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Rupert Spira
Rupert Spira - © SAND14

La Nueva Ciencia de la Consciencia

Por Rupert Spira Transcripción de la conferencia en el SAND14*

Como algunos de ustedes saben, Ellen y yo vivimos en Oxford, en el Reino Unido, a las afueras de uno de los grandes centros de enseñanza del mundo. Casi una semana más o menos antes de venir a la Costa Oeste, un amigo nuestro nos dijo por correo electrónico que había oído que un filósofo muy conocido y muy respetado de la universidad estaba dando una charla sobre la naturaleza de la Consciencia. Así que estábamos naturalmente intrigados y nos fuimos a la charla.

No voy a empezar a describir las líneas de razonamiento abstractas, complicadas e irracionales que usó para explicar la naturaleza de la Consciencia, pero sólo voy a citar una cosa que dijo: «Algunos filósofos dicen que es posible que la Consciencia sea consciente de sí misma; estas ideas se deben tirar a la basura».

Estoy emocionado, David, por tus palabras introductorias sobre lo amable que soy, pero tengo que confesar que en ese momento empecé a sentir «mi espada traqueteando en su funda». Me las arreglé para contenerme hasta el final de la reunión, y luego le dije: «Todo el mundo en esta sala es consciente de que es consciente».

Él reflexionó por un momento, pero sin embargo estaba de acuerdo conmigo. Entonces observé que lo que sea eso que es consciente de que somos conscientes debe tener dos cualidades: una, que debe estar presente, y dos, que debe ser consciente. ¿Qué podría ser? ¡La Consciencia! Eso es lo que la Consciencia es: eso que es/está presente y consciente.

Así que le sugerí que la simple experiencia que cada uno de nosotros está teniendo ahora ―la simple experiencia de que «yo soy consciente»― es la experiencia de la Consciencia conociendo su propio Ser.

«Oh, no, no, vas demasiado rápido», dijo. Volvió de nuevo a sus líneas de razonamiento abstruso, enrevesado, académico, que no pude seguir, y cuando le objeté de nuevo, simplemente se giró y pasó a la siguiente pregunta. La profunda ignorancia disfrazada de sabiduría, y lo peor es que viene de un profesor de filosofía muy respetado en la Universidad de Oxford.

No sólo la Consciencia conoce su propio Ser; la Consciencia nunca deja de conocer su propio Ser. En realidad, la Consciencia nunca conoce otra cosa que no sea su propio Ser. Y esta es la experiencia principal, más íntima y fundamental de todo el mundo. Si yo te preguntara ahora, «¿Eres consciente?» Harías una pausa ―en realidad, en esta multitud, ninguno de ustedes tendría que hacer una pausa demasiado tiempo― y responderías: «Sí».

La pregunta «¿Soy yo consciente?» Es un pensamiento. La respuesta «Sí» es un pensamiento. ¿Qué sucede entre esos dos pensamientos? La experiencia de ser consciente de que soy consciente.

Entre estos dos pensamientos, la Consciencia es despojada de las limitaciones objetivas que asume con el fin de aparecer en la forma de la mente finita y hacer la pregunta, «¿Soy yo consciente?» Hay un sumergirse de la mente finita en su fuente en medio de estos dos pensamientos. En ese sumergirse de la mente finita, o atención, en su fuente, la Consciencia reconoce su propio Ser ―re-conoce, o conoce de nuevo, su propio Ser― que parecía pasarlo por alto u olvidarlo cuando surge en la forma de la mente finita.

La respuesta «Sí» es de nuevo una expresión de la mente finita. Pero la experiencia de ser consciente de que soy consciente tiene lugar entre esos dos pensamientos; de modo que la experiencia no objetiva no es una experiencia de la mente finita. La consciencia necesita surgir en la forma de la mente finita, si quiere conocer algo que sea aparentemente distinto de sí misma. Pero para conocerse a sí misma, no tiene necesidad de surgir; sólo necesita permanecer en reposo en el conocimiento de su propio Ser. Este conocimiento de su propio Ser brilla en la mente como el conocimiento «yo» o «yo soy» o «yo soy consciente», y se siente en el corazón como paz o felicidad.

 

¿Cómo surge la Consciencia infinita en la forma de la mente finita? Se crea y se identifica simultáneamente con un cuerpo. Esta conjunción de la Consciencia infinita más las limitaciones del cuerpo produce lo que se llama la mente finita. En otras palabras, la mente finita toma su cualidad de conocer de la Consciencia infinita, y toma prestadas sus aparentes limitaciones del cuerpo. Como resultado, entremedias de la Consciencia y el cuerpo se encuentra una entidad llamada «consciencia personal», «el ego», «el yo separado», o «la mente finita».

