Artículos - U.G. Krishnamurti (1972-1980)
"Debéis encontrar vuestra respuesta"
Por U.G. KrishnamurtiNo tengo ningún mensaje que transmitir al mundo. Lo que me ha ocurrido es de una naturaleza tal que no se puede compartir con nadie. Este es el motivo por el que no subo a un estrado y doy conferencias ―podría hacerlo, lo he hecho por todo el mundo― pero ahora no tengo nada que decir. Y no me gusta nada estar aquí sentado rodeado de gente que me hace preguntas. Yo nunca tomo la iniciativa en una conversación. La gente viene y se sienta alrededor de mí. ¡Pueden hacer lo que les plazca! Si de repente alguien me hace una pregunta, trato de responder haciéndole ver claramente que su pregunta no tiene respuesta. Me limito pues a reformular, a reestructurar la pregunta antes de devolvérsela. No es un juego, ni me preocupa convencer a nadie para que comparta mi punto de vista. No tengo por qué mostrar mis opiniones, aunque de hecho tengo muchas sobre cualquier tema, sobre la enfermedad, sobre la divinidad, etcétera, pero estas opiniones no tiene más valor que las de cualquier otro.
No debéis tomar mis palabras al pie de la letra. La confusión se instala en aquellos que lo hacen. Debéis examinar cada palabra, cada frase para ver si tiene alguna relación con la forma en que vosotros funcionáis. Debéis examinarlas, pero no estáis en condiciones de aceptarlas. Desgraciadamente es algo que se toma o se deja. El escribirlas os hará más mal que bien. Como veis me encuentro en una situación difícil: no puedo ayudaros, y todo lo que digo no es sino fuente de malentendidos.
La idea de perfección es una idea loca. El arte de la palabra, o un instrumento de música por ejemplo, pueden perfeccionarse, pero no es de eso de lo que yo hablo. Tras años y años de práctica usted espera convertirse en un hombre perfecto, pero no hay nada en usted que pueda ser perfeccionado. No hay ninguna garantía, ninguna seguridad válida en lo que concierne a esta repentina transformación de la que hablo, no puede ser reproducida. Nos ha sido puesta ante los ojos la imagen ideal del hombre perfecto y así hemos basado nuestra búsqueda en una pista falsa. El hombre perfecto no existe. El hombre en quien ha tenido lugar esta "mutación" (si quieren utilizar esa palabra), no es "perfecto". Posee toda la idiosincrasia, la originalidad y todo lo absurdo que no forma parte del equipaje del "hombre perfecto". No tiene nada que ver con ese ideal. No se convierte en un ilusorio súper genio. No se dedica a descubrir cosas extraordinarias ni a ayudar a colonizar otros planetas, nada de ese tipo. Las limitaciones continúan, son hereditarias.
El cuestionamiento de mis actos antes o después de su ejecución, es algo que para mí se ha acabado ya. El problema moral ―"Debería haber actuado así", "No debería haberme conducido de esa forma", "No debería haber dicho aquello"― ya no hay nada de eso. No hay lamentos, no hay excusas. Todo lo que hago es automático. En una situación dada, no puedo actuar más que de una cierta forma. No tengo que racionalizar, ni que pensar lógicamente. ¡Nada! Mi acción es la única posible en una situación dada. Otra vez será diferente. Cuando se trata de asuntos prácticos, ustedes pueden creer que la situación es análoga, pero no ocurre lo mismo para mí, ya que existe un factor desconocido, un factor nuevo que exige de mi parte una acción diferente. Quizá ustedes vean en esto una incoherencia o contradicción, pero no puedo conducirme de otra forma. No hay ninguna conexión entre las dos acciones.
