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Libros - Fray Marcos

Divina Humanidad
El Absoluto ya está en ti

Divina Humanidad

Este pequeño escrito pretende resumir mi pensamiento sobre el hombre, el mundo y Dios. O responder a esas preguntas que todos nos planteamos alguna vez, si vivimos despiertos en este mundo tan chocante. ¿Qué pintamos aquí? ¿cuál es el verdadero sentido de mi vida? No soy especialista de nada, pero con lo poquito que sé de cada cosa y apoyándome en la comunidad y en auténticos y casi siempre, anónimos pensadores, he llegado a algunas conclusiones que pueden parecer sorprendentes, aunque muchos seres humanos de diversos lugares y en tiempos muy diversos, han apuntado ya en esa dirección desde hace siglos.

Fray Marcos (Pardesivil, León, 1938) desarrolla su actividad pastoral en Parquelagos, La Navata (Madrid) y desde allí, a través de Internet, en muchos rincones del mundo.

Detalles del libro:
  • Nº de páginas: 226
  • Encuadernación: Rústica
  • Formato: 15 x 21
  • ISBN: 978-8494496288

De la Introducción

Este pequeño escrito pretende resumir mi pensamiento sobre el hombre, el mundo y Dios. Bien entendido que no se trata de tres temas sino de tres aspectos de un único tema. Por lo tanto nos interesan también las relaciones entre los tres. Efectivamente, no habría ser humano si no hubiera mundo y no habría mundo si no hubiera Dios. Tampoco habría Dios si no hubiera hombre que lo pensara; aunque esto es más complicado de entender.

Tenemos en la recámara un interrogante, que todos nos planteamos alguna vez si vivimos despiertos en este mundo tan chocante. ¿Qué pintamos aquí? Está claro que no podemos conformarnos con vegetar, poniendo nuestras facultades superiores al servicio de nuestra biología. Entonces, ¿cuál es el verdadero sentido de mi vida? En este escrito trataremos de responder a esta pregunta.

Descubrir eso que nos trasciende es una exigencia de nuestra naturaleza humana. Unas veces conseguiremos descubrirlo espontáneamente; en otros casos, tendremos que adentrarnos voluntaria y conscientemente en nuevos territorios todavía sin explorar para descubrir nuestro ser más profundo. No podemos encontrar nuestra «salvación» dentro del ámbito de lo puramente natural sin necesidad de acceder a lo espiritual.

Aparentemente los ateos parece que se han librado de esa cuestión, pero escamotearla no es solucionarla. En realidad, muchos ateos están más obsesionados con la idea de Dios y la trascendencia que los creyentes. No debemos confundir lo que espontáneamente manifestamos, con la verdadera actitud interior que está ahí a pesar de nosotros mismos.

Pero ¿Qué quiero decir, cuando digo Dios? Si nos fijamos en la letra, está claro que todos, los que hablamos el mismo idioma, pronunciamos o escribimos la misma palabra «dios». Pero lo que de verdad importa es el concepto o idea de la supuesta realidad, que detrás de ella ponemos cada uno de nosotros.

La verdad es que no encontraremos dos personas que coincidan en el concepto que cada uno aplica a Dios. Este es un problema muy peliagudo, porque si detrás de la misma palabra ponemos conceptos distintos, podemos estar discutiendo años enteros sin posibilidad de entendernos. Si hubiéramos sido conscientes de este hecho a través de la historia, se hubieran evitado todos los conflictos religiosos, que tanto dolor han causado a la humanidad. [...]

Ni soy teólogo, ni soy filósofo, ni soy psicólogo, ni soy historiador etc., etc. No soy especialista de nada, pero con lo poquito que sé de cada cosa y apoyándome en la comunidad y en auténticos y casi siempre, anónimos pensadores, he llegado a algunas conclusiones que pueden parecer sorprendentes, aunque muchos seres humanos de diversos lugares y en tiempos muy diversos, han apuntado ya en esa dirección desde hace siglos.