Esta mente finita, la consciencia personal o ego en realidad nunca llega a existir. Si la Consciencia es infinita, ¿cómo podría conocer algo que es finito? ¿Qué lugar hay en el infinito para la finitud? Tan pronto como surgiera un objeto finito en la Consciencia infinita, la finitud de ese objeto desplazaría un poco de infinitud de la Consciencia, y por lo tanto la Consciencia dejaría de ser infinita, y eso no puede ser.

No es posible para la Consciencia conocer un objeto o yo finito, así que ¿para quién hay un objeto o yo finito? ¿Para quién hay consciencia personal? ¿Para quién hay un ego? No para la Consciencia; no para lo que realmente es. Lo que realmente es, es y se conoce sólo a sí mismo. La mente finita es sólo una mente finita real desde el punto de vista ilusorio de la mente finita. El yo separado es sólo un yo separado real desde su propio punto de vista ilusorio.

Para lo que realmente es, la única Consciencia que hay, la Consciencia que no conoce límites dentro de sí misma, no hay ningún objeto u otro. Para conocer un aparente objeto u otro, la Consciencia debe cesar de contemplarse a sí misma, debe parecer que dirige su atención fuera de sí misma y surgir en la forma de la mente finita asumiendo las limitaciones del cuerpo. Solamente siendo esa aparente mente finita es como la Consciencia puede dirigir su atención fuera de sí misma y dirigir su conocimiento hacia un objeto.

El objeto que la mente finita parece conocer está hecho de algo que se llama «materia». La materia es un concepto inventado por los griegos hace dos mil quinientos años para explicar esa parte de nuestra experiencia que tiene lugar fuera de la mente. Ellos no tenían una palabra para la Consciencia en aquellos días; la llamaron «mente». Así que «materia» era el nombre que le dieron a las cosas que parecían existir fuera de la Consciencia.

Durante dos mil quinientos años que parece haber pasado nuestra civilización nunca hemos encontrado nada fuera de la Consciencia. Los físicos aún están buscando la naturaleza y causa de esta cosa llamada «materia». Han estado buscando durante dos mil quinientos años; nunca la han encontrado, y nunca lo harán. No está ahí.

 

La creencia de que hay un mundo ahí fuera hecho de materia se basa en la creencia de que hay un yo aquí dentro hecho de mente. Sin embargo, si, con el fin de conocer la naturaleza de sí misma, la mente retira su atención de los objetos que parece conocer y la redirige hacia el conocimiento con el que conoce su experiencia, su atención se vuelve gradualmente hacia atrás y hacia atrás y hacia atrás hacia su fuente.

En realidad, no es un dirigir de la atención; es un retroceder de la atención. Es lo que Rumi se refirió cuando dijo, «fluye cada vez más profundamente en los anillos cada vez más amplios del ser». Se trata de una inmersión de la atención en su fuente.

Cuando la atención se sumerge en su fuente es despojada, en la mayoría de los casos gradualmente, de todas las limitaciones que el pensamiento y los sentimientos han superpuesto sobre ella, y en algún momento se revela como lo que verdaderamente es, la Consciencia infinita. Luego, cuando la atención surge de nuevo, si miramos muy de cerca, vemos que la atención en realidad nunca deja la Consciencia.

Prueben ahora a poner su atención en algo fuera de la Consciencia. ¿Puede alguno de ustedes encontrar ese lugar? ¿Puede alguno de ustedes encontrar un borde para el campo por el que está vagando su atención?

Una vez que nos queda claro que la atención o la mente finita surge de la Consciencia infinita, podemos observar que la atención o la mente surgen en la forma de pensamiento y percepción. El pensamiento y la percepción son las dos formas en las que aparece la mente finita. Y si exploramos la sustancia o realidad de la que el pensamiento y la percepción están hechos, encontramos sólo Consciencia infinita. Es decir, la Consciencia se encuentra sólo a sí misma.

El pensamiento no puede conocer la Consciencia, a pesar de estar hecho de ella, al igual que un personaje de una película no puede ver la pantalla de la que está hecho. Del mismo modo, la percepción no puede ver la Consciencia, aunque está hecha de ella.

