Artículos - J. Krishnamurti
Libérese del pasado
Por J. KrishnamurtiYo no le pido que tenga fe; no me erijo en una autoridad. No tengo nada que enseñarle, ninguna nueva filosofía, ningún nuevo sistema, ningún sendero nuevo hacia la realidad; no hay sendero que conduzca hacia la realidad, tal como no lo hay hacia la verdad. Toda autoridad, de cualquier clase que sea, especialmente en el campo del pensamiento y de la comprensión, es la cosa más destructiva y perversa. Los líderes destruyen a los seguidores y los seguidores destruyen a los líderes. Uno tiene que ser su propio maestro y su propio discípulo. Tiene que cuestionar todo cuanto el hombre ha aceptado como valioso y necesario.
Si usted no sigue a nadie, siente que está muy solo. Esté solo, entonces. ¿Por qué tiene miedo de estar solo? Porque se enfrenta consigo mismo tal como es, y encuentra que está vacío, que es torpe, necio, desagradable, culpable y ansioso; una pequeña y vulgar entidad de segunda mano. Enfréntese al hecho, mírelo, no escape de él. Apenas escapa, comienza el miedo.
Al investigar en nosotros mismos, no nos estamos aislando del resto del mundo. No es un proceso enfermizo. En todo el mundo, el hombre se halla atrapado en los mismos problemas cotidianos que nosotros; así que al investigar en nosotros mismos no somos, de ninguna manera, neuróticos, ya que no hay diferencia alguna entre el individuo y lo colectivo. Eso es un hecho real. Así como soy, así es el mundo que he creado. No nos extraviemos, pues, en esta batalla entre la parte y el todo.
Debo volverme consciente del campo total de mi propio ser, el cual constituye la conciencia del individuo y de la sociedad. Sólo entonces, cuando la mente va más allá de esta conciencia individual y social, puedo convertirme en una luz para mí mismo, una luz que jamás se apaga.
Ahora bien, ¿por dónde empezamos a comprendernos? Aquí estoy: ¿cómo me estudio a mí mismo, cómo me observo, cómo veo lo que realmente ocurre dentro de mí? Puedo observarme únicamente en la relación, porque toda vida es relación. De nada sirve que me siente en un rincón y medite sobre mí mismo. No puedo existir aislado. Existo sólo en relación con personas, cosas e ideas, y al estudiar mi relación con las cosas exteriores y las personas, así como con las cosas internas, empiezo a comprenderme a mí mismo. Cualquier otra forma de comprenderme es mera abstracción, y no puedo estudiarme a mí mismo basado en abstracciones, no soy una entidad abstracta, por lo tanto, tengo que estudiarme de hecho, tal como soy, no como deseo ser.
La comprensión no es un proceso intelectual. Adquirir conocimientos acerca de uno mismo, y aprender acerca de uno mismo, son dos cosas diferentes, porque el conocimiento que uno acumula acerca de sí mismo es siempre del pasado, y una mente cargada con el pasado es una mente triste, afligida. Aprender acerca de uno mismo no es como aprender un idioma, una técnica o una ciencia. En esos casos, es obvio que uno debe acumular y recordar; sería absurdo empezar cada vez todo de nuevo. Pero en el campo psicológico, el aprender acerca de uno mismo se halla siempre en el presente, y el conocimiento está siempre en el pasado; y como casi todos vivimos en el pasado y estamos satisfechos con el pasado, el conocimiento se vuelve para nosotros extraordinariamente importante. Por eso rendimos culto al erudito, al ingenioso, al astuto. Pero si usted está aprendiendo todo el tiempo, aprendiendo a cada minuto, si aprende observando y escuchando, viendo y actuando, descubrirá que el aprender es un movimiento constante sin pasado.
Si usted dice que aprenderá gradualmente acerca de sí mismo, añadiendo poco a poco más y más, no se está estudiando a sí mismo tal como es ahora, sino que lo hace por medio del conocimiento adquirido. El aprender implica una gran sensibilidad. No hay sensibilidad si hay una idea, la cual pertenece al pasado, que domina al presente. Entonces la mente ha dejado de ser rápida, flexible, alerta. Pocos de nosotros somos sensibles, ni siquiera físicamente. Comemos en exceso, no nos ocupamos de seguir una dicta adecuada, fumamos y bebemos mucho, de modo tal que nuestros cuerpos se tornan obesos e insensibles: la cualidad de atención que existe en el propio organismo, se embota. ¿Cómo puede haber una mente muy alerta, sensible y clara si el organismo es torpe y pesado? Podemos ser sensibles respecto de ciertas cosas que nos afectan en lo personal, pero ser completamente sensibles a todas las implicaciones de la vida, exige que no haya separación alguna entre el organismo y la psique. Es un movimiento total.
Para comprender cualquier cosa, uno debe vivir con ella, debe observarla, debe conocer todo su contenido, su naturaleza, su estructura, su movimiento. ¿Ha intentado alguna vez vivir consigo mismo? Si lo hace, comenzará a ver que su ser no es algo estático, sino algo fresco y lleno de vida. Y para vivir con algo que está lleno de vida, su mente también debe estar viva. Y no puede estar viva si se halla atrapada en opiniones, juicios y valores.