No pretendo que los que lean esto lo consideren como verdad absoluta. Sería ridícula semejante pretensión. Todo lo que digo es discutible y se debe discutir. En ningún caso llegaré a conclusiones definitivas. Todas son propuestas abiertas. El único error nefasto será siempre abandonar la búsqueda. Cuando dos dejan de discutir, es que uno ha dejado de pensar. Por eso, como vengo diciendo, mi intención es hacer pensar, no que penséis como yo. [...]

El mundo que nos ha tocado compartir es apasionante. Estamos en un cambio de época alucinante. No se trata de un cambio en la manera de pensar ni un mero avance sobre lo que habíamos pensado hasta la fecha. Se trata de un vuelco radical, como no lo ha habido desde el paleolítico, cuando el ser humano pasó de cazador-recolector a cultivar la tierra y domesticar animales.

En ese momento se produjo un cambio astronómico. Surgió el lenguaje, pero sobre todo apareció la escritura. Para el tema que nos ocupa, se dio un gran salto al diferenciar lo sagrado de lo profano, al sacerdote del hombre normal. Empezaron a construir dioses, localizándolos en lugares sagrados: cielos, templos, lugares mágicos etc.

Hoy estamos asistiendo a una deconstrucción de todo el tinglado religioso, que durante 12 mil años habíamos montado. Por fin, estamos desmaterializando a Dios. También estamos superando la visión antropológica de ese mismo Dios. No sabemos todavía lo que va a quedar de Él, pero podemos adivinar que no se va a parecer en nada a la idea que hemos arrastrado durante tantos milenios.

Estamos aceptando la idea de que Dios es Espíritu. Esto va a tener consecuencias imprevisibles. Dejaremos de creer que puede estar aquí o allí. En absoluto puede estar más en un lugar que en otro por la sencilla razón de que está más allá de cualquier tiempo y lugar. Dejaremos de dirigirnos a Él como si estuviera fuera de nosotros. Nos daremos cuenta de que la simple idea de adorarlo, carece de sentido porque Él no está fuera del que pretende adorarle.

Y lo más importante, dejaremos de pensar que mi dios es el verdadero y los demás son falsos. Si aceptamos que no es material, tenemos que aceptar que está fuera de toda posible manipulación. Lo que nunca podremos hacer con un Dios que es Espíritu, es enlatarlo. Por mucho que nos empeñemos, seguiría estando igual fuera del bote que dentro de él.

Hemos superado, por fin, la visión de un mundo estático que permanece idéntico a sí mismo. También hemos superado la idea del «eterno retorno» que fue guía de muchas filosofías antiguas y modernas. Hoy son muy pocos los que dudan de que estemos en marcha. El mundo está en evolución en todos sus aspectos y también sabemos que el proceso es imparable. La paradoja está en que todo lo que tenemos que conseguir estaba ya en el punto de partida. [...]

Aunque nuestro interés se centra en lo religioso, no podemos tratar el tema aisladamente de otros componentes de la realidad humana. Esto por dos razones. Primera, porque durante milenios no estuvo separado lo social, lo económico, lo religioso, lo científico todo estaba involucrado en la vida de cada ser humano y de la sociedad entera.

Segundo, porque la radical separación que se ha querido hacer hace unos siglos, entre lo religioso y los demás aspectos de la vida humana, nos ha llevado a una esquizofrenia estéril y muy difícil de superar. La vida del hombre es una y única. Si la partimos en compartimentos estancos, corremos el riesgo de descoyuntarla. Muchas de las manifestaciones religiosas que están hoy en auge se deben a esa necesidad que sentimos de integración.

El último siglo ha estado interesado en conocer los orígenes del hombre; en especial, ha intrigado mucho el origen de la idea de Dios y las religiones. Para este objetivo han servido una serie de ciencias que han aparecido en las últimas décadas. No podemos seguir enrocados en nuestro ámbito religioso e ignorar los increíbles avances que se han hecho en esos distintos aspectos del conocimiento humano.