Cuando el pensamiento trata de encontrar la sustancia en la que aparece, proyecta su propia dimensión única en la Consciencia y, como resultado, en lugar de ver la Consciencia se ve tiempo. El tiempo es la apariencia de la Consciencia desde el punto de vista del pensamiento. El tiempo es la Consciencia objetivada por el pensamiento.

Algo similar ocurre cuando tratamos de encontrar la sustancia en la que aparecen nuestras percepciones. Si observamos la percepción de, por ejemplo, esta pantalla (señalando a la pantalla de la derecha), y luego observamos la percepción de esa pantalla (señalando a la pantalla de la izquierda), podemos preguntarnos: «¿Cuál es la sustancia entre estas dos percepciones?»

Miramos las dos pantallas, y luego miramos la sustancia en medio, y lo llamamos «espacio». En realidad, la percepción tiene lugar en la Consciencia, no en el espacio. En este caso, la percepción simplemente ha superpuesto sus propias limitaciones en la Consciencia. El espacio es la apariencia de la Consciencia desde el punto de vista de la percepción. El espacio es la Consciencia objetivada por la percepción.

 

Para conocer algo distinto de sí misma, la Consciencia tiene que surgir en la forma de la mente finita. Para conocerse a sí misma, no necesita la ayuda de una mente débil, finita. Creer que la Consciencia necesita la mente finita para conocerse a sí misma es como imaginar que el sol necesita la luz de la luna para iluminarse a sí mismo. No hay luz de la luna. Es sólo la luna la que cree que brilla con luz propia. En realidad, la luna toma prestada su limitada luz de la luz infinita del sol. El sol es auto-luminoso.

Del mismo modo, la Consciencia es auto-cognoscente. Es sólo la arrogancia de la mente finita la que cree que la Consciencia la necesita, la mente finita, para conocerse a sí misma. No es así. La Consciencia se conoce a sí misma por sí misma, en sí misma y como sí misma. Todo lo que la Consciencia encuentra en sí misma es ella misma. No hay lugar en sí misma para otra cosa que no sea ella misma. En la creencia de que la Consciencia necesita a la mente finita para conocerse a sí misma, la mente finita simplemente está intentando validar y perpetuar su propia existencia ilusoria.

Ningún objeto, desde el punto de vista de la Consciencia, nunca llega a existir. Existencia significa «venir a ser» o «distinguirse o destacar de», que proviene de dos palabras latinas, ex, que significa «fuera de», y sistere, que significa «estar». La idea es que cuando algo viene a la existencia se distingue o destaca del trasfondo de la Consciencia infinita. Como resultado, creemos en nuestra cultura que los objetos tienen existencia, y que cuando un objeto se desvanece, su existencia se desvanece.

¡No! Los objetos no tienen existencia; la existencia tiene objetos, de vez en cuando. De hecho, no existe una «existencia» real, no hay nada real que destaque del trasfondo de la Consciencia infinita. La Consciencia Infinita no es el trasfondo de la experiencia, a pesar de que a menudo se encuentra ahí al principio. Es la única realidad de toda experiencia.

Si estamos totalmente absortos en una película, la pantalla en un primer momento parece estar en el trasfondo de la película. Sin embargo, la pantalla no está en el trasfondo de la película; la pantalla impregna la película. Incluso eso es una concesión a la existencia de algo que no sea la pantalla, es decir, la película. Sin embargo, en realidad, la pantalla no impregna la película; es la película.

Ninguna cosa viene a la existencia o deja de existir. Como dice el Bhagavad Gita, «Lo que nunca es deja de ser; lo que no es nunca viene a la existencia».

Es por esta razón que Rumi dijo: «El conocimiento del mundo es una forma de ignorancia». El conocimiento del mundo fuera de la Consciencia, hecho de una sustancia llamada «materia», es una forma de ignorancia.

William Wordsworth dijo, «Nuestro nacimiento no es más que un sueño y un olvido». Él realmente no quería decir «nuestro nacimiento»; se refería al surgimiento del estado de vigilia de la mente finita. El surgimiento de la mente en estado de vigilia no es más que «un sueño y un olvido», «una forma de ignorancia».

La misma interpretación se expresa en el Bhagavad Gita, «Lo que es estado de vigilia desde el punto de vista de la ignorancia, es sueño desde el punto de vista de la sabiduría. Lo que es vigilia desde el punto de vista de la sabiduría es sueño desde el punto de vista de la ignorancia».

