Artículos - J. Krishnamurti
La crisis del mundo está dentro de uno mismo
Por J. KrishnamurtiCuando uno viaja por el mundo, observa que existe en todas partes muchísima discusión, discordia, disconformidad, desorden; mucha confusión e incertidumbre. Uno ve las manifestaciones públicas contra una forma particular de guerra y las extensas preparaciones bélicas; ve los incalculables gastos que se destinan a armamentos ― una nación preparándose para una eventual guerra contra otra nación. Y están las divisiones nacionales ― el honor nacional, por el que miles están dispuestos a matar a otros y se sienten orgullosos de ello. Están las divisiones religiosas y sectarias: la católica, la protestante, la hindú, la mahometana, la budista. Están las múltiples sectas, y los gurús con sus seguidores particulares. En el mundo católico y en el protestante, tenemos la autoridad espiritual, y en el mundo islámico, la autoridad de los libros. De modo que en todas partes existe esta constante división que conduce al desorden, al conflicto y a la destrucción. Y está el apego a una nacionalidad particular, a una particular religión, con la esperanza de encontrar así alguna clase de seguridad externa o interna.
Somos seres aislados
Estos son los fenómenos que ocurren en el mundo, del que todos nosotros formamos parte ― estoy seguro de que todos observamos lo mismo. Y está el aislamiento, no sólo el que tiene lugar en cada ser humano, sino el aislamiento de los grupos que se hallan amarrados a una creencia, a una fe, a alguna conclusión ideológica; esto sucede tanto en estados totalitarios como en los países democráticos con sus ideales. Los ideales, las creencias, los dogmas y los rituales están separando a la humanidad. Esto es lo que de hecho está sucediendo en el mundo exterior, y es el resultado de nuestro propio vivir psicológico interno. Somos seres humanos aislados, y el mundo exterior es creado por cada uno de nosotros.
Cada uno tiene su propia profesión particular, su propia creencia, sus propias conclusiones y experiencias a las que se aferra; por lo tanto, cada uno está aislándose a sí mismo. Esta actividad egocéntrica se expresa exteriormente como nacionalismo, como intolerancia religiosa ― aun cuando ese grupo esté compuesto por setecientos millones de personas, como en el mundo católico. Y, al mismo tiempo, cada uno de nosotros se aísla a sí mismo de los demás.
Hemos creado un mundo dividido
Estamos creando un mundo dividido por el nacionalismo, que es una forma glorificada del espíritu tribal; cada tribu está dispuesta a matar a otra tribu por sus creencias, por su país, por sus intereses económicos. Todos conocemos esto; al menos aquellos que están informados, que escuchan la radio, que ven la televisión, leen los diarios, etc.
Están los que dicen que esto no puede cambiarse, que no hay posibilidad alguna de que esta condición humana sea transformada. Sostienen que el mundo ha proseguido así por miles y miles de años y que la causa de ello se encuentra en la condición humana, y dicen que esa condición jamás podrá producir una mutación en sí misma. Esas personas afirman que puede haber modificaciones, ligeros cambios, pero que el hombre será siempre básicamente lo que es y, por tanto, siempre habrá de producir división en sí mismo y en el mundo. Y están aquellos que en todas partes abogan por las reformas sociales de diversas clases, pero que no han producido una profunda mutación fundamental en la conciencia humana. Este es el estado del mundo.
¿Y de qué modo miramos nosotros el mundo? Como seres humanos, ¿cuál es nuestra respuesta? ¿Cuál es nuestra verdadera relación, no sólo de uno con otro, sino con el mundo exterior? ¿Cuál es nuestra verdadera responsabilidad? ¿La dejamos en manos de los políticos? ¿Buscamos nuevos líderes, nuevos salvadores? Este es un problema muy serio que estamos considerando juntos. ¿O volvemos a las antiguas tradiciones, porque los seres humanos, incapaces de resolver este problema, regresan a las viejas y habituales tradiciones del pasado? Cuando más grande es la confusión en el mundo, mayor es el deseo y el impulso de retornar a las pasadas ilusiones y tradiciones, a los pasados líderes y a los que llamamos salvadores.
