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Artículos - J. Krishnamurti

El conocimiento de sí mismo y el darse cuenta

Por J. Krishnamurti
J. Krishnamurti

Pregunta: ¿Por qué pierde usted el tiempo predicando, en vez de ayudar al mundo de un modo práctico?

Krishnamurti: ¿Qué entiende usted por "práctico"? ¿Se refiere a producir un cambio en el mundo, a mejorar la economía, la distribución de las riquezas, y las relaciones o, más concretamente, ayudarle a encontrar un empleo mejor? Usted quiere que el mundo cambie, como cualquier persona inteligente, y quiere un método para que se produzca ese cambio, de modo que me pregunta por qué pierdo el tiempo predicando, en vez de hacer algo al respecto. Y bien, ¿es lo que hago una pérdida de tiempo? Lo sería si propusiera una nueva serie de ideas para sustituir la vieja ideología, el viejo patrón. Quizás esto es lo que usted quisiera que haga. Pero en vez de señalar una supuesta manera práctica de actuar, de vivir, de conseguir un mejor empleo, de crear un mundo mejor, ¿acaso no es importante averiguar cuáles son los obstáculos que realmente impiden una verdadera revolución, no una revolución de la derecha o de la izquierda, sino una revolución fundamental, radical, que no esté basada en ideas? Porque, como hemos hablado, los ideales, las ideologías, los dogmas, impiden la acción. No puede haber una transformación mundial, una revolución, mientras nuestras acciones se basen en ideas, porque entonces estas acciones son meras reacciones. Y así, las ideas se vuelven mucho más importantes que las acciones, y eso es precisamente lo que está sucediendo en el mundo, ¿verdad? Para actuar, debemos descubrir los obstáculos que impiden la acción. Pero la mayoría no queremos actuar, este es nuestro problema. Preferimos discutir, preferimos sustituir una ideología por otra, y así, escapamos de la acción a través de las ideologías. Esto es muy simple, ¿verdad?

Actualmente el mundo se enfrenta a muchos problemas: la superpoblación, el hambre, las divisiones nacionales y entre clases, etc. ¿Por qué no se reúne ningún grupo de personas para tratar de resolver el problema del nacionalismo? Queremos ser internacionales pero nos aferramos a nuestra pertenencia nacional, creando así un nuevo problema, eso es lo que hace la mayoría de nosotros. Por tanto, está claro que los ideales son los que impiden la acción. Un hombre de estado, una eminencia, dijo que era posible organizar el mundo y alimentar a todos. Entonces, ¿por qué no se hace? No se hace por el conflicto entre ideas, creencias y nacionalismos. De modo que las ideas son las que realmente impiden que se alimente a toda la gente, y la mayoría de nosotros jugamos con las ideas y pensamos que somos grandes revolucionarios, hipnotizándonos a nosotros mismos con palabras como "práctico". Lo importante es estar libres de ideas, nacionalismos, creencias y dogmas religiosos, de modo que podamos actuar, no según un patrón o una ideología, sino conforme a las necesidades del momento. Señalar los obstáculos y las trabas que impiden dicha acción no es una pérdida de tiempo, no es palabrería. Como es evidente, lo que hacen no tiene sentido: sus ideas y creencias, sus panaceas políticas, económicas y religiosas, en realidad dividen a las personas y conducen a la guerra. La mente solo puede actuar con rectitud, correctamente, cuando está libre de ideas y creencias. Un patriota nacionalista nunca puede saber lo que es la fraternidad, aunque hable de ello. Al contrario, sus acciones, en el ámbito económico y en todas las direcciones, conducen a la guerra. De modo que solo puede haber una acción correcta, y por tanto, una transformación radical y duradera, cuando la mente está libre de ideas, no de manera superficial, sino profundamente, y la libertad respecto de las ideas solo puede darse a través del conocimiento de sí mismo y del darse cuenta.

Obras completas de J. Krishnamurti, vol. VI
Colombo, 1 de enero de 1950
 

Pregunta: ¿Qué es el conocimiento de uno mismo del que usted habla, y cómo se consigue? ¿ Cuál es el punto de partida?