A fin de observar el movimiento de su propia mente y de su corazón, de todo su ser, usted debe tener una mente libre, no una mente que está de acuerdo y discrepa, que toma partido en una discusión disputando sobre meras palabras, sino más bien una mente que observa con la intención de comprender. Esto es muy difícil, porque muy pocos sabemos cómo mirar o cómo prestar atención a nuestro propio ser, tal como no sabemos mirar la belleza de un río o escuchar la brisa entre los árboles.
Cuando condenamos o justificamos, no podemos ver con claridad, ni podernos hacerlo cuando nuestras mentes parlotean sin cesar; entonces no observarnos lo que es, sólo miramos las proyecciones que hemos hecho de nosotros mismos. Cada uno de nosotros tiene una imagen de lo que cree ser o de lo que debería ser, y esa imagen, esa representación, nos impide por completo vernos a nosotros mismos tal como realmente somos.
Una de las cosas más difíciles en el mundo es mirar algo sencillamente. Debido a que nuestras mentes son muy complejas, hemos perdido la cualidad de lo simple. No me refiero a la simplicidad en la ropa o en la comida, el vestir solamente un taparrabo o batir un récord ayunando, o cualquiera de esos desatinos inmaduros que cultivan los santos; me refiero a la simplicidad, a la sencillez que nos permite mirar las cosas directamente y sin miedo, mirarnos a nosotros mismos tal como somos realmente, vernos sin distorsión alguna; cuando mentimos, decir que mentimos, no encubrirlo ni escapar de ello.
Además, para comprendernos a nosotros mismos necesitarnos mucha humildad. Si uno empieza por decir: Me conozco a mí mismo
, ya ha dejado de aprender acerca de sí mismo; o si dice: No hay mucho que aprender acerca de mí mismo, ya que no soy sino un haz de recuerdos, ideas, experiencias y tradiciones
, entonces también ha dejado de aprender acerca de sí mismo. Tan pronto ha logrado algo, deja de tener esa cualidad de inocencia y humildad; apenas tiene una conclusión o empieza a examinarse desde el conocimiento, se acabó, porque entonces está traduciendo toda cosa viviente en función de lo viejo; mientras que si no tiene una posición establecida, si no hay certidumbres ni logros, lo que hay es libertad, libertad para mirar, para realizar. Y cuando miramos con libertad, lo que miramos es siempre nuevo. Un hombre seguro de sí mismo es un ser humano muerto.
Pero ¿cómo podemos tener libertad para mirar y aprender, cuando nuestras mentes, desde el instante en que nacemos hasta el instante en que morimos, se hallan moldeadas por una determinada cultura dentro del estrecho patrón del "yo"? Durante siglos hemos sido condicionados por la nacionalidad, la casta, la clase social, la tradición, la religión, el idioma, la educación, la literatura, el arte, las costumbres, los convencionalismos, la propaganda de todo tipo, las presiones económicas, el alimento que comemos, el clima en que vivimos, nuestra familia, nuestros amigos, nuestras experiencias ―todas las influencias que podamos imaginar― y, por lo tanto, nuestras respuestas a cada problema están condicionadas.
¿Se da cuenta usted de que está condicionado? Eso es lo primero que ha de preguntarse, no cómo estar libre de su condicionamiento. Tal vez nunca esté libre de él, y si dice: Debo librarme del condicionamiento
, puede caer en la trampa de otra forma de condicionamiento. ¿Se da cuenta, pues, de que está condicionado? ¿Sabe que incluso cuando mira un árbol y dice: Ése es un roble
, o es una higuera de Bengala
, el hecho de nombrar el árbol ―que implica conocimiento botánico― ha condicionado de tal modo su mente, que la palabra se interpone entre usted y el mirar verdaderamente el árbol? Para entrar en contacto directo con el árbol, tiene que poner su mano sobre él, y la palabra no le ayudará a tocarlo.
¿Cómo sabe usted que está condicionado? ¿Qué se lo revela? ¿Qué le dice a usted que tiene hambre, no como una teoría, sino el hecho real del hambre? De igual manera, ¿cómo descubre el hecho real de que está condicionado? ¿No es por su reacción a un problema, a un reto? Usted responde a todos los retos conforme a su condicionamiento, y su condicionamiento, por ser inadecuado, siempre reaccionará inadecuadamente.
Cuando se da cuenta de este condicionamiento de raza, religión y cultura, ¿no le genera ello una sensación de estar encarcelado? Tome sólo una forma de condicionamiento, la nacionalidad, vuélvase completa y seriamente consciente de ese condicionamiento y vea si lo disfruta o si se rebela contra él; y si se rebela contra él, vea si anhela romper con todos los condicionamientos. Si está satisfecho con su condicionamiento, es obvio que nada hará al respecto, pero si no lo está, tomará conciencia de ello y se dará cuenta de que jamás hace nada sin que intervenga su condicionamiento. ¡Jamás! En consecuencia, siempre está viviendo en el pasado con los muertos.