Visión holística de la vida
Por lo tanto, si somos conscientes de todo esto, como tenemos que serlo, ¿cuál es nuestra respuesta ―no parcial sino total― a todo el fenómeno que tiene lugar en el mundo? ¿Debe uno considerar solamente su propia vida personal, cómo vivir en algún rincón una vida tranquila, serena, sin perturbaciones? ¿O se interesa uno en la existencia humana total, en la humanidad total? Si uno se interesa solamente en la propia vida particular, por dificultosa que sea, por limitada, triste o dolorosa que pueda ser, entonces uno no comprende que la parte pertenece al todo. Uno ha de mirar la vida, no la vida americana o la asiática, sino la vida como una totalidad. Ha de mirarla con una observación holística, que no es una observación particular, que no es la propia observación sino la observación que abarca la totalidad; es la visión holística de la vida.
Cada uno se ha estado interesando en sus propios problemas particulares ― problemas de dinero, de falta de trabajo, de buscar la propia realización, de perseguir eternamente el placer. Sintiéndonos atemorizados, aislados, solitarios, deprimidos, apenados, hemos creado un salvador externo que nos transformará, que traerá la salvación para cada uno de nosotros. Esta ha sido, por dos mil años, la tradición en el mundo occidental; y en el mundo asiático se ha mantenido la misma cosa en símbolos y palabras diferentes, con diferentes conclusiones; pero es la misma búsqueda de la propia salvación individual, de la propia felicidad particular, de la solución para nuestros múltiples y complejos problemas personales. Y están los especialistas de diversas categorías, los especialistas psicológicos a los que acudimos para que nos resuelvan nuestros problemas. Y tampoco ellos han tenido éxito.
Tecnológicamente, los científicos han ayudado a reducir las enfermedades, a mejorar los medios de comunicación, pero también han incrementado el poder devastador de las armas bélicas ― el poder de asesinar de un soplo a un número inmenso de personas. Los hombres de ciencia no van a salvar a la humanidad; ni lo harán los políticos, sean de oriente, de occidente o de cualquier otra parte del mundo. Los políticos buscan poder, posición, y juegan toda clase de tretas con el pensamiento humano. Y exactamente lo mismo ocurre en el llamado mundo religioso ― la autoridad jerárquica, la autoridad del Papa, del arzobispo, del obispo y del sacerdote local en nombre de alguna imagen que ha creado el pensamiento.
¿Qué va a ocurrir con el ser humano?
Nosotros, los seres humanos aislados, separados, no hemos sido capaces de resolver nuestros problemas. Aunque seamos sumamente educados, ingeniosos, capaces de realizar cosas extraordinarias en lo externo, internamente seguimos siendo más o menos lo que hemos sido durante miles de años. Odiamos, competimos, nos destruimos unos a otros ― que es lo que realmente está sucediendo en la actualidad. Ustedes han escuchado a los expertos hablar sobre alguna nueva guerra; no hablan de los seres humanos que habrán de morir, sino de destruir campos de aviación, de volar esto o aquello. Existe esta confusión total en el mundo, y uno está completamente seguro de que todos somos conscientes de ella. ¿Qué hemos de hacer, entonces? Como un amigo le dijo hace un tiempo a quien les habla: "Usted no puede hacer nada; se está dando de cabeza contra una pared. Las cosas continuarán como hasta ahora indefinidamente; seguiremos atrapados en múltiples formas de ilusión, luchando, compitiendo, destruyéndonos unos a otros. Esto habrá de continuar. No malgaste su tiempo y su vida". Dense cuenta ustedes de la tragedia del mundo, de los terribles sucesos que podrían tener lugar si algún loco oprimiera un botón, de la computadora que se está haciendo cargo de las capacidades humanas ― pensando con mucha mayor exactitud y rapidez. ¿Qué va a ocurrir con el ser humano? Este es un enorme problema al que nos enfrentamos.
La crisis está dentro de uno mismo
Desde la infancia, y a medida que pasamos por la escuela, el colegio y la universidad, nuestra educación está destinada a especializarnos de una manera u otra, a acumular muchísimos conocimientos, para después conseguir un empleo y aferrarnos a él por el resto de nuestra vida ― yendo a la oficina o la fábrica de la mañana a la noche. Y, al final de todo ello, morimos. Ésta no es una actitud o una observación pesimista; es lo que realmente está ocurriendo. Cuando observamos ese hecho, no somos optimistas ni pesimistas; vemos que es así. Y si somos absolutamente serios y responsables, nos preguntamos: ¿Qué puede uno hacer? ¿Retirarse a un monasterio? ¿Formar alguna comunidad? ¿Irse a Oriente y perseguir la meditación zen o alguna otra variedad de meditación? Uno se formula estas preguntas muy seriamente. Cuando nos enfrentamos a esta crisis, vemos que es una crisis que está en la conciencia, no allá, fuera de nosotros. La crisis está dentro de uno mismo. Hay un dicho: "Hemos visto al enemigo, y el enemigo somos nosotros mismos".
