como un organismo interdependiente con el resto de las formas vivas de la tierra, que son la expresión de la unicidad existencial o Advaita. Esta compresión nos devuelve a una manera de estar en la existencia o de experimentar la vida muy diferente a la que tenemos habitualmente. Este esfuerzo, por comprender nuestra verdadera naturaleza, por liberarnos de nuestra falsa identidad, es el camino meditativo.
La pérdida del Tao
Nos encontramos inmersos en una situación fácil de definir, pero inmensamente compleja en su descripción. Aparecemos cuando nacemos, y cada mañana al despertar. En ambas situaciones aparece un yo experimentando algo. Este “algo”, es la indefinida, por inconmensurable, posibilidad de lo experimentable. Con el trascurso del devenir histórico, los seres humanos hemos complicado el campo experimental. Además creo que no es muy difícil señalar ese momento en el tiempo, a partir del cual, se inició esta complejidad y comenzó un modelo de desarrollo existencial de nuestra especie, del cual, ahora en la actualidad, seguimos siendo deudores. Me refiero a los primitivos asentamientos humanos en el Neolítico. Nuestro estilo de vida se decantó por el sedentarismo, en detrimento del vagabundeo, prioritario hasta ese momento, y comenzamos a acumular y defender lo retenido, olvidándonos de nuestro pasado viajero suficiente. Y esto comenzó a expresarse con rotundidad hace alrededor de unos siete mil años, con el levantamiento de las primeras fortificaciones. Nuestro campo experimental comenzó a inclinarse desde lo dinámico-natural, a lo estático-conceptual, hasta tal punto, que en la actualidad, pasados unos milenios, estamos apresados en una maraña cultural, olvidándonos casi por completo del entorno natural, de nuestro organismo, donde se encuentra la Inteligencia primordial.
En aquella llamada revolución neolítica, comenzó a manifestarse intensamente el afán de poseer. Se incrementó el deseo de poseer más y más. El yo, se tuvo que ir afirmando en conceptos estáticos, que daban una sensación de finitud y límite, al imparable dinamismo existencial. Iniciándose así una “falsa seguridad” en lo poseído, frente a la inseguridad-segura del movimiento impredecible de lo natural.
Se establecieron fuertemente las diferencias entre “lo de aquí dentro” y “lo de allí fuera”. El yo se identificó intensamente con una serie de pensamientos. Los pensamientos, al ser fotografías de un proceso en permanente cambio, aportan al yo una sensación de seguridad. El individuo cambió su estado de confianza y seguridad en el Tao, la Existencia ―permanentemente en cambio y trasformación―, por el apresamiento en la confianza de una realidad conceptual ―el mundo mental. El vagabundeo de los recolectores-cazadores, pierde su posición frente al sedentarismo. Se acentúa claramente la separación entre el individuo y el entorno, rompiéndose la unión mística subyacente a toda expresión vital en la tierra. Se comienza a valorar fuertemente la pertenencia al grupo: familia, clan..., que nos separa de los demás y nos hace únicos. Comienza el fenómeno de la religión organizada, con sus mitos, ritos y creadores y mantenedores del sueño. Aparece el pecado, el bien y el mal. Mi dios, tu dios, el perdón de la transgresión al mito o a sus símbolos, los perdonadores y los redentores universales. El poder del jefe, sobre el cuerpo y del sacerdote sobre la mente,... y con este modelo, aunque parezca mentira, aún seguimos viviendo.
En Wentzu, de acuerdo con Laotse, esto se dice, refiriéndose al estado de los seres humanos hace unos cuatro mil años:
“En una remota antigüedad, las verdaderas personas respiraban yin y yang, y todos los seres vivientes admiraban su virtud, armonizando así de manera pacífica. En aquellos tiempos, el liderazgo estaba escondido, lo cual creaba de manera espontánea una simplicidad pura. La simplicidad pura, no se había perdido todavía de manera que multitud de seres humanos estaban muy sosegados... Posteriormente la sociedad se deterioró. Hacia la época de Fu Hsi, se produjo un florecimiento de esfuerzo deliberado; todo el mundo estaba dispuesto a abandonar su mente inocente y comprender conscientemente el universo.” (Wen Tzu)
El modelo de vida basado en una comunión con el resto de los seres vivos que se mueven al compás de la música del dinamismo universal o Tao, será suplantado por otro, en la que el ser humano se separa del resto, crea su realidad particular, rompe su armonía con el Tao y se mueve guiado por los sonidos de su interés egoico, en el denominado desarrollo cultural.
Actualmente, nuestra realidad experimental, aquello sobre lo que se vuelca la mente diariamente, se ha convertido en un laberinto asfixiante. En nuestros genes tenemos implantado un modelo vital, asociado a los cambios que ocurren en la naturaleza, que choca frontalmente con el modelo con el que vivimos a diario.