El poeta Shelley dijo algo similar: «La vida, como una cúpula de cristal multicolor, tiñe el blanco resplandor de la eternidad». De hecho, si nos fijamos bien en nuestra experiencia, nada realmente tiñe el blanco resplandor de la eternidad. Nada tiñe el conocer de nuestro propio Ser, que brilla en la mente como el conocimiento «yo» o «yo soy» o «yo soy consciente» y se siente en el corazón, como paz y felicidad.

Cada experiencia deja el blanco resplandor de la eternidad, nuestro Ser esencial, prístino, limpio, indemne, sin modificar e ileso. Ninguna experiencia que cualquiera de nosotros haya tenido o pudiera tener nunca realmente tiñe nuestro Ser esencial de la Consciencia infinita. Así que con un gran respeto a Shelley me gustaría cambiar un poco sus palabras: «La vida, como una cúpula de cristal multicolor, colorea el blanco resplandor de la eternidad».

Todas las experiencias son una coloración de nuestro Ser esencial de la Consciencia infinita, pero la Consciencia nunca se convierte en ninguno de los colores que se asume. De hecho, si miramos más de cerca en nuestra experiencia, ni siquiera podemos decir que nuestra experiencia colorea nuestro Ser esencial. Así que de nuevo, con respecto a Shelley, me gustaría modificar ligeramente sus palabras: «La vida, como una cúpula de cristal multicolor, brilla con el blanco resplandor de la eternidad».

 

Todo lo que siempre se ha conocido en la experiencia es el conocer de ella. Intenta ahora encontrar otra cosa que no sea el conocer de vuestra experiencia. Dejad vuestra atención vaya donde quiera. Pregúntate a ti mismo: «¿Alguna vez he conocido o he entrado en contacto con algo que no sea el conocer de la experiencia? ¿Podría alguna vez entrar en contacto con algo que no sea el conocer de la experiencia?»

¿Podría yo, la Consciencia, entrar alguna vez en contacto con algo que no sea la Consciencia de la experiencia? ¿Hay alguna sustancia presente en la experiencia que no sea el puro Conocer? No el conocer de algo ― nunca encontramos el «algo». Suponemos el algo, pero nunca lo encontramos. Es decir, la Consciencia nunca lo encuentra. La Consciencia nunca encuentra nada distinto de sí misma.

Así que cuando exploramos nuestra experiencia, sea cual sea nuestra experiencia ―sentado tranquilamente escuchando una charla, un dolor de muelas, una profunda depresión, el sabor del té, un paseo por el campo― donde quiera que vayamos en la experiencia, no encontramos el conocer «de la experiencia», como si la experiencia fuera algo separado del conocer de ella. Nunca encontramos el «ella»; nosotros sólo encontramos el conocer del Conocer. ¿Y qué es el «nosotros» que conoce el Conocer? ¡Conocer! No hay «nosotros», ni «yo», aparte de este Conocer que se conoce a sí mismo. Por lo tanto, ya no podemos incluso decir que la Consciencia es todo. No hay cosas para que la Consciencia sea el «todo».

Sugerir que la Consciencia se conoce a sí misma por medio de una mente finita o un yo separado es la blasfemia definitiva. Es admitir (que existe) algo que no sea Dios. Es reducir a Dios a una entidad finita, un objeto finito.

No suena bien en nuestra cultura decir que: «Yo soy Dios». ¡Antiguamente te crucificaban por ello! Pero decir: «Yo soy la Consciencia infinita» es sólo una confesión de nuestra experiencia más íntima y fundamental. La verdadera blasfemia es decir: «Yo soy un yo finito». Decir que hay una mente finita que conoce un mundo finito, hecho de materia, eso es una verdadera blasfemia.

Si queremos saber la naturaleza del mundo, tenemos que conocer la naturaleza de aquello con lo que se conoce el mundo. La ciencia definitiva no es la ciencia de la física; es la ciencia de la Consciencia.

 

Nuestra cultura, creo, se encuentra ahora en una posición similar a como se encontraba en la mitad del siglo XVI. Cuando Copérnico presentó sus ideas sobre el universo heliocéntrico, que marcó el comienzo de una nueva era de la ciencia que sustituyó a la antigua cosmovisión religiosa. La sociedad había dejado atrás las formas que había creado para acomodarse.

Ahora estamos en una etapa similar. Nuestra sociedad ha superado las formas que la ciencia convencional ha creado para acomodarse, y las señales de esto se encuentran en todas partes. La nueva ciencia es la ciencia de la Consciencia. Tarde o temprano tenemos que tener el valor de enfrentar ese hecho. Ya no podemos darnos el lujo de ignorarlo.