La crisis no es una cuestión de economía ni de guerras; ni es cuestión de bombas, de políticos o de científicos; la crisis está dentro de nosotros, en nuestra propia conciencia. Hasta que comprendamos bien a fondo la naturaleza de esa conciencia, e inquiriendo profundamente en ella descubramos por nosotros mismos si puede haber una mutación total en esa conciencia, el mundo proseguirá creando más desdicha, más confusión, más horror. Nuestra responsabilidad no reside en alguna clase de acción altruista ―política, social o económica― exterior a nosotros mismos; la responsabilidad consiste en comprender la naturaleza de nuestro ser, en descubrir por qué nosotros, los seres humanos ―que vivimos en esta hermosa tierra― hemos llegado a ser lo que somos.
Aquí estamos tratando, juntos ustedes y quien les habla ―no separados, juntos― de observar el movimiento de la conciencia y su relación con el mundo, y de ver si esa conciencia es individual, separada, o si es el total de la humanidad. Desde la infancia se nos educa para ser individuos, cada cual con un alma separada; o se nos ejercita, se nos educa y condiciona para que pensemos como individuos. Pensamos que porque cada uno de nosotros tiene un nombre separado, una forma separada ―negro, blanco, alto, bajo― y cada uno tiene una tendencia particular, somos por eso individuos separados con nuestras propias experiencias particulares, etcétera. Vamos a cuestionar esa idea misma de que somos individuos. Eso no quiere decir que seamos alguna clase de seres amorfos, sino que nos preguntamos si realmente somos individuos, aunque todo el mundo sostenga, tanto religiosamente como de otros modos, que somos individuos separados.
La totalidad de la vida
A causa de ese concepto, y tal vez a causa de esa ilusión, cada uno está tratando de realizarse, de llegar a ser alguna cosa. En ese esfuerzo de llegar a ser alguna cosa, estamos compitiendo, luchando unos contra otros, de modo tal que si mantenemos ese sistema de vida, tenemos que continuar inevitablemente adheridos a las nacionalidades, al espíritu tribal, a la guerra. ¿Por qué nos aferramos al nacionalismo con tanta pasión ― como está sucediendo ahora? ¿Por qué concedemos una importancia tan extraordinaria al nacionalismo ― que en esencia es un sentimiento tribal? ¿Por qué? ¿Es porque al adherirnos a la tribu, al grupo, hay una cierta seguridad, una sensación interna de integridad, de plenitud? Si es así, entonces la otra tribu también siente lo mismo; en consecuencia, hay división y, por ende, conflicto, guerra. Si uno realmente ve la verdad de esto, no como algo teórico, y si quiere vivir sobre esta tierra ―que es nuestra tierra, no de ustedes o mía― entonces no hay nacionalismo en absoluto. Sólo existe la vida humana; la vida ― no mi vida o su vida. Y eso es vivir la totalidad de la vida. Esta tradición de la individualidad se ha perpetuado gracias a las religiones, tanto de oriente como de occidente: la salvación para cada individuo, etc.
Es muy bueno tener una mente que cuestiona, que no acepta; una mente que dice: "Ya no podemos vivir más así, de esta manera violenta, brutal". Una mente que duda, que inquiere, que no acepta meramente el sistema de vida que hemos vivido tal vez por cincuenta o sesenta años, o la manera en que el hombre ha vivido durante miles de años. Por eso nos estamos preguntando si la individualidad es real. Mi conciencia, ¿es realmente "mi" conciencia? ― ser consciente significa darse cuenta, saber, percibir, observar. El contenido de la conciencia de cada uno de nosotros, incluye nuestras creencias, nuestros placeres, nuestras experiencias, el conocimiento particular que hemos acumulado, ya sea sobre un determinado tema externo o sobre nosotros mismos; ese contenido incluye nuestros temores y apegos, el tormento y la angustia de la soledad, el dolor, la búsqueda de algo más que la mera existencia física; todo eso es el contenido de la conciencia de cada uno de nosotros. El contenido constituye la conciencia; sin el contenido no existe la conciencia tal como la conocemos. Aquí no caben argumentos; es así. Ahora bien; ¿la conciencia de uno mismo ―que es muy compleja, contradictoria, que está dotada de una vitalidad tan extraordinaria― es "de uno mismo"? ¿El pensamiento, es de uno mismo? ¿O sólo existe el pensar, que no es de Oriente ni de Occidente ― el pensar, que es común a toda la humanidad, sea que pertenezca al rico o al pobre, al técnico con su capacidad extraordinaria o al monje que se aparta del mundo y se consagra a una idea?