Hemos olvidado el Dharma y estamos apresados en el Samsara. Estamos aturdidos en nuestro mundo conceptual, porque lo orgánico está dormido. Estamos dominados por Avidya, la ignorancia fundamental. Hemos perdido el sendero por el que trascurre una vida armónica, por seguir la autopista de la confusión egoico-social-cultural, de la vida común, ordinaria, habitual, ...maravillosa, según se encargan de definir los voceros de esta doctrina, causante de la enfermedad humana, y de todo el planeta.
Hablar en estos términos puede resultar extraño a quien está satisfecho con su modelo existencial. Por eso, creo que el sendero de la meditación no es para todos, no porque haya alguien que decida quién puede y quien no transitar por él, sino porque son muy pocos los individuos que sienten atracción por la vía investigadora. Lo habitual es acomodarse, mal que bien, no hacerse preguntas y bailar al compás de quien marca los tiempos y toca los instrumentos. Y esto es perfecto, no lo dudes. En un jardín hay vegetales de todo tipo, y todos tienen cabida, el problema se suscita precisamente, cuando nos encontramos en un entorno cultural, donde se prima la uniformidad y se castiga lo diferente. Parece como si la especie humana estuviese perfilándose en una dirección en la que no se admiten las disidencias que, por otra parte, representan lo que de excelente tiene nuestra especie.
Es curiosa nuestra situación, como parte del proceso global de la existencia en la tierra, ya que, sin ninguna duda, somos los mayores destructores de vida que jamás ha habido en el planeta. Con nuestra manera de vivir, arrasamos y destruimos todo lo que no concuerde con nuestro mundo conceptual, que por otra parte, imponemos como superior, al mundo natural. “Somos los reyes de la creación”. “Toda la naturaleza está para servir los intereses humanos”. Estas y otras afirmaciones similares están inscritas subliminalmente en los individuos que manejan los hilos de nuestro modelo socio-cultural y son la base de nuestro pretendido progreso. En definitiva, separarnos de la naturaleza más y más y alienarnos en la conceptualización de la realidad que es nuestra cultura. Y esta alienación, no lo dudes, es la raíz del sufrimiento. Sufrimiento humano real, no teórico, cada vez más explícito en las masas de individuos que a diario deben utilizar las drogas legales, expedidas por los facultativos correspondientes, para continuar tirando una existencia desafortunada.
Por eso, si tú eres una mujer o un hombre acomodado, estarás conforme con el acontecer diario. Pero si eres de los que todavía escuchan el grito de la rebelión que aboga por un modelo existencial humano, te animo a que sigas adelante, que no te pares, que entres en el sendero de la meditación, donde seguramente encontrarás compañeros inesperados que silenciosamente transitan por esta pequeña línea que nos une a nuestros antepasados y nos trasmite el mensaje de la simplicidad.
En todo instante somos Ello, lo Único... Pero...
Sin pretenderlo o desearlo, sin saber algo de mí, comienzo a experimentar, a existir como individuo. En la doctrina tántrica hindú, de origen pre-ario, esto se expresaba ya de la siguiente manera: el origen, lo que somos, Parabrahman, se expresa como Shiva y Sakti. Parabrahman está más allá de cualquier intento de definición. Es lo que somos. Lo no experimentable, lo no cognoscible. Y Eso, Tat, se expresa a sí mismo como Sujeto-Shiva, que experimenta Objetos-Sakti. Siendo ambos aspectos del Sí mismo, que nunca deja de ser lo que Es.
Cada instante esto es así. Mi verdadero ser, incognoscible, inexperimentable, se permite dividirse así mismo, sin dejar de ser lo que es, en un aspecto Sujeto-yo, que experimenta otro aspecto de sí mismo: Objeto, para que así se produzca la situación existencial de toda aparente individualidad. Es decir, la vida. Y no hay más. Esto es todo.
Cuando hacemos a un adulto la sencilla pregunta ¿Quién eres tú? ¿Qué obtenemos por respuesta? Yo soy... y añadimos un nombre, al que asociamos un cuerpo con una edad, unas capacidades operativas, un estado social, una pertenencia familiar, un status etc. Es decir, ese yo, responde con una serie de conceptos que significan el conjunto de pensamientos presentes, tácita o explícitamente, y representan la autoimagen básica de ese individuo. Es su personalidad o Ego, donde se incluye una serie de datos, que representan lo que incluimos en el concepto cuerpo, más otra serie de pensamientos-emociones o experiencias básicas, que conforman el sistema referencial del individuo en cuestión.
¿Si hubiésemos hecho la misma pregunta a ese individuo unos años atrás nos hubiese respondido de la misma manera? ¿Y en su juventud, y en su infancia, y en los primero meses de vida y nada más nacer...? Seguramente no. Es muy diferente el sentimiento de individualidad de un adulto, al del mismo individuo en fases más tempranas de su desarrollo. Para que un individuo se sienta a sí mismo de una manera concreta, tiene que tener asociadas a su yo, determinadas experiencias como propias, particulares, privadas, únicas. En las etapas iniciales del desarrollo humano, aunque se producen experiencias, porque el yo percibe datos a través de los sentidos o rememorándolos mediante una incipiente capacidad recordatoria, no se siente claramente la individualidad.