Será capaz de ver por sí mismo que está condicionado, sólo cuando haya un conflicto en la continuidad del placer o en la evitación del dolor. Si todo cuanto le concierne está perfectamente bien: su esposa lo ama, usted la ama, tiene una hermosa casa, hijos hermosos y dinero en abundancia, entonces no se da cuenta en absoluto de su condicionamiento. Pero cuando hay una perturbación, cuando su mujer mira a algún otro o usted pierde su dinero o se siente amenazado por la guerra o por alguna otra pena o ansiedad, entonces sabe que está condicionado: Cuando lucha contra alguna clase de perturbación o se defiende contra alguna amenaza externa o interna, sabe que se halla condicionado. Y como casi todos nos vemos perturbados la mayor parte del tiempo, ya sea superficial o profundamente, esa perturbación misma denota nuestro condicionamiento. En tanto el animal es acariciado, reacciona muy bien, pero apenas se siente contrariado, surge toda la violencia de su naturaleza.
Nos sentirnos perturbados respecto de la vida, de la política, de la situación económica, del horror, la brutalidad y el sufrimiento que reinan tanto en el mundo como en nosotros mismos, y a causa de eso nos damos cuenta de cuán estrecha y terriblemente condicionados estamos. ¿Qué haremos, pues? ¿Aceptar esa perturbación y vivir con ella, como lo hace la mayoría de nosotros? ¿Acostumbrarnos, tal como uno se acostumbra a vivir con un dolor de espalda? ¿Soportarlo?
En todos nosotros hay una tendencia a soportar las cosas, a acostumbrarnos a ellas, a culpar a las circunstancias: ¡Ah, si las cosas estuvieran bien, yo sería diferente!
, decimos, o Denme la oportunidad y podré realizarme
, o: Me siento abrumado por la injusticia de todo eso
; siempre culpando a otros o a nuestro entorno o a la situación económica, por nuestras perturbaciones.
Si nos acostumbramos a la perturbación, eso significa que nuestra mente se ha embotado, tal como podemos acostumbrarnos a la belleza que nos rodea, hasta el punto de no notarla más. Nos volvemos indiferentes, duros e insensibles, y nuestra mente se va embotando más y más. Si no nos acostumbramos, procuramos escapar de ello tomando alguna clase de droga, afiliándonos a alguna agrupación política, vociferando, escribiendo, yendo a ver un partido de fútbol o asistiendo al templo, a la iglesia, o encontrando alguna forma de entretenimiento.
¿Por qué escapamos de los hechos reales? Nos atemoriza la muerte ―sólo tomo eso como un ejemplo― e inventamos toda clase de teorías, esperanzas, creencias, para encubrir el hecho de la muerte, pero el hecho sigue estando ahí. Para comprender un hecho tenemos que mirarlo, no escapar de él. La mayoría de nosotros tiene miedo tanto de vivir como de morir, tenemos miedo por nuestra familia, miedo a la opinión pública, miedo de perder nuestro empleo, nuestra seguridad... miedo a centenares de otras cosas. El hecho simple es que tenemos miedo, no que tememos esto o aquello. Entonces, ¿por qué no podemos enfrentarnos a ese hecho?
Usted puede enfrentarse a un hecho sólo en el presente, y si nunca le permite estar presente, porque siempre está escapando de él, jamás puede afrontarlo; y, debido a que hemos cultivado toda una red de escapes, estamos atrapados en el hábito de escapar.
Ahora bien, si usted es algo sensible, algo serio, no sólo se dará cuenta de su condicionamiento, sino que también se dará cuenta de los peligros que de él se derivan, a cuánta brutalidad, a cuánto odio conduce. ¿Por qué, entonces, si ve el peligro de su condicionamiento, no actúa? ¿Se debe a que es perezoso, siendo la pereza falta de energía? Sin embargo, no le faltará energía si ve un peligro físico inmediato, como el de una serpiente en su camino, o un precipicio, o un incendio. ¿Por qué, entonces, no actúa cuando ve el peligro de su condicionamiento? Si viera el peligro que el nacionalismo implica para su propia seguridad, ¿no actuaría?
La respuesta es que no lo ve. Mediante un proceso intelectual de análisis, podrá ver que el nacionalismo nos conduce a la autodestrucción, pero en eso falta el contenido emocional. Sólo cuando hay un contenido emocional, uno adquiere verdadera vitalidad.
Si el peligro de su condicionamiento lo ve usted tan sólo como un concepto intelectual, jamás hará nada al respecto. Cuando un peligro lo vemos como una mera idea, hay conflicto entre la idea y la acción, y ese conflicto nos quita nuestra energía. Únicamente cuando vemos el condicionamiento y, de inmediato, el peligro que implica, tal como veríamos el peligro de un precipicio, únicamente entonces actuamos. De modo que el ver es el actuar.
Casi todos caminamos por la vida descuidadamente, reaccionando sin reflexionar, conforme al medio en que hemos sido educados, y tales reacciones no hacen sino generar más esclavitud mental, más condicionamiento: pero tan pronto conceda usted atención total a su condicionamiento, verá que se halla por completo libre del pasado, que éste se desprende naturalmente de usted.