Uno es el resto de la humanidad
Por dondequiera que uno vaya, ve sufrimiento, pena, ansiedad, aislamiento, locura, miedo, búsqueda afanosa de seguridad; ve que la gente está atrapada en el conocimiento y el impulso del deseo. Todo ello pertenece al suelo en que está parado el ser humano. La conciencia de uno, es la conciencia del resto de la humanidad. Esto es lógico. Ustedes pueden disentir; pueden decir, "mi conciencia está separada de las demás y tiene que estar separada". Pero, ¿es así? Si uno comprende la naturaleza de esto, entonces ve que uno es el resto de la humanidad. Puede tener un nombre diferente, puede vivir en una determinada parte del mundo y ser educado de un modo particular, puede ser opulento o pobre, pero cuando uno mira detrás de la máscara, profundamente, ve que uno es como el resto de la humanidad ― está afligido, desesperado, solo, lleno de sufrimiento neurótico, cree en alguna ilusión, etc., etc. Esto es así, tanto en Oriente como en Occidente. A uno puede no gustarle eso; quizá prefiera pensar que es por completo independiente, un individuo libre; pero cuando observa muy profundamente, ve que uno es el resto de la humanidad.
Esto puede aceptarse como una idea, una abstracción, o como un concepto maravilloso; pero la idea no es la realidad. Una abstracción no es lo que realmente está ocurriendo. Pero hacemos una abstracción de "lo que es", lo convertimos en una idea, y después perseguimos la idea que es realmente no-factual. Por lo tanto, si el contenido de mi conciencia y el de la conciencia de cada uno de ustedes, es en sí mismo contradictorio, confuso ―una parte luchando contra otra, un hecho contra un no-hecho, el deseo de ser feliz siendo desdichado, el deseo de vivir sin violencia siendo, no obstante, violento― entonces nuestra conciencia es el desorden en sí misma. Ésa es la raíz de la disensión. Hasta que comprendamos eso e investigándolo bien a fondo descubramos el orden total, siempre tendremos desorden en el mundo. De ahí que a una persona seria no se la disuade fácilmente de buscar con afán la comprensión, de dedicarse a inquirir profundamente en sí misma, en su conciencia; no se la persuade fácilmente con la diversión y el entretenimiento ―que quizá sea necesario a veces―; esa persona prosigue firmemente, todos los días, penetrando en la naturaleza del hombre, o sea, en su propia naturaleza, observando lo que realmente ocurre dentro de ella misma. La acción tiene lugar a partir de esa observación. No se trata de decir: "¿Qué debo hacer como un ser humano separado?"; esa acción surge de la total observación holística de la vida.
Comprender la propia conciencia
La observación holística es una percepción sana, cuerda, racional, lógica y total ― total (whole) implica sagrada (holy) (1) . ¿Es posible para un ser humano como cualquiera de nosotros, que es un lego, que no es un especialista, es posible para él mirar la contradictoria y confusa conciencia, mirarla como una totalidad? ¿O debe mirar cada parte de ella separadamente? Uno quiere comprenderse a sí mismo, comprender la propia conciencia. Sabe desde el comienzo mismo que es muy contradictoria ― quiere una cosa y no quiere la otra; dice una cosa y hace otra. Y uno sabe que las creencias separan al hombre. Uno cree en Jesús, en Krishna o en alguna cosa, o cree en la propia experiencia a la que se aferra, incluyendo el conocimiento que uno ha acumulado durante los cuarenta o sesenta años de su vida, el cual se ha vuelto extraordinariamente importante. Uno se aferra a eso. Reconoce que la creencia destruye y divide a la gente y, sin embargo, no puede renunciar a ella porque la creencia tiene una extraña vitalidad. Nos proporciona cierta sensación de seguridad. Uno cree en Dios, y en eso hay una fuerza extraordinaria. Pero Dios es una invención del hombre; es la proyección de nuestro propio pensamiento, el opuesto de nuestras propias exigencias internas, de nuestra propia desesperación.