En la infancia la situación experimental no permite asentar esos datos como propios, sino como elementos de una corriente indeterminada, que fluctúa alrededor de un yo/no-yo. Con el paso de los años, el yo se afirma debido a la asunción de más experiencias como propias, hasta el punto que comienza a sentirse un individuo separado y separador del todo circundante.
Este proceso que no es difícil comprobar en la actualidad, no quiere decir que haya tenido lugar desde los tiempos pretéritos de la existencia humana. Ser humano hoy, significa estar separado y separar de un continuum psicosomático u orgánico, determinadas experiencias que asumimos como propias, creando de esta manera una barrera conflictiva entre yo y lo otro. Lo de aquí dentro ―mi sentimiento de individualidad, ego, sistema referencial― y lo que está allá fuera, al otro lado de mi frontera, lo otro. Y, ¿cuál es la naturaleza de lo otro, es decir de todo objeto que podemos experimentar? El concepto objeto, lo utilizamos para referirnos a todo aquello que tiene unas determinadas cualidades que pueden ser descritas. Estas cualidades o características pueden ser definidas empíricamente, en el espacio-tiempo, pero la esencia de todo objeto es “el puro vacío”. Nada concreto, material o tangible. Lo material, es en sí mismo inmaterial. Todo fenómeno es la expresión de su esencialidad nouménica. Hoy podemos afirmar con seguridad que la naturaleza básica de cualquier sustancia orgánica o no, tiene en su raíz una definición que se escapa a toda posible constatación sensorial, convirtiéndose en algo como mucho numérico, conceptual, que como máximo lo podemos englobar en ese término como es el de “energía”, en el cual cabe todo lo imposible de definir. La materia es la expresión de la energía, y viceversa, como Einstein lo expresó en una formula por todos conocida.
Como conclusión podemos afirmar que en todo momento El Objeto de nuestra experiencia es de la naturaleza del vacío. Sea cual sea, todo lo experimentado desde nuestro nacimiento hasta nuestra desaparición, es inmaterial. Es puro concepto al que nosotros le damos determinadas características, pero que como hemos señalado originalmente, en sí mismo, es una expresión del Parabrahman único. Tat, lo que Es, la pura Energía inmaterial, indefinible. La naturaleza de Yo, es evidente que no es empírica. Por tanto, en todo momento solo existe lo Único indefinible que se está expresando permanentemente en múltiples seres, de acuerdo a su dinamicidad intrínseca... Pero...
Es cierto que desde el punto de vista ontológico, toda la existencia es una unidad multifuncional, que actúa con un orden o cosmos, superior a cualquier descripción, y que por ello, en el fondo, todo está bien. Por eso, los seres vivos, excepto nosotros, no expresan una situación de tensión existencial, porque forman parte de un continuum impersonal, en donde todo está multirelacionado armónicamente. La naturaleza es una unidad armónica. Todos los seres vivos somos la existencia.
Ahora bien, desde el punto de vista biológico, en nosotros los humanos, también está presente este ritmo universal, pero, debido a nuestras propias características que en el neolítico comenzaron a manifestarse claramente, los seres humanos comenzamos a describir el mundo, y a vivir en esa descripción olvidándonos de lo descrito. El mundo conceptual, empezó a ser más importante que el natural. La liebre se colocó delante de la tortuga. Nuestra realidad comenzó a imponerse a la existencia natural del mundo. El Ego comenzó a ahogar al sujeto experimentador. Los datos, la mente, la memoria, crean un cerco limitante, que encierra al Yo.
Por eso, si bien es verdad que quien existe es lo Uno, y que cada despertar o nacer, es Ello quien surge, también es cierto que, como ser humano, está apresado y obligado a vivir en la realidad humana, actualmente tan separada del orden universal o armonía existencial. Y esto es un serio problema.
Por un lado, en nuestros genes hay una poderosa inclinación a la participación en un modelo existencial universal. Por el otro, nuestra cultura, nos oprime y nos encierra en una perspectiva existencial, condicionada por los matices espacio-temporales del momento histórico.
¿Cómo afrontar exitosamente esta situación? ¿Cómo encontrar la salida del laberinto? La Meditación, como un ejercicio que nos abre las puertas de la percepción puede ser la salida. Y de esto vamos a hablar...
Juan Bautista Gracia Herreros (Barakaldo, 1952)
Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad del País Vasco y Máster en Recursos Humanos.
De amplia formación humanista intenta armonizar la ciencia de occidente y la psicología de oriente apuntando hacia el redescubrimiento de lo universal en los seres humanos.
Especialista en las doctrinas orientales, Tantra, Vedanta, y Taoismo. Imparte conferencias y cursos para el desarrollo armónico del individuo, desde la perspectiva unitaria o Advaita.
Autor de El Teatro Mágico del mundo (1990), El poder de la Relajación (1994), Yoim el buscador de la verdad (2003), Yoga y relajación para todos (2005).