Artículos - Jeff Foster
El océano ondulado
Por Jeff FosterSomos olas en el vasto océano de la vida. No importa qué forma tomemos, somos todos expresiones únicas e irrepetibles de esa única consciencia.
Nuestra relativa identidad como olas hace parecer que estamos separados los unos de los otros. Hay una ola en forma de "tú" por allá, y otra en forma de "yo" por acá, en dos puntos diferentes del espacio y del tiempo. Yo tengo un nombre, una edad, un género, un color de piel, cierto tamaño, etc. y tú también, y en ese nivel, no podríamos negar nuestras relativas diferencias. Como olas separadas, nunca nos reunimos realmente.
Sin embargo, más allá de nuestras diferencias hay una unidad subyacente, como nos lo han recordado por siglos todas esas grandes enseñanzas espirituales.
Porque en nuestra verdadera identidad, previa a los conceptos, previa a la forma, previa al espacio y al tiempo, sin importar nuestras apariencias, sin importar cómo "aparezcamos" en el mundo, todos somos el mismo océano, sin nombre, sin edad, sin forma. En ese nivel, por así decirlo, no estamos separados y nunca lo estuvimos ―de hecho, no existe un "yo" o un "tú" en primer lugar que pueda o no estar separado. Como océano, ya estamos completamente reunidos.
El amor no es un sentimiento ni tampoco una experiencia ―es ese reconocimiento eterno de que no hay un "tú" y tampoco un "yo"; como consciencia misma yo soy aquello que tú eres. Todos somos expresiones de la misma realidad subyacente, diferentes en cuanto a la apariencia pero lo mismo en esencia, y así, aquello a lo que yo llamo el "otro" es realmente yo mismo con otro disfraz, y aquello que yo llamo "por allá" está realmente aquí. Entonces, no necesito amarte. No necesito "hacer" el amor ―simplemente reconozco que soy tú. ¿Quién reconoce? Exactamente.
Comprender a nivel intelectual que "no hay un yo" o que "sólo hay Unidad" es un hermoso primer paso. Pero es tan sólo eso ―un primer paso, y no la verdad última, por mucho que al pensamiento le guste la idea de una "verdad última".
La búsqueda y el sufrimiento no terminan con un entendimiento intelectual, aunque parezca muy bello. Reconocer verdaderamente este amor, verlo realmente por ti mismo ―esa intimidad, esta no-separación― reconocerlo en cada uno con quien te encuentres, sabiendo que cada uno de ellos no es otro más que tú mismo, es ahí en donde esta enseñanza deja de ser una teoría para convertirse en una experiencia viva, en donde las palabras se disuelven dentro de la realidad inefable, donde todo ese rollo pasa de la cabeza hacia el corazón. Porque ¿qué sería de la sabiduría sin el amor, y qué sería de la claridad sin la compasión? ¿Qué sería del océano, sin sus amadas olas?
El océano ondea para nosotros a través de la ilusión del "otro".