¿Por qué ha de tener uno creencias en absoluto? Una mente que se halla mutilada por la creencia, es una mente enferma. Es necesario liberarse de eso. ¿Puede uno, entonces, ahondar profundamente en su propia conciencia ― sin ser persuadido ni guiado por psicólogos, psiquiatras, etcétera? ¿Pueden ustedes inquirir profundamente en sí mismos y descubrir, de manera tal que no dependan de nadie incluyendo a quien les habla? Al inquirir de ese modo, ¿cómo hemos de reconocer las intrincaciones, las contradicciones, el movimiento total de la conciencia? ¿Hemos de reconocerlo poco a poco? Tomen, por ejemplo, la herida psicológica que cada ser humano experimenta desde la infancia. Uno es lastimado psicológicamente por sus padres; después ocurre lo mismo en la escuela, en la universidad, a causa de la comparación, de la competencia, de que se nos diga que uno tiene que ser superior a otros en tal o cual materia, y así sucesivamente. Durante toda la vida existe este constante proceso de ser lastimados. Sabemos esto, y sabemos que todos los seres humanos se hallan profundamente heridos, aunque puedan no ser conscientes de ello y de que, a causa de estas heridas psicológicas, surgen todas las formas de acción neurótica. Todo eso forma parte de la conciencia de cada uno de nosotros; está la parte oculta y la parte que se revela cuando nos damos cuenta de que estamos lastimados.
Ahora bien; ¿es posible no quedar lastimados en absoluto? Porque como consecuencia de esas heridas psicológicas, construimos un muro alrededor de nosotros mismos y nos apartamos de nuestra relación con los demás a fin de que no se nos vuelva a lastimar. Y en eso hay temor y un paulatino aislamiento. Nos preguntamos, pues: ¿Es posible no sólo estar libres de las heridas pasadas, sino que jamás pueda herírsenos nuevamente? ― pero no mediante la insensibilidad, la indiferencia o el completo descuido de nuestras relaciones. Uno debe investigar por qué se siente lastimado, y qué es sentirse lastimado. Estas heridas psicológicas forman parte de la conciencia de cada uno de nosotros, y de ellas emanan diversas acciones neuróticas y contradictorias. Uno está examinando la herida psicológica del mismo modo que examina la creencia. No es algo que está fuera de nosotros, sino que forma parte de nosotros mismos. Entonces, ¿qué es lo que se siente lastimado? Y, ¿es posible no ser lastimados jamás? ¿Es posible que uno sea un ser humano libre, totalmente libre, al que jamás nada pueda herirlo psicológicamente, internamente?
Las mil caras del "yo"
¿Qué es lo que se siente lastimado? Uno dice: "Soy yo el que está lastimado". ¿Qué es ese "yo"? Desde la infancia uno ha construido una imagen de sí mismo. Uno tiene muchas, muchas imágenes; no sólo las imágenes que la gente le da a uno, sino las que uno mismo ha fabricado; como americano ―ésa es una imagen― o como hindú, o como especialista... Por lo tanto, el "yo" es la imagen que uno ha fabricado de sí mismo como una gran persona o como una persona muy buena, y esta imagen es la que queda lastimada. Uno puede tener de sí mismo la imagen de un gran orador, un escritor, un ser espiritual, un líder. Estas imágenes son la esencia del "sí mismo"; cuando uno dice que se siente lastimado, quiere decir que las imágenes están lastimadas. Si uno tiene una imagen de sí mismo, y viene otro y le dice: " ¡No sea necio!", uno queda lastimado. La imagen propia que uno ha fabricado de no ser un necio, es el "yo", y esa imagen queda lastimada. Uno carga con esa imagen y con esa herida psicológica por el resto de su vida ― siempre cuidadoso de que no se le lastime, rechazando cualquier insinuación sobre esta necedad en uno.
Las consecuencias de sentirnos lastimados son muy complejas. A causa de esa herida psicológica, uno puede querer realizarse y llegar a ser esto o aquello para escapar de esa terrible herida; de modo que eso ha de comprenderse. ¿Es, entonces, posible no tener en absoluto imagen alguna de uno mismo? ¿Por qué tiene uno imágenes de sí mismo? Otro puede tener una muy buena apariencia, puede ser brillante, inteligente, perspicaz, y uno desea ser como él; y si no lo es, se siente lastimado. La comparación puede ser uno de los factores que contribuyen a que quedemos psicológicamente lastimados. Entonces, ¿por qué comparamos?
La verdadera libertad
¿Puede uno vivir la vida en el mundo moderno, sin una sola imagen? Quien les habla puede decir que eso es posible. Pero se requiere mucha energía para descubrir si es posible no quedar lastimado jamás y, además de eso, si es posible vivir una vida en la que no haya ni una sola creencia; porque son las creencias las que dividen a los seres humanos y hacen que estos se destruyan unos a otros. ¿Puede uno, pues, vivir sin una sola creencia y no tener jamás una imagen de sí mismo? Ésa es la verdadera libertad.