Hasta que no sepamos la naturaleza del Conocer con el que se conoce nuestra experiencia, nada cierto sobre lo conocido puede ser conocido. De hecho, nunca es posible conocer algo verdadero sobre cualquier cosa objetiva. ¿Por qué? Porque todo lo que se conoce objetivamente es conocido por la mente finita y la mente finita se basa en la presunción de que yo, la Consciencia, soy limitado. Todo el conocimiento relativo, por muy puro y sutil que sea, se basa en ese supuesto.

Si se explora ese supuesto, se ve que es defectuoso. Incluso nuestro conocimiento más puro sólo es, en el mejor de los casos, relativamente verdadero. Nunca puede ser absolutamente verdadero porque está fundado en una presunción. El único conocimiento absolutamente verdadero que hay, es un conocimiento que no cambia, está presente en todos los estados de vigilia, sueño y sueño profundo, y, sobre todo, no es conocido más que por sí mismo. Estas son las pruebas del conocimiento absoluto.

Si algo es conocido por algo distinto de sí mismo, tendría que depender de ese «algo distinto» para ser conocido. Todo conocimiento objetivo es relativo a la presencia de la mente finita y la mente finita sólo está presente durante el estado de vigilia y de sueños. Por lo tanto, ningún conocimiento objetivo puede ser absolutamente verdadero o cierto. Por esta razón, la ciencia, en su forma actual, nunca descubrirá la realidad de la materia.

El único conocimiento absoluto que hay, es el conocimiento de nuestro propio Ser, su conocer de sí mismo en nosotros, que brilla en la mente finita como el conocimiento «yo» o «yo soy» o «yo soy consciente», brilla en nuestros sentimientos como paz y felicidad, y se revela en nuestras percepciones como la experiencia de la belleza.

Sólo ese conocimiento es absolutamente verdadero. Nunca cambia, bajo ninguna circunstancia, condición o estado. Si alguna vez queremos encontrar la paz en el mundo y la felicidad en nosotros mismos, nuestro conocimiento individual y colectivo tiene que estar fundado en lo que es absolutamente verdadero. Cualquier política, conocimiento científico o relaciones personales que se basen en algo que no sea la verdad absoluta de nuestro propio Ser están condenados al fracaso.

Este fracaso es sentido por todos como la experiencia del sufrimiento. El sufrimiento es, en realidad, una llamada desde lo más profundo de nuestro Ser, una llamada de la felicidad misma: «Vuelve a mí. Me estás buscando en el lugar equivocado. Deja de aparecer en la forma de atención, vagando por el reino de los objetos, buscando la paz en las situaciones, la felicidad en los objetos, el amor en las relaciones. Búscame donde realmente estoy. Búscame en el corazón. Búscame en la fuente de la atención, no su destino».

 

Por compasión, las grandes tradiciones espirituales y religiosas han elaborado varios medios, varios caminos de vuelta a la realidad del «yo», la realidad de la experiencia. Pero todas estas vías son compasivas concesiones a la creencia y la sensación de ser un yo separado. Ramana Maharshi dijo, y parafraseo: «Yo sólo elaboré los senderos de la auto-indagación y la auto-entrega porque mis estudiantes y devotos no podían entender la verdad absoluta».

En realidad, no hay caminos hacia Dios. Dios se conoce a sí mismo por sí mismo, a través de sí mismo, en sí mismo, y como sí mismo. No hay medios para la Consciencia infinita distintos de la misma Consciencia infinita, porque desde el punto de vista de la Consciencia infinita, que es el único punto de vista verdadero, sólo hay ella.

¿Qué significa esto en términos de la vida práctica cotidiana? ¿Sólo esto tiene sentido cuando estamos sentados en una conferencia hablando de la realidad? No, significa que toda experiencia es únicamente la Consciencia infinita. Esto significa que el sabor del té, el suelo que pisamos, los cubiertos que tenemos en nuestras manos, las relaciones que tenemos, todo es únicamente el Ser infinito de Dios.

¿Vivimos de acuerdo a esta comprensión? ¿O sólo estamos de acuerdo en conferencias como esta? Eso no es suficiente, aunque es un principio.

Ellen abrió un libro al azar esta mañana temprano y me leyó una cita. Era un libro que uno de vosotros me dio ayer, y decía: «Cuando el camino hacia Dios termina, el camino de Dios comienza». El camino de Dios significa ser sólo la Consciencia infinita, conocer sólo la Consciencia infinita y amar sólo la Consciencia infinita.

Gracias.