Krishnamurti: Bien, señor, escuche con atención por favor, porque ustedes tienen ideas sorprendentes acerca del conocimiento de uno mismo: que para conocerse a sí mismo, uno tiene que practicar, meditar y hacer toda clase de cosas. Es muy simple, señor. En el conocimiento de sí mismo, el primer paso es el último paso, el principio es el fin. Lo que importa es el primer paso, porque el conocimiento de sí mismo no es algo que se pueda aprender de otro. Nadie le puede enseñar qué es el conocimiento de sí mismo, tiene que descubrirlo uno mismo. Tiene que ser su propio hallazgo, y ese hallazgo no es algo increíble o fantástico, sino algo muy simple. Después de todo, conocerse a sí mismo es estar atento al propio comportamiento, a sus palabras, a lo que hace en sus relaciones cotidianas, eso es todo. Empiece con esto y verá cuán difícil es estar atento, simplemente observar su propia conducta, cómo se dirige a sus sirvientes o a su jefe, su actitud hacia las personas, las ideas y las cosas. Simplemente observe sus pensamientos y sus motivos en el espejo de la relación, y verá que, en el momento en que observa, quiere hacer correcciones y dice: "Esto está bien, esto no; debo hacer esto y no aquello". Cuando usted se mira en el espejo de la relación, su actitud es de condena o de justificación, de modo que distorsiona lo que ve. Sin embargo, si solo observa en este espejo su actitud hacia las personas, las ideas y las cosas, si simplemente ve el hecho sin juzgarlo, condenarlo o aceptarlo, entonces descubrirá que cada percepción trae su propia acción. Ese es el principio del conocimiento de sí mismo.

Observarse a sí mismo, observar lo que hacemos y pensamos, nuestros motivos e intenciones, sin condenarlos o justificarlos, es extremadamente difícil, porque toda nuestra cultura se basa en la condena, el juicio y la valoración. Hemos sido educados con el "Haz esto y no hagas aquello". Pero si podemos mirar en el espejo de la relación sin crear un opuesto, entonces descubriremos que el conocimiento de sí mismo es infinito.

La investigación del conocimiento de sí mismo es un movimiento hacia el exterior, que más adelante se vuelve hacia el interior. Primero miramos a las estrellas y luego miramos al interior de nosotros mismos. De la misma manera, buscamos fuera la realidad, Dios, la seguridad, la felicidad y cuando no la encontramos ahí, miramos hacia lo interior. Esa búsqueda del Dios interno, del yo superior o lo que sea, cesa completamente con el conocimiento de sí mismo, y entonces la mente se aquieta. No lo hace mediante la disciplina, sino por medio de la comprensión, de la observación, estando atenta a sí misma cada minuto sin que haya elección. No diga: "Tengo que estar atento en cada momento", porque esa es una manifestación más de la idiotez de querer llegar a algo, de querer alcanzar un estado particular. Lo que importa es darse cuenta de uno mismo, y hacerlo sin acumular, porque en el momento en que uno acumula se está juzgando desde este centro. El conocimiento de sí mismo no es acumulación, sino que es la acción de descubrir, a cada momento, en la relación.

Obras completas de J. Krishnamurtí, vol. VIII
Bombay, 20 de febrero de 1955
 

Pregunta: ¿Puede explicar, por favor, qué entiende usted por darse cuenta?

Krishnamrti: ¡Simplemente darse cuenta! Darse cuenta de sus juicios, de sus prejuicios, sus gustos y aversiones. Cuando usted ve algo, ese ver es el resultado de la comparación, de la condena, del juicio, de la valoración, ¿verdad? Cuando usted lee algo, lo juzga, lo critica, lo condena o lo aprueba. Darse cuenta es ver en el mismo momento toda esta acción de juzgar, evaluar, concluir, conformarse, aceptar y rechazar.

Y bien, ¿puede uno darse cuenta sin todo eso? En realidad, todo lo que conocemos es la evaluación, y esa evaluación es a su vez el resultado de nuestro condicionamiento, de nuestro pasado, de nuestras influencias religiosas, morales y educativas. Este supuesto darse cuenta es el resultado de nuestra memoria, la memoria en forma de "yo", de alemán, hindú, budista, católico, o lo que sea. Es el "yo", mis recuerdos, mi familia, mi propiedad, mis cualidades, los que miran, juzgan y valoran. Estamos bastante familiarizados con eso, si es que estamos mínimamente alerta. Y bien, ¿puede haber un darse cuenta sin todo esto, sin el yo? ¿Es posible mirar sin condenar, sin más, sino solo observar el movimiento de la mente, de nuestra propia mente, sin juzgar, sin evaluar, sin decir: "Eso está bien, esto está mal"?