Se trata de un acto físico. No despierta en mí ningún recuerdo. Es una respuesta, no una reacción. Y al contrario, vosotros reaccionáis constantemente evocando los pros y los contras: "Esto está bien, aquello mal". En lo que a mí concierne, funciono permanentemente sobre el plano físico. Cuando os veo no pienso en nada. Mis ojos se fijan en vosotros, si me giro os borráis, y aparece el pomo de la puerta, en vuestro lugar. Para mí dejáis de existir. En caso de necesidad os llamo, cuando por ejemplo me preguntáis algo. La reacción genera pensamiento: "Justo-injusto, bien-mal". La respuesta no implica más que observación pura sin intervención alguna del pensamiento. La respuesta es física, la reacción mental. Vosotros reaccionáis permanentemente en lugar de responder físicamente a una situación dada.
La búsqueda termina con el darse cuenta de que no existe lo que se ha dado en llamar iluminación. Al dedicaros a esa búsqueda, queréis liberaros del "yo", pero todo lo que hacéis para liberaros del "yo" no es más que obra del "yo". ¿Cómo podría haceros comprender una cosa tan simple? No hay "cómo". Y dicho esto, no hago más que acrecentar la intensidad de vuestra búsqueda. He aquí la pregunta de las preguntas: "¿Cómo, cómo, cómo?"
Ese "cómo" permanecerá mientras creáis que las respuestas dadas por otro o por mí mismo, son verdaderamente respuestas. Mientras dependáis de las respuestas de otra gente, vuestras preguntas permanecerán en el aire. Esto no son respuestas. Debéis encontrar vuestra respuesta.
Y vuestra respuesta debe ser encontrada sin el mínimo proceso. Todo proceso os aleja de la cuestión. La va enterrando. La pregunta se vuelve cada vez más acuciante. Llega a ser lo más importante. No os interesa ya nada más que la respuesta a esa pregunta. Cada día, durante todo el tiempo que os quede por vivir, esta será para vosotros la única pregunta: "¿Cómo?"
Ese "cómo" permanece en relación con las respuestas suministradas por los demás. Deberá rechazar todas esas preguntas, la pregunta debe consumirse ella misma. Y no se consumirá mientras esperéis una respuesta, sea interior o exterior. Cuando se consuma, lo que permanezca en vosotros comenzará a expresarse. Esa es vuestra respuesta y no la de ningún otro. No tenéis ni siquiera que encontrar la respuesta, Puesto que ya está ahí. Y se expresará de una forma o de otra. No estás obligado a ser un erudito, ni a leer libros. No tienes que hacer nada. Eso que está en ti comenzará a expresarse.
¿Quieres esa respuesta con bastante urgencia? Sabes, todos esos que consumen su vida colgados de un árbol, o sobre la cabeza, o sobre pinchos, generalmente no llegan a ningún lado. No es tan simple. Cuando eso me ocurrió, me di cuenta de que mi búsqueda había sido dirigida en la dirección errónea. Que no se trata de nada de tipo religioso, ni nada psicológico, sino de un funcionamiento puramente fisiológico de los sentidos llevado a su último extremo. Esa fue la respuesta a mi pregunta.
Todas las preguntas no son sino variantes de la misma pregunta. No se trata de diferentes preguntas. ¿Hasta qué punto eres sincero? ¿Hasta qué punto eres serio? ¿Con qué urgencia exiges una respuesta a tu pregunta? Una pregunta nace de respuestas que ya conoces. Quieres saber cuál es mi estado, para integrarlo en un conocimiento ―tu conocimiento―. Es decir, en una tradición. Sin embargo ese conocimiento debe finalizar. Y es muy simple: Tu deseo de conocer no hace sino aumentar tu conocimiento, y esa continuidad en el saber es todo lo que te interesa.
Si los libros pudieran ser una fuente de conocimientos el mundo sería un paraíso. Así ocurre con la técnica: Por ejemplo, para arreglar un magnetófono. Sin embargo los libros que tratan de estos asuntos no tienen ningún valor. No sé si nuestra conversación o el diálogo tiene algún valor, pero quiero subrayar muy claramente que en esto no hay ni un solo movimiento, no te has movido ni un solo paso del lugar donde estás. Ni un solo paso. Además, realmente no es necesario moverse.