El darse cuenta que nace del ego, o sea, el darse cuenta del juicio y de la evaluación, siempre crea dualidad: el conflicto de los opuestos, lo que es contra lo que debería ser. En ese darse cuenta hay juicio, hay miedo, hay evaluación, condena, identificación; no es más que el darse cuenta del yo, del ego con sus tradiciones, recuerdos, etc. Semejante darse cuenta siempre crea conflicto entre el observador y lo observado, entre lo que soy y lo que debería ser. Y bien, ¿es posible darse cuenta sin condena, juicio o evaluación? ¿Es posible mirarse uno mismo, cualesquiera que sean sus pensamientos, y no condenarlos, juzgarlos o valorarlos? No sé si lo han intentado alguna vez. Es bastante difícil, porque toda nuestra preparación, desde la infancia, nos lleva a condenar o a aprobar. Y en la acción de aprobar o condenar hay frustración, hay miedo, hay dolor, ansiedad, que es el movimiento mismo del yo, del ego.

Así pues, sabiendo todo esto, ¿puede la mente, sin esfuerzo sin tratar de no condenar ―porque en el momento en que dice "no debo condenar" ya está atrapada en la condena―, puede la mente darse cuenta sin juzgar? ¿Puede limitarse a mirar con desapego, y a observar así sus propios pensamientos y emociones en el espejo de las relaciones: relación con las cosas, con las personas y con las ideas? Dicha observación silenciosa no produce una actitud distante o un frío intelectualismo, todo lo contrario. Para comprender algo, es evidente que no puede haber comparación, eso es así de simple. Pero creemos que la comprensión viene de la comparación, así que multiplicamos las comparaciones. Nuestra educación se basa en la comparación y toda nuestra estructura moral y religiosa consiste en comparar y condenar.

De modo que el darse cuenta del que hablo es el darse cuenta de todo el mecanismo de la condena y ponerle fin. En ello hay observación sin juicio, lo cual es extremadamente difícil. Implica el cese, el fin de todo movimiento de nombrar. Cuando me doy cuenta de que soy codicioso, acaparador, iracundo, apasionado, o lo que sea, ¿no es posible observarlo sin más, darse cuenta de ello sin condenar? Lo cual significa poner fin al acto mismo de nombrar el sentimiento. Porque en el momento en que le doy un nombre, corno "codicia" por ejemplo, ese mismo acto de nombrar es condenar. Para nosotros, en el nivel neuronal, la palabra "codicia" ya es una condena. Liberar a la mente de toda condena significa poner fin al acto de nombrar. Después de todo, ese acto de nombrar es la actividad del pensador. Es el pensador el que se separa del pensamiento, lo cual es un mecanismo totalmente artificial, e irreal. No hay pensador, solo existe el pensar, solo existe un estado de experimentar, no la entidad que tiene la experiencia.

Así pues, el hecho de darse cuenta, la observación, es el acto de la meditación. Es, si puedo expresarlo en otros términos, la disponibilidad de invitar al pensamiento. Para la mayoría de nosotros, los pensamientos vienen sin ser invitados, uno tras otro; el pensar no termina, la mente es esclava de cada pensamiento que acude. Si se da cuenta de ello, entonces verá que puede haber una invitación del pensamiento, invitar al pensamiento y seguir cada pensamiento que surge. Para la mayoría, el pensamiento viene sin ser invitado; aparece de cualquier forma. Comprender este movimiento, para luego invitar al pensamiento y perseguir cada pensamiento hasta su mismo final, es el movimiento que he descrito como darse cuenta. El nombrar no entra en ello en absoluto. Entonces verá que la mente se vuelve extremadamente silenciosa, no por fatiga, disciplina, o como resultado de alguna forma de tortura y control. Al darse cuenta de sus propias actividades, la mente se vuelve sumamente silenciosa, estática, creativa, sin la acción de ningún tipo de disciplina o coacción.

Entonces, en esta quietud de la mente se manifiesta lo que es verdad, sin ser invitado. No se puede invitar a la verdad, porque es lo desconocido. Y en ese estado de silencio no hay experimentador. Por tanto, lo experimentado no es almacenado, no es recordado como "mi experiencia de la verdad". Entonces surge algo que está fuera del tiempo, que no puede ser medido por el que lo experimenta o que simplemente recuerda la experiencia pasada. La verdad es algo que se presenta a cada momento. No se puede cultivar, acumular o guardar en la memoria. Se manifiesta cuando hay un darse cuenta en el que el experimentador no existe.

Obras completas de J. Krishnamurti, vol. IX
Árnsterdam, 26 de mayo de 1955